“El pasado es como si nunca
hubiera existido” reza una canción de la banda de rock californiana Metallica”.
“Las cicatrices nos recuerdan que las heridas fueron reales”, sentencia el doctor Hannibal Lecter, protagonista de la
novela de Thomas Harris llevada después al cine.
Situadas en puntos opuestos, las dos frases resumen maneras de ver el mundo de las que depende en últimas
el destino elegido por un individuo o
una comunidad. La primera de ellas supone de entrada una voluntad de negación.
Como tantas veces sucede con la estética
del rock, esos versos apuntan a una fuga de la historia como única manera de
ponerse a salvo de sus efectos, entre los que se cuentan el escepticismo y la
devastación. Sobre esa idea se basan en buena medida los discursos del mercadeo
y la publicidad. El viejo concepto de Carpe Diem, o tomar la flor del día de los poetas latinos, se traduce hoy en la premisa básica
del catecismo capitalista: consume,
derrocha, olvida y vuelve a empezar hasta que te quedes sin fondos... o sin
aliento. Se renuncia así al conocimiento
y la experiencia a cambio de una
vida sin dolores aparentes aunque asomada al vacío.
En el caso del doctor Lecter las
cosas van en otra dirección: las cicatrices nos conducen de vuelta a la esencia
de lo que somos, aunque al final nos enfrentemos a la terrible realidad reflejada en el espejo.
Si queremos averiguar algo de nuestra
condición debemos tirar de ese hilo, como Ariadna en el Laberinto de Creta o
como tantos otros que emprendieron un
viaje de iniciación hacia el conocimiento de sí mismos.
A esa disyuntiva nos enfrentamos los mortales
de estos tiempos: o acatamos sumisos el
mandato de los mercados y nos entregamos
atados de pies y manos al olvido, es decir, a la indiferencia total, o
emprendemos el camino que nos lleve a recuperar lo que somos en últimas:
memoria viva, relato andante de las dichas y desventuras de un grupo familiar,
un país, un territorio, quizá del planeta entero.
En la vida cotidiana de hoy, esa
encrucijada tiene expresión visible en el lenguaje de los medios masivos de
comunicación. La primera la encontramos
en el escándalo noticioso que banaliza lo importante o sublima lo inocuo,
subiendo como espuma para luego disolverse en el reino del olvido: es la única
manera de abrir espacio para el
siguiente producto informativo.
La segunda exige tiempo, paciencia, método y mucha
contemplación. Su objetivo apunta a los
seres y las cosas intocados por la onda expansiva del frenesí. A lo mejor
ellos tienen otras claves, miradas distintas y hasta experiencias, es decir,
cicatrices, que los hacen tener una versión diferente de la historia y por ese
camino nos pueden ayudar a entenderla
mejor: como el padre de ese niño de
cinco años al que una mina
explosiva dejó sin piernas y por eso mismo no admite
tanta alharaca por los futbolistas que no podrán asistir al mundial. Al
menos a mí esa imagen me sacó del lenguaje insulso de la farándula deportiva
y me obligó a preguntarme, una vez más, por la estela de
sangre que cruza estos países nuestros
desde Tijuana hasta la Tierra del Fuego.
O
el mensaje disolvente de la
publicidad o el camino tortuoso de la historia individual y colectiva. Ese es nuestro desafío. Lo más
fácil es olvidar y repetir que no ha
pasado nada. Pero al final siempre resultará más provechoso seguir el rastro de
las cicatrices hasta dar con la materia
de que estamos hechos: la memoria hablada o escrita que, a fin de cuentas,
desde el comienzo de los tiempos
constituye la única prueba de que una vez estuvimos en el mundo.
Necesaria y provechosa reflexión en estos tiempos revueltos y violentos como alguien tradujo el titular de esa frenética película de Tarantino. Vivimos una época tumultuosa donde al parecer si no estamos al ritmo de lo que dicta la farándula, es como si no viviéramos, como si nos perdiésemos algo. Estoy hasta las narices del carpe diem. Creo que es una fórmula publicitaria del marketing y sus intentos por llenarnos de cosas, aunque no las necesitemos. “Si no te compras tal auto, celular o no has viajado a tal sitio, te estás perdiendo mucho, la vida es hoy” te martillean en la mente a través de spots. Conviene detenerse un poco, desenchufarse de la actualidad y sumergirnos en pequeños placeres que ofrece todavía la vida. Recordar es vivir decía algún nostálgico mientras alistaba su disco de vinilo. ¿Qué hacemos ante esta soledad galopante, en medio de tantos artefactos que supuestamente han venido a facilitarnos la vida?
ResponderBorrarMe ha dejado conmovido tu post, Gustavo. La encrucijada que describes tan vívidamente es el punto donde se encuentran, donde chocan, nuestras vertientes vitales. Confieso que esta confluencia todavía me desconcierta, no creo tener un mapa de ruta para guiarme como quisiera. Llego al cruce con buenas intenciones, con la cabeza alta, y salgo chamuscado, con las plumas encendidas... todavía me suena tu imagen de la estela de sangre que cruza el continente... eso es elocuencia.
ResponderBorrarApreciado José : según le escuché a un ingeniero de sonido, lo de los discos de vinilo no es tanto un asunto de nostalgia como de fidelidad : la reproducción es más clara y limpia. En su defecto, para la tecnología digital el propósito es la densidad y, por lo tanto, la cantidad acumulada.
ResponderBorrarLa precisión viene a cuento, porque a lo mejor el gran desafío de hoy consista en renunciar a la cantidad y la velocidad para volver a la contemplación estética y vital como recursos para recuperar el conocimiento y por lo tanto la memoria.
Ay, mi querido don Lalo: si encuentra el mapa de ruta o algo parecido, por favor me lo comparte a la mayor brevedad. Usted tiene mi correo.
ResponderBorrarMás ahora Gustavo. A pesar de que Internet nos ha traído grandes beneficios (como este, por ejemplo: un lugar por el cual podemos debatir, analizar, comentar a pesar de estar lejos) también nos llegan problemas para la memoria, la retrospectiva.
ResponderBorrarInternet ha puesto a rodar más rápido al mundo, tanto así que parece que el tiempo se encoge. Eso se debe, creo, por lo fugaz que puede llegar a ser Twitter o Facebook, las redes sociales. Y ello no es porque existan, sino por la forma en como asimilamos esta manera digital de relacionarnos con nuestra vida. Pasamos rápido y no observamos. Y eso que yo soy abanderado de las posibilidades que podemos encontrar en internet para construir algo mejor..
saludos.
Apreciado Eskimal: sigo pensando que el problema no es tanto Internet( una herramienta al fin y al cabo) sino el uso y el aprovechamiento que hagamos de él. Bien utilizado puede ser un buen recurso para conservar y multiplicar la memoria... bueno, aunque para eso debemos hacer primero una gran pausa y emprender lo que los teólogos llaman " Exámen de conciencia y contrición de corazón":
ResponderBorrarApreciado Gustavo. Ante su profundo artículo, sólo se me ocurre enviarle uno de mis poemas sobre el tema: SUEÑO DE INVIERNO. Oh destierro profundo/, donde el alma no era una partícula/ sino un cedro. Oh recuerdo perdido/ en la memoria antigua!/ En las alas del ángel/ antes de su caída./ En las rocas hirvientes/ de la gran hecatombe/ que formó mi morada./ Siglos de Dinosaurios/ con sus pesados cuerpos/ y su lenta belleza./ Y el cerebro del agua/ acunando las células. /Me confundo aquí,/ en el agonizante mundo/ de las máquinas./ Entre átomos lúcidos/ y partículas vibratorias,/ oteando el horizonte/ de los computadores/ que marcan la nueva era/ del asombro./ Oh destierro de mi alma/ que busca entre los símbolos/ de herméticas doctrinas/ el antídoto puro/ contra el banal bullicio/ de las «redes sociales»/ que mancillan/ la intimidad de lo discreto. Diciembre 2013, Olga Lucía Betancourt S
ResponderBorrarHola, apreciada Olga Lucía : mil gracias por la belleza de : " Oh recuerdo perdido/ en la memoria antigua! / en las alas del ángel/antes de su caída". De esos raros momentos de lucidez estamos ehchos.
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