jueves, 18 de septiembre de 2025

Tres lecturas y un solo Maquiavelo

 




                    

                 Los que desean congraciarse con un príncipe suelen

                  presentarse con aquello que reputan como más precioso

                 entre lo que poseen, o entre lo que juzgan más ha de agradarle;

                 de ahí que se vea que muchas veces le son regalados caballos,

                  armas, telas de oro, piedras preciosas y parecidos adornos 

                 dignos de su grandeza. Deseando, pues, presentarme ante su

                  magnificencia con algún testimonio de mi sometimiento, no he

                  encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea más caro o

                   que tanto estime como el conocimiento de las acciones de los

                   hombres, adquirido gracias a una larga experiencia de las cosas

                   modernas y de un incesante estudio de las antiguas. Acciones 

                   que, luego de meditar y examinar durante mucho tiempo 

                   y con gran seriedad, he encerrado

                   en un corto volumen que os dirijo.

                   

                                            Nicolás Maquiavelo

                                Presentación de El príncipe ante Lorenzo El Magnífico

 

En contravía de lo sugerido por Susan Sontag en su célebre ensayo titulado Contra la Interpretación, toda gran obra de arte no solo es susceptible de múltiples lecturas sino que las exige, en la medida en que se postula como una invitación al diálogo con un auditorio amplio y creciente. La influyente obra de Nicolás Maquiavelo participa de esa condición.

Nacido en Florencia en 1469 y muerto en la misma ciudad en 1527, Maquiavelo conoció, gozó y sufrió las glorias y miserias del poder, pasando de ocupar altos  cargos y desempeñar misiones diplomáticas, a ser destituido y obligado al exilio. Esas condiciones le dieron un conocimiento privilegiado de las fuerzas que subyacen en el ejercicio de la política, que en un momento pueden encumbrar a un individuo   y al grupo que representa, para después arrojarlo a los más hondos abismos. Ese aprendizaje, bien asimilado, conduce a lo que se conoce como pragmatismo político, la característica principal del breve pero decisivo libro titulado El Príncipe y dedicado a Lorenzo de Médicis como eventual modelo de lo que debería ser un gobernante. Al lado de El príncipe, Los discursos sobre la primera década de Tito Livio constituyen el legado de Maquiavelo a sucesivas generaciones que no han dejado de leerlo y releerlo según los intereses de cada quien, al punto de engendrar un equívoco adjetivo que, como corresponde a los lugares comunes, sirve para todo y para nada: maquiavélico. En esa medida para algunos la palabra es sinónimo de brillante y para otros de diabólico.

A resultas de esas lecturas, sobre las obras de Maquiavelo se han escrito centenares de libros, ensayos, tesis de grado, y artículos de prensa que lo exaltan o lo degradan, dependiendo de las circunstancias y poderes en juego.


                                                  Lorenzo de Médici

Las circunstancias y dinámicas del poder: de eso se ocupa   Maquiavelo en sus intentos de encontrar un método que le sirva al príncipe, entendido no tanto como una persona sino como un rol enfocado a trazarle un rumbo a la sociedad y sostenerlo con firmeza en beneficio de todos.

¿Y cuáles fueron las circunstancias en las que el pensador postuló sus ideas?  Según los manuales de historia, la República Fiorentina fue una Ciudad Estado de La Toscana desde 1115, cuando los florentinos formaron una comuna luego de la muerte de la marquesa Matilde. Desde entonces se sucedieron las pugnas entre facciones. Los Médici se hicieron con el control de la ciudad en 1434, mediante un golpe de Estado contra la facción que los había expulsado. Se mantuvieron en el poder hasta 1494 cuando fueron expulsados a su vez por el fraile dominico Girolamo Savonarola, desplazado en su momento por Juan de Médici, futuro papa León X.

En ese ambiente de inestabilidad y turbulencias, Maquiavelo imaginó un príncipe capaz de conjurar la suma de intereses y conspiraciones que impedían a la nave del gobierno avanzar con firmeza hacia puerto seguro… si esta palabra tiene algún sentido en el mundo de la política. Ese príncipe estaba llamado a gobernar no solo la República Fiorentina, sino a los estados pontificios y a las otras Ciudades Estado que batallaban entre sí y eran ocupadas a menudo por potencias extranjeras (España y Francia en especial)  a las que ellas mismas habían llamado en su ayuda. En un principio, César Borgia- hijo del papa Alejandro VI- pareció  encarnar ese príncipe con su conquista de La Romaña. El mundo imaginado por Maquiavelo, la nación italiana, habría de materializarse   cuatro décadas después de su muerte, como desenlace de las guerras de independencia conocidas como El Risorgimiento, que condujeron a la conversión de varios estados en una sola nación, El Reino de Italia. Giuseppe Mazzini, Giuseppe Garibaldi y Camilo Benso, conde de Cavour, jugaron un rol vital en esas luchas que culminaron con la coronación de Víctor Manuel II como primer rey de Italia en 1861.




Fue entonces cuando el mundo volvió a tomarse en serio a Maquiavelo. El propio Karl Marx escribió El 18 Brumario de Luis Bonaparte, pensando que El Príncipe justo y severo a la vez apuntaba a evitar el advenimiento de un tirano como el sobrino de Napoleón.  Mediado el siglo XX, inspirados en esa lectura, tres grandes pensadores marxistas, Toni Negri, Louis Althusser(Maquiavelo y nosotros) y  Antonio Gramsci ( Notas sobre Maquiavelo), se encargaron de postular no una sino tres lecturas del  filósofo y político florentino.

La primera era una versión literal en la que Maquiavelo advertía al gobernante sobre las condiciones que debía reunir si aspiraba a forjar una nación, partiendo de la suma de fragmentos que constituían las Ciudades Estado. Entendido así, El Príncipe se lee como un manual de buen gobierno, que incluye lo que en estos tiempos se llama el perfil del mandatario.

Una segunda lectura se hace en clave de sátira:  El Príncipe sería una burla- esta sí  maquiavélica- de las pretensiones del soberano y su propósito de gobernar lo ingobernable.




La tercera interpretación marxista asume El Príncipe como una denuncia política, en la que se advierte a los gobernados sobre las trampas que puede tenderles un mandatario.  En los dos últimos casos alentaría la voluntad de subvertir el orden de cosas existente, lo que convierte a Maquiavelo en un adelantado. Eso explica el título del libro de Althusser prologado por Antonio Negri:  Maquiavelo y nosotros. Es decir, un Maquiavelo trasladado al mundo de entreguerras, en el que la tentación de la tiranía es una amenaza latente, como bien lo demostraron los casos de Hitler, Stalin, Franco y Mussolini, para no hablar de lo sucedido en el Tercer Mundo en tiempos de la Guerra Fría.

Como corresponde a toda obra considerada clásica, la de Nicolás Maquiavelo está hoy más vigente que nunca, sobre todo cuando nuevas versiones del príncipe y el tirano se agitan en procura de hacerse con el poder, aupadas por recursos tecnológicos que acrecientan las oportunidades de multiplicar la mentira y la impostura como instrumentos de seducción.  Así las cosas, la marxista  es solo una mirada crítica entre muchas que pueden ayudar a su comprensión y actualización en un mundo que requiere cada vez más de nuevas formas de lucidez.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=dtDxIzJWDP4&list=RDdtDxIzJWDP4&start_radio=1

 

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