jueves, 2 de octubre de 2025

El crack en Consotá

 







El relato ya es leyenda: la historia de amor entre un joven futbolista que después sería enorme y un ave tan útil como menospreciada: el inapreciable gallinazo comedor de despojos.

Dice Carlos Mario- para entonces trabajador de mantenimiento en el Parque Consotá- que fue amor a primera vista-. Messi, que todavía no era Messi, es decir, encantador de multitudes, se quedó mirando al pajarraco y le tendió un bien trinchado pedazo de carne a la parrilla a término medio. Todo un lujo para un ave habituada a la carroña. Fue así como se hicieron amigos. Corría el año 2005 y en Colombia se jugaba el campeonato Sudamericano Sub-20 entre el 13 de enero y el 6 de febrero.

El drama vino después. A la hora de partir, el futbolista quería llevarse a su amigo para Barcelona, donde el chico de diecinueve años tejería su leyenda dorada con la pelota. La respuesta fue descorazonadora. Las leyes colombianas prohibían el tráfico de fauna y, como si fuera poco, los gallinazos tienen un hábitat muy distinto al del Mediterráneo surcado por pájaros dotados de más prestigio poético. “Las oscuras golondrinas” de Bécquer, por ejemplo.

No sabemos cuánto tardó Messi en curarse el desamor, pero eso siempre se cura. Lo que sí sabemos es que la historia de Comfamiliar en sus sesenta y ochos de servicios está hecha de esa materia: de amores a primera vista.

Pasen por el teatro de la carrera quinta y  les contarán cuántos romances surgieron allí, al hilo de una película de Roman Polanski (Tess, por ejemplo) de la saga de El Padrino de Coppola o de la muy erótica Nueve Semanas y Media , con Kim Bassinger y Mickey Rourke  desquiciados  por el deseo.

Debe ser muy difícil ser flechado por Cupido en la sala de espera del médico o del odontólogo: la asepsia y tensión propias de esos lugares son enemigas de cualquier escarceo amoroso. Pero habrá excepciones, no lo duden. Bien sabemos que de ellas se nutren las reglas.  Algún secreto contarán los consultorios de Comfamiliar Risaralda.




Donde sí abundan las historias de amor – a primera vista o de acción retardada- es en las aulas de clase y en las bibliotecas. En el Instituto, en la Universidad y hasta en el preescolar, la gente suele ser sacudida por esos sobresaltos del corazón tan antiguos como la humanidad. Amor de estudiante es el título de una canción de hace más de cincuenta años, que le hace justicia a esas formas de locura.

A veces, el aliento amoroso de Comfamiliar tiene alcance internacional. Al despuntar el siglo XXI una sugestiva muchacha llamada Mercedes, colaboradora del área de Turismo en la Caja de Compensación, viajó a Miami como coordinadora de una excursión de personas de la llamada tercera edad. En una de esas playas sacralizadas por la televisión entabló conversa con un cuarentón que, en un español primitivo, dijo ser oriundo de El Paso, en Texas ¿El resultado?: dos mellizos de apellido Rogers Atehortúa, una  auténtica combinación gringo- quimbaya nacida en la mismísima frontera con México.

Eso para no hablar de un viaje a la memoria en 14 Estaciones. Día a día, semana a semana, mes tras mes, año tras año, los colaboradores de Comfamiliar en los catorce municipios de Risaralda dibujaron sus propios mapas: los de las voces y rostros de los niños, jóvenes y viejos que le dan sabor, color y ritmo a la vida de esos pueblos fundados por aventureros llegados de las montañas de Antioquia, de las selvas del Chocó o de las planicies plantadas de caña de azúcar en el Valle del Cauca. Su desarraigo, sus nostalgias fueron contadas y cantadas por un hombre de voz aguardientosa que, acaso sin saberlo, estaba componiendo la banda sonora de los muy mestizos habitantes de esta región. Hablamos, claro, de don Luis Ramírez para servir a usted, bautizado por el poeta Luis Carlos González Mejía con el nombre artístico de El Caballero Gaucho.




Maurier Valencia Hernández, Director Administrativo de Comfamiliar Risaralda durante muchos, muchiiiiiisimos años, tiene su vena bohemia. Su padre fue músico y de él heredó un sentido del ritmo, una intuición de los secretos a voces que nos transmiten las músicas de todos los lugares y de todos los tiempos. Por eso cuando en el Parque Consotá, así con tilde en la a, crearon una réplica de la vieja Pereira de serenateros bebedores de aguardiente y enamoradores de muchachas cantada por Luis Carlos González, supo de buena fuente que el espíritu del viejo pueblo de comerciantes paisas, vallunos y turcos plantaría sus tiendas allí.

“Es como si las almas de la caja y la ciudad fueran una sola”, exclamó Ovidio Montoya, viejo sastre de Corocito, Berlín y poblaciones aledañas, cuando se detuvo a contemplar ese lago, esa iglesia Claret y esa  cantina que parecían   hermanas menores de las ubicadas en el centro de la ciudad, en las calles veinticuatro y veinticinco, entre carreras séptima y octava.

Como tantos habitantes y visitantes de Risaralda a lo largo de varias generaciones, Ovidio estaba resumiendo en esa frase un nuevo capítulo de esta relación nacida en octubre de 1957, que no cesa de renovarse a medida que cambian los rostros de quienes hacen su historia.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=U_XakGmGlUA&list=RDU_XakGmGlUA&start_radio=1