El relato ya es leyenda: la historia de amor entre un joven futbolista que
después sería enorme y un ave tan útil como menospreciada: el inapreciable gallinazo
comedor de despojos.
Dice Carlos Mario- para entonces trabajador de mantenimiento en el Parque Consotá- que fue amor a primera
vista-. Messi, que todavía no era Messi, es decir, encantador de multitudes, se
quedó mirando al pajarraco y le tendió un bien trinchado pedazo de carne a la
parrilla a término medio. Todo un lujo para un ave habituada a la carroña. Fue
así como se hicieron amigos. Corría el año 2005 y en Colombia se jugaba el
campeonato Sudamericano Sub-20 entre el 13 de enero y el 6 de febrero.
El drama vino después. A la hora de partir, el futbolista quería llevarse a
su amigo para Barcelona, donde el chico de diecinueve años tejería su leyenda
dorada con la pelota. La respuesta fue descorazonadora. Las leyes colombianas
prohibían el tráfico de fauna y, como si fuera poco, los gallinazos tienen un
hábitat muy distinto al del Mediterráneo surcado por pájaros dotados de más
prestigio poético. “Las oscuras golondrinas” de Bécquer, por ejemplo.
No sabemos cuánto tardó Messi en curarse el desamor, pero eso siempre se
cura. Lo que sí sabemos es que la historia de Comfamiliar en sus sesenta y
ochos de servicios está hecha de esa materia: de amores a primera vista.
Pasen por el teatro de la carrera quinta y
les contarán cuántos romances surgieron allí, al hilo de una película de
Roman Polanski (Tess, por ejemplo) de
la saga de El Padrino de Coppola o de
la muy erótica Nueve Semanas y Media ,
con Kim Bassinger y Mickey Rourke
desquiciados por el deseo.
Debe ser muy difícil ser flechado por Cupido en la sala de espera del
médico o del odontólogo: la asepsia y tensión propias de esos lugares son
enemigas de cualquier escarceo amoroso. Pero habrá excepciones, no lo duden.
Bien sabemos que de ellas se nutren las reglas.
Algún secreto contarán los consultorios de Comfamiliar Risaralda.
Donde sí abundan las historias de amor – a primera vista o de acción
retardada- es en las aulas de clase y en las bibliotecas. En el Instituto, en
la Universidad y hasta en el preescolar, la gente suele ser sacudida por esos
sobresaltos del corazón tan antiguos como la humanidad. Amor de estudiante es el título de una canción de hace más de
cincuenta años, que le hace justicia a esas formas de locura.
A veces, el aliento amoroso de Comfamiliar tiene alcance internacional. Al
despuntar el siglo XXI una sugestiva muchacha llamada Mercedes, colaboradora
del área de Turismo en la Caja de Compensación, viajó a Miami como coordinadora
de una excursión de personas de la llamada tercera edad. En una de esas playas
sacralizadas por la televisión entabló conversa con un cuarentón que, en un
español primitivo, dijo ser oriundo de El Paso, en Texas ¿El resultado?: dos
mellizos de apellido Rogers Atehortúa, una
auténtica combinación gringo- quimbaya nacida en la mismísima frontera
con México.
Eso para no hablar de un viaje a la memoria en 14 Estaciones. Día a día,
semana a semana, mes tras mes, año tras año, los colaboradores de Comfamiliar
en los catorce municipios de Risaralda dibujaron sus propios mapas: los de las
voces y rostros de los niños, jóvenes y viejos que le dan sabor, color y ritmo
a la vida de esos pueblos fundados por aventureros llegados de las montañas de
Antioquia, de las selvas del Chocó o de las planicies plantadas de caña de azúcar
en el Valle del Cauca. Su desarraigo, sus nostalgias fueron contadas y cantadas
por un hombre de voz aguardientosa que, acaso sin saberlo, estaba componiendo
la banda sonora de los muy mestizos habitantes de esta región. Hablamos, claro,
de don Luis Ramírez para servir a usted, bautizado por el poeta Luis Carlos
González Mejía con el nombre artístico de El
Caballero Gaucho.
Maurier Valencia Hernández, Director Administrativo de Comfamiliar
Risaralda durante muchos, muchiiiiiisimos años, tiene su vena bohemia. Su padre
fue músico y de él heredó un sentido del ritmo, una intuición de los secretos a
voces que nos transmiten las músicas de todos los lugares y de todos los
tiempos. Por eso cuando en el Parque
Consotá, así con tilde en la a, crearon una réplica de la vieja Pereira de
serenateros bebedores de aguardiente y enamoradores de muchachas cantada por
Luis Carlos González, supo de buena fuente que el espíritu del viejo pueblo de
comerciantes paisas, vallunos y turcos plantaría sus tiendas allí.
“Es como si las almas de la caja y la ciudad fueran una sola”, exclamó
Ovidio Montoya, viejo sastre de Corocito, Berlín y poblaciones aledañas, cuando
se detuvo a contemplar ese lago, esa iglesia Claret y esa cantina que parecían hermanas menores de las ubicadas en el
centro de la ciudad, en las calles veinticuatro y veinticinco, entre carreras
séptima y octava.
Como tantos habitantes y visitantes de Risaralda a lo largo de varias
generaciones, Ovidio estaba resumiendo en esa frase un nuevo capítulo de esta
relación nacida en octubre de 1957, que no cesa de renovarse a medida que
cambian los rostros de quienes hacen su historia.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=U_XakGmGlUA&list=RDU_XakGmGlUA&start_radio=1
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