jueves, 1 de febrero de 2018

No hay que creer en brujas pero...




 

Las relaciones de la magia con el oro son tan antiguas que se remontan a viejos relatos orales acuñados en el albor de los tiempos.

Tanto, que en los relatos de duendes, elfos, gnomos, brujas y demonios todos aparecen como guardianes  de los tesoros sepultados en lo más profundo de la tierra.

Llegar  hasta esas riquezas demandaba el acceso a ritos iniciáticos que imponían duras pruebas a los hombres que intentaban hacerse con ellas.

De hecho, los pasos del alquimista hacia la piedra filosofal parecen  un manual en clave simbólica  que constituye, en la práctica, una delicada ruta de viaje dirigida tanto a la perfección espiritual del iniciado como  a guiarlo en sus búsquedas terrenales.



Durante su etapa de implantación, el catolicismo se encargó de asociar los ritos primigenios con la presencia del mal, estableciendo duras penas para quienes invocaban esa clase de poderes. De hecho los misioneros convirtieron  el panteón de divinidades y  fuerzas aliadas de los llamados pueblos primitivos en una legión entera de demonios cuya persecución y extinción se convirtió en el objeto mismo de su prédica.

Sin embargo, a resultas de su potencia simbólica y su capacidad para mimetizarse, buena parte  de esos ritos sobreviven en los pueblos donde la minería  tradicional   es clave para la supervivencia de las comunidades.

Tanto, que a la hora de  bajar a los socavones, los mineros le prenden, como quien dice, una vela a Dios y otra al diablo.

La zona minera de Marmato, ubicada al occidente del Departamento de Caldas, no es ajena a esas tradiciones.



Con fuertes raíces en el  territorio, el antropólogo    Carlos Julio González Colonia se adentró en tres frentes  que forman parte de un entramado con repercusiones en la vida particular de la gente y   en la estructura  social y económica del pueblo, de la región y de todos los municipios de Colombia ligados a la economía minera: la brujería, la minería y la presencia de corporaciones trasnacionales dedicadas a la explotación en gran escala.

El resultado de la inmersión es un libro titulado Brujería, minería tradicional y capitalismo transnacional en los Andes colombianos, trabajo que le mereció el Premio Nacional de Antropología en el año 2016.

Más allá de la rigurosa investigación sobre el terreno, la obra es en sí misma una declaración de principios: las prácticas  tradicionales de los habitantes históricos de  Marmato y su área influencia, están amenazadas por la presencia de los poderes   transnacionales y sus aliados  al interior del Estado colombiano en los órdenes local, regional y nacional.



Apelando a un sólido soporte documental, González Colonia  conduce al lector en un recorrido que va de la cosmovisión de los primeros habitantes hasta la irrupción  de exploradores, colonos y grandes capitales en una zona cuya riqueza ha  significado a la vez una amenaza para la cultura y para la supervivencia misma de quienes la habitan. Para muestra, en la página 86  del libro  y citando autores como  Boussingault y Gartner, el investigador nos dice:

“El oro de Marmato no es de muy alta ley, pero los minerales que lo contienen se oxidan  muy rápido y liberan más oro físico, en la medida en que se los exponga al aire y al agua. Esta cualidad mineral permitió a los esclavos en esta región ahorrar para comprar su libertad. Esto, y la costumbre de los dueños de cuadrillas de permitir que sus esclavos extrajeran oro para sí mismos dos días por semana, tiempo que empleaban especialmente en el lavado de arenas auríferas, hacían posible que en Quiebralomo, Supía y Marmato un esclavo o esclava de veinticinco años de edad poseyera en oro una suma suficiente para comprar su libertad (Boussingault-1987-2008,39). En los documentos de la época se describe a los  “libres” como muy inclinados al trato comercial y no tanto al trabajo de las minas, ya que, con los pocos días que se ocupaban en trabajar las vetas, sacaban el oro que necesitaban y solo retornaban a ellas por necesidad- Gartner-2005,85).”



Esto, en cuanto  a la ilustración de modelos económicos caros a la reivindicación de algunas  comunidades. Porque en el otro plano- el de la magia y el rito- el autor nos revela detalles para  comprender en parte el entramado material  y espiritual en el que se han movido y se siguen moviendo estas comunidades . En las páginas 56 y 57 leemos:

“Otra noción muy interesante que encuentra Suárez- Guava (2013) es la de “entierro”: La noción de entierro es usada en el norte del Tolima para referirse a una riqueza enterrada, a una ceremonia fúnebre y a un tipo de trabajos de brujería (…)” (18). Es también usada por Zuluaga (1995): entre los habitantes de la vereda Brugo, en inmediaciones  del cañón del río Cauca, municipio de Toledo, departamento de Antioquia: (…) Los habitantes de Brugo distinguen entre sepulturas y entierros”.



En ese constante contrapunto documental, que va de las creencias ancestrales a la dura realidad económica y social de las zonas mineras, discurren las 208 páginas de este libro que, entre muchas otras cosas, nos  ayuda a comprender el sentido de una vieja frase, repetida  en muchos lugares del mundo cuando los  pueblos mineros se  refieren a la incursión ajena en sus territorios:

“El oro es el cagajón del Diablo”.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:


6 comentarios:

  1. No debe de haber gremio más supersticioso que el de los mineros, y como el subsuelo es una suerte de mundo inexplorado y misterioso, todos los que osan penetrar en sus profundidades han de encomendarse a entidades sobrenaturales para hallar las vetas o para protegerse de los peligros que conlleva esta riesgosa actividad. En Bolivia, pais todavia muy dependiente de la mineria, se venera al 'Tio', una especie de demonio benevolente, guardián de las riquezas minerales, representado por una figura sentada a tamaño natural, que generalmente depositan en un rincón de una galeria, adonde acuden los mineros para pedirle favores mientras le homenajean con hojas de coca, le cuelgan serpentinas y le ponen un cigarro en la boca, entre otros ritos, especialmente la época de Carnaval.

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  2. Mire por donde, apreciado José. Hace unos años, mientras adelantaba una investigación para un libro Mio titulado Crónicas del Diablo- que puede encontrar en tiendas de libros electrónicos- me topé con varias personas que me hablaron de ese singular personaje : "El Tío". Es más : me detallaron toda la parafernalia relacionadas con los rituales para convertirlo en aliado. Mejor dicho: Como decimos en mi tierra: ¡Ay Jueldiablo!

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  3. Gustavo, libros como reseñado ayudan a profundizar el tema de la minería, no sólo en Colombia. Valdría la pena revisar el trabajo de Carlos Julio González con un estudio comparativo. Tal vez una región de Bolivia y México ayudarían a plantearlo. Quizá allí la historia económica pueda proponer otras rutas de interés. No sé cómo esté la historiografía de la minería en el país, pero los trabajos que cruzan los tópicos propuestos por el antropólogo ayudan a entablar un diálogo que no está basado sólo en las leyendas, o en este caso, la brujería como adorno. Habría también que preguntarse sobre la religión popular. Cómo entra allí, quiénes pueden ser los patronos de los mineros y qué influjo existe en el ámbito planteado en la reseña. Abrazos.

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    1. Claro que si, apreciado Eskimal. México y Bolivia como centros de la explotación imperial española dieron lugar a un entramado económico, social, político, religioso y cultural que bien vale la pena abordar como una situación de conjunto, más allá de las particularidades de cada región o país.

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  4. Mi primer trabajo fue en las oficinas de una empresa minera. Tuve ocasión de aprender algo sobre la vida de los mineros, sus sufrimientos y sus escasas diversiones. Meses en el socavón, solos. Unos
    pocos días de juerga en la ciudad, con alguna puta y mucho vino... y de vuelta a la montaña. Los míos trabajaban el talco, no el oro. Poca magia...

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    1. " Poca magia", mi querido don Lalo. Ya imagino a sus mineros, con los pulmones hechos trizas y, por lo tanto, imposibilitados para cantar.

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