jueves, 22 de noviembre de 2018

Se le tiene






Es como  entrar a uno de esos hipermercados en los que el consumidor encuentra un producto para  conjurar cada temor y para satisfacer cada capricho, o “necesidad”, como les gusta decir a los expertos en publicidad y mercadeo.

¿Un deseo? Se le tiene.

¿Un miedo? Se le tiene.

¿Una obsesión? Se le tiene

Así son los libros de  “Frases célebres”, ese remedo de sabiduría comprimida en píldoras de todos los colores, escogidas para responder a las necesidades del cliente, según el momento y las circunstancias.

De Jesucristo a Gandhi, de Marx a  Benjamin Franklin y de Nietzche a Fukuyama, siempre habrá una sentencia  a la mano para que los perezosos y los desesperados se aferren a ella con el ahínco de quien encuentra  un madero en medio de un naufragio.



Es simple: frente a la incertidumbre y la complejidad del mundo, el talante lapidario de las frases célebres funciona al modo de un imán.

Son como luces de bengala en medio de la oscuridad.

Una duda, una congoja, un manojo de preguntas sin respuesta siempre encontrarán la frase de  un pensador célebre o de un personaje famoso que les sirva de muleta.  “Platón dijo”,   "Mark Twain afirmó”,   “Alejandro Magno sentenció”,  exclama el dubitativo y las cosas parecen quedar zanjadas.

¿Quién se atrevería a poner en duda el celebérrimo “Solo sé que nada sé”, atribuido a Sócrates?

Sin embargo, basta uno solo de  los razonamientos de la Crítica de la razón pura, para que se resquebrajen los cimientos de ese edificio.

Pero, para tranquilidad de  los editores de frases célebres y de sus millones de lectores, es mejor dejar las cosas así.

Ya sea que se trate de una  humilde y lúcida  aceptación de ignorancia o de un ingenioso juego de palabras enfocado a desorientar al interlocutor, la frase en cuestión parece disolver las tinieblas del pensamiento: si eso le pasó a Sócrates ¿Qué pueden esperar de mí?

Encuentro en un “Agáchese”  un ejemplar de  El gran libro de las citas de frases célebres. Como sucede  casi siempre, el libro no tiene autor ¿Quién podría responsabilizarse  de semejante montaña de pensamientos?

Abro la página setenta y tres y me doy de narices con uno de los más célebres textos de auto superación: El principito, un breviario de lugares comunes sobre el mundo infantil, firmado por un aviador desaparecido. “Las personas mayores nunca pueden comprender algo por si solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”. Ignoro cuántas veces  se ha recitado ni a  cuántas lenguas se ha  traducido la frase de marras. Pero  sí he visto demudarse los rostros de muchos adultos cual si estuvieran ante una  revelación.

Los comprendo: cada vez que se pronuncia una frase célebre se acrecienta su prestigio: en este caso, la sabiduría parece ser un asunto de acumulación.  De tanto repetirlo, nadie se atreve a poner en duda la validez del aserto.

Unas páginas más adelante me encuentro- cómo no- con el   nombradísimo “Dios ha muerto” de Nietzche, sentado junto al no menos famoso “La religión es el opio del pueblo”, de Karl Marx.



Al  compilador parece tenerle sin cuidado que,  a pesar de las apariencias y salvada la coincidencia de nacionalidad, los dos autores  nada tienen en común. Mientras Marx pensaba a Dios desde su condición judeo cristiana y desde  las raíces de la economía política,  Nietzche  especulaba  acerca de una divinidad cuya trascendencia se había disuelto en los meandros de la conciencia moderna: era el paso necesario para la aparición del Súper hombre.

Pero  no importa, si de paso las píldoras nos evitan la arriesgada aventura de leer al autor de El Capital y al forjador de Así habló Zaratustra: frente a una antología de frases célebres nadie corre peligro.

Ahora soy yo quien enfrenta una encrucijada.



Ya pagué el  ejemplar pero no me lo quiero llevar. Sería como trajinar por las calles con un trasto inútil a la espalda. O como  atiborrarse  con un montón de comida de imposible digestión.

Así que lo dejo junto a la pila de  libros cuyos editores tienen idéntico propósito: encandilar al prójimo con la ilusión de que la sabiduría se puede ingerir en  comprimidos.

¡Olvidó su libro, señor, olvidó su libro! oigo gritar al vendedor cuando estoy a punto de doblar la esquina.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada 

2 comentarios:

  1. Ja, lo de los libritos no es nada, al menos uno tiene la posibilidad de no comprarlos o soslayarlos directamente. Menos mal que usted no carga a cuestas un SmartPhone, la cantidad de frases obvias y otras tonteras de autosuperación son replicadas por amigos y parientes como si fuera deporte nacional. No hay antídoto contra eso, tremenda plaga que se propaga como un virus, toca borrarlos pacientemente a riesgo de perder datos valiosos por error. Estamos jodios a diestra y siniestra.

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  2. ¡ Santo Cielo! Y yo que escribí este texto pensando en la posibilidad de encontrar un antídoto para ese mal en los meandros de internet, que todo lo puede, apreciado José.

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