jueves, 5 de diciembre de 2019

Las alas rotas de El Halcón Maltés





En el año de 1530 los Caballeros de la Orden de Malta le regalan al emperador Carlos V una estatuilla con forma de halcón que, según la leyenda, contenía en su interior una o varias piedras preciosas.

Igual que hoy, así  se jugaba al poder político en esos tiempos.

Cuatro siglos después, en la soleada  San Francisco, el detective Sam Spade le sigue el rastro a una  banda de forajidos que a su vez  persiguen la pista de la joya.

Como bien sabemos, El Halcón Maltés  es la más celebrada novela del escritor norteamericano Dashiell Hammet. La  obra fue llevada al cine por John  Houston en 1941,  en plena  Segunda Guerra Mundial.

El poderoso efectismo del cine hizo que desde entonces asociemos a Sam Spade con el rostro inteligente, duro  y cínico del actor Humphrey Bogart.

Pero Sam Spade es mucho más que eso: es el símbolo de una época en la que las ilusiones de progreso incesante, gestadas desde el  Renacimiento y apuntaladas  por la Revolución Industrial se venían abajo.

Entre una guerra mundial  y otra se produjo el desastre económico de los años treinta y se abrieron las puertas para  que a la alegre y despreocupada década del veinte le sucediera un encadenamiento de pesadillas que ya no  tendría fin.

El sueño americano resultaría ser tan  seductor, elusivo y frágil como  El  Halcón Maltés.


Pero ¿Quién fue este Dashiell  Hammet?

A revelarnos sus múltiples rostros dedica la escritora Diane Johnson las cuatrocientas páginas de su libro Dashiell Hammet, Biografía, publicado en español por Seix Barral en 1985.

Autora a su vez de cinco novelas, Johnson  se consagró a escudriñar en la vida  y obra de Hammet  con  agudeza y paciencia dignas del mismo Spade.

Desde los días de infancia   del escritor, los conflictos con su padre y su permanente persecución de un algo que siempre se le escapa de las  manos, Diane Johnson teje una trama que muy pronto trasciende los modelos de la  biografía convencional para  adentrarse en un universo que es a la vez el de la mente de Hammet, lúcida y atormentada, y el estado de conciencia de un país poseído por la corrupción y asediado por el fantasma del comunismo.

El mismo fantasma  que anunciaran Marx y Engels en su célebre Manifiesto Comunista.


Como Spade, Dashiell Hammet fue  un hombre convencido de que se debe vivir como se piensa o no pensar en absoluto.

Por eso,  su  biógrafa nos lo muestra paladeando las delicias de su éxito como escritor y guionista de cine, al tiempo que se enfrenta sin miedo a  la cacería de brujas desatada por el Comité Nacional para las Actividades Antiamericanas, que acabaría llevándolo a la cárcel durante una temporada.

Eran los días más duros del maccarthysmo.

Algunos personajes de sus novelas y cuentos dejan ver esa característica de la personalidad de Hammet: su irrenunciable vocación de ser coherente, sus convicciones políticas y su voluntad de   mantenerse honrado en un mundo que olía a podrido por todas partes.

Para documentarse a fondo, Diane Johnson  habló con  la ex esposa del autor, con sus hijas, colegas, antiguos compañeros de Hollywood, camaradas de luchas políticas y vecinos.

Consultó además antiguos archivos, sobre todo los de los juicios que se le siguieron y eso le permitió aproximarse a los sentimientos del americano promedio durante esos días de  paranoia en los que,  como en cualquier Estado totalitario, el vecino que compartía la cena con uno la noche anterior era capaz de denunciarlo ante el todopoderoso FBI a la mañana siguiente.


De sus tiempos tempranos como detective de la agencia Pinkerton, Hammet aprendió dos cosas que ya no lo abandonarían: que frente a los embates del poder la vida humana vale menos que nada y que detrás de las vidas en apariencia exitosas alienta siempre esa clase de sordidez que es la expresión más humana del sinsentido de todo.

Es decir, la misma clase de certezas que deja entrever un autor como Albert Camus en todas  sus  obras.

Esa desconfianza  en el mundo hizo que a  Hammet  no le importaran ni el dinero ni la gloria.

Por eso, cuando   los alcanzó, los dilapidó a manos llenas hasta  volver a la pobreza y el anonimato iniciales.

Para él esa vuelta al camino constituía la única forma posible de redención.


Nunca le importó si ese viaje implicaba ahogarse en litros de alcohol o perderse en el mundo sin ilusiones y por eso mismo tan sincero de las putas.

Al final el libro de Diane Jonhson nos muestra a Hammet agonizando en su cama de hospital, mientras la leal y estoica Lillian Hellman, escritora, amante y amiga del novelista lo ve contemplar con horror el rostro de la nada.

Con las alas ya del todo rotas, El Halcón Maltés alcanzaba  finalmente un  instante de sosiego.

PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada








2 comentarios:

  1. Yo leí primero a Chandler y después a Hammet. Me gustaron mucho los dos, pero no sabía muy bien si era por la calidad de la historia que contaban, la buena escritura o el cinismo de los personajes. Hasta que me di cuenta que no era el cinismo convencional, amoral, sino una máscara del trasfondo ético de los héroes: tanto Marlowe como Spade encaran su trabajo como enfermeros o médicos en zona de guerra, como un trabajo, un deber que te puede matar pero que tienes que hacer por dignidad. Esta comprobación fue importante para mí cuando leí a estos tipos hace más o menos un siglo.

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  2. Ja. Mil gracias, mi querido don Lalo "El centenario". Usted señaló la clave : para hombres como Marlowe y Spade, lejos de ser un defecto, el cinismo es una suerte de coraza que les permite hurgar en la podredumbre, sin volverse jamás cómplices de ella.
    De ahí el elevado tono moral de sus posturas.

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