Yo no quiero comodidad.
Yo quiero a Dios, quiero
poesía,
quiero peligro real, quiero
libertad,
quiero pecado.
El corazón del Estado Único
La declaración
de principios inicial pertenece a John, apodado El Salvaje, personaje clave de la novela Un mundo Feliz del escritor británico Aldous Huxley, ocho años posterior a Nosotros, del ruso Yevgueni Zamiatin, publicada primero en inglés en 1924 y seis décadas más tarde en ruso, en 1988,
durante el llamado deshielo previo a la desintegración de la Unión Soviética.
La misma Unión
Soviética que empezó con la promesa de instaurar en la tierra el paraíso de los
trabajadores, el regreso a una improbable Edad
de Oro y no tardó en convertirse en pesadilla para millones de seres
humanos, como sucede con todas las promesas que hablan de la humanidad en
abstracto, como si se tratara de un gigantesco bloque monolítico y no del
siempre impredecible resultado de las relaciones y choques entre seres
disímiles y movidos por distintos intereses.
El Salvaje, si bien fue
concebido por Huxley, puede ser el punto de fuga que nos permita trazar una
línea común entre las tres grandes novelas distópicas del siglo XX: Nosotros, 1984 de George Orwell y la
mencionada Un mundo Feliz.
Es más, los protagonistas de las tres obras
podrían desplazarse entre ellas por una suerte de pasadizo secreto. Por ejemplo,
trasladado a la novela de Zamiatin, El
Salvaje podría devolverle el equilibrio a un mundo enfermo por exceso de
racionalización, donde se rinde culto a Frederick Winston Taylor, ingeniero
mecánico norteamericano, célebre por sus fórmulas enfocadas a la organización
científica del trabajo que, un siglo después, siguen inspirando a muchos
capitanes de empresa en el mundo entero.
Son tantas las
similitudes, que en todos los casos el concepto de Estado Único vale para el tipo de sociedad que se ha implantado.
Si Taylor es un
profeta, Henry Ford es la divinidad y su célebre automóvil T Ford, el camino a seguir
si se quiere alcanzar la felicidad sobre la tierra. Tanto, que en lugar
de la cruz de los cristianos, el gran símbolo del mundo fordiano es una T, ante
la que todos deben postrarse. A diferencia del cristianismo, en este mundo no
hay un antes y un después de Ford, porque la historia del Estado Único empieza con él.
Un detalle: en
la Tabla de valores del Estado Único,
nociones como el alma, la soledad, la libertad o la individualidad son
enfermedades incurables, estorbos para el propósito último de limitar lo
infinito, que es el suelo donde florecen la belleza y la poesía, conceptos
altamente subversivos, porque “Los poetas
siempre llegan a Marte primero que los científicos”, según sugiere un
disidente y eso constituye en sí mismo una herejía intolerable.
El narrador de Nosotros es D-503, ingeniero encargado de diseñar, poner en marcha y capitanear
El Integral, la nave creada para llevar
el mensaje de El protector y de
replicar su modelo de sociedad en todos los rincones del universo. En el Estado Único no hay nombres personales:
eso supondría la existencia de individuos, lo que representaría una amenaza
para los propósitos del poder. Los
individuos piensan, dudan, sueñan, cuestionan y, para colmo, se enamoran, razón
suficiente para extirpar de cuajo esos síntomas de decadencia. De hecho, al
final de la novela asistimos a una escena donde los números hacen fila para
someterse a una cirugía de cráneo cuyo objetivo es suprimir el lugar donde
nacen todos esos peligros: el génesis mismo de la fantasía. Una vez sometidos a
la cirugía todos serán al fin felices, según el modelo fijado por el poder. Y
el que no acepte ser feliz será castigado. En el fondo de todo esto subyace una
idea: “Si la libertad del hombre es cero,
entonces no comete delitos”, lo que equivale a decir que no tiene deseos de
transgredir la Tabla de las Leyes.
D-503 lleva un Diario en
el que lo anota todo, incluidas sus dudas, y esto lo convierte en ser
vulnerable y, por lo tanto, todavía humano. Sus congéneres, los números, habitan
una ciudad de cristal y acero donde no hay privacidad; si no hay privacidad no
hay Yo y la supresión del Yo da lugar al Nosotros, el Estado Único, la sociedad Fordiana sometida al “Bienaventurado yugo de la razón”.
Desde luego,
hablamos de la “razón” según El protector.
Los sometidos a ese yugo son incapaces de juicios críticos y morales. De ahí la
insistencia en que la velocidad de la lengua ha de ser algo menor que la más infinitesimal parte del pensamiento. Esta idea nos conduce en línea recta a la Neolengua propuesta por El Gran Hermano en 1984, la novela de George Orwell publicada en 1949. En la Neolengua las palabras son despojadas
de su sentido inicial, al tiempo que la sintaxis es quebrantada al punto de anular el sentido. El resultado, por
supuesto, es reducir el pensamiento a su mínima expresión. En últimas el
lenguaje deviene aparato ortopédico que sólo sirve para mandar y obedecer.
Pero ya
volveremos a 1984 y a Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley, publicada
en 1932, ambas obras emparentadas con Nosotros,
la obra de Zamiatin que por ahora nos ocupa.
En el lenguaje empobrecido de los habitantes de
la ciudad de cristal y acero existe un eufemismo, “Bajar las cortinas”, para referirse al acto de retirarse a cumplir
con las funciones sexuales, porque el sexo ha sido reducido a eso, una función
que no necesariamente tiene fines reproductivos y es sólo otra manifestación de unos
automatismos entre los que ni siquiera la reproducción está contemplada.
Tanto, que al
sucumbir a la tentación de engendrar un niño en el vientre de una mujer llamada
O, D-503 se convierte en un apestado ante sus propios ojos.
En el mundo del
bienhechor todos los esfuerzos se dirigen a un fin último: que un día no lejano la totalidad de los 86.400
segundos del día estén controlados. Mejor dicho: el sueño de Frederick Wislow
Taylor llevado a s su máximo nivel de
perfección. Por esa razón, en este universo hay cuadrículas para todo: el Departamento de Cuestiones Sexuales es
apenas una de ellas. También existen El
Día de la Justicia y el Día de la
Unanimidad, en el que se reelige al supremo bienhechor para la siguiente
franja de eternidad- recordemos el propósito de limitar lo infinito-.
Como no podía
ser de otra manera, en esas tablas la poesía es tan sólo una función del poder.
Eso explica que se fabriquen versos como estos:
“¡Oh”/ ¿Por qué no seré poeta para ensalzarte
dignamente/ Oh tabla de las leyes?/ Tú, que eres el corazón y el pulso del
Estado Único”.
Un Mundo Feliz:
el viaje de Hesíodo
Volvamos con John El salvaje a su patria inicial.
El sueño de
vivir en un estado mejor, pleno de felicidad y justicia ha acompañado a los
seres humanos en su largo recorrido. Alienta en el mito del Paraíso Terrenal del Antiguo Testamento. Aparece en las
páginas de Los trabajos y los días,
de Hesíodo. Siglos más tarde lo encontramos en Tomás Moro, en Francis Bacon, en
Tomaso Campanella, en Rousseau y, por supuesto, en Proudhon, Owen, Fourier, Saint Simon y otros
que prefiguraron la esencia de la idea comunista de una sociedad sin clases en
la que todos los hombres serían iguales y dichosos.
En ese trasfondo
debemos leer las novelas de Zamiatin,
Huxley y George Orwell. Los tres escribieron sus más conocidas obras cuando el
proyecto de los soviets estaba en marcha a la vez que se percibía el nacimiento
de la pesadilla nazi. Vistas así las cosas, no es casualidad que las tres obras
(Nosotros, Un Mundo Feliz y 1984), estén llenas de tablas,
departamentos y regulaciones dirigidas a eliminar el individuo con su tendencia
hacia la duda y el desencanto.
Si en Nosotros “Hermoso y placentero es solamente lo racional y utilitario”; si los
vigilantes o protectores, equivalen a los ángeles de la guarda de la imaginería
cristiana, en el mundo feliz de Huxley lo mejor es empezar a levantar
muros- o a limitar lo infinito- desde
antes del nacimiento. Igual que en Nosotros
“La poesía no es un sollozo dulzón de
ruiseñores, sino que, al servicio del Estado se ha convertido en un elemento funcional
y útil”. Cualquier parecido con el Realismo
Socialista de los tiempos de Stalin o la Revolución Cultural del catecismo maoísta no son mera coincidencia.
El universo de
la novela de Huxley se sostiene sobre un dogma: “En una época de tecnología avanzada, la ineficacia es un pecado contra
el Espíritu Santo”. La ineficacia, el demonio combatido por el método de
Taylor y sus prosélitos. Acto seguido se declara que “El amor a la servidumbre sólo puede lograrse como resultado de una
revolución profunda, personal, en las mentes y los cuerpos humanos”.
Para conseguirlo está la ciencia, asumida en su
peor sentido. De ahí que existan entes cono el Centro de Incubación y
Condicionamiento, sostenido en la existencia de Sucedáneos del Embarazo para
suplir viejos atavismos y conjurar cualquier interrupción en la marcha de la
máquina. A resultas de esos las madres no deben ya preocuparse por el cuidado
de los hijos, porque son propiedad del Estado.
Como en toda
máquina, la garantía de ese mundo feliz se soporta en el perfecto engranaje de las
piezas. Al fin y al cabo, la fecha de introducción del primer modelo de
automóvil T Ford se considera el momento
de inicio de la Nueva Era. Igual que se hace con los automóviles, aquí
cada pieza debe ser manipulada con perfecta precisión. La clave de todo está en
la repetición. Eso explica la obsesión
de repetir los individuos a partir de su manipulación genética. Desde su
fabricación en el laboratorio- palabras como concepción y gestación están
proscritas en tanto rezagos de los viejos tiempos- se les clasifica con el
ordenamiento anacrónico del alfabeto griego: Alfas, Betas, Deltas, Gammas, Epsilons, dependiendo de la
predestinación genética. ¿Predestinación? Si, ese concepto tan caro a la
tradición protestante ha sido adaptado para darle un sentido trascendente al
proyecto de su Fordería Mustafá Mond, el
equivalente de El Protector y
de El Gran Hermano : no es cualquier cosa alcanzar la
felicidad para unas criaturas proclives al escepticismo y la desdicha. Si
cada una de esas piezas fabricadas en el laboratorio lleva inscrito en sus
células el rol que han de jugar en el mundo las cosas serán más fáciles.
Si, además del control genético, se diseña una
estrategia de vigilancia, castigo y supresión de disidentes- en todas partes
surgen los aguafiestas- el poder dispone de múltiples estrategias para su
extirpación. Para los devotos de la cultura existe el sistema de gaseado con
Licrorefil. Para conjurar veleidades rebeldes están la hipnopedia y el
condicionamiento neopavloviano, por ejemplo. Pero hay más: supresión de libros,
voladura de monumentos históricos. Por esa vía se consigue anular el pasado,
ese incómodo y peligroso fantasma, creando otro a la medida de la Nueva
Era. A esta altura, encontramos otro
elemento en común con las novelas de Orwell y Zamiatin.
Como si esos
recursos no bastaran, el régimen tiene las oficinas de propaganda, tan eficaces
para los poderosos de todos los tiempos, las escuelas de ingeniería emocional o
periódicos como El Espejo Delta, escrito
con palabras de una sola sílaba, en prefiguración de la Neolengua de Orwell. Helmholtz Watson, uno de los personajes claves
de Un Mundo Feliz, lo percibe con
exactitud: “Las palabras pueden ser como
los rayos X, si se emplean adecuadamente, pasan a través de todo”. De ese
razonamiento se desprende algo que los publicistas conocen desde siempre: “Sesenta y dos mil cuatrocientas
repeticiones crean una verdad”,
según pensaba Bernard Marx, especialista en Hipnopedia, utilizando una frase de
un personaje del mundo real: Goebbels, el jefe de propaganda de Hitler, pionero
de lo que después sería bautizado con
otro eufemismo: Comunicación Política, para referirse a la mentira pura y dura.
Pero en toda
estructura, por sólida que parezca, a la larga aparecen fisuras. Y en este caso, como bien lo saben los dictadores
de todos los tiempos, esas grietas provienen del humor y de los sentimientos,
dos características irrenunciables de lo humano. Esos dos componentes se reúnen
en la figura de una muchacha llamada, no por casualidad, Lenina, que se enamora
del a menudo apocado y en otras audaz personaje de Un Mundo Feliz llamado Bernard Marx, en cuyo corazón anida a ratos
el bicho de la insatisfacción y de la duda, aunque acabe sometiéndose
a los designios de la máquina confundida al fin con su creador.
Ese guiño de
ironía aparece expresado en etiquetas como “Blues
Maltusianos” o en el apellido Engels de otro personaje, síntomas de que la
máquina no alcanzará jamás la perfección, porque en su engranaje no se puede
ser feliz sino de una sola manera.
Los libros que
sabemos
“Los mejores libros son los que nos dicen lo que ya
sabemos”, sentencia Winston, el protagonista de la novela
1984, la última de la saga de grandes
obras distópicas publicadas a partir de la edición de Nosotros en inglés en 1924.
¿En qué consiste
eso que ya sabemos? La parábola de Orwell no deja de repetirlo en cada una de
las páginas de su obra más evocada. El poder no puede dormir tranquilo en tanto
no haya logrado controlarlo todo. Y ese todo incluye tanto las reglas de funcionamiento
de la sociedad como el más escondido pliegue de la conciencia de los individuos.
Como sucede en
las novelas de Zamiatin y Huxley, alcanzar esos objetivos exige delimitar el
infinito, reducirlo todo a cuadrículas, según el modelo propuesto por el ingeniero
Taylor. En 1984 abundan los
compartimientos. En atención al
propósito definido en cada cuadrícula, los métodos se enfocan hacia la
modificación del pasado según la conveniencia del presente (recordemos la
destrucción de libros y monumentos de Un Mundo
Feliz donde, además, se aconducta a los niños para que odien los libros y
las flores). En 1984 hay caza y
destrucción de libros que nos remiten a otra novela de la que no nos ocuparemos
en esta ocasión: Farenheit 451, de
Ray Bradbury.
En la
fabricación del pasado y, por lo tanto, del presente, interviene la Policía del Pensamiento a través de
organismos como el Departamento de Novela
donde las obras no se crean sino que se
fabrican al ritmo de las necesidades del Gran
Hermano, entendido como suprema encarnación del Partido, o del Estado, esa figura tan cara a Hegel y Hobbes. También
encontramos El Ministerio del Amor y
el de la Abundancia. En esas piezas no pueden existir fisuras, porque “Incluso el progreso técnico sólo puede
darse cuando sus productos son útiles para disminuir la libertad”. En ese
mundo, la familia ha sido reducida a mera extensión de la Policía del Pensamiento
En 1984 también
hay un catálogo de conceptos sospechosos: la libertad es uno de ellos. Pero
también están, cómo no, el amor, la fantasía, el deseo, todos ellos amenazas
para el estado de cosas. Esa sospecha se deduce de las frases que se repiten a
modo de consignas por todas partes: “La
guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”
Sólo así se entiende la explicación que O Brien le da a Winston mientras lo
tortura:
“ No destruimos a los herejes porque se nos
resisten. Mientras los resisten no los destruimos. Los convertimos,
captamos su mente; los reformamos. Al hereje político le quitamos todo el mal y
todas las ilusiones engañosas que lleva dentro. Lo traemos a nuestro lado, no
en apariencia sino verdaderamente en
cuerpo y alma. Lo hacemos uno de nosotros, antes de matarlo”.
A través de esas
palabras, capta uno la honda ironía que se desprende de esta frase de un
personaje: “ En el Estado Único todos
tienen el derecho de someterse al castigo”.
Estamos ante el
mismo programa de control que recorre las páginas de Nosotros y de Un Mundo Feliz.
En algunos casos los métodos difieren. En otros coinciden. Pero hay un detalle que los hermana: el talante letal de todas las formas de poder, independiente
del ropaje utilizado para presentarse. En su búsqueda del control absoluto,
poco importa si es el modelo diseñado para producir el automóvil T Ford, la manipulación genética o un
sofisticado aparato de propaganda. Al final, el poder y sus encarnaciones sólo
estarán tranquilos cuando hayan logrado extirpar todo lo que suene a libertad,
a crítica, a disfrute de la vida que no
esté prescrito en el catálogo, en la lista de mandamientos.
No es azaroso
entonces que en las tres obras el principal síntoma de rebeldía sea el
enamoramiento, esa suerte de conmoción interior que puede echar por tierra la
sólo en apariencia monolítica estructura del poder. Cuando Watson y Julia sienten dentro de sí el
aleteo del amor, Cuando John El Salvaje experimenta en sus entrañas el mismo fuego
que animó a Romeo y Julieta en la obra de Shakespeare y cuando D-503 es
sacudido por la presencia de I-330, la mujer que lo eleva más allá de la
satisfacción programada, se están asomando a una de las más antiguas formas de
subversión, prefigurada en la historia de Adán y Eva del Antiguo Testamento.
Poco importa si
la esclavitud viene envasada en forma de sensación agradable, porque John El Salvaje lo captó con plena lucidez:
la felicidad que le ofrecen en una combinación de pastillas y obediencia no
contiene grandeza. Sólo la tragedia se acerca a esta última, como bien lo
señalaron los antiguos griegos.
En Un mundo Feliz crean esclavos en el
laboratorio. En 1984 lo consiguen con
base en propaganda. En Nosotros combinan
todas las formas. En las tres novelas la manipulación del lenguaje, es
decir, del pensamiento, es consustancial
a los objetivos del poder. Por eso se he hacen enormes esfuerzos para recortar
las palabras y dislocar la sintaxis. Si lo consiguen el universo se empobrecerá
y será mucho más fácil que las piezas se ajusten al engranaje de la gran
máquina.
Sin embargo, con
todo y lo pesimista que pueda resultar el panorama trazado por los narradores,
el mundo del ciudadano feliz, trabajador y consumidor de bienes todavía ofrece
grietas. Y por esas grietas se cuelan los bárbaros, los dadores de vida.
Ese es el clamor de resistencia que llega
desde los márgenes como se deduce de las palabras pronunciadas por John El Salvaje , cuando escucha decir que “ Uno puede llevar al menos la
mitad de su moralidad dentro de un frasco”:
“Quieren librarse de todo lo desagradable en
lugar de aprender a soportarlo”, replica.
No sé si Huxley
y Orwell leyeron la novela de Zamiatin antes de escribir las suyas. Pero,
después de hacer una lectura simultánea y a veces entreverada de las tres,
queda la certeza de que miraban en la misma dirección cuando crearon esos
personajes asomados con los ojos bien abiertos al mapa del infierno que llamamos
Historia.
PDT . Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=Kju1O3laFBw