jueves, 28 de diciembre de 2023

Experiencia mortal

 



Es curioso. A medida que la realidad se banaliza y las cosas pierden consistencia, el lenguaje se hace más sofisticado, en una especie de intento de compensación. A lo mejor se alienta la esperanza de que el resplandor de las palabras distraiga de la pérdida de sentido de nuestros actos.

Caminaba por el centro de Pereira cuando vi el anuncio a la entrada de un Centro Comercial:   Experiencia capilar, nuestras manos son lo mejor para usted. La frase titilaba desde el fondo de un tablero electrónico. De entrada pensé en un sitio de masajes, aunque no me resultaba claro a qué pelos se referían con lo de experiencia capilar ¿O se trataba de una nueva terapia basada en los secretos de las melenas al estilo Sansón?

Me acerqué un poco más y descubrí, un tanto decepcionado, que se trataba de una simple peluquería. Perdón, olvidé que, siguiendo la corriente de los tiempos, los peluqueros desaparecieron hace rato.  Ahora se llaman asesores de imagen.

 Mi abuelo Martiniano se hubiera quedado de una pieza. “Camine mijo a que nos peguen una peluquiada”, decía el viejo cuando me veía el pelo sospechosamente cerca de los hombros.  El culto a la imagen estaba todavía lejos. Al menos en su escala de valores era más importante ser que parecer.

Unas cuadras más adelante pensé con tristeza en mi compinche, el escritor Rigoberto Gil Montoya. Ni en el más delirante de sus sueños el pobre hombre podrá vivir una experiencia capilar: hace décadas el último pelo huyó de su cabeza como quien escapa de un enemigo implacable.

El asunto está claro: uno ya no va a que lo peluqueen sino a vivir una experiencia capilar pero ¿ cuándo se produjo ese cambio?

A primera vista tiene una relación con la asepsia del lenguaje, esa manía de no llamar las cosas por el nombre, que se gestó en los terrenos de la corrección política y pronto se trasladó a otras instancias de la vida ¿Recuerdan la expresión “pesca milagrosa” para referirse a un secuestro masivo o  “falso positivo” para  aludir a un asesinato?.




“Dorar la píldora” le decían antes a esa forma de la hipocresía y el disimulo. Y aquí vamos encontrando el hilo del asunto. Los magos de la publicidad y el mercadeo aprendieron bien temprano que la necesidad de ascenso social y el consiguiente reconocimiento son dos de los grandes motivadores de la conducta humana. Diferenciarse, o al menos sentirse diferente de los otros se convierte en algo esencial. El hábito de salir de compras apunta en esa dirección: consumo, luego existo.

Y es ahí donde las palabras, al menos en apariencia, recuperan su papel fundacional. Nombrar las cosas de otra manera es asignarles un nuevo lugar en el mundo, por ilusorio que este sea.

Así que, aupada por la publicidad y por el ímpetu de competir, la gente dejó de salir de paseo y en su lugar emprendió una experiencia de viaje. Las personas no volvieron a comer para dedicarse a tener experiencias gastronómicas. Ya no se asiste a cine sino a una experiencia cinematográfica. Como sucede siempre, muy pronto esa práctica alcanzó niveles de estupidez. Hace unos meses le escuché a un yuppie de la parroquia decir que su padre estaba viviendo una experiencia de cáncer. Por lo visto, la fórmula de los publicistas   empezaba a perder su connotación placentera para tomar otras derivas.

Con las cosas de ese tamaño no resistí la tentación de escribir que mi abuelo Martiniano no se murió a secas,  o que “estiró la pata” como a él le  gustaba decir  en ese lenguaje montañero que me dejó a modo de herencia, sino que tuvo una experiencia mortal en un enero, hace ya  cincuenta  años.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=kw4cbx3tVGY

 

 

lunes, 4 de diciembre de 2023

Serrat: lo nuestro es pasar

 

                                              Ilustración de Stella Maris para LaColadeRata


 

En uno de esos cuestionarios predecibles que le formulan a la gente célebre, el entrevistador le preguntó a  Joan Manuel Serrat:

-¿Quién es la  persona más entrañable en su vida?

El cantor catalán lo dudó un par de segundos antes de responder en medio de una carcajada:

-Iba a decir que mi mamá, pero me acordé de Ronaldinho.

Ese fino humor es una de las improntas de su personalidad y de su obra poético- musical. Es su manera de hacerle un guiño permanente al absurdo y a la ironía como antídoto contra todo trascendentalismo, aunque se refiera a los asuntos más graves. Por eso mismo, cincuenta años atrás pudo responderle a otro periodista, inquieto por su renuncia a representar a España en el Festival de Eurovisión si no le permitían cantar en catalán:

Periodista: Serrat: ¿Quién a Eurovisión?

Serrat: ¡A mí que me importa!

La capacidad para burlarse de sí mismo y del mundo es, bien lo sabemos, una virtud cada vez más escasa en un mundo regido por una egolatría sin límites traducida en la pregunta tantas veces oída: ¿Usted no sabe quién soy yo?

Desde luego, esa impronta es también un asunto cultural. No por azar, el folclor catalán produjo  esos célebres muñecos conocidos con el nombre de Caganers que, en efecto, aparecen en cuclillas cagando ante la vista del respetable. ¿A quién se le ocurre semejante burla en una ciudad que se autodenomina condal y cuya matrona es la mismísima Nuestra Señora de Montserrat?.




Pienso en esas cosas ahora que el poeta se apresta a celebrar ochenta años de vida, mientras los fieles devotos de sus versos no paran de crecer, como lo recordaron los organizadores de un reciente tributo brindado por la Universidad de Harvard.

¿Dónde reside el secreto de su vigencia?, preguntan algunos. En primer lugar, no hay secretos. Cosa rara en el mundo del espectáculo, Serrat ha permanecido fiel a sí mismo. Formado en la lectura de los poetas del Siglo de Oro, así como la de los de las generaciones del 98- la de la Guerra de Cuba- y la del 27- la del preludio de la dictadura franquista y la de entreguerras mundiales-, su acento es el de un romántico descreído que les rinde tributo a las causas perdidas.

Consciente de que para seguir siendo hermosa la utopía no puede materializarse sin devenir pesadilla, Serrat no ha hecho nada distinto a cantarle en sus versos:  Y para no olvidarme de lo que fui/ mi patria y mi guitarra/ las llevo en mi/ una es fuerte y es fiel/ la otra un papel.

Dicho de otra manera, lo suyo es la coherencia entre la persona y la obra. Entre el amigo, el padre, el esposo y el hombre público, como lo anotó su compinche Joaquín Sabina que, sin embargo, le reclama en una canción: Mi primo el Nano/ que no me toca nada y es mi hermano.




Lo mismo sentimos los amantes de ese cancionero ya antológico: como si de primos suyos se tratara. No podía ser de otra manera con este fulano hecho del más puro desparpajo. Volviendo a su pasión por el equipo de casa, al que aprendió a amar en la infancia cuando correteaba pelotas astrosas en las calles del Poble Sec, una vez declaró que al Barca le dicen el equipo culé por el dolor de culo que produce entre la hinchada su ciclotímica historia llena de gloria y desastres.

Lo nuestro es pasar, cantó su querido Antonio Machado. En su tránsito, el primo Nano nos ha regalado bellezas como esta:  Irene tiende sus trapos al sol/ prestando misterios a la siesta/ de bragas comprometedoras/ y sábanas alcahuetas/ Irene tiende el alma en el balcón/ y el viento indiscreto la explora/ resucitando formas/ gorditas y habladoras.. Ese guiño a las delicias y pavores del sexo es apenas uno entre los muchos pequeños milagros deparados por este cantor que, como Dylan, Cohen, Aute o su querido Joaquín, puede decir con don Antonio: He andado muchos caminos.

Los caminos de América

Vuelve Serrat, el español más querido de América, tituló en su portada la revista Cambio al despuntar la década del ochenta. Y no se quedó corta: para al menos dos generaciones de latinoamericanos y españoles Serrat es símbolo de libertad, de respeto, de solidaridad y, claro, de utopías. Ay Utopía cómo te quiero/ porque les alborotas el gallinero, dice en una canción. Para el poeta catalán, lejos de ser quimera la utopía es fuerza propulsora. No importa si a cada tanto nos damos de bruces contra la prosaica realidad. De ahí que en un continente donde todo está por hacerse- a despecho de los profetas de El fin de la Historia- los versos de Serrat suenan a promesa y huelen a pan fresco de cada día.

De México a Argentina sus canciones son plegaria, acción de gracias y grito de rebelión, todo a la vez. No por casualidad, seres tan siniestros como Pinochet y Videla decidieron que sus discos y sus canciones resultaban peligrosos. Por eso su regreso al cono sur prefiguró el fin de las dictaduras. ¡ ¡No se va/ El Nano no se va! coreaban los asistentes a sus  recitales.




Es tanto el fervor, que hasta se le perdona su militancia en el Partido Socialista Obrero Español, esa entelequia de la cual sus críticos aseguran que sólo se puede verificar su españolidad porque lo de socialista y obrero ya es pura arqueología.

Candela Tiffón, la esposa de Serrat, odiaba el Camp Nou, el estadio del Barca.  Decía que su marido pasaba más tiempo en sus graderías que en casa… hasta que llegó Ronaldinho y fue ella la que se mudó al estadio. Así que el genial brasileño fue el responsable de que se les viera juntos en el palco enfundados en sendas camisetas azul y grana.

De esos pequeños detalles están hechos la vida y obra de este cantor de pequeñas cosas que no ha parado de andar los caminos desde su nacimiento en el Poble Sec un 27 de diciembre de 1943- por un pelo no vino al mundo el Día de los santos Inocentes-.

Y ahí va, con su guitarra al hombro y su irrevocable voluntad de volcar el mundo en una canción.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=KiiV6PJPaJc

 

lunes, 20 de noviembre de 2023

Alcalde: ¿"La radio que llevas en el corazón"?

 




“Dime de qué presumes y te diré qué te hace falta”, reza un viejo proverbio, certero como toda sabiduría digna de ese nombre.

La sentencia me vino a la mente cuando el lunes 20 de noviembre leí a primera hora de la mañana el  comunicado enviado por los realizadores de contenidos en la Emisora Cultural de Pereira. Después de todo, la demagogia oficial repite todo el tiempo la cantilena de “Los ingentes  esfuerzos y recursos  destinados al quehacer cultural”, seguida, en el caso que nos ocupa, del lema: "Emisora Cultural de Pereira,  La radio que llevas en el Corazón".

No hay pago de incentivos para realizadores de la Emisora Cultural de Pereira”, se lee en el encabezado. Luego, en el primer párrafo, los 31 firmantes de la denuncia declaran:

“Los realizadores de los diferentes programas de la Emisora Cultural de Pereira Remigio Antonio Cañarte 97.7 fm, informan a la opinión pública que el día viernes 17 de noviembre de 2023, fueron convocados por parte de la directora, Mayra Alejandra Aguirre Espinoza, a una reunión donde se informó qué, por indicaciones del alcalde de Pereira, señor Carlos Alberto Maya López, no se realizará el pago por falta de recursos a los más de cuarenta realizadores, correspondiente al año 2023”.

La indignación me desbordó por todos los frentes. He consagrado mi vida a hacer gestión y periodismo cultural  en Pereira y Risaralda. Sé que las buenas prácticas públicas en relación con la cultura son la excepción entre nosotros. Puedo incluso citar buenos ejemplos: María Aydee Botero Serna, Alonso Molina Corrales, Adriana Vallejo, Luz Stella Gil y a lo mejor se me escape otro nombre.

Lo demás es politiquería pura y dura: nombramientos a dedo de bibliotecarios que no leen, vejaciones a los músicos y a los artistas en general, gerentes sin noción alguna de lo que la cultura significa para una sociedad y engendros parecidos. A lo mejor ni siquiera han leído en la Constitución Política que “La cultura es la base de la nacionalidad y por lo tanto es deber del Estado(…)”.

*Si quieren conocer el párrafo completo los invito a leer la Constitución de 1991.

Soy oyente asiduo de la Emisora Cultural desde su salida al aire el 15 de mayo de 1990. He escuchado nacer cada uno de sus programas. Unos me gustan más que otros, pero es eso nada más: cuestión de gustos.  De lo que no tengo dudas es del alto nivel profesional de cada uno de sus realizadores. Si usted se sienta a escucharlos percibe de entrada la seriedad, la rigurosa documentación, la calidad de las entrevistas y el nivel de las músicas emitidas.

Por ese sólo hecho creía que los profesionales orientadores de esos espacios percibían unos honorarios a la altura de su competencia. Pero que hablen de unos simples “incentivos” resulta ofensivo. Dejando a un lado el eufemismo, la noción de incentivo es poco menos que una palmadita en el hombro por ser buen muchacho. Insisto: los realizadores de contenidos en la Emisora Cultural de Pereira merecen una remuneración a tono con su calidad profesional y, por ahora, que se les pague en los términos pactados. O si no ¿Cuál es el sentido conceptual y técnico de la palabra presupuesto? Eso, para no hablar del casi extinguido valor de la palabra empeñada. 




Desde hace muchos años, sucesivos alcaldes de Pereira han tratado de convertir la frecuencia de la Emisora Cultural en un apéndice de sus oficinas de comunicaciones   y de su aparato de propaganda política. Eso por si sólo es una distorsión de los objetivos. Pero que, a seis semanas de finalizar la actual administración y en medio del despliegue mediático por la edición XXI de los Juegos Deportivos Nacionales se les anuncie a los profesionales que no habrá pago por falta de recursos es, reitero, una afrenta.

Frente a esa circunstancia, si vamos a ser coherentes, todo el sector cultural de la ciudad y la región está llamado, por principio, a solidarizarse con los afectados y a sentar un precedente para que el respeto a la cultura como agente de vida y transformación social cobre validez real entre nosotros.

*Por considerarlo de interés público, reproduzco a continuación la lista de 31 firmantes del comunicado.

 

 

 COMUNICADO A LA CIUDADANÍA.

Vocería y contacto: 3147240521.

Alejandro Patiño Sánchez, realizador de la RAC, programa Fusión Colombia.

Atentamente,

Realizadores con sus respectivos programas:

Carlos Alberto Muñoz Calle - Love songs

Jhon Castrillón - Onda Global

Jhon Cruz - Rock Sin Fronteras

Édison Marulanda Peña - Cantando Historias

Esneider Marín Torres – Cantautores

Juan Guillermo Orozco Restrepo - Letras y Música

John William Arredondo Martinez - This Is House Music Radio

Cecilia Caicedo – Literatura Hoy

John Jairo Muñoz - Estrellas de Medianoche

Melkin Buitrago – Bitácora de Vuelo

Andrea Murillo Bernal - Desde el Cafetal

Gustavo Acosta Vinasco – Paisaje Audiovisual

Alejandro Salgado – Estación Reggae

Ricardo Gutiérrez - Legión Extrema

Franklyn Molano Gaona - Las Voces de la Cultura

Cristian Osorio - Sinfonía Rock y Programas Especiales

Gustavo Mejía Rodas - Clásicos del Futuro

Francisco Javier Molina - Camino a la Navidad

Patricia Zorro – La Librería Fantástica

José Alejandro Patiño Sánchez – Fusión Colombia

Sara Gaviria Piedrahíta - Arte Sonoro

Fermín Torreglosa – Juglares Vallenatos

Martha Isabel Castrillón – Creciendo Juntos

Alex Giraldo – Una cita con el tango

Juan Carlos Álvarez – Suena la Vitrola

Fabio Castaño Molina – Paisaje Cultural Cafetero

Belfor Galeano – Rhythm

Edwin Hoyos – Ancestro Montañero

Ricardo Herrera – Mestizajes

Santiago Rengifo – Desde los 90

Enrique Benavides – El Jardín de las Canciones


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=xk7h4K_JSiI

 

martes, 14 de noviembre de 2023

Balboa: café con azúcar

 




Caminos de piedra

Dicen que por aquí pasó “El invencible”, el caballo del explorador Jean- Baptiste Boussingault, el agricultor, científico y químico francés que llegó a Venezuela en 1922, en compañía del geólogo peruano Mariano Rivero durante las guerras de independencia.

Buscaba una ruta hacia  Santafé de  Bogotá cuando se adentró en estas tierras de riscos donde sólo los caballos muy  audaces podían  afirmar sus cascos.

Tan empinadas son  sus laderas que en tiempos recientes los ingenieros tuvieron que hacer una intervención para construir la plaza principal de Balboa.

Hubo quien dijo, al contemplar el pueblo desde la cima donde se asienta Belalcázar, que el caserío escalonado sobre la loma  parecía una máquina de escribir.

Mucho antes del nunca probado paso de  Boussingault, los  indígenas Chápatas, pertenecientes al pueblo de los ansermas,   a su vez ligados a la familia Caribe, ocuparon  las tierras que el cronista Pedro Cieza de  León definiera como ubicadas   a mitad  del camino rocoso que conducía de Caramanta al río La Vieja. Añade el cronista que el algodón, el oro y la sal eran la fuente de subsistencia de  esos pueblos.

Las tumbas encontradas por los primeros colonizadores antioqueños dan cuenta de esos días de  prosperidad.

Y de las guerras por apropiarse de esas riquezas.

Igual que los indígenas, después de cruzar el río Cañaveral, Boussingault  habría acampado en El Alto  del  Rey antes de sortear  las corrientes de los ríos Totuí  y Sopina, después bautizado como Risaralda.

Era duro transitar esos caminos de piedra. Por eso durante al menos tres siglos los aventureros prefirieron ensayar otras rutas.

Sólo los fugitivos de las guerras civiles se atrevían  a escalar las lomas. Lo agreste del terreno las convertía en refugio seguro.



El hilo de la memoria.

El profesor Diego León Franco es descendiente de Leonidas,  un hombre que, hastiado del fragor de las balas, escapó  de los campos de batalla de Santander, durante la Guerra de los Mil días.

Seducido por el verbo del general Rafael Uribe Uribe se enroló en uno de sus escuadrones. Muy pronto vio caer, uno a uno a sus compañeros de aventura, un grupo de casi niños que habían convertido los machetes, hasta ese momento sus herramientas de trabajo, en armas mortíferas.

A  sus cincuenta y ocho años Diego León es catedrático  en la Universidad de Caldas. Estudió sociología en un intento por entender el empeño de sus compatriotas en destruirse mutuamente.

Año tras año. Siglo tras siglo.

Contemplando el paisaje desde una de las bancas  del barrio Chipre en Manizales, el hombre va atando los hilos de su memoria, que no tardan en conducirlo a los tiempos de la fundación de Balboa, en un relato escuchado de los labios de  su  abuelo Ramón, que a su vez lo había escuchado  en boca de Leonidas   Franco.

“Fue la pura necesidad lo que llevó a los primeros colonos antioqueños a arriesgarse en esas laderas.  Fue allá por el siglo XIX,  en  uno de los picos altos de la oleada colonizadora que alcanzó la parte montañosa del Valle del Cauca y el Tolima.

“Dicen las crónicas que un pacoreño llamado  Miguel Ceballos abrió una fonda a la que bautizó con el nombre de San Roque, el santo de su devoción.

Corría el año 1903, cuando   todavía se sentían los ecos de última guerra. La posada funcionó junto al Alto del  Rey, uno de los lugares donde se afirma la identidad de Balboa. Por lo demás, no deja de ser curioso que nuestro país bautizara  sus pueblos con los nombres de quienes los avasallaron. Conquistadores, reyes. Personajes de esos”.




Diego León acaricia su barba blanca y se concentra en los tonos rojizos del atardecer  antes de reiniciar su relato.

“Ese lugar era frecuentado por los hombres de la familia Benjumea, así como por Cesáreo Agudelo, Jacobo Ruíz, Juan de Jesús Ospina y  Jesús Gallego.

“Según los testimonios, en el año 1908 una mujer llamada Leonor Agudelo regaló unas tierras para que se fundara el pueblo. Fue así como nació el poblado de El Carmen, que tiempo después  se convirtió en corregimiento de Santuario. Se le bautizó con el nombre de Alto del Rey.

“Quince años después, en 1923,  mediante ordenanza expedida por el gobernador,  se convirtió en municipio de Caldas.

“Para variar, no se les ocurrió una idea mejor que bautizarlo con el nombre de un conquistador. Así ha funcionado nuestra mentalidad de colonizados”.

 

La marea política

La historia de Balboa como municipio empezó durante la hegemonía conservadora, cruzó la República  Liberal y  al igual que otros municipios de Caldas, se ancló en medio de la marea política conocida con el nombre de  “La Violencia", así a secas. En el pueblo los más viejos todavía recuerdan que en 1948 los liberales se alzaron en armas y formaron una Junta Revolucionaria Local. Familias enteras que se habían dedicado a sembrar café, maíz, fríjol, yucas y plátanos  huyeron hacia Pereira, Armenia y Manizales, donde ocuparon  tierras  en la periferia, muchas de ellas a la vera  de  las líneas del ferrocarril , plantando así la semilla de barrios enteros.

Diego León lo cuenta así:

“El historiador Alfredo Cardona Tobón, un muy juicioso investigador de la región, recoge el testimonio de una mujer llamada Inés Hurtado, que el 16 de enero de 1950 declaró ante el alcalde  de  Balboa cómo   un domingo mientras estaba sola en la finca Tambores, de propiedad de un señor Pedro Mejía llegaron al menos cuarenta hombres armados, quienes tumbaron puertas y  le prendieron  fuego a la casa.

En este caso los asaltantes eran liberales. Pero en la finca siguiente podía ser al revés.”

Al son que me pidan

Albeiro se gana la vida interpretando canciones de despecho en distintos pueblos del Eje cafetero. Aunque muchas de ellas son  autoría de Jhony Rivera, también tiene algunas  composiciones propias. En ellas exorciza  los recuerdos de Marleny, la muchacha que lo desairó cuando era un adolescente, allá por 1978.

“Fue  el año en que empezó a funcionar el Ingenio Risaralda. Lo recuerdo mucho porque aspiraba a trabajar en esa empresa.  En esa época no había tanto problema  para darles empleo a los menores de edad. Quería trabajar allí para proponerle matrimonio a Marleny, la muchacha de la que estaba enamorado  desde mi niñez, cuando la veía pasar hacia la escuela con su uniforme a cuadros. Ya habíamos hablado con el reclutador de personal y teníamos listo todo. Una tarde de sábado me armé de valor y le propuse matrimonio.”

“La respuesta  todavía me tiene frío: Pero si usted es un culicagao. A mí me gustan los hombres  hechos y derechos.

“Después de eso, me conseguí una guitarra prestada y compuse mi primera canción, titulada asÍ: El culicagao:

La muchacha que pretendía hacer mi esposa/ me llamó culigagao/ Yo  quería trabajar en el ingenio / y  serle fiel hasta que la muerte nos separara / pero con las hembras  nunca se sabe/ y aquí estoy doblao en la cantina / sin más amigos que mi botella de   aguardiente/ y decidido a quedarme solterón”

¡Pero si eso no rima! Se burlaban mis amigos.

¡Pero es verdad, guevones! Les respondía, y con eso los callaba.

Y  cumplió. Desde entonces se hizo hijo  del camino y recorre los pueblos con su sarta de canciones.

“Mis padres querían que yo aprendiera el cultivo del café, pero a mí me llamaba el azúcar, la caña. Como muchos jóvenes de la época, sentía que el Ingenio iba a cambiar nuestras vidas. Ese año de 1978 el Ingenio empezó a moler  ochocientas toneladas de caña al día ¡Ochocientas toneladas! Eso era para hacerse muchas ilusiones, pero las mías se esfumaron con el  desplante de  Marleny. Desde ese día voy por pueblos  y veredas recitando mi consigna: Canto al son que me pidan.




Azúcar y café

Desde 1978 la vida económica de Balboa transcurre entre azúcar y  café. Como el Ingenio Risaralda está ubicado en su territorio, sus impuestos representan el mayor ingreso fiscal del municipio. Para algunos eso supone una garantía. Otros piensan que esa dependencia vuelve  al pueblo muy vulnerable.

Entre azúcar y café transcurre la vida de Abelardo y Miguel, dos hermanos que cada mañana se suben a sus bicicletas y  pedalean cuesta abajo hacia las plantaciones de caña donde se ganan la vida trabajando como corteros  para empresas contratistas.

Es un trabajo duro. Muy duro. El sol muerde las espaldas como un animal de presa. La pelusa de la caña se adhiere a la piel, provocando una comezón insistente. Las hojas  abren cortes sanguinolentos  en  los brazos y eso atrae a los mosquitos, ávidos de sangre.

Tal vez por eso, los corteros de caña se cuentan entre los mayores jugadores de chance y lotería del país: todos a una  esperan que el azar los libre de ese trabajo para el resto de sus días.

O por una semana al menos: algo es algo.

Por eso  Abelardo y Miguel han decidido unirse para sitiar a la suerte. Con los dígitos de sus fechas de nacimiento juegan cada día dos números.

Creen que un día el destino  se cansará de ese asedio y los premiará con un buen fajo de billetes. Por eso entran a los locales de apuestas con el aire ansioso y expectante de quien ingresa a un templo.

Esa ilusión prendida en la piel les da fuerzas para  emprender la cuesta de regreso  a casa. Mientras pedalean hacen  bromas  y juegan a imaginar lo que harán con el billete cuando uno de los dos le pegue al número de la suerte.

Con todo y lo duro de la faena, Abelardo y Miguel prefieren ganarse la vida honradamente, porque no quieren que a su pueblo  vuelvan los días del narco.

Estábamos muy chiquitos - dicen casi al unísono, turnándose para urdir el relato- pero recordamos que muchos  niños y jóvenes igual de pobres que nosotros, se metían a  trabajar para los traquetos de la zona.  Al poco tiempo volvían al pueblo montados en severas camionetas y acompañados de tamañas viejas. El problema era que no demoraban mucho en aparecer muertos en algún cañaduzal. Muchos de ellos eran peones de un  mafioso que una vez tuvo un problema con los directivos del Ingenio y para resolverlo  ofreció comprarles ese trapiche. Esas fueron las palabras que utilizó: Ese trapiche.”.

Bienvenida esperanza

Luisa y Gabriel pertenecen a la cosecha de muchachos que sucedieron a esa generación perdida por el narcotráfico. Por eso en el pueblo  los ven como una esperanza viviente. Lejos de querer abandonar sus tierras para emigrar a la capital o al exterior, están decididos a demostrar con su ejemplo que  no sólo se puede sobrevivir en el campo: también es posible   vivir de él con dignidad y con muy buenas condiciones de vida. A sus diecisiete y diecinueve años son beneficiaros  de un programa de   formación en horticultura, ofrecido por la Universidad Tecnológica de Pereira.

“Allí aprendemos a conocer  el ciclo completo de las  huertas”, dice Luisa, toda sonrisa ella, mientras Gabriel asiente, al tiempo que revisa las hojas de una planta de pimentón en busca de señales de buena salud.

“Empezamos por comprender que la tierra es un organismo viviente, con sus ciclos bajos y altos. Las plantas en general y las hortalizas en particular son los habitantes de ese organismo.  En esa cadena, los humanos somos los beneficiaros finales. Por eso debemos fijarnos en cada detalle. Así garantizamos la calidad de los tomates, de  la cebolla, de la zanahoria. Sólo así podemos exigir precios justos en los mercados. Con nosotros estudian jóvenes de  otros municipios de Risaralda y a todos nos une un sentimiento: la esperanza de seguir viviendo en el campo. En nuestro campo.”




Cuando cae la tarde

Al fondo, el cielo se deshace en arreboles.  Desde el balcón que es Balboa se ve a lo lejos el Cristo de   Belalcázar con los brazos abiertos. Abajo, el río Risaralda parte en dos el valle como una navaja que ofrece destellos de plata a quienes contemplan desde lo alto.

La humareda de los cañaduzales se hace una con una nube solitaria. Abelardo y Miguel pedalean cuesta arriba con su alijo de ilusiones a cuestas.

Los dos ignoran que  a lo mejor sus pasos fueron hollados una vez por los cascos de “El invencible”, el caballo que le permitió a  Jean-Baptiste Boussingault alcanzar sano y salvo el otro lado de la montaña.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=0E9TXpGbBQs

martes, 31 de octubre de 2023

Tres mapas del infierno

                           

                  


                         



                                      Yo no quiero comodidad.

                                      Yo quiero a Dios, quiero poesía,

                                      quiero peligro real, quiero libertad,

                                      quiero pecado.

 


El corazón del Estado Único

 

La declaración de principios inicial pertenece a John, apodado El Salvaje, personaje clave de la novela Un mundo Feliz del escritor británico Aldous  Huxley, ocho años posterior a Nosotros, del ruso Yevgueni Zamiatin, publicada  primero en inglés en 1924 y  seis décadas más tarde en ruso, en 1988, durante el llamado deshielo previo  a la desintegración de la Unión Soviética.

La misma Unión Soviética que empezó con la promesa de instaurar en la tierra el paraíso de los trabajadores, el regreso a una improbable Edad de Oro y no tardó en convertirse en pesadilla para millones de seres humanos, como sucede con todas las promesas que hablan de la humanidad en abstracto, como si se tratara de un gigantesco bloque monolítico y no del siempre impredecible resultado de las relaciones y choques entre seres disímiles y movidos por distintos intereses.

El Salvaje, si bien fue concebido por Huxley, puede ser el punto de fuga que nos permita trazar una línea común entre las tres grandes novelas distópicas del siglo XX: Nosotros, 1984 de George Orwell y la mencionada Un mundo Feliz.

 Es más, los protagonistas de las tres obras podrían desplazarse entre ellas por una suerte de pasadizo secreto. Por ejemplo, trasladado a la novela de Zamiatin, El Salvaje podría devolverle el equilibrio a un mundo enfermo por exceso de racionalización, donde se rinde culto a Frederick Winston Taylor, ingeniero mecánico norteamericano, célebre por sus fórmulas enfocadas a la organización científica del trabajo que, un siglo después, siguen inspirando a muchos capitanes de empresa en el mundo entero.

Son tantas las similitudes, que en todos los casos el concepto de Estado Único vale para el tipo de sociedad que se ha implantado.

Si Taylor es un profeta, Henry Ford es la divinidad y su célebre automóvil T Ford, el camino a seguir   si se quiere alcanzar la felicidad sobre la tierra. Tanto, que en lugar de la cruz de los cristianos, el gran símbolo del mundo fordiano es una T, ante la que todos deben postrarse. A diferencia del cristianismo, en este mundo no hay un antes y un después de Ford, porque la historia del Estado Único empieza con él.

Un detalle: en la Tabla de valores del Estado Único, nociones como el alma, la soledad, la libertad o la individualidad son enfermedades incurables, estorbos para el propósito último de limitar lo infinito, que es el suelo donde florecen la belleza y la poesía, conceptos altamente subversivos, porque “Los poetas siempre llegan a Marte primero que los científicos”, según sugiere un disidente y eso constituye en sí mismo una herejía intolerable.

El narrador de Nosotros es D-503, ingeniero encargado de diseñar, poner en marcha y capitanear El Integral, la nave creada para llevar el mensaje de El protector y de replicar su modelo de sociedad en todos los rincones del universo. En el Estado Único no hay nombres personales: eso supondría la existencia de individuos, lo que representaría una amenaza para los propósitos del poder.  Los individuos piensan, dudan, sueñan, cuestionan y, para colmo, se enamoran, razón suficiente para extirpar de cuajo esos síntomas de decadencia. De hecho, al final de la novela asistimos a una escena donde los números hacen fila para someterse a una cirugía de cráneo cuyo objetivo es suprimir el lugar donde nacen todos esos peligros: el génesis mismo de la fantasía. Una vez sometidos a la cirugía todos serán al fin felices, según el modelo fijado por el poder. Y el que no acepte ser feliz será castigado. En el fondo de todo esto subyace una idea: “Si la libertad del hombre es cero, entonces no comete delitos”, lo que equivale a decir que no tiene deseos de transgredir la Tabla de las Leyes.

D-503 lleva un Diario en el que lo anota todo, incluidas sus dudas, y esto lo convierte en ser vulnerable y, por lo tanto, todavía humano. Sus congéneres, los números, habitan una ciudad de cristal y acero donde no hay privacidad; si no hay privacidad no hay Yo y la supresión del Yo da lugar al Nosotros, el Estado Único, la sociedad Fordiana sometida al “Bienaventurado yugo de la razón”.




Desde luego, hablamos de la “razón” según El protector. Los sometidos a ese yugo son incapaces de juicios críticos y morales. De ahí la insistencia en que la velocidad de la lengua ha de ser algo menor que la más infinitesimal parte del pensamiento. Esta idea nos conduce en línea recta a la Neolengua propuesta por El Gran Hermano en 1984, la novela de George Orwell publicada en 1949. En la Neolengua las palabras son despojadas de su sentido inicial, al tiempo que la sintaxis  es quebrantada al punto de  anular el sentido. El resultado, por supuesto, es reducir el pensamiento a su mínima expresión. En últimas el lenguaje deviene aparato ortopédico que sólo sirve para mandar y obedecer.

Pero ya volveremos a 1984 y a Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley, publicada en 1932, ambas obras emparentadas con Nosotros, la obra de Zamiatin que por ahora nos ocupa.

En   el lenguaje empobrecido de los habitantes de la ciudad de cristal y acero existe un eufemismo, “Bajar las cortinas”, para referirse al acto de retirarse a cumplir con las funciones sexuales, porque el sexo ha sido reducido a eso, una función que no necesariamente tiene fines reproductivos y es sólo otra manifestación de unos automatismos entre los que ni siquiera la reproducción está contemplada.

Tanto, que al sucumbir a la tentación de engendrar un niño en el vientre de una mujer llamada O, D-503 se convierte en un apestado ante sus propios ojos.

En el mundo del bienhechor todos los esfuerzos se dirigen a un fin último:  que un día no lejano la totalidad de los 86.400 segundos del día estén controlados. Mejor dicho: el sueño de Frederick Wislow Taylor llevado   a s su máximo nivel de perfección. Por esa razón, en este universo hay cuadrículas para todo: el Departamento de Cuestiones Sexuales es apenas una de ellas. También existen El Día de la Justicia y el Día de la Unanimidad, en el que se reelige al supremo bienhechor para la siguiente franja de eternidad- recordemos el propósito de limitar lo infinito-.

Como no podía ser de otra manera, en esas tablas la poesía es tan sólo una función del poder. Eso explica que se fabriquen versos como estos:

“¡Oh”/ ¿Por qué no seré poeta para ensalzarte dignamente/ Oh tabla de las leyes?/ Tú, que eres el corazón y el pulso del Estado Único”.





Un Mundo Feliz: el viaje de Hesíodo

Volvamos con John El salvaje a su patria inicial.

El sueño de vivir en un estado mejor, pleno de felicidad y justicia ha acompañado a los seres humanos en su largo recorrido. Alienta en el mito del Paraíso Terrenal del Antiguo Testamento. Aparece en las páginas de Los trabajos y los días, de Hesíodo. Siglos más tarde lo encontramos en Tomás Moro, en Francis Bacon, en Tomaso Campanella, en Rousseau y, por supuesto, en   Proudhon, Owen, Fourier, Saint Simon y otros que prefiguraron la esencia de la idea comunista de una sociedad sin clases en la que todos los hombres serían iguales y dichosos.

En ese trasfondo debemos leer las novelas de   Zamiatin, Huxley y George Orwell. Los tres escribieron sus más conocidas obras cuando el proyecto de los soviets estaba en marcha a la vez que se percibía el nacimiento de la pesadilla nazi. Vistas así las cosas, no es casualidad que las tres obras (Nosotros, Un Mundo Feliz y 1984), estén llenas de tablas, departamentos y regulaciones dirigidas a eliminar el individuo con su tendencia hacia la duda y el desencanto.

Si en NosotrosHermoso y placentero es solamente lo racional y utilitario”; si los vigilantes o protectores, equivalen a los ángeles de la guarda de la imaginería cristiana, en el mundo feliz de Huxley lo mejor es empezar a levantar muros-  o a limitar lo infinito- desde antes del nacimiento. Igual que en Nosotros “La poesía no es un sollozo dulzón de ruiseñores, sino que, al servicio del Estado se ha convertido en un elemento funcional y útil”. Cualquier parecido con el Realismo Socialista de los tiempos de Stalin o la Revolución Cultural del catecismo maoísta no son mera coincidencia.

El universo de la novela de Huxley se sostiene sobre un dogma: “En una época de tecnología avanzada, la ineficacia es un pecado contra el Espíritu Santo”. La ineficacia, el demonio combatido por el método de Taylor y sus prosélitos. Acto seguido se declara que “El amor a la servidumbre sólo puede lograrse como resultado de una revolución profunda, personal, en las mentes y los cuerpos humanos”.

Para   conseguirlo está la ciencia, asumida en su peor sentido. De ahí que existan entes cono el Centro de Incubación y Condicionamiento, sostenido en la existencia de Sucedáneos del Embarazo para suplir viejos atavismos y conjurar cualquier interrupción en la marcha de la máquina. A resultas de esos las madres no deben ya preocuparse por el cuidado de los hijos, porque son propiedad del Estado.

Como en toda máquina, la garantía de ese mundo feliz se soporta en el perfecto engranaje de las piezas. Al fin y al cabo, la fecha de introducción del primer modelo de automóvil T Ford se considera el momento de inicio de la Nueva Era.  Igual que se hace con los automóviles, aquí cada pieza debe ser manipulada con perfecta precisión. La clave de todo está en la repetición. Eso  explica la obsesión de repetir los individuos a partir de su manipulación genética. Desde su fabricación en el laboratorio- palabras como concepción y gestación están proscritas en tanto rezagos de los viejos tiempos- se les clasifica con el ordenamiento anacrónico del alfabeto griego: Alfas, Betas, Deltas, Gammas, Epsilons, dependiendo de la predestinación genética. ¿Predestinación? Si, ese concepto tan caro a la tradición protestante ha sido adaptado para darle un sentido trascendente al proyecto de su Fordería Mustafá Mond, el  equivalente de El Protector y de El Gran Hermano :  no es cualquier cosa  alcanzar la  felicidad para unas criaturas  proclives al escepticismo y la desdicha. Si cada una de esas piezas fabricadas en el laboratorio lleva inscrito en sus células el rol que han de jugar en el mundo las cosas serán más fáciles.




 Si, además del control genético, se diseña una estrategia de vigilancia, castigo y supresión de disidentes- en todas partes surgen los aguafiestas- el poder dispone de múltiples estrategias para su extirpación. Para los devotos de la cultura existe el sistema de gaseado con Licrorefil. Para conjurar veleidades rebeldes están la hipnopedia y el condicionamiento neopavloviano, por ejemplo. Pero hay más: supresión de libros, voladura de monumentos históricos. Por esa vía se consigue anular el pasado, ese incómodo y peligroso fantasma, creando otro a la medida de la Nueva Era.  A esta altura, encontramos otro elemento en común con las novelas de Orwell y Zamiatin.

Como si esos recursos no bastaran, el régimen tiene las oficinas de propaganda, tan eficaces para los poderosos de todos los tiempos, las escuelas de ingeniería emocional o periódicos como El Espejo Delta, escrito con palabras de una sola sílaba, en prefiguración de la Neolengua de Orwell. Helmholtz Watson, uno de los personajes claves de Un Mundo Feliz, lo percibe con exactitud: “Las palabras pueden ser como los rayos X, si se emplean adecuadamente, pasan a través de todo”. De ese razonamiento se desprende algo que los publicistas conocen desde siempre: “Sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones   crean una verdad”, según pensaba Bernard Marx, especialista en Hipnopedia, utilizando una frase de un personaje del mundo real: Goebbels, el jefe de propaganda de Hitler, pionero de lo que  después sería bautizado con otro eufemismo: Comunicación Política, para referirse a la mentira pura y dura.

Pero en toda estructura, por sólida que parezca, a la larga aparecen fisuras.  Y en este caso, como bien lo saben los dictadores de todos los tiempos, esas grietas provienen del humor y de los sentimientos, dos características irrenunciables de lo humano. Esos dos componentes se reúnen en la figura de una muchacha llamada, no por casualidad, Lenina, que se enamora del a menudo  apocado y en  otras audaz personaje de Un Mundo Feliz llamado Bernard Marx, en cuyo corazón anida a ratos el bicho de la insatisfacción y de la duda, aunque acabe  sometiéndose  a los designios de la máquina confundida al fin con su creador.

Ese guiño de ironía aparece expresado en etiquetas como “Blues Maltusianos” o en el apellido Engels de otro personaje, síntomas de que la máquina no alcanzará jamás la perfección, porque en su engranaje no se puede ser feliz sino de una sola manera.




 

Los libros que sabemos

“Los mejores libros son los que nos dicen lo que ya sabemos”, sentencia Winston, el protagonista de la novela 1984, la última de la saga de grandes obras distópicas publicadas a partir de la edición de Nosotros en inglés en 1924.

¿En qué consiste eso que ya sabemos? La parábola de Orwell no deja de repetirlo en cada una de las páginas de su obra más evocada. El poder no puede dormir tranquilo en tanto no haya logrado controlarlo todo. Y ese todo incluye tanto las reglas de funcionamiento de la sociedad como el más escondido pliegue de la conciencia de los individuos.

Como sucede en las novelas de Zamiatin y Huxley, alcanzar esos objetivos exige delimitar el infinito, reducirlo todo a cuadrículas, según el modelo propuesto por el ingeniero Taylor. En 1984 abundan los compartimientos.  En atención al propósito definido en cada cuadrícula, los métodos se enfocan hacia la modificación del pasado según la conveniencia del presente (recordemos la destrucción de libros y monumentos de Un Mundo Feliz donde, además, se aconducta a los niños para que odien los libros y las flores). En 1984 hay caza y destrucción de libros que nos remiten a otra novela de la que no nos ocuparemos en esta ocasión: Farenheit 451, de Ray Bradbury.

En la fabricación del pasado y, por lo tanto, del presente, interviene la Policía del Pensamiento a través de organismos como el Departamento de Novela donde las obras no se crean   sino que se fabrican al ritmo de las necesidades del Gran Hermano, entendido como suprema encarnación del  Partido, o del Estado, esa  figura tan cara a Hegel y Hobbes. También encontramos El Ministerio del Amor y el de la Abundancia. En esas piezas no pueden existir fisuras, porque “Incluso el progreso técnico sólo puede darse cuando sus productos son útiles para disminuir la libertad”. En ese mundo, la familia ha sido reducida a mera extensión de la Policía del Pensamiento

En 1984 también hay un catálogo de conceptos sospechosos: la libertad es uno de ellos. Pero también están, cómo no, el amor, la fantasía, el deseo, todos ellos amenazas para el estado de cosas. Esa sospecha se deduce de las frases que se repiten a modo de consignas por todas partes: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”


Sólo así se entiende la explicación  que O Brien le da a Winston mientras lo tortura:
“ No destruimos a los herejes porque  se nos  resisten. Mientras los resisten no los destruimos. Los convertimos, captamos su mente; los reformamos. Al hereje político le quitamos todo el mal y todas las ilusiones engañosas que lleva dentro. Lo traemos a nuestro lado, no en apariencia sino  verdaderamente en cuerpo y alma. Lo hacemos uno de nosotros, antes de matarlo”.

A través de esas palabras, capta uno la honda ironía que se desprende de esta frase de un personaje: “ En el Estado Único todos   tienen el derecho de someterse al castigo”.




Estamos ante el mismo programa de control que recorre las páginas de Nosotros y de Un Mundo Feliz. En algunos casos los métodos difieren. En otros coinciden. Pero hay un detalle que los hermana: el talante letal de todas las formas de poder, independiente del ropaje utilizado para presentarse. En su búsqueda del control absoluto, poco importa si es el modelo diseñado para producir el automóvil T Ford, la manipulación genética o un sofisticado aparato de propaganda. Al final, el poder y sus encarnaciones sólo estarán tranquilos cuando hayan logrado extirpar todo lo que suene a libertad, a crítica, a disfrute  de la vida que no esté prescrito en el catálogo, en la lista de mandamientos.

No es azaroso entonces que en las tres obras el principal síntoma de rebeldía sea el enamoramiento, esa suerte de conmoción interior que puede echar por tierra la sólo en apariencia monolítica estructura del poder.  Cuando Watson y Julia sienten dentro de sí el aleteo del amor, Cuando John El Salvaje   experimenta en sus entrañas el mismo fuego que animó a Romeo y Julieta en la obra de Shakespeare y cuando D-503 es sacudido por la presencia de I-330, la mujer que lo eleva más allá de la satisfacción programada, se están asomando a una de las más antiguas formas de subversión, prefigurada en la historia de Adán y Eva del Antiguo Testamento.

Poco importa si la esclavitud viene envasada en forma de sensación agradable, porque John El Salvaje lo captó con plena lucidez: la felicidad que le ofrecen en una combinación de pastillas y obediencia no contiene grandeza. Sólo la tragedia se acerca a esta última, como bien lo señalaron los   antiguos griegos.

En Un mundo Feliz crean esclavos en el laboratorio. En 1984 lo consiguen con base en propaganda. En Nosotros combinan todas las formas. En las tres novelas la manipulación del lenguaje, es decir,  del pensamiento, es consustancial a los objetivos del poder. Por eso se he hacen enormes esfuerzos para recortar las palabras y dislocar la sintaxis. Si lo consiguen el universo se empobrecerá y será mucho más fácil que las piezas se ajusten al engranaje de la gran máquina.

Sin embargo, con todo y lo pesimista que pueda resultar el panorama trazado por los narradores, el mundo del ciudadano feliz, trabajador y consumidor de bienes todavía ofrece grietas. Y por esas grietas se cuelan los bárbaros, los dadores de vida.

 Ese es el clamor de resistencia que llega desde los márgenes como se deduce de las palabras  pronunciadas por John El Salvaje , cuando escucha decir que “ Uno puede llevar al menos  la mitad de su moralidad dentro de un frasco”:

Quieren librarse de todo lo desagradable en lugar de aprender a soportarlo”, replica.

No sé si Huxley y Orwell leyeron la novela de Zamiatin antes de escribir las suyas. Pero, después de hacer una lectura simultánea y a veces entreverada de las tres, queda la certeza de que miraban en la misma dirección cuando crearon esos personajes asomados con los ojos bien abiertos  al mapa del infierno  que llamamos Historia.

PDT . Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=Kju1O3laFBw