miércoles, 16 de junio de 2021

Nuevas fiestas de locos




Finalizada la devastación de la Primera Guerra Mundial, cuyo epílogo fue la llamada Gripe española, el mundo no tardó en abandonarse  a una década de regocijo y despilfarro conocida  como Los locos años veinte,  dotados de  un fondo musical que los llevó a ser  bautizados también con el nombre de La era del Jazz.

Derroche y desenfreno fueron las características de esos días, recreados en novelas tan memorables como El gran Gatsby, del escritor  norteamericano Frances Scott Fitzgerald, llevada al cine  cuatro décadas después, con Robert Redford como protagonista.

Luego vendría el ascenso de los  nazis al poder y su inevitable consecuencia: la Segunda Guerra Mundial, una carnicería perpetrada dentro del más puro espíritu racionalista,  que se prolongó durante seis años, entre 1939 y 1945.

 Semejante ritual de muerte tuvo su contracara en los  años sesenta del siglo XX, cuando  una generación entera se dedicó a consagrar la vida en una puesta en escena que incluyó al rock and roll, las drogas más diversas y  la libertad sexual,  hasta alcanzar su máxima expresión en el Festival de Woodstock, una orgía de tres días celebrada entre el 15 y el 17 de agosto de 1969, un mes después de la llegada del hombre a la luna, como si faltara  un elemento mitológico para completar la fiesta.

                                                                            


Ese tipo de festejos son tan antiguos como la humanidad. Son parte del equilibrio de fuerzas necesario para mantener en marcha el ritmo de la  vida. Son una reedición de la dualidad sobre la que forjamos nuestro estar en el mundo: blanco- negro, frío – cálido,  bien- mal, creación- destrucción y así en una saga infinita.

Para muestra van dos ejemplos : si nos remontamos a la Historia clásica encontramos  las Saturnales de la antigua Roma,  fiesta dedicada   a Saturno, una divinidad agrícola y, por lo tanto , de la fertilidad y renovación de todo lo viviente. Celebradas  cada año entre  el 17 y el 23 de diciembre en coincidencia con el solsticio de invierno en el hemisferio norte, las  Saturnales restituyen el viejo simbolismo de la vegetación que muere durante los días más fríos para renacer después con un nuevo giro del carro del sol.

Para variar, música, vino y sexo caracterizaban el ritual. De modo que la consigna sesentera de droga, sexo y rock and roll no constituye una novedad, como tampoco lo es el de muchachas, música y trago de nuestras  fiestas  campesinas de hoy.

Siglos más tarde, ya instalados en la cristiandad, surgirían las Fiestas de los locos, parodias de la liturgia en las que clérigos, diáconos y sacerdotes se tomaban algunas iglesias  desde el comienzo de las fiestas de navidad hasta el Día de Reyes. El epicentro de todo era el primer día del año, razón por la que se conocen también como fiestas de las calendas.


Danzas al ritmo de  canciones disolutas, máscaras, disfraces, consumo de carne y vino, juegos de azar y  todo tipo de violaciones al canon hicieron que en el año de 1444 los doctores  en teología de la facultad de París enviaran  una carta a todos los prelados de Francia   en un intento de anular la costumbre.

Como nada ni nadie puede detener las fuerzas de la vida, el previsible resultado   de la prohibición fue la clandestinidad. Una de las  salidas al dilema fue la institución del carnaval, una fiesta de los sentidos realizada siempre antes de la cuaresma. “ El que peca y reza , empata”: así resumió el habla popular esa forma de restaurar el equilibrio entre los poderes de la vida y la muerte.




Esos antecedentes deberían ayudarnos a entender la inutilidad de las cruzadas desatadas por los moralistas  contra quienes en tiempos de la pandemia de Covid-19, desafiando no sólo al virus sino a las leyes, se lanzan a las calles en busca  de lugares donde encontrarse para celebrar el milagro de estar vivos. No son las amenazas  de contagio ni la machacosa repetición de las cifras de muertos las que han de detenerlos.  Si las cosas fueran así , habríamos renunciado al sexo  desde la irrupción del Sida, y ahora estaríamos a puertas de la extinción como especie. Pero  sucedió todo lo contrario: el  innegable asedio de la muerte sólo consigue avivar los  impulsos de placer. La vieja sentencia  latina de Carpe Diem, Toma la flor del día,  cobra así nuevo vigor.

El anatema con el que se  conoce  a esos réprobos es el de “Indisciplinados sociales”, un concepto  por lo demás  bastante atractivo para todo tipo de fundamentalismos  culturales, políticos y religiosos. Mientras eso sucede, lejos de lo que podamos  esperar,  al menos a corto y mediano plazo la pandemia no dejará gente más lúcida y cauta.  Por lo visto , las cosas parecen apuntar en otra dirección : una nueva oleada de derroche y desenfreno, en una edición siglo XXI de las viejas Saturnales y Fiestas de los locos.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=JaaT_HRb4GU


2 comentarios:

  1. Buon Giorno

    Señor Gustavo.

    Para mi siempre es un gusto leerlo atentamente.
    Y es una verdad que la fiesta es tan antigua como el hombre, ya que Sin ella no hubiese sido posible la religión, la clase política o eso llamado sociedad. Mejor dicho, los bacanales siempre han sido semilleros (literalmente) de ideas y revoluciones interiores. ¿Es el vino el suplente de la risa del loco?

    Salute.

    ________________
    Tomás Ramsur
    Tomasramsur@gmail.com

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  2. Mil gracias por el diálogo, don Tomás. Creo que, más que suplente, el vino es el emisario de la risa del loco. En una sociedad obsesionada con el control del ser, la ebriedad se anuncia como una declaración de principios. Una afirmación de vida y libertad.

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