miércoles, 16 de febrero de 2022

Hubo una vez un palenque



Memorias  de una vieja canción

En  el principio fueron trece banderas: las del número de municipios que conformaron el Departamento de Risaralda aquél 1º de febrero de 1967. En 1972 se les uniría Dosquebradas, hasta entonces corregimiento  de Santa Rosa de Cabal. A partir de  ese año son  catorce las banderas que se izan en fechas especiales en esta pequeña plazoleta contigua a la Unidad Residencial 1º de Febrero,  el primer conjunto habitacional cerrado construido en Pereira. En realidad es apenas una franja de terreno cubierta de adoquines  que algunos utilizan para patinar  o jugar al baloncesto  y al microfútbol, pero a alguien le dio por bautizarla así: Parque de Banderas.

Tiene historia este vecindario. Sobre la carrera octava, entre calles treinta y seis y  treinta y siete se levanta el Coliseo Mayor Rafael Cuartas Gaviria. Su nombre le rinde tributo a un liberal radical llegado de Santa Rosa de Osos, que con el tiempo se convirtió en un líder cívico de gran recordación en Pereira. De hecho, Rafael Cuartas Gaviria fue presidente de la Sociedad de Mejoras públicas hasta su muerte en 1978.


Los pereiranos han  visto de todo en este escenario: patinaje sobre el hielo, circos, lucha libre, mucho baloncesto y presentaciones de grandes cantantes populares,  como el argentino Sabú, quien provocó desmayos de las muchachas de entonces durante su paso por Pereira en 1975. Sandra Vargas, una de esas admiradoras que ya ronda los sesenta  y regenta un pequeño estanquillo en  el sector, recuerda que hizo fila durante dieciocho horas para ver a su ídolo. Razones de sobra  tenía Sabú para pedir  que al morir cubrieran su ataúd con la bandera de Colombia.

Como si fuera poco, en el Rafael Cuartas Gaviria  se disputaron los partidos de los Juegos Atléticos Nacionales de 1974, que para muchos constituyeron la carta de presentación de Pereira ante el país. Al menos  eso  dicen personas como Mario Jiménez Correa, gobernador  de  Risaralda en esa época. “La historia de Pereira se divide en antes  y después de los juegos nacionales” aseguró Jiménez en una entrevista concedida con motivo de la celebración de los cincuenta años de Risaralda.

La ruta del pecado

Cuentan  algunos parroquianos que los hombres caminaban con lentitud a lo largo de la carrera séptima y de repente giraban con pasos  de siete leguas para tomar la calle treinta cinco abajo, donde desaparecían como arrastrados por un sortilegio. Otros llegaban en taxi y se esfumaban en un abrir  y cerrar de ojos envueltos en una gabardina. Las  responsables de esa suerte de magia se llamaban Zulma, Aura, Sonia y Gloria, las más célebres anfitrionas de las Casas de Citas esparcidas entre las carreras tercera y quinta  entre calles treinta y cinco y treinta y siete. Eran jóvenes estudiantes, secretarias o  amas de casa que escapaban de sus rutinas y aprovechaban de paso para completar sus ingresos en el ejercicio de una forma de prostitución  que ahora llaman prepago.

“Eso viene desde los días  cuando por aquí funcionaba una plaza de mercado. Como  a este sector llegaban hombres con mucho billete, algunas propietarias de casas aprovechaban para alquilarles  cuartos y de paso conseguirles muchachas jóvenes y bonitas, algunas de ellas hasta de buena familia. Todavía quedan  dos o tres casas de  citas en la zona, pero ya no es como antes, porque ahora es más fácil  llevarse una vieja a la cama sin tanto misterio”, dice Eliécer, ojos grises, dientes y dedos manchados por la nicotina y el café, vecino del Parque de Banderas desde hace cuarenta años.

No  sé si exista una conexión entre uno y  otro fenómeno, pero ahora funciona por aquí un enorme templo del pastor Pablo Portela, uno de  esos supermercados  de la fe donde los desesperados del siglo XXI encuentran la receta exacta  para su desazón

Rebeldes con causa

A  siete cuadras  del Parque de Banderas nos  aguarda la Historia en persona. En el sector de Turín, justo en el punto donde la quebrada Egoyá empieza su descenso en busca de las aguas del río Otún, funcionó un palenque, uno de  esos enclaves de negros cimarrones escapados de las plantaciones  o de las minas donde trabajaban como esclavos.

Entre esos hombres estaba el negro Prudencio. El historiador Víctor Zuluaga Gómez cuenta que, luego de escapar de sus dueños en 1871, Prudencio remontó el río La Vieja en compañía de  veintisiete esclavos hasta llegar a las inmediaciones de Turín. Luego de levantar una ranchería en la que cultivaron algunos productos para su supervivencia, los esclavos fueron descubiertos por sus perseguidores,  siendo sometidos  a los brutales castigos que las autoridades de la época  tenían  establecidos para quienes se atrevían a levantarse contra la esclavitud.

Con el paso de los años, Turín fue lugar de tránsito hacia las haciendas cañeras de Llanogrande,  donde ahora se extiende la Ciudadela del Café. Allí se creó un nuevo mercado de víveres y abarrotes, así como de cabalgaduras y mano de obra para  las plantaciones  de caña. El vasallaje empezaba a cobrar otras formas.


Las antiguas  vías del tren trazan sus propias rutas de la marginalidad. Si en lugar de seguir la carrera séptima el caminante prefiere tomar la calle treinta  y siete  bordeando  el Coliseo Mayor, desembocará en un parque tomado durante años por toda suerte de expresiones marginales que van desde el Punk al  Heavy  Metal, pasando- cómo no- por unos cuantos viajes prodigados por la marihuana  y las pastillas.

Las autoridades y los censores, más preocupados por  imponer estigmas que por crear cartografías urbanas, bautizaron al parque ubicado entre los antiguos rieles del tren y la carrera novena con un nombre  tendencioso: “El Infierno”. A partir de ese momento, atendiendo al poder de las palabras, el miedo y la oscuridad descendieron  sobre el sector. Después de varios años,  los habitantes del barrio Buenos Aires han conseguido cambiar no solo el nombre sino los usos. Ahora es posible encontrarse con patinadores, pintores de grafitis,  músicos, deportistas y hasta  con enamorados pobres, de esos que todavía  pueden disfrutar de un beso con sabor a helado de vainilla sin contar  con más cobijo que las  añosas ramas de un árbol.  De alguna manera, estos son también rebeldes con causa.


El  camino de vuelta.



En la ruta que conduce del Parque de Banderas al lago Uribe Uribe,  funcionó hasta los años ochenta  el Teatro Centenario, una de esas enormes salas de cine en las que proyectaban películas de chinos, dobles del oeste y, en horario nocturno, una que otra tanda de porno suave a la que acudían  procesiones de hombres escapados de su reino doméstico. Hoy funciona en ese local un supermercado  que  trata de sobrevivir entre la andanada de los nuevos modelos de tiendas. Algunos vecinos de la Unidad  Residencial 1º de febrero todavía se desplazan hasta allí por fidelidad, por la esperanza de buenos precios o  acaso alentando la ilusión de ver desplegarse en la pared donde  estaba la pantalla del teatro una de esas imágenes de dicha o pavor que alentaron sus ilusiones de juventud.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=tE22cxiRXcI

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