“Menos Whatsapp y más historias”, esta frase afortunada dirigida por el periodista Franklin Molano a sus colegas y a sus jóvenes estudiantes debería constituir un mandato para todos los seres humanos de este tiempo, abismados como andamos en el consumo enloquecido de información, no ya como una ayuda para comprender la sociedad y tratar de intervenir en ella, sino como un fin en sí misma. En la era del consumo compulsivo, devorar y derrochar información se convirtió en otra manera de competir por un lugar en el mundo.
El célebre
derecho del ciudadano a “estar bien
informado” perdió así su sentido original para devenir reacción impulsiva
ante la sensación de quedarse por fuera de algo muy importante sino se está
conectado las veinticuatro horas del día- y unos minutos más- a la máquina
proveedora de datos.
Para la muestra,
tengo un vecino, profesor de alguna cosa en una Institución Educativa, que va
por el mundo dictando sentencia sobre
cuanta cosa pasa en todos los rincones de la tierra. Las medidas de Milei en
Argentina, las peleas de Petro en Colombia, el regreso de Trump en Estados
Unidos, la tragedia de Gaza, el estado de la economía china, los incendios
forestales en Chile, el reinado de Bukele en El Salvador, los juegos
geopolíticos de los poderosos con los dramas de Ucrania y el Medio Oriente, los
huracanes en el Caribe… y mejor paremos porque la cadena no acaba nunca. Esa es
una de sus características: en el mundo de hoy la información es una bestia que
se alimenta de sí misma, como la serpiente que se muerde la cola de los
cabalistas.
¿De dónde le viene el convencimiento a nuestro profesor? Él mismo lo explica: “En el mundo de hoy el que no está bien informado no puede ser competitivo. Y no está bien informado quien se desconecta de los acontecimientos”. Ahora entiendo por qué el tipo va todo el tiempo con unos enormes audífonos como orejas sustitutas que hace tiempo pasaron a hacer parte de su anatomía. Sospecho que no se los quita para dormir, ni para tomar un baño, ni para los juegos del sexo… si todavía le queda algún resquicio para esos menesteres tan poco elevados.
Eso sí, tenga
usted cuidado de no indagar acerca de su
nivel de comprensión sobre los tan mentados “
acontecimientos” porque- en otra reacción instintiva-, se sacará de la
manga una respuesta multiusos: “en RCN ,
en Caracol, en CNN, en Fox News o en las redes sociales lo dijeron”. De modo que los mencionados medios son su
autoridad, su escriba, su gurú.
Y aquí reside
una de las claves del problema. Por lo menos en otros tiempos había un solo
gurú, un escriba, una autoridad. La gente les obedecía o se rebelaba y trataba
de encontrar su camino, con alto riesgo de ser condenada a la hoguera. Pero hoy
son legión, como los demonios del Nuevo
Testamento.
Así pues, la
única defensa frente a esa amenaza es el criterio. El acopio de elementos de
juicio que permitan aproximarse al cada día con una mirada propia capaz de
descorrer el velo de la confusión. Ahí está el gran desafío. Para hacerse con
la herramienta se necesita tiempo, pausa, lentitud y eso es lo que el sistema no permite, porque a lo
largo de los tiempos cuando la gente se pone a pensar suele volverse peligrosa
y adquiere la grosera costumbre de formular preguntas incómodas para los poderosos.
La adquisición de ese criterio implica en sí misma una lucha contra la alienación propia y ajena. En el siglo XIX Karl Marx profundizó en ese concepto y nos mostró un individuo despojado de sí mismo, obligado a luchar por objetivos que no son los suyos y, por lo tanto, deshumanizado, convertido en cosa, en mercancía. Corrida la segunda década del siglo XXI ya ni siquiera somos eso. La máquina productora de información nos convirtió en cifra, en pura abstracción ¿Se han fijado en esos recuadros de los noticieros de televisión, que al lado de imágenes de muertos y heridos- otra forma de banalizar las tragedias- nos ofrecen números a modo de respaldo, en un recurso que le da una vez más la razón a Hannah Arendt cuando formuló su advertencia sobre “La banalidad del mal”?
De ahí la validez de la frase del periodista Molano. Menos Whatsapp implica tomar distancia para emprender la reflexión. Y más historias nos devuelven a la calle, al barrio, a la esquina, a la cancha de fútbol, a la iglesia, al café, al parque, a la tienda. En suma, a los lugares de encuentro donde el rostro de los otros cobra plenitud en el cotilleo, en el apunte humorístico, en la mamadera de gallo, en la capacidad para burlarse del propio infortunio.
Vale la pena
intentarlo. Por ese camino, a lo mejor el consumidor pasivo de información vuelva a ser sujeto dueño de
sí mismo, actor de su propia vida y no mera comparsa en la gran ilusión de participación aupada por la industria del
espectáculo, ese negocio colosal del que las noticias que tanto excitan a nuestro profesor de instituto son apenas
otro insumo.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=aIuCdQtNBgg
Querido Gustavo.
ResponderBorrarYa extrañaba sus entradas tipo actualidad local (la información ya es un rumor cercano en "la aldea global") y más, cuando se trata de comunicación o periodismo. Ese oficio que se convirtió en arte, luego en profesión, y finalmente avatar de las redes sociales. Es cierto que hoy estamos más informados que el noticiero, pero por las mismas, la información transgénica es esa paja entre el centeno que nos venden como trigo. Concuerdo: hay que volver a las historias cercanas, de piel, o como dijo el viejo Tolstói: "Describe tu aldea y serás universal".
Saludos
Apreciado Diego: nunca más atinada la célebre cita del viejo y querido Tolstoi, ahora que nos hemos encogido física y mentalmente a resultas de la inmediatez y la velocidad. Por ese camino, la tan mencionada y malinterpretada idea de McLuhan pronto se reveló en su auténtica condición: la de distopía.
BorrarMuchas gracias por el diálogo.
Gustavo
Buenos días Gustavo, no dejo nunca de leer sus crónicas, me encantan, veo los lugares , los personajes y las situaciones que usted describe. Disfruto enormemente de ellas, muchas gracias.
BorrarA usted mil gracias por la lectura y por animar el diálogo.
ResponderBorrarGustavo Colorado G