lunes, 7 de marzo de 2022

Del poeta como pastor

                                           





                                             DEL POETA COMO PASTOR



                                                  Del poeta como pastor


                                                  nos hablan viejos cuentos, escritos


                                                  en una caligrafía que discurre de derecha


                                                  a izquierda, como los ríos del Paraíso.



                                                 Con pies heridos por cardos y guijarros


                                                 dibuja  en el polvo un mapa


                                                 de los astros proscritos en el zodiaco.



                                                Sus pasos son la medida


                                                de todo lo que nace y muere.



                                                Mientras camina, enhebra un salmo


                                                más antiguo que el mundo


                                                que su rebaño engulle, sílaba a sílaba.



                                               Al llegar la noche, su rumiar


                                               les servirá a los ancianos


                                               de la aldea


                                               para tejer la trama del poema.




                                              Pereira (Colombia), enero de 2022


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=T3ltjzIwmiw




lunes, 21 de febrero de 2022

La seducción del vértigo

                                                Obra de Marcel Duchamp


En 1913 el escritor francés Marcel Proust publicó Por el camino de Swan, el primer tomo de la saga de En busca del tiempo perdido, una de las obras definitivas del siglo que empezaba. Fue  un intento desesperado, inútil y por lo tanto bello, de aprehender el tiempo a través de las palabras, en una suerte de estética del recuerdo.

La clave de su técnica es la sinestesia de las  imágenes. Los sentidos recogen frutos- los recuerdos- que después son convertidos en relatos por el autor hasta urdir una trama  que dé cuenta de su vida personal y su experiencia histórica.

Proust, hipocondriaco e hipersensible, tenía razones de peso para forjarse ese propósito: los avances en la mecánica, la industrialización y las comunicaciones habían acelerado la vida hasta alcanzar un ritmo que amenazaba con la desintegración de la experiencia humana como se concebía hasta entonces.

La manifestación física de ese fenómeno fue el incremento constante en la producción y el consumo de relojes. Después de todo, a partir del Renacimiento la expresión El tiempo es oro se había  convertido en credo y mandato.

El automóvil,  el aeroplano, las armas de corto y largo alcance, el ferrocarril y el telégrafo, así como el desarrollo de las bases de la genética  estimularon al genio de Albert Einstein para esbozar su  Teoría de la relatividad, una revolución no sólo de la física teórica, sino de nuestra percepción de las relaciones entre tiempo y espacio.

Así las cosas,  en medio de ese vértigo estábamos obligados a fijar el mundo si no queríamos sucumbir a la disolución y la locura. Si el cine, la pintura y la música supieron capturar el movimiento, la literatura tenía que procurarnos al menos la ilusión de la permanencia del tiempo en nosotros.

Tal como lo hacían los científicos, los artistas respondieron a su modo: Igor Stravinski con sus partituras dislocadas y llenas de síncopes que ya prefiguraban el rock como manifestación sonora y lírica de la sociedad industrial. En pintura, los cubistas presentaban al mundo su  panorama de almas y cuerpos fragmentados por las fuerzas centrífugas de la producción en serie. Los arquitectos oponían la  funcionalidad y el pragmatismo  burgués a las pretensiones ornamentales y simbólicas del barroco. A su vez, los futuristas de Marinetti glorificaron las máquinas antes de emprender la huída a su propio país del nunca jamás.


Encerrado en su cuarto insonorizado, Proust intentaba, pues, hacer algo similar a  lo de Marcel Duchamp en su controvertida obra fundacional: fijar el movimiento de una rueda de bicicleta  sobre la superficie inmóvil de una silla.

La bicicleta: otro símbolo de ruptura que permitía  atravesar campos y ciudades al ritmo impuesto por la energía de quienes  la utilizaban.

No muy lejos de ese escenario doblaban las campanas y se presagiaba el estallido de las armas que hicieron del exterminio en masa un asunto de ingeniería. La Primera Guerra Mundial se aprestaba  a destruir lo viejo y a abrir las puertas a lo desconocido: las maravillas de la ciencia y la técnica galopaban junto a los jinetes del Apocalipsis. Y los artistas lo vieron.

Desde entonces, son muchos los libros que se han ocupado de ese tránsito de los siglos XIX al XX. Novelas, ensayos, poemas y tratados de historia nos hablan de la cantidad de cambios culturales, sociales,  religiosos y económicos experimentados por la humanidad entre  1880 y 1914, año del inicio de la primera guerra. Las luchas de las mujeres por el derecho al voto que, de paso, les abrió las puertas del mundo. Los  descubrimientos de la ciencia al interior del cuerpo humano y en los confines del universo. El surgimiento del consumo y la sociedad de masas como claves para  la consolidación de la burguesía, el capitalismo y su expresión política: la democracia.


A lo anterior se suman  los avances de la medicina y la liberación del cuerpo como instrumento de placer, asunto que socavó las ataduras morales vigentes hasta entonces.  En la otra cara aparecían  criaturas de pesadilla: la rendición del hombre a la mercancía anunciada por el marxismo. La guerra como racionalización del poder del Estado. La alienación colectiva, los horrores coloniales , el racismo, los nacionalismos  y el odio a los judíos le devolvieron el sentido a la célebre imagen de Saturno devorando a sus hijos, tan  frecuentada por pintores y poetas.

En nuestros días dos escritores nacidos al despuntar  los años setenta del siglo XX han vuelto con renovado vigor sobre esos tiempos, que no cesan de proporcionar revelaciones. Se trata de Philipp Blom ( Hamburgo, 1970 ) y Florian Illies ( Bonn, 1971).



No es casualidad que sean alemanes. Esa tierra fue uno de los sismógrafos de  las grandes convulsiones  vividas por la  humanidad entre 1880 y 1945: las revoluciones rusas de  1905 y 1917, la caída del Imperio Austrohúngaro, la Primera Guerra Mundial , el advenimiento de Hitler y la Segunda Guerra Mundial desatada tras su llegada al poder.

El libro de Blom, publicado por primera vez en inglés en 2008, lleva el título de Años de vértigo, Cultura y cambio en occidente, 1900-1914. Por su lado,  1913, un año hace cien años, la obra de Illies, apareció en 2013. Hasta en eso son contemporáneos los autores.


Ambas obras son convergentes en su disimilitud. Por eso mismo se complementan. Mientras  Blom, historiador de profesión, levanta un edificio de sólida arquitectura que nos permite una exploración  profunda de la época en su conjunto,  Illies, formado en Historia del Arte, urde un exquisito tejido de anécdotas que nos acercan a la vida de los artistas  y su expresión a través de rupturas  con antiguas escuelas, renovación de lenguajes, formación y disolución de vanguardias. Todo ello, salpicado con revelaciones sobre su vida personal- no pocas  veces deliciosos chismes- que le ayudan al lector a entender los múltiples sentidos de fenómenos como el dandismo, el esnobismo, el surrealismo, el futurismo  y toda una saga de ismos que nos hablan de nuevas maneras de vivir y  crear  ancladas siempre en la voluntad de demoler viejas servidumbres: de clase, de género, de identidad sexual. Vale decir: toda una revolución política que, como las grandes revoluciones, tenían  más que ver con la vida cotidiana que con las sangrientas y fracasadas utopías lideradas por toda clase de caudillos.


Para ilustrarlo, un breve fragmento leído en la página 62 del libro de Illie, a propósito del rol desempeñado por los doctores Freud y Schnitzler en el ambiente cultural de la época: … como dos imanes de igual polaridad, no podían acercarse. No obstante, ambos se lo tomaban con humor. Cuando en 1913 llevaron a la consulta del doctor Schnitzler al hijo  ensangrentado de un industrial al que un poni había mordido en el pene, el médico dijo: “ Trasladen de inmediato al paciente a urgencias… y al poni con el profesor Freud”.

El sicoanálisis, como el marxismo, el  futurismo y las vanguardias estaban  en el centro del debate, en un recorrido que pasaba por Londres, París, Viena, Berlín, San Petersburgo y la ya no tan lejana Nueva York. De ahí que la anécdota sobre los célebres médicos no resulte un asunto menor. Mientras Freud se ocupaba del inconsciente y las pulsiones, los artistas exploraban sus manifestaciones a través de la música, la arquitectura, la pintura, la literatura y, por supuesto, el cine y la fotografía, dos productos de la técnica que reclamaban un sitio propio al lado de las artes clásicas.


Un dato: al contrario de lo postulado por sus detractores,  no era Freud el obsesionado con la sexualidad. Era la época, que buscaba en el sexo un resquicio para escapar  a la desazón provocada por unos tiempos en los que la producción y el consumo empujaban a hombres  y mujeres hacia un callejón  sin salida, cuyos límites eran la alienación pura. En realidad era la desesperación y no el placer lo que explicaba el frenético ritmo de cópulas que se parecían cada vez más al mecanismo de una cadena de montaje. La pornografía no tardaría en llevar ese estado de los cuerpos a su máximo nivel de automatismo y degradación.

Uno puede aventurarse  a leer los dos libros como si fueran uno solo y el asunto funciona al modo de un rompecabezas histórico en el que todas las piezas encajan. Mientras Años de vértigo se ocupa de la guerra, 1913  nos muestra a un joven Chaplin descorriendo  en sus películas silentes los velos de lo que se avecinaba para la humanidad . La conocida imagen de Charlot atrapado  en el engranaje de un reloj es toda una parábola sobre los peligros  que alentaban detrás de las alegres  odas de los futuristas. Asimismo, la exasperada sexualidad de Alma Mahler  y su relación  con el pintor Oskar Kokoschka  ilustran las luchas de las mujeres por su liberación tan bien como los heroicos actos de las sufragistas londinenses.


¿Qué tenían en común los escritores  Robert Musil y Alfred Doblin con Hitler y Stalin? ¿ Qué pasadizos secretos unían a Pablo Picasso con el emperador Francisco José? ¿ Qué clase de lazos existían entre el Zar  de Rusia y la locura del poeta Georg Trakl o la danza de Nijinsky? ¿ Entre la poesía de Rilke y la actriz Marlene Dietrich? ¿ Qué puentes podían tenderse entre el autor de Bambi ( aparte de una novela pornográfica) y el futuro mariscal Tito?



En apariencia poco. Pero si el observador se  consagra a seguir los sutiles  hilos que señalan la trayectoria de toda vida, no tardará en descubrir que los pasos de esos hombres y mujeres se cruzaron en alguna dimensión del tiempo y el espacio, sin que llegaran lo que se dice a conocerse. De esa materia está hecho el espíritu de una época : un trenzado de causas y azares que acaban por  empujar el tren de la historia.  Cada uno a su manera , los autores de estos libros nos cuentan que Hitler y Stalin se cruzaron alguna vez  en su recorrido por las calles de Viena, sin sospechar siquiera lo cerca que habrían de estar  uno de otro en el mapa de la Historia, y  ni hablar del decisivo y terrible papel que jugaron  en el destino de millones de personas.

Lo mismo puede decirse de los cientos de personajes que surcan ambas obras.  Todos ellos dejaron la impronta de su grandeza, de sus arbitrariedades, de sus miserias, de sus anhelos  y pesadillas en la memoria de la humanidad. Alguna vez, entre 1900 y 1914 sus vidas   y obras  llenaron de luz o de penumbra la vida de sus contemporáneos y de las generaciones por venir.

De todo ello dan cuenta estos dos libros claves para entender el enorme paso que supuso para el mundo el tránsito del siglo XIX al XX.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=5UJOaGIhG7A

miércoles, 16 de febrero de 2022

Hubo una vez un palenque



Memorias  de una vieja canción

En  el principio fueron trece banderas: las del número de municipios que conformaron el Departamento de Risaralda aquél 1º de febrero de 1967. En 1972 se les uniría Dosquebradas, hasta entonces corregimiento  de Santa Rosa de Cabal. A partir de  ese año son  catorce las banderas que se izan en fechas especiales en esta pequeña plazoleta contigua a la Unidad Residencial 1º de Febrero,  el primer conjunto habitacional cerrado construido en Pereira. En realidad es apenas una franja de terreno cubierta de adoquines  que algunos utilizan para patinar  o jugar al baloncesto  y al microfútbol, pero a alguien le dio por bautizarla así: Parque de Banderas.

Tiene historia este vecindario. Sobre la carrera octava, entre calles treinta y seis y  treinta y siete se levanta el Coliseo Mayor Rafael Cuartas Gaviria. Su nombre le rinde tributo a un liberal radical llegado de Santa Rosa de Osos, que con el tiempo se convirtió en un líder cívico de gran recordación en Pereira. De hecho, Rafael Cuartas Gaviria fue presidente de la Sociedad de Mejoras públicas hasta su muerte en 1978.


Los pereiranos han  visto de todo en este escenario: patinaje sobre el hielo, circos, lucha libre, mucho baloncesto y presentaciones de grandes cantantes populares,  como el argentino Sabú, quien provocó desmayos de las muchachas de entonces durante su paso por Pereira en 1975. Sandra Vargas, una de esas admiradoras que ya ronda los sesenta  y regenta un pequeño estanquillo en  el sector, recuerda que hizo fila durante dieciocho horas para ver a su ídolo. Razones de sobra  tenía Sabú para pedir  que al morir cubrieran su ataúd con la bandera de Colombia.

Como si fuera poco, en el Rafael Cuartas Gaviria  se disputaron los partidos de los Juegos Atléticos Nacionales de 1974, que para muchos constituyeron la carta de presentación de Pereira ante el país. Al menos  eso  dicen personas como Mario Jiménez Correa, gobernador  de  Risaralda en esa época. “La historia de Pereira se divide en antes  y después de los juegos nacionales” aseguró Jiménez en una entrevista concedida con motivo de la celebración de los cincuenta años de Risaralda.

La ruta del pecado

Cuentan  algunos parroquianos que los hombres caminaban con lentitud a lo largo de la carrera séptima y de repente giraban con pasos  de siete leguas para tomar la calle treinta cinco abajo, donde desaparecían como arrastrados por un sortilegio. Otros llegaban en taxi y se esfumaban en un abrir  y cerrar de ojos envueltos en una gabardina. Las  responsables de esa suerte de magia se llamaban Zulma, Aura, Sonia y Gloria, las más célebres anfitrionas de las Casas de Citas esparcidas entre las carreras tercera y quinta  entre calles treinta y cinco y treinta y siete. Eran jóvenes estudiantes, secretarias o  amas de casa que escapaban de sus rutinas y aprovechaban de paso para completar sus ingresos en el ejercicio de una forma de prostitución  que ahora llaman prepago.

“Eso viene desde los días  cuando por aquí funcionaba una plaza de mercado. Como  a este sector llegaban hombres con mucho billete, algunas propietarias de casas aprovechaban para alquilarles  cuartos y de paso conseguirles muchachas jóvenes y bonitas, algunas de ellas hasta de buena familia. Todavía quedan  dos o tres casas de  citas en la zona, pero ya no es como antes, porque ahora es más fácil  llevarse una vieja a la cama sin tanto misterio”, dice Eliécer, ojos grises, dientes y dedos manchados por la nicotina y el café, vecino del Parque de Banderas desde hace cuarenta años.

No  sé si exista una conexión entre uno y  otro fenómeno, pero ahora funciona por aquí un enorme templo del pastor Pablo Portela, uno de  esos supermercados  de la fe donde los desesperados del siglo XXI encuentran la receta exacta  para su desazón

Rebeldes con causa

A  siete cuadras  del Parque de Banderas nos  aguarda la Historia en persona. En el sector de Turín, justo en el punto donde la quebrada Egoyá empieza su descenso en busca de las aguas del río Otún, funcionó un palenque, uno de  esos enclaves de negros cimarrones escapados de las plantaciones  o de las minas donde trabajaban como esclavos.

Entre esos hombres estaba el negro Prudencio. El historiador Víctor Zuluaga Gómez cuenta que, luego de escapar de sus dueños en 1871, Prudencio remontó el río La Vieja en compañía de  veintisiete esclavos hasta llegar a las inmediaciones de Turín. Luego de levantar una ranchería en la que cultivaron algunos productos para su supervivencia, los esclavos fueron descubiertos por sus perseguidores,  siendo sometidos  a los brutales castigos que las autoridades de la época  tenían  establecidos para quienes se atrevían a levantarse contra la esclavitud.

Con el paso de los años, Turín fue lugar de tránsito hacia las haciendas cañeras de Llanogrande,  donde ahora se extiende la Ciudadela del Café. Allí se creó un nuevo mercado de víveres y abarrotes, así como de cabalgaduras y mano de obra para  las plantaciones  de caña. El vasallaje empezaba a cobrar otras formas.


Las antiguas  vías del tren trazan sus propias rutas de la marginalidad. Si en lugar de seguir la carrera séptima el caminante prefiere tomar la calle treinta  y siete  bordeando  el Coliseo Mayor, desembocará en un parque tomado durante años por toda suerte de expresiones marginales que van desde el Punk al  Heavy  Metal, pasando- cómo no- por unos cuantos viajes prodigados por la marihuana  y las pastillas.

Las autoridades y los censores, más preocupados por  imponer estigmas que por crear cartografías urbanas, bautizaron al parque ubicado entre los antiguos rieles del tren y la carrera novena con un nombre  tendencioso: “El Infierno”. A partir de ese momento, atendiendo al poder de las palabras, el miedo y la oscuridad descendieron  sobre el sector. Después de varios años,  los habitantes del barrio Buenos Aires han conseguido cambiar no solo el nombre sino los usos. Ahora es posible encontrarse con patinadores, pintores de grafitis,  músicos, deportistas y hasta  con enamorados pobres, de esos que todavía  pueden disfrutar de un beso con sabor a helado de vainilla sin contar  con más cobijo que las  añosas ramas de un árbol.  De alguna manera, estos son también rebeldes con causa.


El  camino de vuelta.



En la ruta que conduce del Parque de Banderas al lago Uribe Uribe,  funcionó hasta los años ochenta  el Teatro Centenario, una de esas enormes salas de cine en las que proyectaban películas de chinos, dobles del oeste y, en horario nocturno, una que otra tanda de porno suave a la que acudían  procesiones de hombres escapados de su reino doméstico. Hoy funciona en ese local un supermercado  que  trata de sobrevivir entre la andanada de los nuevos modelos de tiendas. Algunos vecinos de la Unidad  Residencial 1º de febrero todavía se desplazan hasta allí por fidelidad, por la esperanza de buenos precios o  acaso alentando la ilusión de ver desplegarse en la pared donde  estaba la pantalla del teatro una de esas imágenes de dicha o pavor que alentaron sus ilusiones de juventud.


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https://www.youtube.com/watch?v=tE22cxiRXcI

viernes, 4 de febrero de 2022

Cápsulas para el insomnio II



XVIII

La obstinada fe de los ateos en la inexistencia de Dios.

XIX

No se puede conjurar lo inefable.

XX

¿Usted no sabe quién soy yo? , preguntan los poseídos por el pavor de su propia nada.

XXI

Hasta en sueños parlotean los desterrados del silencio.

XXII

Quien no comprende los misterios de la esfera, la  parábola y la espiral  jamás captará la belleza del fútbol.

XXIII

Si lográramos expresar la verdad con palabras enloqueceríamos.

XXIV

Los antiguos poetas decían su palabra en las plazas. Los de hoy tienen a Youtube.

XXV

Caminar en soledad por las montañas… y encontrar  de repente ese pedazo de uno mismo  perdido tiempo atrás.

XXVI

La mirada del loco en el sanatorio espanta porque es también la nuestra.

XXVII

Los avatares de los viejos dioses se manifestaban en  piedras y relámpagos. Ahora lo hacen en Twitter, donde cada quien es su  propia divinidad, desamparada y arbitraria.

XVIII

Las promesas  eternas suelen ser asunto de desmemoriados.

XXIX

Esas cuerdas insondables de la vida que sólo una buena canción puede pulsar.

XXX

La ya extinguida generosidad de los mayores, que preparaban los alimentos  en una olla inmensa por si pasaba un peregrino.

XXXI

Como niños grandes, durante las pestes, las guerras y los cataclismos los humanos prometemos portarnos bien. Una vez pasado el susto volvemos a las andadas.

XXXII

La vida: generación tras generación, millones de seres haciendo fila para reproducirse y morir.

XXXIII

Durante las cuarentenas  volvimos a descubrir para qué sirven las ventanas.

XXXIV

Soy un libro abierto para los otros, dijo el más indescifrable de los seres.

XXXV

Teólogos, místicos y matemáticos hablan de lo infinito. Del todo en el uno y del uno en el todo: es su manera de referirse a Dios.

XXXV

“ Se  salvó de la muerte”. ¿Han  escuchado expresión más absurda?

XXXVII

Sentarse  a la mesa de un café a ver pasar el mundo. Y,  de repente, descubrir en su incesante flujo un  destello de eternidad.

XXXVIII

Los peligros de enamorarse de una mujer que se llame Dolores.

XXXIX

Destilar el licor del mundo y saborearlo en pequeños sorbos: el Haikú.

XL

Las piedras, hechas plegaria, nos hablan por igual  a través de cuevas, montañas y catedrales.

XLI

Un gol en un estadio vacío : otra de las  postales  dolorosas que nos dejó la pandemia.

XLII

Toda mujer es umbral, puerta para la entrada de otros seres al mundo. De ahí su  fortaleza a la hora de  afrontar la adversidad.

XLIII

Diplomacia: otro eufemismo para nombrar la hipocresía.

XLIV

¡Cuántas esperanzas puestas en un futuro que  pronto se convertirá en pasado! 

XLV

Día de sol. Un guayacán florecido. En el suelo, formando  un tapiz en el contorno del árbol, cientos de flores amarillas: como si la sombra tuviera color.

XLVI

En su juventud, el escritor Albert Camus fue arquero de un equipo de fútbol en Argelia. En gran medida, eso explica el hondo pesimismo de su obra.


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https://www.youtube.com/watch?v=Mb3iPP-tHdA

viernes, 28 de enero de 2022

Javier Amaya: historias de ida y vuelta


Primer viaje


Toda vida es un viaje de ida  y vuelta, aunque al final no se regrese y, en el fondo, sólo demos vueltas alrededor de nosotros mismos.

De esos viajes nos hablan dos libros del escritor, historiador y académico  Javier Amaya( Pereira, Colombia, 1956), emigrado a Estados Unidos  hace cuatro décadas, en una de esas oleadas de exilios que siempre  tienen múltiples razones. Se trata Crónicas desde Seattle (2004), selección de 166 páginas prologada por Gustavo Álvarez Gardeazábal, en la que convergen crónicas, reportajes , entrevistas, reseñas y artículos de opinión publicados en distintos medios independientes desde mediados de los años ochenta.

El otro título corresponde a la novela El fusil para qué, del año 2006.

Amaya es, además, autor del libro Cuentos de amor y distancia (2001) y de la biografía del médico y líder político comunista Santiago Londoño Londoño, publicada en 2020 con el título Santiago Londoño Londoño, el hombre y la leyenda.

A través de las crónicas asistimos a momentos claves en el devenir del mundo, luego de la caída del Muro de Berlín,  el fin del imperio soviético y la consiguiente entronización de una idea sobre la que el capitalismo tardío y sus expresiones políticas  afirmaron su control planetario. Según esa teoría, la historia habría terminado,  de acuerdo  con lo planteado por el profesor Francis Fukuyama en su célebre y  a menudo mal interpretado libro titulado El fin de la Historia.

Porque pronto confirmamos que, lejos de haber terminado, en muchos lugares de la tierra la historia ni siquiera había comenzado, como se desprende de los análisis del escritor  Javier Amaya cuando se  aproxima a los grandes conflictos que afloraron y se intensificaron en el mundo al finalizar el siglo XX y a lo largo del XXI.

Las guerras y los procesos de paz en Centroamérica, truncos todos, si uno se atiene a la turbia realidad  actual en El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala. La doble moral de la guerra contra las drogas impulsada por los norteamericanos, que al final sólo ha conseguido incrementar la rentabilidad del negocio, y con ella los niveles de corrupción y violencia en los países productores y distribuidores. El eterno  dilema de Colombia, atrapada en  un conflicto interno que todas las partes involucradas han sabido  aprovechar para sus intereses  particulares, ya sean políticos, económicos o militares.

Dando  un giro al mapamundi, la mirada de Amaya nos lleva a  Oriente Medio, agitado siempre por la codicia de las potencias globales, que  atizan el fuego de viejos conflictos tribales para disimular sus verdaderas razones: el control de los recursos petrolíferos y la situación estratégica de la región. Ligada a eso, va la necesidad de inventarse un enemigo que remplace al extinguido comunismo como justificación para  trazar líneas  de política exterior en consonancia con las nuevas maneras de  ver el mundo: la tan citada aldea global sobre la que los Estados Unidos y sus aliados ejercen pleno control, a través de la combinación de todas las formas de lucha: políticas, económicas, culturales y  militares, todo ello soportado  en un sofisticado aparato  de propaganda elevado a  la enésima potencia por los avances de las tecnologías   digitales.


Acaso para equilibrar un tanto las cargas, en Crónicas desde Seattle encontramos un par de reseñas sobre arte y literatura. Una sobre la obra del pintor mexicano José Luis Cuevas y otra sobre  Del amor y otros demonios, la novela Gabriel García Márquez.


Toda propuesta  periodística debe incluir,  de una u otra manera, las voces de los protagonistas. En el caso de este libro encontramos, entre otras, las de la guatemalteca Rigoberta Menchú y el sudafricano Nelson Mandela, ambos  reconocidos en distintos momentos con el Premio Nobel de Paz. También aparecen el escritor mexicano Carlos Fuentes y el político colombiano Lucho Garzón. Con ellos, Javier Amaya teje este caleidoscopio de textos que nos ayuda a entender lo sucedido  en el mundo  durante el último medio siglo.


La realidad en clave de ficción




Ya nos lo han advertido muchas veces : a menudo la  ficción constituye la mejor manera de aproximarse a la realidad. O, mejor dicho, a las realidades que , en el caso de Colombia, están marcadas por aquello que el escritor José Eustasio Rivera supo precisar tan bien en el título de su novela La Vorágine. A su vez, Javier Amaya  le dio a su novela  un título que, de entrada, ya es político : El  fusil para qué. Como puede leerse, el narrador  no formula  pregunta alguna que le deje un resquicio a la esperanza : lo suyo es la certeza de la decepción frente a toda vía de lucha armada. La  falta de signos de  interrogación nos habla de un mundo  donde las utopías revolucionarias no tardaron, como en todo tiempo y lugar, en   conducir hacia amargas  realidades.

Después de todo el paso siguiente a toda revolución es la reacción.

La historia es sencilla: un grupo de hombres y mujeres, alineados en uno y otro bando- al final da igual a cuál pertenecen-, viven, sueñan y mueren en una guerra cuyo escenario puede ser Colombia o algún otro país del tercer mundo. Ramona, Preciado – cuyo nombre de guerra es Martín- y Eva en las filas de la guerrilla. Tinieblo, el general Contreras y algunos políticos en el bando del gobierno y sus fuerzas de seguridad.



Todo sucede alrededor de un lugar  llamado Barrancal. Una ciudad tan real y tan imaginada como pueden serlo la Santa María de Juan Carlos Onetti o el  Yoknapatawpha County de William Faulkner. En últimas, los límites entre esos mundos son apenas convencionales. Lo importante es el destino errático  y trágico de estos personajes que se mueven por el mundo empujados por fuerzas que los superan : la fe  en las utopías revolucionarias o la defensa a ultranza del establecimiento y sus poderes.

En cualquier caso, estas criaturas de ficción participan de algunos códigos de la llamada novela negra. Siempre conspirando y espiándose unos a otros, frecuentan prostíbulos y bares  ubicados en   extramuros sórdidos. Su mundo es la noche.  Es en esas horas cuando se  pueden dar los encuentros esenciales: los que les revelan las cartas marcadas de la vida y la muerte.



A lo largo de las 148 páginas de la novela se nos entregan algunas pistas que nos ayudan a ubicarnos en el tiempo y el lugar del relato. La toma de una  embajada por guerrilleros que que se cuelan en una fiesta de diplomáticos vestidos  como cantantes de un coro. La  entrada del narcotráfico como fuente de corrupción y traiciones. Campesinos sin convicciones políticas atrapados entre la intimidación de uno y otro bando. Políticos jugando a la eterna ruleta de intereses personales disfrazados de búsqueda del bien común. Y, sobre todo, el idealismo de una generación que, ilusionada por el triunfo de la Revolución Cubana y aupada por la propaganda llegada de China y la Unión Soviética, no dudó en  regar con la propia sangre y la ajena las montañas de la que creían una patria.

A modo de colofón, una suerte de declaración de principios que  Ramona le inculca a  Martín en los días de su iniciación en la guerra, después de entregarle su pistola Smith & Wesson: “Debes grabarte dos reglas de oro: la primera, no apuntarla a nadie,  a menos que decidas disparar. Y la segunda, no halar nunca del gatillo aunque te hayan dicho que está descargada, a menos que decidas disparar . Puedes salvar la vida de tus compañeros y la tuya propia, mientras no olvides las reglas, que al final se reducen a una”.



Así de sencillo y terrible es el asunto: los sueños y la vida de estas personas enfrentadas penden de la decisión de   halar o no el gatillo.  Es la guerra, dicen algunos. Es el absurdo, piensan otros. Con todo, al final de la novela  el narrador deja entrever un destello de esperanza: Preciado y Eva, una campesina que se hizo su amante durante una de sus visitas a la montaña,  escapan hacia el exilio en  un país desconocido, cuyo nombre,  más que un lugar geográfico, es una promesa de redención.

A lo mejor todavía  estén a tiempo. Al fin y al cabo, son sobrevivientes y comparten una especie de conjuro, resumido en cuatro  palabras: El fusil para qué.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=-gc-19xAfag





viernes, 21 de enero de 2022

Corazón delator




                                          “…  Entonces llegó el hada protectora

                                           Y viendo que Pinocho se moría

                                           Le puso un corazón de fantasía

                                            Y Pinocho sonriendo despertó…”


                                                Canción infantil.

                      

                              

                                                              


En  muchas sagas de mitos y leyendas, el héroe trata de apropiarse de las virtudes  asignadas por los humanos a los animales. La valentía del león, el olfato del lobo, la osadía del águila, la sagacidad del lince. Uno de los casos más citados en la historia es el de Ricardo I de Inglaterra, hijo de Leonor de Aquitania , conocido como “ Ricardo Corazón de León”.

Supongo que en ese siglo XII ni al más iconoclasta de los hombres se le hubiera ocurrido llamarlo “ Ricardo Corazón de Cerdo” , sin correr el riesgo de ser detenido y atravesado  por la espada de  los esbirros del soberano.

Al fin y al cabo el cerdo fue siempre objeto de desprecio. No sé de cultura alguna en la que se le haya adorado como al gato, el toro o la serpiente, según se desprende de relatos orales y escritos. Así,  en Homero, la maga Circe convierte a  Odiseo y sus hombres  en cerdos, dejando claro el concepto que tenía de  unos y otros.

Asimismo, en los libros del Génesis y el Levítico se prohibe a los hebreos el consumo de  la carne de ese animal, por  considerarla  impura y símbolo del pecado. De igual manera, la ortodoxia católica utilizó la  palabra marranos para referirse a los judíos conversos. De modo que en ninguna parte el cerdo sale bien librado.


Al menos hasta el viernes   7 de enero de 2022, cuando el mundo se enteró de que cirujanos de la Universidad de Maryland, en Estados Unidos, habían conseguido trasplantar el corazón – modificado genéticamente- de un  cerdo al cuerpo de un hombre de 57 años llamado David Bennet. Al momento de publicar esta entrada el paciente seguía vivo.

El punto de partida lo marcó el doctor sudafricano Christian Barnard, quien practicó el primer trasplante de corazón en una clínica de Ciudad del Cabo el 3 de diciembre de 1967. Aunque el paciente sólo vivió  18 días, la intervención marcó  un antes y un después en el camino de la ciencia médica.  Pasados 55 años de ese acontecimiento se practican de manera habitual trasplantes de órganos- no sólo de corazón- de humanos a humanos.


En el caso del corazón de cerdo, la fecha clave se remite a 1996, cuando empiezan los trasplantes experimentales de corazones  de cerdo modificados genéticamente al cuerpo de seres humanos.

Por lo visto, nos toca empezar a revisar el estigma que nuestros paradójicos atavismos habían arrojado sobre la figura de este animal: de un lado lo concebimos como símbolo de suciedad, al tiempo que nos damos descomunales banquetes con su carne, sobre todo en las fiestas de final y comienzo de año. De paso, me cuentan que el caricaturista Matador anda atareado  tratando de modificar  sobre la marcha su concepto gráfico que asocia la figura del actual  presidente de Colombia con un cerdo: con el prestigio recién adquirido del animal  quedaría anulado el efecto político de  la  caricatura porcina.


Sospecho también que la culpa anda rondando la conciencia de uno de mis vecinos, especializado en la matanza herodiana de cerdos durante la temporada navideña.  Desde el 7 de enero lo veo con el ceño fruncido, profundas ojeras y un tono cada vez más bilioso en la piel. Creo que padece insomnios prolongados, preferibles en todo caso al sueño: apenas se duerme lo asaltan pesadillas en las que los aullidos de un cerdo agonizante torturan sus oídos como trompetas del juicio final.

Pero son sólo conjeturas mías: a lo mejor al hombre le hicieron  una cirugía en la que le trasplantaron el corazón de un animal llamado  jefe paramilitar.  Si es así, eso lo volvió insensible al dolor de cualquier ser vivo. Su  angustia sería fingida, aparente:  una pose dictada por la corrección política.


Desde Darwin, nos acostumbramos a hablar del mono como nuestro pariente más cercano. Pero el parecido resultó ser más superficial de lo que pensábamos : puras monerías.  En realidad  , si juzgamos por la similar estructura  y funcionamiento de los órganos internos,  nuestro familiar más cercano es el cerdo. De modo que , como hacen en oriente con las vacas, haríamos bien en  empezar a reverenciarlos y a pedirles disculpas por las vejaciones a las que los hemos sometidos a lo largo  de los siglos. Una buena dosis de  perdón y olvido sería saludable para todos en este momento. De mi parte, ya separé cita en un consultorio atendido por veganos  y vegetarianos.

Nunca es tarde y nada se pierde, reza el refrán.

Al fin y al cabo nadie está exento de que en cualquier instante- como en las canciones románticas- después de un trasplante  de urgencia su corazón se vuelva delator.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=jad11Q-ZCyw







martes, 11 de enero de 2022

Walter Benjamin y el hombre como alegoría






Exiliado en Portbou, en  el Mediterráneo catalán, y degustando a plenitud su propia extinción, el filósofo  Walter Benjamin ( Berlín, 1892, Portbou, 1940) contemplaba y padecía el desplome de un mundo que soñó con el mejoramiento constante de los instrumentos forjados por la razón y sus  hijas naturales: la ciencia y la técnica.

Desde Aristóteles hasta la Revolución Industrial, pasando por el Renacimiento y la Ilustración, la historia parecía de veras conducir hacia nuevas conquistas en el terreno de la filosofía, la ciencia y la política como soportes de un mundo mejor.

Pero todo se vino abajo. El arco había empezado a descender con las revoluciones de la segunda mitad del siglo XIX, continuando con la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio Austrohúngaro, hasta de desembocar en el cataclismo de la segunda gran guerra que redujo a cenizas el viejo sueño humanista.

Como todo gran pensador de su tiempo, Walter Benjamin se  encargó de tomarle el pulso a los acontecimientos. Para lograrlo, estableció unas líneas de estudio que le permitieron fijar el  método adecuado para orientarse en un mundo marcado por la confusión.





Esas líneas, a las que volvió una y otra vez a lo largo de su obra están ancladas en unas ideas básicas que desarrollaría hasta su máxima potencia: la multitud como  enseña de lo moderno, la pérdida del aura de la obra de arte a resultas de su reproducción técnica, el flaneur como hijo de la Revolución Industrial y el advenimiento de la mercancía como superstición, al punto de que los objetos devienen alegoría de asuntos tan esenciales para las motivaciones humanas como las ideas de felicidad, bienestar, libertad y prestigio.

El hombre de la multitud

Federico Engels fue uno de los primeros en advertirlo con toda claridad: el rebaño humano  que invadía las calles de Londres rumbo al trabajo en fábricas, almacenes y oficinas, o en busca de esos mismos trabajos, trenzaba con sus pasos una urdimbre en la que era posible adivinar por igual ambición y desesperanza. En suma, el destino del hombre urbano que abandonaba los valores del mundo feudal.

La impronta de esa nueva especie de hombre es la insolidaridad, la indiferencia ante el dolor y las angustias de quienes comparten con él la incertidumbre propia de los nuevos tiempos. Para Engels, incluso en las colmenas y hormigueros se dan formas de reconocimiento y cooperación ausentes por completo en los habitantes de la city.




A su vez, en su célebre texto titulado El hombre de la multitud, Edgar Allan Poe da un paso más y se da  de bruces con otra manifestación del mismo  fenómeno: la soledad de quien anda y desanda las calles una y otra vez, sin encontrar respuesta a su llamado. Ni una mirada, ni una palabra, ni un gesto. Todos van abismados. Incluso las iglesias han sido abandonadas en tanto fuente de consuelo. De ellas sólo sobreviven las formas de la piedra, olvidadas de Dios y de los hombres.

Pero falta todavía un nuevo giro: el del paseante, el flaneur que deambula sin propósito aparente, porque ya ni siquiera alcanza a ser testigo de lo que pasa: es un átomo más en el organismo de la multitud.
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Las flores del mal

La obra del poeta Charles Baudelaire (1821-1867), se convirtió en la más valiosa compañera de viaje de Benjamin en su intento por descifrar algunas de las claves de esa nueva clase de hombre. Situado por fuera del sistema sin dejar de gravitar a su alrededor, Baudelaire hace de la transfiguración poética del outsider su buque insignia. Es  su manera de sortear los meandros de una urbe que se le antoja un  mar turbulento que todo el tiempo arroja desechos a sus orillas. Esos desechos, tanto objetos como personas, venían a materializar el concepto de reificación postulado con tanta claridad por Karl Marx, otro de los grandes estímulos para el pensamiento de Walter Benjamin.

El poeta iba y venía en su barca como un ángel de la soledad, un satanás, un rebelde,  un Lucifer en el sentido más preciso de la cosmovisión cristiana. De ahí su vindicación literaria de figuras tan ilustrativas de la ciudad como la prostituta, el  trapero ( reciclador) el borracho y el criminal. Todos ellos caros a las huestes proscritas del capitalismo en tanto amenazas latentes para el ciclo de la producción y el consumo.

En su calidad de testigo, Baudelaire es para Benjamin el flaneur por excelencia, el infatigable caminante urbano que desdeña los viajes hacia tierras remotas tan codiciados por muchos artistas, porque le sobra y basta con las calles, con esos pasajes y vitrinas nacidos de la Revolución Industrial que los necesitaba para exhibir sus mercancías y ponerlas así en contacto con la mirada y el bolsillo  de su más reciente expresión: el consumidor. El espíritu viviente de la moda como lo viejo siempre nuevo que viene a ser otra de las  improntas de la modernidad.

El objeto y la alegoría

En su muy estudiado aparte de El Capital titulado La mercancía, Karl Marx se encarga de analizar en detalle las connotaciones económicas, sociales, políticas , espirituales sicológicas y culturales de los objetos producidos en masa. Fabricados en principio tanto para satisfacer necesidades materiales como expectativas de distinción social, los objetos se convierten ,  merced a la publicidad  y el mercadeo, en auténticos fetiches y por eso mismo en entidades capaces de despertar el deseo, la admiración y la codicia. Mediante ese mecanismo se crean las necesidades artificiales que tan bien ha sabido explotar el capitalismo en su fase tardía.

De todos es conocida la manera como las catedrales fueron desalojadas para trasladar los feligreses a los centros comerciales, donde pueden alcanzar una trascendencia fugaz a través de la contemplación extática  y  la consiguiente adquisición de mercancías.



Siguiendo los pasos de Marx, W. Benjamin advirtió en el nacimiento de los pasajes las primeras formas del Centro Comercial moderno y de sus visitantes como nuevos peregrinos urbanos. Es así como la mercancía se transmuta y empieza a convertirse en alegoría de las eternas pasiones humanas. Pero todavía hay más: el hombre mismo, en tanto consumidor, se  transforma en alegoría de sus propias fuerzas motrices, llevando al límite la idea de cosificación y alienación planteada por Marx. El automóvil como símbolo sexual  constituye desde comienzos del siglo XX  la suprema materialización de esa idea: el hombre-cosa se disuelve en las formas de la máquina y se hace uno con ella.




¿ El fin de la obra de arte?

El paso inevitable para Benjamin lo conduce a formularse la pregunta decisiva:  ¿ asistimos a la extinción de la “ obra de arte” tal como la imaginamos hasta finales del siglo XIX?. El filósofo alemán nos recuerda que, para la tradición occidental, la obra de arte estaba revestida de un  carácter mágico, religioso y por lo tanto irrepetible. La aparición del artista en una convergencia de espacio- tiempo dotaba de entrada a su obra de un aura, algo intangible pero con valor concreto.

En principio sólo los muy ricos( príncipes, papas, reyes) podían permitirse el lujo de tener una obra “ original” en sus catedrales y palacios. Acceder a la contemplación de esas obras suponía una deferencia de parte del poderoso. Quienes asistían al descorrimiento del velo podían sentirse así ungidos.




Pero, con la consolidación del capitalismo, las obras de arte salen al mercado y con ellas aparecen las figuras del intermediario y del falsificador en serie. De esa manera los nuevos ricos pueden poseer una pintura o una escultura que parece pero no es, porque carece del aura exclusiva del “original”. Liberados a las potencias del capital, los productos artísticos empiezan a ser reproducidos en serie.  A partir del desarrollo de la litografía y la fotografía asistimos a una nueva situación: no es que la obra parezca pero no sea, como pasa con la falsificación. En este nuevo mundo de la reproducción técnica en serie la obra es pero no es.

En su primera época, muchos de quienes poseían litografías y fotografías de cuadros célebres en sus casas no se tomaban la molestia de advertir al visitante de que no se trataba del “ original”. ¿Para qué habrían de hacerlo si ya era imposible precisar la diferencia? Al producirlos en serie la tecnología los privó del aura a todos por igual.

Alcanzado ese punto, resultaba ineludible que todos los valores sobre los que se asentó occidente  durante más de dos mil años “ se desvanecieran en el aire”, tal como lo anotara Marx en su célebre sentencia que ha inspirado a tantos pensadores de ahí en adelante.

Las múltiples formas de ese desvanecimiento alentaron la vida y obra de Walter Benjamin, hasta que él mismo se disolvió en el aire un 26 de septiembre de 1940 en su refugio del Mediterráneo catalán.

Había conseguido escapar de los nazis, pero no de sus propios demonios.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=uzjYQuDPi9Q