“Habrá un vinillo que no
probaremos;
Habrá bellas niñas, y ya no
viviremos”;
Canción popular austriaca
En una entrevista concedida a la
revista Rolling Stone para la
celebración de sus cuarenta años de circulación, Paul McCartney advirtió:“Lo más terrible de crecer es la irrevocable
pérdida de los amigos”.
Supongo que el autor de Band on the run y un millar de canciones
más, no solo pensaba en los celebérrimos Lennon y Harrison. Quizás en ese momento evocaba a los compinches de juventud que se apearon
del tren en pleno movimiento.
Los que se fueron a vivir “donde habita el olvido”
Y sí. La vida de cada quien es como una banda de rock que se
va quedando sin músicos. Unos se van a
otras bandas. Algunos reinventan su vida y se convierten en magnates,
celebridades, egos inaccesibles o marginales atrincherados bajo los puentes.
Unos cuantos ya no
nos quieren o no los queremos más.
Otros, sencillamente, se mueren,
o entran a participar de esa muerte lenta
que son las distancias geográficas. En esos casos, el océano y la tierra
de por medio suelen ser letales.
Como en el tango
de Gardel y Lepera, la gente
adivina el parpadeo de las luces
que a lo lejos van marcando su retorno.
Pero quienes los aguardan al borde de la estación o en la sala de
espera del aeropuerto son menos seres de
carne y hueso que fantasmas de otras épocas.
En realidad no hay nada de terrible en eso: es solo el
baile de la vida y el tiempo que
despiertan de su siesta y dejan un montoncito de cenizas al lado del lecho: somos nosotros, sus hijos.
El rescoldo dejado por un incendio llamado juventud.
He aprendido algunas de esas
cosas trabajando con personas que emigran al exterior amparadas en muchos
motivos: expectativas económicas y laborales. Anhelo de ver mundo y adquirir
experiencias. Formación profesional.
Invitaciones.
Un porcentaje
de ellas busca lo más elemental: escapar de sí mismas o de sus circunstancias: la familia, los hijos, el trabajo, la pareja.
Incluso traté de condensar algunas de esos motivos y
emociones en un libro con un título copiado- como tantos- a Joaquín Sabina, que
a su vez se lo robó a sus poetas más queridos.
En la mayoría de esas historias
alentaba un elemento común, una suerte de espejismo: el viajero que permanece
muchos años fuera de casa suele creer que su vida es la única que experimentó cambios.
Piensan que quienes se quedaron permanecen congelados en el espacio y en el tiempo a la espera de su regreso.
Por eso el gesto de desazón se
repite en estaciones y aeropuertos: una mueca de sorprendida tristeza se advierte bajo los
rituales de alegría. De los carteles,
los gritos y las canciones de bienvenida.
Pasada la euforia inicial, muchas
de esas personas ya no saben cómo desencontrarse.
Sospecho que en todo esto subyace
un desarraigo con dos orillas: la del espacio
y la del tiempo.
Entre las dos he visto disolverse
familias enteras, amores eternos,
complicidades sin tacha. Veinte años escuchando a andariegos de todas las
edades, géneros y procedencias dejan ese tipo de sensaciones instaladas en
algún lugar cuerpo adentro.
Todo adiós es una pérdida.
Por eso me caló tan hondo esa frase de McCartney
redescubierta en una edición vieja de la Revista Rolling Stone.
De golpe, vuelvo a confirmar que no hay casualidades: Rolling Stone quiere decir precisamente
eso: Canto rodado, piedra rodante. Es decir, culo inquieto, andariego.
Así somos todos, nómadas y sedentarios. Piedras rodantes que dejan en
el camino minúsculos fragmentos de sí mismas. Esos pedacitos formarán a su vez otras piedras, nuevas historias.
Y entonces la rueda vuelve girar.
Solo que con un imperceptible cambio de órbita. No volvemos a pisar el mismo
suelo.
En esa franja imperceptible
acontecen las pérdidas lamentadas por uno de los genios de The Beatles.
Esas que solo es posible resistir
con plegarias, canciones, versos y un trago largo, muy largo de Jack Danniel´s.
Al menos ese fue el consejo de
Frank Sinatra.
PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
He ahí el costo social de la emigración: desintegración del tejido familiar, amores rotos, adios a los compinches y otras consecuencias que dejan su huella. Ni con el auxilio de las tecnologias de la comunicación se puede llenar el vacío de la ausencia. Eso con los que están lejos, pero tambien perdemos amistades a la vuelta de la esquina, hasta de manera inconsciente o por simple inercia. Somos seres rodantes, y como tal es inevitable que dejemos atrás muchas cosas para toparnos con otras experiencias más adelante. Es la ley de la vida, què le vamos a hacer.
ResponderBorrarTan lejos y tan cerca, dice la conocida frase, apreciado José. Digo, a propósito de esos espejismos del acercamiento que son los aparatos digitales. Usted da click y las personas se encienden. Otro click y se apagan. La comunicación se convierte entonces en una suerte de parpadeo.
ResponderBorrarY sí : es la ley de la vida. Esa parte nunca estará en discusión. Y para curarse esos dolores se inventaron las canciones, el vino y todas las variedades del ron.
Hay dos formas de envejecer: lamentando la pérdida de tus viejos amigos, o disfrutando el desfile mortuorio de tus entrañables enemigos. Identificar cuál de estas inclinaciones te pinta mejor es un ejercicio indispensable.
ResponderBorrarja, ja, ja.
ResponderBorrarSin más palabras, mi querido don Lalo.
Me sentaré a contemplar el desfile entonces.Queda por definir entonces si con una copa de vino, de ron o de Jack Daniel` en la mano.
Maestro,calaron estas palabras. La lejanía del espacio golpea, aunque uno piensa que nada cambia allá, donde quedó el yo más joven. Y al volver es difícil ver el mundo con los mismos ojos. No podemos detener el tiempo como en las colecciones fotográficas o en la memoria. La palabra es desarraigo. Poco a poco nos damos cuenta, como dice usted, que la vida no está sujeta a una sola mirada. Y queda también la necesidad de caminar, a veces sin saber la razón, caminar por caminar. Escuche esta de Pearl Jam 'Drifting', sería el Lado B de su banda sonora para este objeto de la nostalgia que ha hecho con sus palabras y experiencias y que llamó "Los adioses".
ResponderBorrar"Otros, sencillamente, se mueren..." Nada más bello que lo sencillo para expresar lo fortuito de la vida.
https://www.youtube.com/watch?v=zJqIM8LnXbw
Mil gracias por esa banda sonora, apreciado Eskimal.
ResponderBorrarY por sus siempre oportunas reflexiones. En este caso sobre el oficio de vivir que, en últimas, consiste en dejar migajas de uno mismo por un camino que, a diferencia del sugerido por el relato de Hansel y Grettel, no tiene destino de regreso.