“¿Qué se
hicieron las nieves de antaño?”
Francois Villon
Promediada la segunda década del
siglo XXI casi nadie discute que Don
Quijote de Cervantes constituye uno
de los tópicos perdurables de los últimos quinientos años. De hecho, el
adjetivo “quijotesco” forma parte del acervo cultural, tanto entre especialistas en distintos campos como
en el habla coloquial.
Como en un juego de cajas chinas,
ese tópico contiene además muchos otros, aplicados al universo de la guerra, la
filosofía o la acción política. Para el que nos ocupa, la figura de Dulcinea del Toboso constituye una valiosa atalaya: entre los aparentes desvaríos del personaje cervantino, esta mujer ha sido interrogada desde todos los frentes
imaginables, incluyendo los de la mística, la filosofía, el ocultismo y, por
supuesto, la mitología amorosa.
Muchos críticos literarios
postulan una interpretación de El Quijote
como una parodia de los libros de caballería. Aunque es posible que haya algo
de eso, la tesis resulta simplificadora: bien sabemos que un texto literario es
una y muchas cosas a la vez, en una experiencia incesante en la que
cada lector aporta lo suyo.
Por eso es posible – y
probable- que a través de Dulcinea
Miguel de Cervantes haya intentado responder a la pregunta de Francois Villon, el escritor francés que murió
casi un siglo antes del nacimiento del autor de las Novelas Ejemplares.
“¿Qué se hicieron las nieves de antaño?” se pregunta ese
predecesor ilustre de los llamados
poetas malditos. A continuación enhebra una lista de nombres: Flora, Romaine, Archipiada, Thaís,
Eloísa, Juana, Berta, Beatriz.
Por poco que uno ahonde en su
obra, encuentra que la respuesta es más compleja de lo que parece.
Lejos estaba Villon de padecer
de un acceso de nostalgia, esa suerte
de enfermedad del espíritu que casi siempre conduce a “Añorar lo que nunca jamás sucedió”, para decirlo con palabras del
músico y poeta andaluz Joaquín Sabina.
En esa medida la búsqueda de
Villon fluye en otra dirección. El autor
se cuestiona en realidad si esas damas existieron alguna
vez fuera de la imaginación de quienes
las forjaron como respuesta a una
necesidad profunda. Dicho de otra
manera, en 1450 ese poeta desaforado
se mostraba convencido de lo que hoy nadie discute: como todos los
hechos surgidos a la lumbre de la cultura, es decir, del quehacer humano en
el mundo, el amor es también una
invención.
Don Quijote lo sabe: no por casualidad es un
hombre poseído por la lucidez, esa forma
suprema del conocimiento que para los más prosaicos constituye un síntoma de
locura. Él sabe que está frente a una
rústica aldeana. Solo que necesita con
urgencia recrearla, es decir, volverla a
inventar, para darle sentido a una existencia a todas luces
absurda.
Y
eso es lo que hemos hecho los
mortales desde el advenimiento del amor romántico, una manera de concebir y vivir la experiencia afectiva y
sexual de origen reciente: para un
hombre o una mujer de la Grecia clásica resultaría impensable una
expresión como esta: “Si te vas, me
moriré de amor”. Al fin y al cabo, para los hombres de esa época existían pretextos más
importantes por los que vivir y morir.
Esa diferencia nos ubica de plano
en el terreno de un género musical que ha contribuido a moldear la experiencia amorosa o, si se
quiere, la educación sentimental de varias generaciones en Hispanoamérica y el mundo de ascendencia
latina en general, por lo menos desde comienzos de los años sesenta del siglo
XX.
Hablamos de la balada, esa expresión que echa raíces en
el lenguaje de los juglares que desde el medioevo recorrían el mundo conocido. Sus relatos y tonadas abarcaban
desde asuntos religiosos y paganos, pasando por las gestas
de la comunidad hasta llegar a los más íntimos goces y desastres de los individuos. En ese
recorrido surgieron las damas de antaño
cuyo peso específico preocupaba tanto a Francois Villon.
No por casualidad son los
italianos quienes han llevado la balada a sus
más altas cotas líricas: su manera de cantar y contar echa raíces
en un romancero que se remonta al menos
a la temprana Edad Media.
Si bien en el siglo XX podemos
hallar precedentes en los crooners anglosajones tipo Frank Sinatra o Tony
Bennett, derivados de algunas estéticas
del jazz, es entre los latinos donde la
balada adquiere su lugar como
expresión de los sentimientos en un momento histórico dado. Para decirlo
de otro modo, la balada contemporánea surge y se consolida en un
mundo donde, para bien o para mal, el
capitalismo ha liberado a los individuos
de los convencionalismos heredados
de la era feudal para dejarlos a merced de las llamadas
fuerzas del mercado. En ese punto ya no
son la familia, el estado o la iglesia las instituciones que trazan las pautas a seguir.
A partir de ese momento
hombres y mujeres tienen que arreglárselas en solitario con las
urgencias del corazón y del deseo. Los intérpretes y compositores de baladas están allí para contar las dichas y
desventuras de esa nueva forma de jugar al azar.
“El amor romántico no es otra cosa que la libido sublimada. Ante la
imposibilidad de acceder al objeto del
deseo por impedimentos sociales,
económicos, religiosos o culturales, el sujeto frustrado se conforma con
amar una abstracción”, aseveran algunos discípulos de Freud, tan proclives
a encerrar el mundo en una fórmula solo
en apariencia incontrovertible.
Tan convencidos están, que no
paran mientes en la perogrullada: por supuesto, los impulsos sexuales nos hermanan
con los animales y nos devuelven
de plano a nuestra ligazón con el orden de la naturaleza. Es la imaginación lo que le da un rumbo a esa turbulencia de instintos
y hormonas.
Porque los humanos somos en esencia
seres simbólicos, lo cual equivale a decir que la vida solo adquiere sentido cuando es narrada,
cuando los eventos cotidianos adquieren la categoría de representación. Sobre
esa idea se soportan los credos religiosos, las ideas políticas y las
convenciones sociales.
Al igual que todas las formas de
comunicación, la música forma parte de
esa estructura de símbolos.
Por eso, a poco que uno se
devuelva en el tiempo, la encontrará ligada a todos los rituales de la vida,
empezando por los de la seducción
erótica.
El cuerpo del otro como fortaleza
a conquistar sigue siendo una de las
fórmulas más socorridas para resumir el empeño tenaz del sujeto de deseo en su intento por acceder a un objeto
que de no ser alcanzado dará origen a
frustración y amargura. Por uno u otro camino el elemento trágico no tardará en
irrumpir: si el anhelo es satisfecho, de todos modos el sentimiento se
disolverá en el hastío.
En cualquiera de los dos casos,
el cancionero popular- y en especial la balada- estará presente para dar cuenta
de ello, reinventando una y otra vez Dulcineas
y Quijotes con la obstinación solo permitida a los grandes
desesperados.
PDT: les comparto enlaces a dos bandas sonoras de esta entrada:
-El poeta clásico: "Si te vas, moriré de amor"
ResponderBorrar-El poeta (Contursi) a principios del siglo 20: "Y me paso largo rato/ campaneando tu retrato/ pa' poderme consolar"
-Otro poeta del siglo 20 cuando no escribía tangos: "Si te vas te rompo las piernas"
-Roberto Carlos llorando un abandono: "Riega todas esas plantas/ ellas te dirán de mí/ que morí todos los días/ esperándote aquí"
-Eric Clapton (1989): "I can fell your body/ When I'm lying in bed/ (...) And it makes me so angry/ To know that the flame will always burn..."
-El poeta digital del siglo 21: "Si te vas subiré a internet todas esas fotos tuyas desnuda en que me haces esto y aquello y en las que te ves vieja y fea".
Ja, ja, ja. Que maravilla de antología, mi querido don Lalo. Le sumo esta joya que acabo de encontrar, justo hace unos minutos, en un poema de Guillaume Apollinaire : "Te amaré toda la vida- dijo la muerta-"
ResponderBorrarAh... y mil gracias por devolverme esa imagen de la llama eterna, reavivada en este caso por ese blues singular de Eric Clapton.
¡ Carajo! Pero si eso de "Si te vas te rompo las piernas" parece rescatado del punk.No suena mal en la voz de Sid Vicious.
ResponderBorrarNo sé si es por las leyes del mercado u otras razones pero hoy el amor romántico, es percibido como una antigualla, algo ingenuo y sentimental que no encaja con los espíritus jóvenes de este siglo e incluso antes. Tal vez por eso la balada ha caído paulatinamente en desuso, ya no tenemos baladistas de altura, salvo pocos. El amor ha dejado de ser una abstracción hasta convertirse actualmente en otra posesión material màs, acorde a los tiempos violentos que corren y que bien podría resumirse en la canción de Sabina y Paez donde dice: “ayer Julieta denunciaba a Romeo/ por malos tratos, en el juzgado.
Esos si que saben de esas cosas, apreciado José. Digo, Sabina y Páez, esos lúcidos enemigos íntimos que nos han legado un montón de versos a modo de lente para escudriñarnos el corazón.
ResponderBorrarA manera de muestra gratis van estos : " Un domingo sin fútbol nos contó/ vencido que tiraba la toalla/ y nadie le creyó".
O estos que le siguen :" Dejó en herencia un verso de Neruda/ una lágrima de Lili Marleen/ flotando en el café/ y una guitarra/ tísica y viuda".
Amén.