viernes, 3 de diciembre de 2010

Anatomía del poder




Mi vecino Aranguren es uno de esos poetas que, según algunos, solo existen en la imaginación de los escritores. Es decir, libre y atemporal como solo pueden serlo los muertos, y por lo tanto a salvo de la obligación de ganarse el pan de cada día, lo que le permite  dedicarle todo el tiempo del mundo  a auscultar esas asimetrías de la realidad que son la esencia del acto creador. Como  todo romántico, siempre ha estado del lado de los perdedores. Por eso, cuando vivía  en su Santa Marta  natal era hincha  del Unión Magdalena y ahora experimenta una devoción similar por el Deportivo Pereira. Por esas mismas razones, a sus cuarenta y tantos años insiste en jugar de  puntero izquierdo, esa posición que desapareció cuando el fútbol dejó de ser un juego para convertirse en un pingüe negocio de burócratas y mercachifles.
A propósito del fútbol, hace unos seis meses tocó  a  las puertas de mi casa  poseído por una  ira  santa y blandiendo una  boleta de ingreso al partido entre el Deportivo Pereira y el Atlético Huila. “¡Nos trajo mala suerte!” “Se abrieron las puertas de la ruina!” “¡Nunca vamos a ser campeones!” exclamaba  entre estertores de agonía. Preocupado por su estado, le ofrecí un trago doble de ron que, como todo el mundo lo sabe, es  una  medicina infalible para curar las tribulaciones del cuerpo y del alma. Solo entonces, entendí lo que  le pasaba: en la boleta aparecía estampada  una imagen  del entonces presidente Álvaro Uribe, que la semana anterior había presidido un  consejo comunal de gobierno luciendo una camiseta del   Pereira regalada por el alcalde la ciudad.
La  boleta en cuestión fue solo el pretexto para que el hombre,  reconfortado por el trago, emprendiera  una de esas largas cavilaciones que son las responsables de muchos de mis insomnios, al tiempo que me  dan material cuando me  enfrento a las angustias conocidas por todo columnista sin tema. De modo que, resumiendo, el poeta  pretendía averiguar si tengo alguna pista para  identificar  la parte del cuerpo humano donde se encuentran los órganos que  controlan los mecanismos del poder, para proceder a extirparlos de una buena vez. Torpe, le sugerí  el lugar común que lo ubica en la libido y explica  a partir de allí todo el catálogo de pulsiones que hacen las delicias de los freudianos. Sin prestarme  atención, me despachó con un gesto  de impaciencia,  citando la lista de reyes, príncipes y presidentes  impotentes, o disfuncionales como dice el lenguaje políticamente correcto. Enardecido por el ambiente futbolero, le insinué que podía estar en los pies, lo que explica la fascinación de los poderosos por tratar a todo el mundo a las patadas, teoría que condujo a la reactivación de su furia, porque de facto ponía a sus amados Pelé, Maradona y Lionel Messi al nivel de los detestados Puttin, Sarkozy  y el mismo Uribe, aunque este último jugara en las ligas menores.
Impotente- ¿o disfuncional?- me aferré a la certeza científica que ubica la fuerza que empuja a los humanos a competir y a tratar de imponerse sobre los demás en la corteza más primitiva del  cerebro, lo que de inmediato nos convierte en hermanos de sangre de los reptiles.
Desesperado por mi falta de  seso, Aranguren   abandonó mi casa dando un portazo, no sin  antes despachar en una frase  la indignación que se le agolpaba en las tripas “¿ No comprendes, coño, que el centro de operaciones  está en el mismo sitio por donde sale la mierda , y por eso mismo la única manera de ponerlos en su sitio es patearles el trasero?”

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