lunes, 27 de diciembre de 2010

El andariego y las fronteras


Desde que se alzó sobre sus patas traseras, el  Homo Sapiens no ha hecho nada distinto a moverse de un lugar a otro de la tierra.  A veces invasor y a veces invadido. En alguna ocasión  descubridor y en otras descubierto. Siempre movido por el mismo viejo consejo que alienta la ruta de los protagonistas del seriado de televisión Viaje a  las estrellas: “Curiosidad, mister Spock. Insaciable curiosidad”.
En ese constante intercambio los hombres han forjado lenguajes, edificado mitologías, diseñado herramientas, concertado negocios y, en últimas, han gestado el más definitivo de todos sus inventos: la cultura, principio y fin de todo lo demás.
Sin embargo, en la era de los viajes y las comunicaciones, para millones de seres humanos es cada vez más difícil moverse, a pesar de que con su fuerza de trabajo  y su inventiva siguen sosteniendo las grandes economías del mundo. Son los inmigrantes que atraviesan todos los días la frontera entre México y Estados Unidos, para  trabajar en  sectores  productivos que se hundirían sin su aporte. Son los miles de africanos que cruzan  el Mediterráneo e bordo de frágiles embarcaciones  que muchas veces naufragan en mitad del recorrido. Son los latinoamericanos que   van de un lugar a otro  aferrados a la promesa  implícita en el desarrollo de los países más prósperos  de su propio continente o, en el peor de los casos, de los menos pobres. Para ellos, la palabra ilegal o la expresión “sin papeles” constituye cada vez más, si ruedan con suerte, la certeza de  su confinamiento en prisiones donde  el concepto de derecho se esfumó hace rato. Pero si las cosas no van  su favor, su condición puede llevar implícita una sentencia de muerte, como  le sucedió al casi centenar  de indocumentados centroamericanos masacrados por las mafias del narcotráfico hace apenas unos meses, bien pocos por lo demás, aunque  muy pronto nos hayamos olvidado del asunto.
La lógica es atroz: en la sociedad de la democracia y el libre mercado pueden circular las mercancías, el dinero y la información, pero no pueden hacerlo las personas que los producen. Y no pueden, porque ni siquiera son los países- entendido este concepto en su sentido clásico- los que determinan quien circula y quien no. Son las grandes corporaciones las que imponen una lógica determinada por  la calidad y la cantidad de mano de obra que requieren  en un momento dado. Para regular esos flujos los estados- es decir,  los amanuenses del mercado- han decidido   que  todo inmigrante que no disponga de sus documentos en el momento de ser abordado por las  autoridades podrá ser tratado como un delincuente.
Y estamos hablando de sociedades que, sin excepción  se formaron y crecieron gracias al aporte, ya no de individuos, si no de pueblos  enteros  que llegaron a sus territorios  con los más diversos pretextos.  Por necesidad o por exceso, los llamados “bárbaros” es decir, los extranjeros, acabaron asentándose en sociedades decadentes  o a punto de extinguirse que gracias a ese nuevo aliento pudieron dejar su impronta en la historia.
Estos son otros tiempos, dirán los más pragmáticos y tienen razón: los tiempos siempre son otros. Pero hoy, cuando se celebra de manera protocolaria el  Día Internacional para las Migraciones, no sobra preguntar qué han hecho estados como el nuestro para mejorar en algo la situación de  varios millones de nacionales en el exterior y sus familias en el país, ahora que  las fronteras se cierran cada vez más para los andariegos.

lunes, 20 de diciembre de 2010

El cuarto de hora


Hace  más de medio siglo, el pintor norteamericano Andy Warhol acuñó una frase que  muy pronto se convirtió en algo así como el primer mandamiento de la  cultura de masas.  “De ahora en adelante  todos, sin excepción, tendrán derecho a sus  quince minutos de fama” dicen que dijo el ególatra y excéntrico autor de obras tan célebres y controvertidas como la secuencia de las latas de sopa Campbell´s  y  el cartel con la imagen multiplicada  de Marilyn  Monroe.
Ese cuarto de hora sería algo así como la recompensa por la pérdida de la identidad individual en medio de  una sociedad uniformada y,  peor aún, unánime en su comportamiento por decisión de los grandes centros de poder. En el vestuario, las ideas, los hábitos y las creencias las personas se veían alienadas de sus más caros anhelos como resultado de una  concepción de la existencia  que podría resumirse en un mandato de tres palabras: Consume y cállate.
Entonces la profecía de Warhol se hizo realidad y todo el mundo salió a cobrar el cheque en blanco de sus quince minutos, sin importar si para lograrlo había que dejar en el camino hasta la propia dignidad. Subir desnudo  a la Estatua de la Libertad, sumergirse en las heladas aguas del  océano Ártico, encerrarse en una jaula con un león  hambriento, hartarse  de comida en un concurso para glotones, cantar  arias de óperas aunque no se tenga voz ni para entonar un villancico y exhibir ante un auditorio las secuelas de un accidente juvenil son apenas algunos de los recursos  utilizados por  mortales de  todas las edades, géneros y colores para decirle al mundo: “Aquí estoy. Mírenme aunque sea durante quince minutos,  es decir, novecientos míseros segundos, que en realidad son bien pocos, comparados con el monto de la eternidad”.
A  Warhol lo citaron mucho los expertos en la conducta humana, luego de que un desconocido llamado Mark David Chapman  asesinara  a  tiros a John Lennon, él mismo una de las máximas  expresiones de esa sociedad  que hizo de la celebridad  el resumen de todo posible valor existencial. Según lo que se sigue afirmando hoy, Chapman le disparó a su ídolo no tanto por las obsesiones que le despertaran sus lecturas de El Guardián entre el Centeno, la novela de J.D Salinger, como por  su monomanía de volverse tanto o más famoso que el compañero de viaje de Paul McCartney, George Harrison y  Ringo Starr.
Si hemos de  juzgar por  el número de apariciones en las  portadas de las revistas  y en las pantallas de televisión, el asesino del  músico consiguió con creces su cometido. De hecho, cada diciembre se le recuerda en los rituales que los adoradores de Lennon  realizan frente al edificio  Dakota, como si el sacrificio los hubiera convertido en una sola persona. Hace poco volvió a los titulares cuando se anunció su posible liberación, lo que provocó la santa ira de los fanáticos del autor de “Across the universe”.  
Hoy, cincuenta años después de las declaraciones de Warhol y  a tres décadas del asesinato de Lennon, miles  de  habitantes del planeta    luchan por aproximarse  a esa eternidad de oropel ofrecida por la industria del espectáculo, a la que no escapan asuntos considerados elevados en otras épocas, como el arte  y la literatura. Para  lograr el cuarto de hora que los redima del  carácter amorfo de la masa están dispuestos a todo: incluso a inmolarse en ese incierto altar  armado con tapas de revistas y reflectores de televisión, que ha terminado por suplantar a la simple, anónima, silenciosa e  impagable vida de todos los días.

martes, 14 de diciembre de 2010

Casas de citas


 El estudiante- de maestría o algo así- tiene el aire compungido de quien  acaba de ver como  el pan tan anhelado se le quema en la puerta del horno. En este caso se trata de un  trabajo de grado pulido con la paciencia de orfebre del que  se juega la mitad de su destino a la educación como forma de  promoción individual. Su propuesta  reúne las condiciones establecidas en los protocolos pero, al parecer, el  aspirante a maestro en algo ha incurrido en una suerte de herejía: por exceso de confianza o simple descuido olvidó citar una  autoridad  que rige los destinos de esa parcela  del conocimiento, y que tiene su sede en una  universidad alemana, austríaca o luxemburguesa. De cualquier forma, uno de esos centros de poder académico donde se inicia una cadena  de reciclaje que, por lo visto, no termina ni en el jardín infantil, pues hasta los párvulos se ven obligados a citar teorías enteras resumidas en una frase que nadie acaba de entender del todo. De modo que  nuestro estudiante, ya entrado en la treintena, tiene que volver  a empezar su tarea hasta que cite de manera adecuada  al gurú, aunque a nadie parezca preocuparle mucho la explicación del  porqué.
Así funciona el poder en todas  partes: los líderes comunales deben hacer fila  ante el  concejal o congresista, que a su vez   fungirá de  interlocutor ante esa entidad todopoderosa llamada Estado. Los  sacerdotes  hacen las veces de  voceros de la feligresía ante los purpurados, quienes en el momento requerido  cumplen el rol de intermediarios ante un pontífice que  se presenta como portavoz   único de la ignota divinidad. Mecánica similar se aplica en el sector privado, donde los operarios reciben instrucciones desde lo alto a través de unos mandos medios que flotan en una especie de tierra de nadie  en la que  el miedo a perder el estatus constituye  el único  móvil.
En el sistema  educativo ese poder se expresa en forma de una cadena de citas que funciona más o menos así: Alguien,  a través de un crédito, de  una beca por méritos o de puro y duro tráfico de influencias consigue llegar  hasta el Sanctasanctorum, ubicado casi siempre  en una ciudad centroeuropea o en un pacífico poblado inglés  o norteamericano,  donde  obtiene la patente de iniciado. Con algunas excepciones, el paso siguiente será replicar, sin ubicarlas en contexto y mucho menos confrontarlas con la realidad, las teorías que lo convierten    a su vez en iniciado, aunque con rango menor en la  escala jerárquica.  Es por eso que muchas pruebas de grado no se evalúan por los  descubrimientos que se dan en el transcurso de esa aventura llamada conocimiento, si no por el número de citas acumuladas. Con seguridad, ustedes habrán leído esos ejercicios en los que los argumentos, que deben ser el soporte natural  de una búsqueda personal, son reemplazados por una sucesión ininterumpida de  párrafos que  siempre empiezan  así: “Siguiendo a fulano”, “Citando  a mengano”, “Retomando a perencejo”, “para decirlo con palabras de…”. Al final, uno se queda sin saber qué quiso decir el autor de esa curiosa antología de frases, en la que las  ideas  dejan de ser miradas al mundo, para  reducirse a una colección  de referencias sin mucho sentido, porque hace rato la búsqueda solitaria del conocimiento quedó reducida a  los confines gregarios y peregrinos que son el santo y seña de toda  casa de citas que se respete.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Anatomía del poder




Mi vecino Aranguren es uno de esos poetas que, según algunos, solo existen en la imaginación de los escritores. Es decir, libre y atemporal como solo pueden serlo los muertos, y por lo tanto a salvo de la obligación de ganarse el pan de cada día, lo que le permite  dedicarle todo el tiempo del mundo  a auscultar esas asimetrías de la realidad que son la esencia del acto creador. Como  todo romántico, siempre ha estado del lado de los perdedores. Por eso, cuando vivía  en su Santa Marta  natal era hincha  del Unión Magdalena y ahora experimenta una devoción similar por el Deportivo Pereira. Por esas mismas razones, a sus cuarenta y tantos años insiste en jugar de  puntero izquierdo, esa posición que desapareció cuando el fútbol dejó de ser un juego para convertirse en un pingüe negocio de burócratas y mercachifles.
A propósito del fútbol, hace unos seis meses tocó  a  las puertas de mi casa  poseído por una  ira  santa y blandiendo una  boleta de ingreso al partido entre el Deportivo Pereira y el Atlético Huila. “¡Nos trajo mala suerte!” “Se abrieron las puertas de la ruina!” “¡Nunca vamos a ser campeones!” exclamaba  entre estertores de agonía. Preocupado por su estado, le ofrecí un trago doble de ron que, como todo el mundo lo sabe, es  una  medicina infalible para curar las tribulaciones del cuerpo y del alma. Solo entonces, entendí lo que  le pasaba: en la boleta aparecía estampada  una imagen  del entonces presidente Álvaro Uribe, que la semana anterior había presidido un  consejo comunal de gobierno luciendo una camiseta del   Pereira regalada por el alcalde la ciudad.
La  boleta en cuestión fue solo el pretexto para que el hombre,  reconfortado por el trago, emprendiera  una de esas largas cavilaciones que son las responsables de muchos de mis insomnios, al tiempo que me  dan material cuando me  enfrento a las angustias conocidas por todo columnista sin tema. De modo que, resumiendo, el poeta  pretendía averiguar si tengo alguna pista para  identificar  la parte del cuerpo humano donde se encuentran los órganos que  controlan los mecanismos del poder, para proceder a extirparlos de una buena vez. Torpe, le sugerí  el lugar común que lo ubica en la libido y explica  a partir de allí todo el catálogo de pulsiones que hacen las delicias de los freudianos. Sin prestarme  atención, me despachó con un gesto  de impaciencia,  citando la lista de reyes, príncipes y presidentes  impotentes, o disfuncionales como dice el lenguaje políticamente correcto. Enardecido por el ambiente futbolero, le insinué que podía estar en los pies, lo que explica la fascinación de los poderosos por tratar a todo el mundo a las patadas, teoría que condujo a la reactivación de su furia, porque de facto ponía a sus amados Pelé, Maradona y Lionel Messi al nivel de los detestados Puttin, Sarkozy  y el mismo Uribe, aunque este último jugara en las ligas menores.
Impotente- ¿o disfuncional?- me aferré a la certeza científica que ubica la fuerza que empuja a los humanos a competir y a tratar de imponerse sobre los demás en la corteza más primitiva del  cerebro, lo que de inmediato nos convierte en hermanos de sangre de los reptiles.
Desesperado por mi falta de  seso, Aranguren   abandonó mi casa dando un portazo, no sin  antes despachar en una frase  la indignación que se le agolpaba en las tripas “¿ No comprendes, coño, que el centro de operaciones  está en el mismo sitio por donde sale la mierda , y por eso mismo la única manera de ponerlos en su sitio es patearles el trasero?”

jueves, 25 de noviembre de 2010

El corrido de los faraones



“El día que la mataron/ Rosita  estaba de suerte/ de tres tiros que le dieron/ no mas uno era de muerte”. Así reza una de las estrofas de “El corrido de Rosita Alvirez”, una de las más célebres composiciones del cancionero popular mexicano. El fragmento es una muestra de la inagotable dosis de humor negro que, durante siglos, nos ha servido a los latinoamericanos para sobrellevar las encrucijadas más amargas de nuestro destino. Ese humor es el mismo que  permite  ver, conviviendo en paz en el cementerio  “Jardines de Humaya” ubicado en Cualiacán, Sinaloa, norte de México, las tumbas de  “El Nacho” y “El jefe de jefes”, dos narcotraficantes que en vida fueron enemigos irreconciliables. En ese cementerio, algunos mausoleos poseen línea telefónica, aire acondicionado, música ambiental, salas de espera y lujosos mobiliarios, según un informe  publicado por la página de Internet de la BBC de Londres.
¿Declaración de principios pos mortem? ¿Excentricidad demencial de quienes durante buena parte de la vida  sufrieron privaciones sin cuento y emprenden por esa vía un ajuste de cuentas con el mundo? ¿ puro mal gusto de las clases emergentes? ¿revancha contra las  elites que nunca les hicieron un lugar en sus centros de reconocimiento social?
De todo un poco, pero también hay otras cosas. Como aquélla bien sabida de que  durante millones de años el mundo no ha hecho otra cosa distinta a dar vueltas y por lo tanto no hay nada nuevo bajo el sol. Sobre todo esto último, porque si revisitamos la historia, encontramos que antes de los narcos mexicanos lo mismo hicieron los reyes asirios,  los faraones egipcios  y los emperadores aztecas.  Todos a una se gastaron fortunas, y no pocas veces el erario público,  levantando   tumbas  colosales equipadas con todos los lujos del momento,  en un intento por conjurar, aunque fuera desde la precaria solidez de los símbolos, la más cierta de todas las certezas : que el tiempo nos arrasa y que la democrática muerte nos reduce a menos que nada.
“Los narcos, si pudieran, se enterraban dentro de sus camionetas Hummer”, le dijo el periodista Diego Osorno a la BBC, en la mencionada entrevista. También se enterraban con sus bienes más preciados los Incas y los Chibchas, al igual que las figuras de poder de pueblos expandidos por todo el planeta, en un último intento por   prolongar en el otro mundo las dichas disfrutadas en su fugaz paso por la tierra.
Cuenta también el periodista que los  albañiles del cementerio han construido tumbas varias veces más grandes que las casas donde habitan. Igual   cosa aconteció con las pirámides egipcias, que según todas las evidencias fueron edificadas con   el trabajo de miles de  esclavos, que pusieron su cuota de sangre y sudor al servicio de la inmortalidad del Faraón.
A lo mejor  estamos asistiendo, en el más depurado estilo de  la canción popular mexicana, a una virulenta parodia de la pretensión de eternidad  implícita en toda búsqueda del poder. Pienso en el cadáver embalsamado de Lenin  y en el periplo errático del cuerpo de Eva  Perón. Recuerdo las inscripciones en latín escritas en las tumbas de muchos presidentes colombianos. Me inquietan las profundas raíces fetichistas de lo que llaman una velación en Cámara Ardiente. Aquí nada más, en la aldea, se construyen  mausoleos al estilo griego y romano. Así  que después de todo, los narcos mexicanos no  están haciendo nada  distinto a reeditar,  en clave de corrido y ranchera, la antigua obsesión humana por diferenciarse hasta en la muerte.


jueves, 18 de noviembre de 2010

Íntimo y muy personal



La mujer, entrada en la cuarentena, mira  con fijeza a la cámara en una actitud  que tiene  más de autismo que de desenvoltura.  A su lado, una presentadora  vestida como una porno star de línea dura les cuenta a los televidentes que están a punto de  asistir a una suerte de epifanía versión siglo XXI: la revelación de la saga de infidelidades de una esposa latinoamericana a quien su laborioso marido consideraba la suma de todas las virtudes … hasta que cometió  la torpeza de entrometerse en los registros de llamadas  de su teléfono celular. La entrevistadora, que dice llamarse Silvana  y habla con el inconfundible acento de Los Andes  peruanos, nos dice que el cornudo  en cuestión , un contador público titulado, acabó colgándose de  una  cuerda en la habitación de un hotel limeño de cinco estrellas y enfatiza este último dato elevando en una octava el tono de su voz, al tiempo que la señora  Ariza- así nos dicen que se llama-  subraya la declaración con una sonrisa enigmática  de película de serie B que  ya no abandonará durante el resto de la función.
Porque, como ustedes lo han adivinado, se trata de eso: de una función, de una puesta  en escena  y no de un ejercicio periodístico propiamente dicho. Como música de fondo suenan   tonadas de la mejicana Ana Gabriel, cantadas con genuino furor uterino. Una   tenue luz rosa baña el estudio de televisión donde se congregan medio centenar de individuos de distintos géneros  y rangos de edad que siguen el desarrollo de la conversación con el aire de un grupo de cristianos de la vieja guardia congregados para la eucaristía. Sobre la mesa reposa un portarretratos que nos muestra  a la pareja en cuestión besándose en  un antejardín, como prueba de la pretérita  felicidad que  el ahorcado se encargó de  echar a perder.
“Yo lo amaba, pero el pobre no funcionaba en la cama”, sentencia la señora Ariza con un histrionismo que hace  pensar en muchas horas de ensayo frente al espejo. “Lo amaba”. Ese verbo  tan manoseado y ambiguo, conjugado  en pasado y soltado así de golpe, provoca entre el auditorio una sucesión de suspiros   que no tardan en convertirse en un coro de cuchicheos que obligan a la tigresa  Silvana a hacer un llamado al orden. “Respeto, respeto, que estamos  ante  el momento más importante de la vida de nuestra invitada” chilla en un rapto de calculada indignación.  Ante el llamado de la sacerdotisa un silencio sacro se apodera del escenario.
¿Qué sucedió en el mundo para que en el transcurso de un par de décadas el  territorio inalienable  de la vida privada de las personas haya devenido  ritual de canibalismo colectivo donde el devorado  se ofrece en cuerpo y alma a los comensales-televidentes que no cesan de aplaudir  cada vez que aparece una nueva confidencia? Pues que al ser despojados de la propia condición por un entramado donde solo operan las leyes del mercado  y la publicidad, los individuos se han volcado hacia el reino del espectáculo como única forma de trascendencia: solo exhibiendo las propias ambiciones y miserias puede la gente de hoy sentirse parte de lo que en otras épocas se  conocía como  “Los valores de la comunidad”. Por eso sonríe la señora Ariza. Porque  con la renuncia a su intimidad aspira a la comprensión que en otra época se obtenía en los confesionarios. Y por eso el auditorio aplaude, calla o suspira, dependiendo de las instrucciones de la hierofante Silvana: Porque gracias a esa  confesión, pueden  seguir disfrutando de sus pequeños vicios hasta el día  en que se inviertan los roles y les corresponda el turno de pasar al escenario.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El rollo californiano


En  la segunda mitad de los años sesentas del siglo XX,  el mundo de la cultura y las  artes en los Estados Unidos de América sufrió una serie de convulsiones que algunos sociólogos bautizaron con el nombre de “El rollo californiano”, tratando de resumir bajo esa etiqueta lo que sucedía con la música, la pintura, la literatura,   el cine y la danza, cuyos creadores estaban decididos a poner de revés lo que hasta ese momento se consideraba la gran cultura o  lo clásico. Por un momento, el mundo alcanzó a creer que los valores burgueses de estatus, prestigio y virtud  corrían el riesgo de ser arrasados por esa tormenta cuya banda sonora fueron los ritmos trepidantes y alucinados de los grupos de rock que florecieron en toda el área de influencia de la bahía de San  Francisco. Sin embargo, muy pronto las cosas regresaron a la normalidad. Los hippies se convirtieron en yupies, la derecha se hizo con el poder, el consumo y el derroche volvieron a ser el santo y seña de toda posible forma de trascendencia y los norteamericanos protestantes blancos del sur pudieron dormir de nuevo en paz, porque las bases morales y políticas de  su mundo recobraron la  aparente solidez que tuvieron en los tiempos de la  Constitución de Filadelfia.
Cincuenta años después, una nueva tormenta llega desde California, aunque ahora la culpable no es una nueva generación de jóvenes idealistas y contestatarios- de hecho esas categorías ya no existen en el mundo de hoy- sino la iniciativa de un grupo de presión que persigue  la legalización de la marihuana en un  estado que, mirado de manera aislada, constituye  una de las más grandes economías del mundo. En este caso, no se trata de una revolución  en las conciencias, sino de los intereses de grupos empresariales privados que controlan la producción y la distribución de marihuana con una visión de negocio tal que  han convertido  a ese sector en uno de los elementos de más peso en el Producto Interno Bruto de California y otros estados de la Unión.  Resulta  claro que  esos grupos de poder aspiran a la legitimidad para  seguir expandiendo el negocio, a salvo de la sempiterna doble moral que caracteriza la política exterior norteamericana en general y sus prácticas antidrogas en  particular.
Para variar, a este lado del mundo  hemos reaccionado  con el tono plañidero que ha caracterizado siempre nuestras relaciones con el imperio. “No es justo que los Estados Unidos lancen al mundo ese mensaje de permisividad cuando nosotros hemos hecho tantos sacrificios  para reprimir  el cultivo y el consumo de drogas” declaró ante los medios un funcionario del gobierno colombiano. “Mientras nosotros nos desangramos, los vecinos van a legalizar  la hierba maldita”, escribió el columnista de un diario mexicano con un tono que sonaba a tufillo religioso. Pocos se han detenido a pensar que en este caso el asunto no es de justicia o equidad, aspecto que bien poco les ha preocupado a los  gobiernos  norteamericanos cuando se trata de  defender y fortalecer sus intereses.  Mucho menos  una cuestión moral, porque al fin y al cabo la decisión de fumarse o no un bareto es  un asunto personal e inalienable de ciudadanos autónomos. De lo que se trata aquí es de un  negocio de dimensiones colosales que aspira a darle estatuto legal a un lugar que desde hace tiempo ocupa de hecho en la sociedad. De modo que si no fue ahora, la marihuana será legalizada más tarde en California y en otros estados.  Sucederá lo mismo con la  cocaína y la heroína cuando los grupos que ahora no consiguieron la legalización logren el control del negocio. Entre tanto, nosotros seguiremos poniendo los muertos y la corrupción que se derivan de nuestra condición subordinada en el manejo de las drogas. Al menos es lo que se puede concluir de esta nueva pataleta  armada con los retazos  de  esta versión pragmática y desangelada de lo que una vez fue el seductor rollo californiano.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Juegos de azar



Es curioso constatar  la manera como los expertos, que se cuidan tanto  de hacer énfasis en el carácter preciso y taxativo de sus análisis y diagnósticos, suelen ser tan laxos a la hora de utilizar palabras y  conceptos sin detenerse a pensar en su sentido y menos en su contexto, de modo que muchas  veces acaban por comunicar lo contrario de lo que pretenden decir.
Ahora les dio, por ejemplo,  por utilizar la palabra apuesta  cada vez que aluden a un propósito o, peor aún, a un proyecto o decisión administrativa que se supone, deben ser  el resultado de un juicioso análisis acerca de los antecedentes, el presente y el futuro  del  campo que se quiere abordar. “El Departamento le apuesta a la educación”. “El país le apuesta  a la tecnología”. “La región le apuesta al turismo”. “La ciudad le apuesta  a la  seguridad” son frases que se volvieron de  uso común  para la gente, entre otras cosas como resultado de  esa manía de los medios de comunicación, consistente en replicar a pie juntillas la letra de los comunicados de prensa emanados de los grandes centros  de poder. Por  ese camino resultamos legitimando ideas tan atroces como  esa de que un crimen  cometido por agentes del  Estado puede ser reducido a  un concepto tan inocuo y ambiguo como el de “Falso positivo”, para citar solo un caso.
¿ A cuento de qué- puede preguntarse un ciudadano desprevenido- gastar tiempo y  dinero en el diseño de planes estratégicos, planes de acción, matrices de diagnóstico  y todos los demás aspectos inherentes a la formulación de un proyecto, si al final   vamos a  hacer apuestas  como cualquier adicto al juego del chance o a las carreras de caballos?
Hasta donde alcanzo a entender lo que me explica mi gurú de cabecera en esas lides, se planea para identificar escenarios precisos de acción, partiendo del estudio de todas las variables posibles, de modo que se pueden  potenciar  las ventajas y minimizar los riesgos, empezando por ese tan frecuente de despilfarrar enormes  capitales humanos y financieros para acabar descubriendo que el agua moja. Y no estoy exagerando: hace poco leí en una revista especializada sobre los resultados de  una extensa investigación de campo y un no menos riguroso  estudio de indicadores, que finalmente condujeron a demostrar ¡que los niveles de pobreza de la gente tienen su raíz en  la difícil situación económica!
De modo que resultaría  muy saludable para todos pensar mas y apostar menos cuando se habla de futuro, porque no a pesar, sino precisamente por   el  carácter  impredecible de este último es necesario que se apliquen todas las herramientas disponibles para construirlo. Al menos es lo que nos han dicho siempre: que en el terreno específico de la planeación hay que adelantarse,  antes de que dios decida jugar a los dados. Conocer el patrimonio,  hacer el balance de los caminos transitados, comparar experiencias ajenas, saber con qué recursos se cuenta,   adelantarse a las consecuencias positivas y negativas que pueden derivarse de las decisiones son, entre otros, buenos instrumentos para saber cuándo y donde   puede ser más fructífero invertir los bienes intangibles y materiales  que una  comunidad ha forjado a lo largo de su historia. Todas esas cosas  me vienen a la mente, ahora que en la ciudad  región se habla cada vez con más insistencia de prospectiva con movilización social como factores de desarrollo, asuntos estos  sustentados en un ejercicio racional y por completo ajenos  a la  idea de juegos de azar implícita en la palabra  apuesta que esos mismos expertos, con la complicidad de los medios, convirtieron en el incierto  pan de cada día.

jueves, 28 de octubre de 2010

De jergas y naderías


 La tarjeta, enviada por  una empresa que dice  estar especializada en  “Desarrollo Humano” reza así: “Pensando en su desarrollo personal, hemos bloqueado las fechas mencionadas a continuación, para invitarlo a interactuar con un grupo de colegas suyos, de  modo que podamos socializar las coordenadas  a partir de las cuales trabajaremos el próximo semestre, sensibilizándonos frente a los retos que nos esperan”.
Hay que añadir que la frase en cuestión no está precedida  o seguida  de una nota aclaratoria que permita hacerse a una idea  al menos  aproximada de lo que pretenden los anfitriones de  esa reunión que, dada la ambigüedad del mensaje , bien puede estar   dirigida a un grupo de  yupies adictos a la lectura de la revista  Dinero o a una congregación de putas caras, pues estas últimas también bloquean fechas  en sus agendas, interactúan con sus colegas, socializan sus experiencias, sensibilizan al cliente y, para acabar de completar, tienen  sus coordenadas bastante claras.
Y pensar que hace    apenas  unos meses  estábamos burlándonos  de las declaraciones de  una candidata  al reinado de belleza de Cartagena   que estuvo a punto de naufragar, no en las aguas del Mar  Caribe, si no en los meandros todavía más tortuosos de su torpeza verbal. En realidad,  la frase de la reina y la  de los  artífices de  la tarjeta en cuestión  tienen algo esencial en común: No dicen  nada. Solo que la nadería de la muchacha es espontánea, mientras  la de los expertos se oculta tras la grandilocuencia de los tecnicismos.
Si usted hila despacio, se encuentra con que eso de desarrollo humano  es lo  mismo que decían los mayores hace  medio siglo: prepárese mijo para que sea  buena persona y buen trabajador. Sólo que los viejos  no conocían el  Power Point, ni practicaban dinámicas de integración y mucho menos ostentaban especialización alguna: por eso no podían cobrar millones por el taller. Sumo y sigo: ¿eso de interactuar no será lo mismo  que sentarse a conversar, a platicar o a botar corriente, ese saludable ejercicio de comunicación del que  en no pocas ocasiones  han surgido   valiosas  transformaciones  para el curso de la sociedad? No sé por qué, pero tengo la corazonada de que así es.
 Y ni hablemos de “Socializar”, la palabra que reina desde hace un lustro  en los diccionarios de administración pública y privada. Por supuesto nada tiene que ver  con la acepción más precisa del término, que  alude al disfrute común de los bienes.  Por alguna razón verbos  tan expresivos  como compartir, contar o narrar fueron suplantados con esa expresión despojada  por completo de su sentido original ¿o acaso no   está más cargada de matices   la frase   vamos a compartir los resultados  que  aquella de socialicemos la investigación?
Pero lo más singular de todo es la manía de  utilizar el lenguaje  militar  para referirse a algo que, de hecho, tiene  el propósito contrario: plantear  un acercamiento  amistoso. Déme  sus coordenadas González, no parece una invitación a realizar algo beneficioso. Y  ni qué decir del manoseado verbo sensibilizar. Uno podrá  despertar expectativas en sus  interlocutores ; incluso puede inducirlos a  adoptar determinados comportamientos mediante la seducción  o la admonición, pero se supone que la  sensibilidad es algo intangible y profundo que difiere de un   individuo a  otro; de modo que  entre tanta  pirotecnia  verbal,  nos quedamos sin conocer los objetivos de la empresa remitente  de la invitación, que se escuda  en una  razón social todavía más  extraña :  Relaciones Humanas Limitada.

viernes, 22 de octubre de 2010

El bueno, el malo y el feo



¿Vieron la película de  Sergio  Leone?  Bueno, más o menos así funciona el mundo: buenos,  malos y feos. Así como a escala universal los pueblos necesitan crear ídolos  y dioses, para crucificarlos después  y redimirse en ese sacrificio, también los países  forjan cada cierto tiempo su propio  panteón de figuras oscuras a vencer, como resumen de su idea del mal.   De paso,  el hecho de derrotarlas y hacer pública la victoria, ubica a  los vencedores del lado de los buenos… aunque muchos de estos últimos sean igualmente cuestionables.
En Occidente, el mal ha tenido distintas representaciones: los comunistas, los herejes, los fascistas, los negros, los homosexuales, las mujeres y las minorías en general. En tiempos recientes, la cruzada emprendida por la familia Bush, sembró en el público la idea de  un hipotético “Eje del mal”  encarnado por un cruce de musulmanes,  insurgentes y traficantes de droga bautizados como narcoterroristas. El concepto sirvió de paso para descalificar bajo ese adjetivo a toda posible disidencia.
En el caso de Colombia, basta con rastrear los titulares de los  periódicos en  el último medio siglo,  para conocer los sucesivos rostros del maligno. En los años cincuenta de la pasada centuria  tuvieron los rasgos de “Chispas”, “Sangrenegra” o “Desquite”, sanguinarios protagonistas de la violencia entre liberales y conservadores. Más tarde fueron Pablo Escobar, Rodriguez Gacha y todos sus secuaces, quienes encarnaron la idea del enemigo público cuya desaparición significaría  el advenimiento de tiempos de paz y prosperidad  para  esos ciudadanos de bien que, en no pocos casos, habían realizado negocios bajo la mesa con los criminales.
Muertos y encarcelados- o extraditados- los capos de los carteles, el turno fue para los líderes de las viejas guerrillas comunistas que se deslizaron  hacia el narcotráfico  puro y duro, entre otras cosas como  resultado de las operaciones antinarcóticos ejecutadas por  los Estados Unidos en las selvas de Perú y Bolivia.  Primero eligieron presidentes de la República con la sugerencia de su reinserción a la vida civil. Más  tarde los siguieron eligiendo con la promesa de su exterminio. De cualquier manera, en los últimos años fueron cayendo,  uno a uno, en una serie de operativos en los que el Estado  no se detuvo en sutilezas  a la hora de  aplicar la vieja  fórmula leninista de combinar todas las formas de lucha. Todos  a una fueron mostrados  en las pantallas de televisión y en las páginas  de los periódicos en una especie de ritual  que, con justificadas razones, no podía menos que provocar alivio en los colombianos, tan  asustados  por las acciones  de los delincuentes como por el poder multiplicador de los medios, convertidos en cajas de resonancia.
A  todas estas surge una pregunta  obligada: ¿de dónde  surgirá ahora la nueva generación de malos que la sociedad necesita para mantener el equilibrio? Pues de entre los feos, claro. Es decir, entre los pobres, los desplazados, los marginados y los excluidos de siempre. Allí se han incubado  desde el comienzo de los tiempos y lo seguirán haciendo mientras el concepto de justicia sea algo tan vago como deletéreo. Para alimentarlos están varios millones de desempleados y rebuscadores, una nueva generación de desplazados por la voracidad de los  que monopolizan la tierra a troche  y moche, miles de víctimas de la violencia urbana aupada por los criminales de siempre que ahora cambiaron de nombre. Porque no nos digamos mentiras: lo que llamamos el mal se amasa con dolor  y resentimiento. Y en eso si que hemos sido expertos los colombianos en todos estos siglos de  Historia.  Y lo hemos sido sin excepción: los buenos, los malos y los feos.

sábado, 16 de octubre de 2010

Elogio de la bobada



“Yo no soy bobo para hacer la fila en el banco”. “No soy boba para no ser capaz de conducir el carro mientras hablo por celular”. “Como si fuera bobo para ponerme a pagar impuestos”. “Acaso soy bobo  para no tumbarme ese billete, si me dieron papaya”. “Usted si es muy boba, que cruza por el puente peatonal” “¿Es  que me cree bobo, que voy a ir hasta el paradero de buses?”  Podríamos agotar el espacio de esta columna y nos sobrarían frases para condensar las muchas variantes de esa retorcida visión del mundo que los colombianos hemos convertido en una suerte de código ético al revés. Por lo visto, palabras tan esenciales para la convivencia como respeto y responsabilidad desaparecieron de nuestro diccionario nacional, si es que  estuvieron alguna vez. Con razón uno de los  poemas que aprendimos a  recitar en la escuela  primaria lleva el título apenas comprensible de “Simón el Bobito”.  Claro: en la inconfundible cadencia de los  versos de  Pombo  reside al parecer la clave de uno de los componentes de nuestra identidad colectiva.
Vistas las cosas de esa manera, se trata de ser avispados,  o de tener “picardía”, según la ilustrativa  frase del hoy presidente de Colombia, cuando se le cuestionó acerca de sus prácticas políticas. En ese tono,  no solo  es bien recibido,  sino que además es envidiable n o respetar  a quien  tomó su turno en la fila  antes que yo.  Reduciría los niveles de autoestima ponerse  a  pensar en los riesgos que representa  para la propia vida  y  para los demás hablar por teléfono mientras se conduce  un automóvil, o hasta  una motocicleta, como puede constatarlo cualquier observador  que recorra  las calles. Ni qué  decir del pago de los impuestos, obligación que no asociamos con las exigencias que todo el tiempo estamos haciéndoles al  Estado y la sociedad. Pero nada supera a la ligereza con que los depredadores de  los recursos públicos  justifican sus trapisondas: “ Si no lo hago yo, lo hace otro”, sentencian  los ladrones de cuello blanco, con el aire beatífico que algunos filántropos utilizan para hacer públicos sus actos de beneficencia.
Pero  la lista sigue. Resulta claro que utilizar un puente peatonal o abordar el bus en el paradero correspondiente  es síntoma inequívoco de retraso mental. Y no hablemos de los que replican que no son bobos para bajarle volumen a la música cuando los vecinos imploran un poco de tranquilidad: si no puede dormir o descansar es asunto suyo, no mío, que, como pueden ver, pertenezco al reino de los avispados.
¿De dónde nos viene ese perverso legado? Algunos afirman que lo heredamos de las prácticas coloniales, cuando las  gestiones ante los representantes de la corona   engendraron una interminable lista de corruptelas que  enriquecieron a los intermediarios.  Otros   apuntan  a una educación religiosa  fundada  en la hipocresía, cuya máxima de oro está  resumida en la frase aquella de “El que peca y reza empata”. Un sector nos recuerda que, como el fuego y el pánico, el ejemplo cunde y que esa manera de obrar es el reflejo que nos devuelve el espejo de las instituciones que constituyen el soporte colectivo, vale decir: la iglesia, la familia, el Estado y la escuela. El problema reside en que cada una de esas percepciones justifica el estado de cosas, antes que cuestionarlo. “Así son las cosas  y así es el mundo, mijito”, recitaban los abuelos con esa resignación  que veces era sabiduría y otras era la cara misma de la derrota.
Por lo pronto, si deseamos de veras  cambiar en algo  esa  manera de instalarnos  en la existencia  que hace del cinismo, el atajo y la bravuconada  las únicas cartas  de presentación, podríamos empezar convirtiendo el elogio de la bobada en un punto de partida para pintar de otro color esta cara de marrullerías y  triquiñuelas que hoy le presentamos  al mundo.

martes, 12 de octubre de 2010

Tocata con fuego


Según el músico  Fito Páez  son muchos los que tiran la toalla  en tardes de Domingo sin fútbol.  Otros se lanzan en avalancha hacia los centros comerciales, aunque no vayan a comprar nada, como si las mercancías expuestas  en las vitrinas fueran una especie de  divinidad pagana  que va a salvarlos de la desazón .Mi vecino , el poeta Juan Carlos Aranguren prefiere, en cambio, sentarse la tarde entera frente a una taza de café humeante acompañada con cigarrillos Pielroja  y consagrarse a la curiosa tarea de descifrar  los más profundos móviles de los actos humanos, sin otra guía que el análisis de su manera de  abordar el bus, de agarrar el teléfono  o de cruzar la calle.
Hace unos días, tomando como pretexto las celebraciones de amor y amistad, le dio por escudriñar el estado de la libido de la gente, basándose en la observación de la manera  como las parejas salen a la calle.  Los  que caminan siempre abrazados son los cachondos- dijo-  los que desbordan  estrógenos y testosterona  por todos los  poros  y en medio de la  desesperación que dan las ganas le echan mano a la  pareja, temerosos de que algún depredador, de los que no faltan desde el comienzo de los tiempos, se las  pueda arrebatar. Mejor dicho, viven en una perpetua tocata con fuego.  Fíjese en cambio en los que van tomados de la mano : esa es la clase de enamorado de mucha chocolatina  Jet, arrumacos a la luz de la luna  y mucha balada de los años setentas , pero más bien poco sexo. Viven  al filo de que la pareja les plante los cachos  cuando se encuentre en el camino con un ejemplar de la  primera categoría, pero no les importa: para ellos una buena dosis de sufrimiento es  el mejor condimento para el amor.
Hay otros que cambian de  estatus: pasan de ser pareja a convertirse en lazarillos. La mujer o el hombre  van siempre prendidos del brazo de su consorte, como si temieran caer o perderse entre la multitud. La última vez que sintieron el asedio de Eros fue la noche  cuando concibieron al primogénito, poco antes de la llegada del hombre a la Luna. Viven  tan ajenos a los asuntos de la carne, que igual les daría andar  tirando de la cadena de un Pastor Alemán o del brazo de un niño: al fin y al cabo lo que pretenden es llegar a buen puerto, no emprender una aventura senil que les arrebate la cordura.
Los  últimos no solo evitan tocarse- exclama  Juan Carlos encendiendo  el enésimo cigarrillo de la tarde- si no que caminan uno detrás del otro, como una pareja de gansos. Solo parecen enterarse de la presencia  de su media naranja cuando esta se detiene  a saludar a  un conocido o a leer los titulares  en un puesto de periódicos. Entonces, será objeto de una reprimenda. “Para eso mas bien salgo sola”, grita la mujer, pues invariablemente es el hombre quien va atrás, rezagado hasta de si mismo. Sexo, lo que se dice sexo como lo manda dios y lo prohíbe la santa madre iglesia, nunca tuvieron, ni siquiera con fines reproductivos. Lo que los mantiene  unidos es más bien una forma refinada de la indiferencia, sentencia  el hombre,  despachando la última taza de café y se levanta de la mesa, mientras yo me quedo pensando dónde diablos aprendió tanto si desde que lo trato – poco menos de veinte años- nunca le he conocido mujer.

jueves, 7 de octubre de 2010

Érase una vez un juego


“ Nuestros indicadores al final del semestre demuestran que hicimos una buena gestión”. La frase, así suelta, no implica  novedad alguna: es lugar común en esas reuniones donde las empresas hacen balances y saldan sus cuentas. Lo singular  reside en que fue pronunciada por Javier Álvarez, para entonces técnico  del equipo de fútbol Once Caldas,  horas antes de jugar el partido definitivo por la final del fútbol colombiano, un curioso campeonato en el que basta con hilvanar una seguidilla de tres partidos buenos para alzarse con los títulos, aunque no se haya hecho mucho en el resto del certamen.
¡Coño! ¡De modo que el fútbol ahora es un asunto de indicadores y no de  gambetas, goles y  belleza! Exclamó mi vecino, el  poeta Juan Carlos Aranguren, con su español de los Andes contagiado por largas estadías en el Caribe.
- Pues si, le dije. Desconcertado por su asombro ante una noticia tan vieja. Desde que a los entrenadores les dio por salir a la cancha de corbata, como si en  lugar de un partido, estuvieran   asistiendo a un comité de gerencia, ya se podía adivinar lo que nos correría pierna arriba.
Pero  el hombre, tozudo como es, no acababa de convencerse. Insistí  en que no había nada de qué asombrarse. Al  fin y al cabo, quienes amamos el fútbol- el deporte, aclaro, no el tinglado de mafiosos en el que acabó por convertirse su entorno- llevamos más de una década  intentando digerir las declaraciones de Álvarez, un señor que se expresa como si su dialecto  particular fuera el  resultado del cruce entre un pastor evángelico y uno de esos tecnócratas  proclives a  sustituir los argumentos  por una sucesión de cuadros diseñados en power point.  Tratando de consolar al autor del poema  “Erato” le expliqué que los indicadores, como su nombre lo indica, no indican nada, salvo lo que aparece en los cuadros de indicadores. Nada nos dicen del camino recorrido, como tampoco de los   descubrimientos y mucho menos de las dichas y desventuras. Lejos están de contarnos algo sobre lo ricos o irremediablemente empobrecidos que volvimos de nuestras andanzas. Pero Juan Carlos no dio su brazo, o mejor, su pie a torcer. Mencionó al Ballet Azul y las cosas que hicieron Di Stéfano  y Pedernera juntos. Con los ojos humedecidos recordó a Garrincha y su único partido en Barranquilla. Me obligó a jurar que recordaba las atajadas de Otoniel Quintana en los años setentas . Dibujó  en el aire  el gol que le anotó  Pelé a Checoslovaquia  en el mundial de México.
Todo era inútil. Tratando de llevarlo a los terrenos de un sano escepticismo, le dije que a Maradona no lo expulsaron del mundial de 1994 por meter perico, pues eso todo el mundo lo sabía, empezando por los gringos que organizaron el torneo, sino por rebelarse ante los mercachifles de la Fifa , que los obligaban a jugar los partidos a medio día, en pleno verano del hemisferio norte, para cumplir con los jugosos contratos  pactados con las cadenas de televisión europeas.  Le repetí que cada  magnate de dudosa reputación es propietario de un equipo, así en Europa como  en América. Cité los nombres de  Abramóvich, Berlusconi, Florentino Pérez, la familia Macri y Joan Laporta.
Como ustedes lo habrán adivinado, todo  resultó inútil. Como única respuesta, el  hombre vaciaba su botella de  ron a un ritmo cada vez más peligroso mientras, a modo de letanía, repetía  la frase  a la que esta columna le debe su título.

viernes, 1 de octubre de 2010

Moctezuma News


Como, según algunos, Internet es el universo donde por fin todo es posible, queremos  compartirles esta noticia que llega desde Guatemala, aupada por una de esas redes sociales que de forma indiscriminada encabezan cruzadas contra las corridas de toros, la destrucción de la capa de ozono, las guerrillas, el consumo de marihuana o los matrimonios gay. Ahí va, entonces:
“Ciudad de Guatemala (Octubre 1). El cantante Ricardo Arjona, célebre por su incapacidad para hacer rimar términos tan elementales como ratón y latón, acaba de anunciar su retiro provisional a un monasterio ubicado en inmediaciones de las ruinas mayas de Chichén Itzá, en una decisión  vital sin precedentes que tiene como objetivo, por primera vez en la historia de la música, componer una canción en lenguaje políticamente correcto, o incluyente, como lo llaman los más ortodoxos.
 Arjona es famoso además  por su  habilidad  para urdir versos que con inusitada rapidez se convierten en mensajes publicitarios, como ese  de  “Señora, no le quite años  a su vida/ póngale vida  a sus años”, adoptado por una empresa productora de cosméticos. También es recordado por ser el autor de una tonada con problemas de arritmia, donde repite la palabra mujeres más de veinte veces en solo tres minutos para, acto seguido, proceder a darle una paliza a su compañera sentimental de turno, en un episodio que causó revuelo en las franjas de entretenimiento de los medios de comunicación.
Gracias a la diligencia de nuestros investigadores, asesorados por un grupo de expertos del  DAS colombiano, hemos tenido acceso a una copia manuscrita de la composición, que ahora compartimos con ustedes, nuestros amigos y amigas de la red.

JUSTICIA PARA TODOS  Y TODAS

                       “… And  justice for all

                                   (Constitución de los Estados Unidos de América)

 Cansado de ver el sufrimiento de nuestros niños y niñas,
Decidí consultar  con los dioses y diosas antiguos y antiguas.
Retirado entonces en esta campiña
Donde pastan los ovejos y las ovejas,
Contemplando en las piedras el legado de los mayas y las mayas,
De los aztecas y las aztecas.
De súbito,
 Entre el trinar de los pajaritos y las pajaritas,
Me llegó el recuerdo de mis amigas y mis amigos
Que allá en la ciudad  luchan por alcanzar la justicia para todos y todas
Mientras los solitarios y solitarias
Claman al cielo una flor o una caricia para ellos y ellas
Que huyen como en Colombia lo hacen los desplazados y desplazadas,
Los hipopótamos y las hipopótamas…

Nota: Aquí la página  empieza  a llenarse de tachones, como si el autor hubiera alcanzado los límites de la impotencia, o bloqueo creativo que llaman.
Llegados a este punto, los ejecutivos de  ventas de  la empresa Sammy Music, angustiados porque necesitan temas  con mensajes edificantes para la temporada navideña que se avecina, han decidido abrir una convocatoria bajo el formato de reality show, con la esperanza de  encontrar un músico lo bastante talentoso o necesitado como para ponerle ritmo a esa cosa.
De llegar a buen término la empresa, el estreno de la canción  se realizará en  Pereira, Colombia, una ciudad  cuyos habitantes, según se dice, son bastante proclives a ese tipo de expresiones estéticas. Para tal efecto se ha elegido el programa radial “Contando Histerias” emitido a través de la Emisora Cultural Remigio Antonio Cañarte y dirigido por el prestigioso  hagiógrafo y conductor de masas   Edison Marulanda  Peña
Para asegurar el éxito del lanzamiento se cuenta con el patrocinio comercial de la marca Azzzúcar, que garantiza un rápido y efectivo   control de los niveles de insulina en la sangre de los diabéticos y las diabéticas”.
Aquí termina la nota que hoy reproducimos. Quedan entonces cordialmente invitados… perdón …e invitadas

lunes, 27 de septiembre de 2010

Dentre sin gorpeal



Hace  un par de semanas circuló a través del correo  electrónico  una curiosa  convocatoria que  en principio parecía redactada en  una mezcolanza de idiomas, cuyo encabezamiento rezaba así :  “ A todos los interezados en participar del projecto  de  intercambio cultural Alados pueden consultarnós  a la dirección electrónica aladossiglo XXI@yahoo.es allí les informaremos sobre nuestras targetas virtuales”.
Lo primero  que se nos ocurrió  a quienes  revisamos la sintaxis y la  ortografía de la  frase fue pensar que la invitación  de marras  había sido formulada  por una congregación de borrachos o disléxicos empeñada en adaptar la  estructura del castellano a la medida de sus limitaciones cognitivas. Pero no, el asunto era más simple y más grave, según  nos lo hizo saber una profesora de español que se redondea el sueldo dictándoles clases privadas  a  universitarios reprobados y ejecutivos en apuros.  Resulta-declaró compungida- que a todo el mundo, sin distingo de edad , sexo o religión, le dio por creerse el cuento de que los computadores son inteligentes y por lo tanto son ellos y no los usuarios los que deben preocuparse por la calidad y  el sentido o , mejor dicho, la  ausencia  de sentido de lo que se está  escribiendo. De otra manera no se  explica que en una convocatoria de índole cultural un párrafo compuesto por menos de  treinta  palabras no solo presente problemas de cohesión, si no  que exhiba con impudicia  nada menos que cuatro errores ortográficos. Dos de ellos  tienen   sus raíces  en una descuidada asimilación de la grafía anglosajona, originada en los vocablos   target y   project. Otra, la que habla de consultarnós al  parecer fue  tomada, sin fijarse en gastos, de la pronunciación propia del español hablado en el  río de La Plata. Y la  otra, interezados con zeta… bueno debe  ser que la  pereza o la premura le impidieron al autor del texto fijarse en el subrayado  de distintos colores que el programa utiliza para  señalar los errores. Para completar el panorama, al final resultó que el nombre del tal proyecto no era  Alados, si no Ala Dos, con lo cual cambiaba por completo el sentido del mensaje, pues no es lo mismo hablar de una criatura alada que, digamos, del ala número dos de un avión  o un edificio.
Por supuesto, la responsabilidad no es del computador, un aparato que, con todo y su carácter  prodigioso, no deja de ser una herramienta, cuyo buen o mal aprovechamiento depende en todo de las competencias de quien   la  utiliza. Después de todo, la máquina  no puede discernir   cuando encuentra en su memoria  la frase  “ Paco y Mariana se fueron a cazar”, si la  pareja en cuestión  se dirigió hacia un  juzgado a  legalizar su relación   o si partió a exterminar conejos en algún bosque del vecindario. Es en este punto donde  debemos centrar la reflexión sobre un problema que está empezando a arruinar el lenguaje  y por lo tanto  nuestra capacidad para comprender el mundo. Obnubilados por la sensación de poder que da la inmediatez de la comunicación digital   muchos acabaron por pensar que lo importante es la velocidad   con la  que se transmite el mensaje y no la calidad, la precisión y la claridad del mismo, que dependen en su totalidad del buen uso del lenguaje. A ese ritmo de vértigo acabaremos por forjar una legión de ciudadanos tan informados como confundidos, gravitando al filo de un analfabetismo progresivo que  puede  llevarnos un día a redactar avisos como aquél  fijado con una puntilla en la puerta de la   casa de Condorito, el inolvidable  personaje de la cultura popular latinoamericana , en el que se advertía al visitante, así sin más : “Dentre sin gorpeal”.