jueves, 29 de septiembre de 2016

Buenos vecinos





 “Ojalá sean buenos vecinos”, decía mi mamá Amelia cuando una nueva familia llegaba a vivir al lado de nuestra casa.
En realidad,  mi vieja pedía  poca cosa: que no fueran ruidosos, ni chismosos, ni entrometidos,  ni pendencieros. Y, sobre todo, que aceptaran sus espontáneas muestras de solidaridad: un chocolate  caliente y una conversación al final de la tarde. Una infusión de hierbas aromáticas para el niño o el abuelo enfermo. Esos detalles sobre los que se edifica la convivencia.
Siempre mantenemos una relación contradictoria con el vecino: abominamos  sus intromisiones, pero cuando  parten de viaje o se marchan para siempre, añoramos los pequeños signos de sus rutinas diarias: los aromas de la cocina, las músicas que aman, los ruidos sordos en la alta noche, las discusiones tribales, los rumores en el  baño y los infrecuentes  jadeos del sexo domesticado.
El advenimiento de Internet trajo, entre otras cosas, una revaluación del concepto de vecino,  tan empobrecido por el egoísmo feroz  propio del capitalismo tardío: no queremos saber  ni el nombre del que vive  en la casa contigua. Por eso caminamos con la mirada fija en  el piso del pasillo o en los adoquines de la calle: cuanto menos sepamos del prójimo- del próximo- mucho mejor.
Pero en la red  digital  la mirada del vecino ha vuelto a cobrar vigencia, por lo menos en un sentido: todos somos mirones de todos y nos sentimos con patente de corso para incursionar en las intimidades de los otros y para opinar sobre asuntos que ignoramos en su totalidad.
Sin embargo, como  sucede en el  barrio,  al universo virtual acuden vecinos de todas las categorías.  Está el vecino discreto y servicial, siempre atento a echar una mano en  el infortunio y cunde el vecino atrabiliario capaz de irrumpir en el momento justo en que se necesita más silencio. Existe  el vecino interesado en el bienestar de todos y el imperialista dispuesto a entrar a saco en el solar ajeno con tal de satisfacer sus intereses.
Desde  que  decidí poner en marcha este blog, hace ya seis años, he cultivado  una centena de vecinos lo que,  para un tipo ensimismado, resulta un buen saldo. La mayoría de ellos han sido una compañía silenciosa pero interesada. Algunos son tan discretos que prefieren  el comentario, la réplica o el cuestionamiento a través del correo electrónico.  Otros, simplemente  siguen ahí, lo que habla muy bien de su  paciencia.

                                                                 Don Lalo

Entre todos ellos tengo un sexteto que se ha echado sobre los hombros la tarea de animar la reflexión. Está don Lalo, un  buenazo argentino – aunque, no sé por qué, aliento la sospecha de que es uruguayo-  quien se encarga de recordarme en su blog de BBC Mundo que en estos tiempos de trivialidad y vértigo, el deporte, con su carga de glorias y desastres , acaso sea la más certera metáfora de la vida.

                                                                         José Crespo

Desde Bolivia me llegan, puntuales, los dardos que José Crespo lanza en su  Perro  Rojo contra el régimen de Evo Morales y sus secuaces. De vez en cuando, ameniza la conversación con exquisiteces  gastronómicas propias  del altiplano.
En  la Ciudad de México, El Eskimal  recorre en una y otra dirección las calles de esa urbe  abrumadora.  Un mes sí y otro no, retorna para celebrar el oficio de vivir –y  de caminar- con un par de frases que reafirman su condición de solitario sin remedio.

                                          Camilo de los Milagros

Aquí en la aldea, Camilo de los Milagros   riega con siempre revitalizadas dosis de   inteligencia e ironía las semillas que trato de plantar cada   semana, los jueves, preferiblemente.


Y aquí  nada más, a la vuelta de mi casa, mi hermano Matador no dice nada, pero se encarga de echar a volar mi desazón a los cuatro  vientos, a través de su creciente audiencia  de  vecinos en el universo digital.  A su vez,  Abelardo Gómez hace lo propio en Traslacoladelarata.


Con ellos, los nuevos vecinos. Los elocuentes y los silenciosos, quiero celebrar hoy los seis años de permanencia de este diálogo y renovar de paso la intención de seguir dando la lata desde este rincón del mundo tan bello, tan terrible y tan impagable  a la vez.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:
 https://www.youtube.com/watch?v=grQU6Yj1v_c
         

martes, 27 de septiembre de 2016

Un mensaje de Isaiah Berlin





 " Pues nadie que no esté virtualmente muerto o moribundo puede ser espectador indiferente del destino de una sociedad a la cual está ligada su propia vida".
                     Isaiah Berlin
                                                   Biografía de Karl Marx
                                                  Alianza  Editorial


PDT  : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
 https://www.youtube.com/watch?v=Jl4wIOZpv_I

lunes, 19 de septiembre de 2016

Lo bueno de escuchar






¡Facho!
¡Mamerto!
¡Jodeputa!
¡Recontra facho!
¡Mparío!
¡Recontra mamerto!
¡Uribestia!
¡Santista!
¡Retrógrado!
¡Vende patria!
¡ Amén!


¡Recórcholis! Exclamé al contemplar esa muestra  de  estulticia que crece  como un hongo en las calles y en las redes sociales ante la proximidad del plebiscito que, independiente de sus resultados,  nos brinda una oportunidad que no han tenido  generaciones enteras de colombianos: la de tomar decisiones según el propio juicio sobre asuntos que han de afectarnos a todos.
Ante el intercambio de insultos y la pobreza de criterios que descalifica al disidente con el adjetivo de mamerto o  denigra de  quien solo es conservador  asignándole el calificativo de fascista, queda la pregunta sobre las razones que nos llevan a  confundir las convicciones con los insultos y la pura verborrea con  la argumentación.
Para empezar, crecimos confundiendo lo que está bien con lo que nos conviene y eso da pie a una grave distorsión ética: a menudo nuestras  conveniencias pueden arrasar regiones enteras del mundo ajeno.
Bastaría con revisar lo que entendemos por diálogo o negociación para captar la dimensión del despropósito.


Miremos lo que   pasa con el concepto de diálogo. Con alguna excepción, pasamos por alto que  la clave de este último consiste en escuchar, como  lo enseñara Platón en Fedón y Fedro: solo después de atender las razones del otro  estamos en condiciones de formular las nuestras. Pero no es así.  Formados en una escuela autoritaria, hicimos del diálogo no una  herramienta  de comunicación sino una manera de imponernos sobre los demás. Por eso, cuando  se nos acaban los argumentos empezamos a alzar la voz, cuando no a agredir al interlocutor. En nuestra historia abundan los ejemplos de cómo, llegados a ese punto, los pistoletazos suplantan a las ideas. Por ese camino no se alcanza una conciliación sino una imposición.

Con la idea de negociación nos va peor. En el habla coloquial, negociar no equivale a entenderse con los demás, a llegar a acuerdos con ellos sino a enredarlos, a sacar ventaja sin importar los medios.  Por eso entre nosotros negociar   se volvió sinónimo de embaucar, de engañar

En ambos casos omitimos lo esencial: quien se dispone a dialogar y negociar debe dar por sentado que en algún momento debe renunciar a algo. Por eso, de entrada el gobierno Santos presentó su declaración de principios: “El modelo económico no se negocia”.  Y los voceros  de las Farc tuvieron la sensatez para entenderlo y asumirlo. Por perverso que les resulte el sistema, en los acuerdos de La Habana no  se iba a  cuestionar la propiedad privada ni a implantar el comunismo, como lo pregona cierta tendencia paranoica. A su vez, los representantes del  gobierno aceptaron las razones de la insurgencia. Solo  así pudieron sentarse a la mesa y mantener los diálogos, a pesar de los momentos críticos.


Cuando no se comprenden esos elementos básicos explota el epíteto, la adjetivación incendiaria. Los resultados pueden ser devastadores. En lugar de facilitar acercamientos se exacerban los odios, cunde la animadversión. La toma de decisiones deviene así  un acto irracional. Todo lo contrario de lo que debería ser un diálogo o una negociación.
Con todo y que la cuenta regresiva para el plebiscito avanza, todavía estamos a tiempo de apelar a la lucidez.  En realidad solo se necesita hacer una pausa y escuchar, escuchar, escuchar mucho antes de replicar.
El pasado   9 de septiembre, durante su presencia en el noticiero de  Ecos 1360 Radio, la congresista María del Rosario Guerra, promotora del No, deslizó  una lista de razones para justificar su posición. Las Farc se lucran con el narcotráfico. Las Farc  han reclutado  niños. Las Farc obligan a  abortar a las  mujeres que militan en sus filas. Las Farc han desplazado y asesinado campesinos. Las Farc han secuestrado.
Y sí: después de escucharla un buen rato acepté que  a la congresista le asiste toda la razón. Por eso votaré por el sí el próximo 2 de octubre: para que esas cosas no se  repitan nunca más.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

jueves, 15 de septiembre de 2016

¡Yo llegué primero!




 El título del presente  texto no es más que una copia del grito de batalla de niños y jóvenes cuando en sus juegos  se enfrentan a un descubrimiento sobre el que  pretenden  ejercer un derecho de propiedad. También puede ser, con otras palabras, la transcripción de los gritos proferidos por los navegantes que acompañaban a Cristobal Colón  cuando avistaron tierra en su primer viaje a América.

 
Pero  en este caso se trata  de algo mucho más  prosaico: es la frase utilizada a modo de mantra por legiones de compradores capaces de pasar una o varias noches en vela, con tal de tener primero el objeto de sus anhelos: un teléfono, una computadora, una camisa  o un auto. Da  lo mismo, si ese sacrificio les depara la dicha impagable de mirar por encima del hombro al vecino, es decir, al competidor, aunque sea por un par de segundos. Lo  mismo hacen los  fanáticos del cine, según se desprende de una nota de prensa. “Yo compré la película  en la calle, porque quería verla y aún no ha llegado a  las salas”, declaró una compradora ocasional de este tipo de productos. Por lo demás, dice el  artículo que para mucha gente resulta imposible esperar a que las salas locales estrenen una película que lleva ocho días  siendo proyectada  en otras  ciudades del país.


De modo que no se trata de disfrutar las  cosas  sino  de tenerlas primero que los otros, como si se  participara en una carrera contra el reloj. Esa es la premisa que mueve  a millones de personas en el mundo.
Sobre esa clave  avanza hoy la religión del consumo, esa curiosa forma del vértigo que acabó por sustituir la búsqueda de la  trascendencia como uno de los soportes de la vida. De ahí que todo se haya convertido en una “rats race” o una carrera de ratas,  como bien lo definió el pensador Herbert Marcuse en  uno de sus libros. Por esas razones,  hace mucho tiempo dejamos de concebir el  conocimiento y el disfrute del mundo como parte  de una experiencia vital que en principio nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos. El asunto  es muy distinto : ahora  se trata de llegar  primero a la meta para, una vez consumido el objeto codiciado, desecharlo y emprender una  demencial carrera  que nos conduce al siguiente y al que le sucede, hasta que otro depredador termina  consumiéndonos  a nosotros. No importa si se trata  de ropa, música, autos, bicicletas, libros , películas,  cuerpos , ideas , paisajes  o religiones : lo que vale  realmente es apropiárselos primero que el vecino para  exhibirlos con las  mismas ínfulas del guerrero que les muestra a sus congéneres el cuero cabelludo del enemigo vencido. Por eso  el mercado natural de  algunos de esos productos son los semáforos y las esquinas para los pobres y los centros comerciales para los más pudientes o  que aparentan serlo. Todos  constituyen una tierra de nadie donde la gente dispone de  dos minutos para comprarlos y la mitad de ese tiempo  para ostentarlos, antes de que vayan a parar al cesto de la basura.


Pero ante ese panorama no todo está perdido. Todavía hay personas que emprenden un viaje, contemplan un paisaje, leen la poesía del Siglo de Oro español o asisten a la proyección de una obra maestra , sin  parar mientes en que quienes las apreciaron por primera vez están muertos desde hace años, o  incluso siglos: lo suyo es un asunto que pasa por el goce  y el conocimiento del  mundo y por eso mismo  situado a años luz de la histeria de aquellos cuyo fin último es salir gritando “¡Yo llegué primero…yo  llegué primero!”.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada