miércoles, 27 de enero de 2021

La pobreza: el otro virus




Hace casi un año, al comienzo de la pandemia de la Covid-19, el papa Francisco pronunció en una de sus homilías una frase tan ambigua como efectista. “En este momento difícil  de aguas turbulentas, todos vamos en la misma barca de hijos de Dios”.

La frase suena bonita y sugestiva por la razón más simple de todas:  porque no es verdad. Nunca hemos navegado en la misma barca, y menos ahora. En realidad, con crisis o sin ella, unos van en yates de lujo, otros en embarcaciones comunes y corrientes, otros en frágiles  chalupas,  al tiempo que millones tienen que nadar a brazada limpia  en su intento de  alcanzar la otra orilla.

Quizá la imagen de esos grupos de africanos desesperados y  hambrientos  que intentan cruzar el Mediterráneo para alcanzar la  tierra de promisión resuma mejor el estado de cosas. A menudo , las aguas de ese mar mitológico  acaban por tragarse el resto de sus esperanzas.

Nadie le quita al papa sus buenas intenciones, lo que no impide  sacar a la luz su miopía política. Al  menos eso es lo que ha desnudado la pandemia en su paciente labor de cada día: las ominosas desigualdades que  se expresan en sistemas de salud precarios, cuando no inexistentes; en millones de personas  que viven hacinadas en tugurios, en Villas miseria, en inquilinatos o en Favelas, nombres con los que conocemos en América a esos asentamientos urbanos donde la gente  oficia cada día el milagro  de la supervivencia… si no muere asesinada en un callejón a manos del prójimo.


Porque es allí , donde reinan el hambre y la desnutrición, donde se ha ensañado el virus, al fin y al cabo  otra criatura viviente que lucha por su propio lugar en el mapa de la vida. Familias con el sistema inmune del cuerpo ubicado en los mínimos y viviendo en una  habitación insalubre no pueden permitirse el lujo de un tababocas, de una botella de alcohol, de  gel y de todas   esas sustancias   que invadieron nuestra existencia  de ciudadanos atemorizados por la presencia a la vez invisible y contundente de la muerte.

Eso para no hablar del tan citado distanciamiento social , algo imposible para personas amontonadas en una sola habitación. Un simple dato: el cuarto de una casa de estrato seis suele ser más amplio que la vivienda completa de una familia asentada en un sector marginal



¿ Navegarán esas personas  en  la misma barca   imaginada por el papa?

Por supuesto que no, como no lo han hecho nunca a lo largo de existencias enteras. Al fin y al cabo, las clases sociales no las inventó Karl Marx: están ahí, con sus abismos, sus injusticias y sus códigos de exclusión. Las cosas no van a cambiar por la irrupción de un organismo diminuto y letal, tan antiguo como la  vida misma.

De hecho, descendemos de esas entidades invisibles.

Ese es el panorama en la primera fase de la pandemia. La de la vacunación no suena más alentadora. Porque los anuncios sobre el desarrollo de vacunas por parte de grandes laboratorios han resaltado de entrada esas diferencias.  En principio, los países más poderosos se apresuraron a reservar millones de dosis para sus habitantes. Otros en cambio,  los últimos de la fila, tendrán que aguardar hasta último momento, mientras su gente se contagia y muere a la espera de un milagro que no llega.



Pero la cadena no termina allí: a su vez, en cada país los privados se quedarán  con los mejores lotes y los comercializarán en el mercado, según las implacables lógicas de la oferta y la demanda.

Conozco precedentes en  el manejo de la vacuna contra la influenza- otro jugoso negocio-. Uno llama a la  entidad de salud a la que se encuentra afiliado y a menudo le responden con una frase que parece una grabación : “ En este momento no tenemos la vacuna que da el gobierno, pero si quiere se la vendemos por el servicio particular”.  Acto seguido le sueltan la tarifa.

¿ Cómo es posible que no tengan la subsidiada pero si la de tarifa plena?  Se pregunta el atribulado ciudadano, metiéndose la mano al bolsillo en busca de algún remanente.

Bueno, preparémonos para lo que va a suceder con buena parte de las vacunas  para la Covid-19. Las personas que no quieran o no puedan esperar en la fila eterna  de la indolencia oficial y la codicia privada tendrán que recortar el presupuesto para el mercado y arriesgarse al hambre con tal de no morir en el intento.

Después de todo, el virus más antiguo se llama pobreza.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=M1woF6BXTCg




miércoles, 20 de enero de 2021

A golpe de tortuga




Según el relato clásico, a Esquilo lo mata una tortuga que un águila deja caer desde  gran altura sobre su cabeza. O mejor dicho, que los dioses,  valiéndose del ave, arrojan sobre la humanidad del forjador de la  Tragedia Griega.

El asunto empieza con una profecía : estaba escrito que el autor de  La Orestíada moriría aplastado  por una casa.

Atemorizado,  el hombre optó por irse a vivir  al libre, a salvo de muros y paredes que se le pudieran venir encima.

Pero sus precauciones  resultaron inútiles: corría el año 456 AC cuando, durante un paseo por el campo,  sucedió el episodio que acabó con su vida.

De nada valió su heroica participación en las batallas de Maratón,  Salamina  y Platea, que , aún hoy, son narradas  como acontecimientos claves  en  la historia de  Grecia.

¿Qué razones asistían a las impredecibles divinidades para urdir semejante burla? ¿ De qué pretendían vengarse?

Persistentes como son, los dioses disponen de todo el tiempo del mundo para tejer y destejer sus redes. Pueden tardar siglos antes  de que decidan asestar el golpe letal sobre un pueblo o sobre un mortal díscolo.




Y este Esquilo lo era en grado sumo, al punto de que su obra entera pone en entredicho la omnipotencia de las divinidades. Para él, incluso los dioses están sujetos a un poder que los sobrepasa: el  de El destino, o La Moira, esa entidad capaz de tomarse un milenio en edificar un imperio , para destrozarlo en cuestión de segundos.

Blasfemo hasta la temeridad, Esquilo nos mostró  que, a fin de cuentas, los dioses son tan frágiles como sus criaturas.

Y en el orden del cosmos, semejante dosis de irreverencia se paga con la vida… y con la mofa divina.

Por lo demás, no hay acción divina que no sea símbolo. Después de todo, el concepto mismo de  dios es un símbolo.

Es fácil conjeturar entonces que la elección de una tortuga y un águila-  expresión del poder celeste- no fue producto de la casualidad. No hay azar en El Olimpo: todo  tiene su trazado, su designio. O, para utilizar una expresión contemporánea, su diseño.




Pudieron haberle arrojado una roca, pero era demasiado prosaico: para el orden del universo no es lo mismo una pedrada que un tortugazo. O pudieron hacerlo despedazar por una fiera hambrienta, pero tanta sangre hubiera hecho la venganza demasiado evidente.

Esas cosas debemos dejárselas a Lady Macbeth.

Así que eligieron un animal capaz de simbolizar la paciencia y la tenacidad, dos  conocidos atributos del demiurgo. La tortuga tarda, pero llega. O si no, pregúntenle al Aquiles de Zenón y su nunca  dirimida carrera con la tortuga, en la conocida paradoja que tanto fascinó a Borges y a D. R Hofstadter.

Igual que los dioses, las tortugas son avatares del tiempo que camina. Por eso han sido motivo de atención  para tantas culturas diseminadas por toda la tierra. Parte de su carencia de afán reside en que, al llevar la casa a cuestas, no  tienen apuros en llegar a  algún lado. En cualquier tramo del camino pueden echarse una siesta y dedicarse a la meditación.

Que se apuren otros.

Por eso, en la época del capitalismo frenético la palabra tortuga adquirió una connotación despectiva.

Pero volvamos mejor a los tiempos de Esquilo.






Decimos que el furor de los dioses pudo deberse a que el autor no se andaba con rodeos para decir sus verdades. O al menos eso es lo que nos dicen los chismes de aldeanos, que son los más confiables de todos.

Es sencillo: quien desnuda la debilidad de las criaturas está denunciando, en últimas, la fragilidad de sus creadores.

En cada fragmento de sus obras  Esquilo subraya la  futilidad de las acciones humanas. Leyéndolo, confirmamos una vieja sospecha:  el mundo es una obra tan imperfecta, que  después de su creación los dioses no se retiraron a descansar sino a rumiar sus culpas.

Y todo dios   digno de ese nombre es soberbio. Fíjense nada más en Zeus o en Júpiter, su equivalente latino.  Ante el menor síntoma de rebelión o desdén hacían tronar el cielo con su aparato militar de rayos y centellas.

Así las cosas, el atrevido de  Esquilo no se les iba a escapar. Sólo que esta vez quisieron exhibir su arsenal de humor negro y lo aniquilaron a golpe de tortuga.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=eBuV0l1H1rg

miércoles, 13 de enero de 2021

Morir de sed junto a la fuente


Como tantas otras, la noticia  fue leída por los presentadores de  televisión con la impavidez que los caracteriza y no sin una inflexión de orgullo en la voz.

“ Desde ayer  el agua cotiza en la bolsa de valores de Nueva York”, dijeron y pasaron a hablar del escándalo protagonizado por un ministro, de la goleada sufrida por la selección de fútbol y del embarazo de no sé qué actriz.

Algo se removió en mis entrañas.

Entre las muchas  contradicciones  de este territorio que el escritor Gustavo Arango llama “El país de los colombios” , se encuentra el hecho de que – excepto en la Guajira- el agua abunda y se desborda  por todas partes. Sin embargo, un gran porcentaje de la población  carece de suministro de agua potable, con la secuela de enfermedades que de allí se deriva.



En otros casos,  como en el Chocó, mientras en invierno los ríos se desbordan y ocasionan grandes inundaciones, la gente no puede alimentarse de las muchas especies de peces que abundan  la zona, porque las aguas  están contaminadas con el mercurio utilizado por  las empresas - legales o ilegales- que explotan los recursos mineros, en especial el oro.

Es más : ni siquiera se pueden bañar en algún recodo sin correr el riesgo de contraer graves afecciones en la piel.

De modo que el  anuncio sobre  la inclusión del agua como producto  negociable en los mercados no puede causar sino una preocupación adicional entre quienes habitamos este país.

La historia es bien conocida: lo único que se necesita para iniciar una guerra es  una fuente de riqueza de la que alguien se  quiera apoderar. Esa es la esencia del espíritu colonial que alienta en todos los imperialismos desde el comienzo de los tiempos.

Aconteció  ya en los tiempos del Antiguo Testamento y de ahí en adelante  sólo hemos visto sucederse las invasiones, los desplazamientos, las matanzas y los despojos. Pasó con las disputas por el control de las rutas marinas o terrestres que conducían hacia tesoros de fábula. Sucedió con la conquista de América y con la invasión  de África, con la fiebre del oro en California y así  hasta nuestros días.



Puede ser una montaña, un islote, un río, una franja de mar, un pedazo de selva: cualquier cosa capaz de despertar la insaciable codicia humana.

Un poderoso se entera de la existencia de  una mina de oro o de diamantes- la gran metáfora de la riqueza terrenal- y de inmediato azuza a los vecinos para que se destrocen en nombre de alguna abstracción : la raza, la patria, la religión, la etnia, la tradición.

Cosas de esas.

Al final, el poderoso y sus huestes avanzan sobre los cadáveres de hombres hasta hacía poco hermanos  y se hacen con el botín.

De modo que no hay que esforzarse mucho para adelantarse a lo que  padecerán los países donde abunda el agua.

“ Somos del  agua”, dijo  con su habitual lucidez el gitano Melquíades en una página de Cien Años de Soledad. Lo grave es que, dentro de poco, el agua ya no será nuestra.



Hace un par de décadas empezamos a recibir advertencias. Hasta finales del siglo veinte uno entraba a un restaurante , a una cafetería o un bar y pedía agua para acompañar la comida o el licor. De inmediato le llevaban una jarra y un par de vasos a la mesa sin costo adicional para que se sirviere a su gusto.

Cualquier día  solicitamos agua y nos  entregaron una botella o una bolsa con su respectiva marca y el consiguiente incremento  en la factura.

Lo más grave de todo es que nos pareció normal y pagamos sin  rechistar.  “ Es más saludable y segura”, le respondían al que se atrevía a formular  algún tímido reclamo.

Veinte años después el agua cotiza en la bolsa, al lado de la soja argentina, del petróleo catarí , de una marca de teléfonos móviles noruega o de una fábrica de autos  sofisticados alemana.

Desde niños crecimos oyendo decir a padres y maestros que los colombianos somos unos privilegiados por disponer de tantas fuentes de agua. Y así es. Uno  sale del área urbana de cualquier localidad y  apenas unos metros adelante  se encuentra con agua que brota de todas partes.  De las montañas, de las rocas y de la tierra que pisa.

“ Es una bendición del cielo”, dicen todavía nuestros campesinos.

Pero hay un problema : a menudo las bendiciones se convierten en maldiciones cuando se desata la avidez de los hombres. De hecho,  los habitantes de las zonas mineras de Colombia atraviesan hoy auténticos infiernos.

Ya me imagino a alguna corporación global y sus cómplices locales atizando los odios nacionales  con  ecuatorianos, peruanos y panameños : sólo el Amazonas y el Darién son suficiente tentación.

Y no me  califiquen de catastrofista, por favor: desde hace muchos años-  a lo mejor al abandonar la infancia- aprendí de labios de algún sabio con buen humor que un  pesimista no es mas que un optimista bien informado.

Así que, si no nos adelantamos  a defender ese patrimonio, nos pasará como al personaje de la fábula, que murió de sed junto a la fuente.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=tqP6_znbA7Y

miércoles, 6 de enero de 2021

El flautista y el mar


Después de un lustro, acabo de recibir noticias suyas. Me las trajo un Andrés Botero, periodista de radio, poseído todavía por los fulgores de las playas de Arboletes, un rincón de Antioquia  ubicado frente al Mar Caribe.

Dice que se lo  encontró de golpe, paseando  sin  prisas como un viejo trovador entre la multitud llegada a principios de enero desde muchos rincones de Colombia.

Les hablo de Germán Gómez Botero, uno de esos seres  anónimos tocados con la gracia de iluminar a su paso la vida de   quienes tienen la fortuna de cruzarse en su camino.

Me encuentro entre esos privilegiados.

Y la gracia, los dones del cielo, no precisan de explicación.

Simplemente acontecen y ya.

Ese don lo llevó a materializar su viejo anhelo de refugiarse en el puerto de La Bocana.




Mientras en los mitos griegos Poseidón es el rey del mar, en el  Pacífico colombiano reinan  la miseria y el abandono,  como puede constatarlo quien se aventure por esas costas, donde el contraste entre la belleza de los paisajes y las carencias de la gente no puede ser más visible.

Pensando en estas últimas, Germán Gómez Botero decidió un día armarse hasta los dientes. Pero  tranquilos: el hombre no siguió  el mal ejemplo de quienes han sembrado de sangre y horror los caminos de Colombia. Sus armas son otras: se trata de un cargamento de  flautas que distribuyó entre un grupo de habitantes de La Bocana, cerca de Buenaventura, ese puerto arrasado por nuevas y despiadadas  formas de barbarie.

No  contento con eso, Germán destinó una parte de su pensión de empleado  público al pago de  un profesor enfocado a  potenciar las innatas  facultades rítmicas  y musicales de  los habitantes de ese sector del país. 

Sí, es  un lugar común, pero qué le hacemos si los nacidos en la costa pacífica y en las selvas del Chocó profundo llevan la música en la sangre: es su principal escudo  contra el infortunio.

Por puro y espontáneo espíritu de solidaridad Germán hizo lo que es obligación del Estado y de las empresas y personas que  se han enriquecido con los al parecer inagotables  recursos de la zona: tejer lazos  comunitarios  a partir del aprovechamiento de la capacidad  creadora de la gente. 

                                                  Petronio Álvarez


No por casualidad, esta es la tierra de Petronio Álvarez, ese músico dotado de un talento casi  sobrenatural para convertir en ritmo  y poesía las  alegrías y las penas de sus paisanos.

Al principio Germán empezó con escepticismo, pero muy pronto entendió que el número de instrumentos se había quedado  corto. Los beneficiarios  no solo los hicieron suyos sino que empezaron a invitar a los vecinos. Se formó así una especie de oleada que  lo tiene en este momento pensando en  nuevas formas del rebusque para alimentar su obsesión en ese rincón de la tierra ubicado en  el que los primeros cronistas rebautizaron como “El mar de Balboa”, vaticinando así un futuro de saqueos y oprobios que continúa hasta hoy.

El de Germán Gómez y la música es un amor de vieja data. En sus tiempos como funcionario de la biblioteca pública “Ramón Correa Mejia” ya andaba con una guitarra enamoradiza que ayudó a tejer más de un romance al ritmo de tonadas de Juan Pardo, Facundo Cabral, Piero o Joan Manuel Serrat.  

                                     Fotografía: Papagayo


Más tarde le dio por el saxofón y  consagró noches enteras  como vigilante en el teatro Santiago Londoño a perfeccionarse en la  interpretación de ese instrumento que, según algunos mitógrafos, fue inventado  por el mismísimo  Eros en persona.

El   caso de Germán debería servir como ejemplo real  de que  la esperanza es posible y que la música constituye  una opción  de paz y convivencia, en un país donde  estas últimas  son reducidas muchas veces a simple retórica electoral para disfrazar intereses de poder.  No por nada este hombre simple y bueno tiene bastante experiencia  en esas lides. Con un desinterés inaudito en estos tiempos obró a modo de Cupido bohemio, propiciando  amoríos ajenos con unas tarjetas elaboradas en la técnica del Origami que los aprendices de  seductores supimos aprovechar,  mientras él se replegaba en  su sabia  condición de espectador feliz  de las dichas  ajenas.

Ahora vuelve a hacer lo mismo, pero con instrumentos  musicales. Quizás le falte una  marimba, ese instrumento que parece resumir los fogosos y melódicos encuentros entre el mar y la selva.  Ya encontrará los recursos para  hacerse con ella, tal como le sucedió con la colección  de flautas. 

La suya es una manera de estar vivo. Un punto de fuga que se alza como opción real  frente a la terrible certeza de que en las ciudades  ya solo hay sitio para el mercado y su particular manera de  vaciar de sentido al tiempo, mutilando de paso  a los hombres.

“El tiempo. El tiempo muerto y podrido” de  las ciudades del que hablara  Podsnichev, el amargo personaje de Tolstoi  en su novela Sonata a Kreutzer, recobra vida y color a ritmo de flautas en esta aventura emprendida por Germán al comienzo de  la parte más cierta de su existencia, descubierta  al fin frente al mar.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=x_kvjT-yOI8