viernes, 26 de agosto de 2011

Las banderas del miedo


Allá por el siglo  XVI,  Carlos I de España y V de Alemania, el hijo de la reina Juana de Castilla, bautizada por sus detractores como “La loca” soñó con un imperio único  bajo su mando, que abarcara la  Europa  conocida. Para  conseguirlo, agotó todos los recursos que estaban al alcance de la monarquía : intrigas, matrimonios,  fraudes , alianzas y destierros. Es  decir, nada nuevo en lo que toca a las viejas formas de hacerse  con el poder.  Dicen los historiadores que estuvo  a punto de alcanzarlo , hasta que la estructura de sus reinos empezó a mostrar grietas por las que se  colaron  las insignias de los nacionalismos, esas formas supremas de la exclusión  basadas en  el improbable  origen heroico de una determinada  comunidad y resumidas en el color de las  banderas. En defensa de esa idea  han sido exterminados pueblos enteros a lo largo de la historia, incluso en la civilizada y políticamente correcta Europa. Basta con echar un vistazo a lo que hicieron los serbios con sus vecinos dos décadas atrás para darse cuenta de los peligros que acechan  tras la apariencia romántica de la palabra patria.
Cuatro siglos después , fortalecida por la aventura colonial y aleccionada por la devastación de dos guerras mundiales, la Europa ilustrada redescubrió  el cuarto de San Alejo viejos tratados  que hablaban de un gran país sin fronteras  regido por una moneda única – el sueño dorado de los adoradores del mercado- orientado por una constitución política común e incluso, en los momentos más delirantes, comunicándose a través de  una lengua universal, una especie de esperanto menos mecánico y más poético.
El comunismo estaba muerto y enterrado. Un funcionario del departamento de Estado norteamericano convertido en filósofo había sentenciado además el fin de la historia. De modo que todo estaba listo  para emprender  la construcción de lo que un fervoroso apologista llamó en su momento “ La gran patria  europea”. En  esa tierra de promisión, se decía, cabrían todos, incluidos los no europeos que seguían   llegando desde todos los rincones del planeta  empujados por la pobreza,  desarraigados por la violencia o encandilados  por las promesas de consumo y derroche  implícitas en los mensajes de la sociedad del bienestar. Cuando se le dio  carta de ciudadanía al euro el paroxismo  pareció alcanzar sus límites: ya nadie sería capaz de detener a ese tren que  cruzaba el continente desde la península ibérica  hasta el Danubio y más allá, pregonando en todos los rincones la buena nueva de la unidad.
En ese estado de euforia nadie quiso prestarles atención a los pesimistas de siempre que, como bien  nos lo han enseñado tantas veces, no son nada distinto a  optimistas bien informados.  Que las crisis  cíclicas de los mercados lo echarían todo por tierra, nos advertían. Que eran demasiado visibles los desequilibrios  entre los más ricos como Inglaterra, Alemania, Francia o los países nórdicos y aquellos  secularmente empobrecidos como Portugal, España, Irlanda o  Grecia,  para no hablar de las recién  redescubiertas nacionalidades que escapaban  al derrumbe del imperio soviético.¿Quién iba a prestarles oídos a los aguafiestas  si cada verano torrentes enteros de prósperos ciudadanos del norte  viajaban a dorarse en las playas del  Mediterráneo y dejaban a su regreso millones de euros flotando en el ambiente como una  promesa de hedonismos sin límites?
Fue tarde cuando un académico por allí y un columnista de prensa por allá alertaron sobre los primeros signos del desastre. La economía, ya nos lo han dicho los expertos en esos terrenos inciertos, reacciona en cadena  como la energía nuclear y tiene una expresión  política inmediata. Por eso los europeos están votando por los más xenófobos de sus políticos, aunque eso signifique la renuncia a la más preciada de sus conquistas: la aceptación de la diversidad y el respeto a la multiculturalidad. El atentado terrorista que sacudió hace apenas unos días a Noruega, una sociedad que se creía blindada  frente   a esos peligros  resulta ser la más peligrosa versión de ese estado de cosas que nos hablan de un continente sitiado por la incertidumbre, ante la que solo  atina a izar las antiquísimas  y letales banderas del miedo que llamamos nacionalismos.

jueves, 18 de agosto de 2011

El truco del gato


Después de varios meses volví a  encontrarme  con el combo de  profesores jubilados que se reúnen en uno de  esos  cafés de  la vieja guardia, que han  desaparecido para ser reemplazados por lugares asépticos e impersonales donde la gente  tiene que tomarse el café de  pie o sentada en unas  sillas incómodas diseñadas para expulsarlo a uno a los tres minutos.
En esa ocasión discutían sobre dos asuntos : el pobre nivel de la última  Copa América y la sucesión ininterrumpida de escándalos que ocupan durante una semana  la  atención  de los colombianos, para ser reemplazados a la siguiente con el destape de  otra  olla podrida, como si en lugar de un robo desvergonzado al patrimonio público se tratara del nuevo capítulo de un reality show.
Descarté el primer punto, porque la clasificación de Uruguay y Paraguay a las finales representa para mi el fin de “O jogo bonito”, esa frase inventada por los brasileños para recordarnos  que una vez existió un  lugar de la tierra ( algo así como el Aleph del cuento borgesiano) donde la poesía y el fútbol  se tocaban. Además, los  anfitriones de ese deslucido torneo padecen hoy una versión  perversa  y refinada de  la tragedia clásica :  Lionel Messi, que juega  tocado por la gracia en el Fútbol Club Barcelona, en definitiva no se siente argentino y ya sabemos que sin genuina pasión poco o nada funciona en este mundo.
Así que,  masoquistas al fin y al cabo, optamos por ocuparnos de  esa especie de agujero negro que es la corrupción en el mundo y de sus perversas variantes colombianas, capaces de producir  incluso retorcidas  versiones, como esa que llevó a  uno de los yupies Nule, convertido de repente en filósofo escéptico, a afirmar que “la corrupción  es inherente  a la condición  humana”. Supongo que lo aprendió en la escuela de altos estudios de ese otro iluminado llamado José Obdulio Gaviria.
-Hay algo que me parece sospechoso en esa especie de acuerdo tácito entre el gobierno, el aparato  de justicia y los medios de comunicación, les dije.  Tanto que es fácil detectar la mecánica. El primero anuncia en  uno de esos  Pactos por la prosperidad- la versión santista de los consejos comunales de su antecesor- que tiene una noticia  gorda sobre  un nuevo caso de corrupción. A los pocos días  la fiscalía suelta una serie de datos sobre   el entuerto y  sus  presuntos responsables. Acto seguido, los medios de comunicación se arrojan sobre la presa con el  talante  frenético de un tiburón hambriento frente a un cardumen de peces.  Por un momento, uno tiene la sensación-  alcanza incluso a alentar la esperanza- de que  al fin  la justicia posará su balanza  sobre esta  tierra de impunidades y olvidos. Hasta  que cae en la cuenta de que, salvo alguna inexplicable excepción, nunca encarcelan  a los verdaderos responsables, que siempre encuentran la manida coartada de  decir que todo sucedió a sus espaldas, omitiendo el pequeño detalle de que la magnitud del delito hace  que la comisión de este resulte  imposible sin su consentimiento. Al final, le entregarán a la cada vez más indiferente opinión pública unos cuantos mandos medios,  para que se quede tranquila y siga viendo sus dramatizados sin  incómodos ataques de indignación.
- Es el viejo truco del gato, insistí. Cualquiera que haya vivido al lado de uno de esos animales, sabe que tienen la costumbre de esconder la mierda debajo de un montículo de  tierra o de arena. Una vez consumado el disimulo pasan a otra cosa, como hacer la siesta,  perseguir gatas en los tejados o descuerar ratones distraídos, hasta que llega el momento de esconder la otra porción de mierda. Así se les va la vida. En nuestro caso, los escándalos hacen las veces de tierra o de arena que oculta las verdaderas dimensiones del oprobio. Como que unos fulanos se robaron la plata de la salud mientras la gente se muere en las puertas de los hospitales. O  que mientras un ciudadano  empobrecido puede  tener problemas  con la Dian por no pagar los impuestos, una legión de ratas de alcantarilla saquea los recursos públicos  en cifras que alcanzan billones. Pero  tranquilos: para eso existen en este país montañas de tierra y arena: para que los  ladrones de los bienes públicos puedan dorarse  frente al mar caribe mientras su botín se multiplica en un paraíso fiscal, lejos del alcance de jueces y prójimos envidiosos.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Coca Cola es así
















Cuando me lo contaron  no lo podía creer : los colombianos o extranjeros asistentes a los estadios durante  el Mundial de Fútbol Sub 20 que se realiza en nuestro país no pueden consumir ni una gota de la que, a pesar de las transformaciones  vividas    en las últimas décadas, sigue siendo la bebida nacional : el café, un producto   cuya comercialización y consumo creó todo un entorno social, económico  y simbólico que acaba de ser reconocido por la UNESCO como patrimonio cultural de la humanidad.
Pero sí. Era cierto. A pesar de que en el logo del evento de marras- un jugoso negocio en el que los  gobiernos invierten  los dineros públicos  en estadios y la FIFA se lleva  las  ganancias- aparece una humeante taza de café,suponemos que colombiano, a modo de reclamo publicitario. A pesar , digo, de que es de esperarse que  quienes llegan al país quieren disfrutar de un pocillo del que ha sido promocionado como nuestro producto emblemático, del mismo modo que un viajero en la Argentina desea probar el mate o el que arriba a  Japón aspira a descubrir los secretos del Sake.
Cuando  indagué por las razones, mi estupor aumentó.  Resulta que la omnipotente FIFA suscribió un contrato de exclusividad  con la no menos todopoderosa   Coca Cola, para que esa bebida fuera  la única disponible en los escenarios donde se realizan sus torneos ¿ El resultado? Pues que un señor de Arabia Saudita , de Croacia, de Nigeria o de Corea del Norte  tiene que conformarse con la misma bebida de dispensador que encuentra en cualquier   centro comercial de su lugar de origen.
¿ Cómo fue posible eso? Se preguntarán  algunos de ustedes. Bueno. Casi todo el mundo sabe que la FIFA es algo así como un ente supranacional cuyas  decisiones  muchas veces se imponen sobre las de las autoridades locales, situación que ha llevado a muchos críticos a asegurar que en últimas tiene más poder real que la mismísima  Organización de las Naciones Unidas. Asi que- es una suposición- al gobierno colombiano no le quedaba otra alternativa que aceptar las condiciones, si quería contar  con el  privilegio de tener a la banda de Joseph Blatter y sus alegres pillastres como sus huéspedes de honor. Si creen que estoy exagerando los invito a  ver un completo informe documental producido por BBC Mundo Televisión sobre las andanzas de los directivos de tan honorable institución. Resumiendo : nos pasamos un año  entero    diciendo que el mundial era una ocasión “ inigualable” para promocionar el país ante el mundo y al final resultó que no pudimos vender ni un humilde trago de café cerrero en vaso desechable.
Aunque  muchos no lo crean lo sucedido en este caso es una manifestación pura de la globalización,  esa forma reciente del imperialismo económico y cultural disfrazada de libre intercambio de bienes y servicios. Es la misma esencia que sostiene los  tratados de libre comercio, esa tenaza en la que alguien     diseña  las reglas que garantizan la venta masiva de  sus productos  al tiempo que crea barreras para la circulación de los ajenos. Por eso nunca se supo  de intento alguno por parte de las autoridades nacionales y locales para que  las dos bebidas se ofrecieran al menos de manera equitativa en los estadios. En realidad no podía  hacerse de otra manera. Al fin y al cabo esos torneos son un negocio en el que los paises anfitriones deben considerarse afortunados y atender a todo lo que se les exige, mientras FIFA y sus amiguetes se llevan el producto de las taquillas, la publicidad y  los derechos de transmisión por radio y televisión. Frente al tamaño del negocio lo que sucedió con el café no deja de ser un asunto anecdótico, pues bien hemos aprendido a través de las campañas publicitarias que nos invaden año tras año que Coca Cola es así.

martes, 2 de agosto de 2011

Atreverse a pensar


Unos, acaso fieles a la tradición , lo celebran el 9 de febrero, recordando al cubano Manuel del Socorro Rodríguez  y su Papel Periódico de Santafé de Bogotá, esa hoja que quiso dar cuenta de las convulsiones sufridas  por una  sociedad anclada en el vórtice mismo de la avanzada colonial.  Otros trasladaron la fecha  para el 4 de agosto, en honor  a don Antonio Nariño y su tan citada traducción de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Algunos más hacen moñona y celebran el  llamado  Día de los  Periodistas tanto en febrero como en agosto, cuando desde los sectores público y privado se acuerdan  de esas personas que van por el mundo, grabadora y libreta en mano,  arriesgando la vida en ocasiones y en otras vendiéndole el alma al diablo en una nefasta  modalidad de trueque donde se cambia independencia  por publicidad.
En cualquiera de los casos se trata de enfatizar en la necesidad  que tiene toda  sociedad   con aspiración de alcanzar unas condiciones mínimas de libertad y dignidad   de remitirse al periodismo  como herramienta para contar y pensar la realidad.  De  contarla para que sus integrantes  sepan de dónde vienen los fenómenos y hacia dónde pueden llevarlos.  De pensarla para que  puedan ubicarse  en un contexto que les permita  comprenderse a sí mismos y  al entorno del que forman parte. Contarla implica reconocer la historia como el escenario donde los seres  humanos se asoman a las claves de su discurrir vital y por ese camino se descubren parte de un entramado donde la economía, la política, la religión, el arte y la cultura devienen expresión visible de la suma  de ambiciones,  temores,  dichas y desventuras que son la materia de la que está tejido el  destino de la gente.  Pensarla demanda sentirse   parte de esa historia y no meros agentes de un designio que  los poderes de toda estirpe quisieran imperecedero.
Una  celebración del Día  de los Periodistas  en un país como Colombia implica entonces,  más  allá del siempre saludable brindis, un ejercicio de autocrítica por parte de medios y de profesionales del oficio, que permita pensar el papel jugado hasta ahora en medio de los equívocos de unos regímenes políticos cada vez más soportados en los viejos y efectivos trucos de los caudillismos, que tan buenos dividendos le dieron siempre a los gobiernos  totalitarios, fueran estos  comunistas, fascistas o con ínfulas democráticas : la invocación  permanente a  conceptos tan abstractos como esos de patria y destino manifiesto, la manipulación descarada del lenguaje a través de la propaganda y la apelación reiterada  a la   irracionalidad de las masas expresada en índices de popularidad.
A todas estas, con  una democracia en ciernes amenazada desde el mismo   Estado, la tarea de los periodistas tendrá que ser doble: luchar para mantener una  dosis de independencia cada día más escasa  y confrontar  a una sociedad sumida cada vez más en  un unanimismo forjado a la medida de los encuestadores y las  agencias de publicidad. Por supuesto, esa tarea no la emprenderán los grandes medios de comunicación en poder de los  grupos económicos, tan satisfechos como viven   con el estado de las cosas. Será más bien  un ejercicio solitario y terco cuyo instrumento fundamental es la lucidez, tal como lo  sugería  en su declaración de principios la revista Alternativa, una publicación que jugó un decisivo papel en la escena política de los años setentas. Esa premisa está basada, ni más ni menos, que  en la simple y contundente convicción de que atreverse a pensar es  empezar a luchar.