jueves, 30 de enero de 2014

La parábola de Clemente Silva






Cada cierto tiempo los voceros oficiales del gobierno colombiano  reactivan un lenguaje caro a la tradición decimonónica, en el que se habla con profusión de próceres, gestas, héroes y vidas ofrendadas por la libertad. Ese ejercicio retórico tiene como primer resultado dificultar aun más  la comprensión de  la compleja, rica y contradictoria trama de nuestro destino colectivo. Una buena manera de tomar distancia de esa posición, signada por el chovinismo y la lágrima fácil, consiste en revisitar las literaturas producidas  en  dos siglos, pues bien sabemos que la ficción suele ser un instrumento tan certero  como la Historia a  la hora de asomarse a los pliegues de la realidad.

De ese remedo  de nación sumido en guerras civiles  por el control de la tierra  y por la imposición  de un modelo educativo nos hablan con bastante propiedad, aun a su pesar, las novelas de Jorge Isaacs y Eugenio Díaz Castro. La honda entraña del latifundio y su expresión en las relaciones sociales es desnudada en las páginas de María, mientras las luchas intestinas de los nacientes partidos políticos aparecen como música de fondo del nacimiento, ascenso y caída de esas poblaciones   que trataban  de conectarse a través del río  Magdalena con la  emergente promesa de   una modernidad que creíamos adivinar en las humaredas de los barcos de vapor. La novela Manuela es  una buena muestra.

Más tarde, los relatos de José Eustasio Rivera y  Tomás Carrasquilla darían cuenta de  las convulsiones que acarreó aquello que los  expertos  en ciencias sociales  bautizaron, de manera bastante ambigua, como  “expansión de la frontera agrícola”. La explotación del caucho en el primero, y de la inmensa riqueza  minera en el segundo, le sirvieron  al autor de La Vorágine y al creador de   La  Marquesa de Yolombó, para recrear  a unos seres humanos marcados por la impronta del desarraigo y el despojo en unos casos y por la arbitrariedad  y el crimen en otros.


Fue entonces el momento de  la violenta transformación de un país  rural en urbano, en el que jugaron un papel central los viejos partidos  liberal  y conservador, como voceros de dos maneras de  interpretar el mundo ancladas en el valor  simbólico y real de la tierra en lo que corresponde a  los  conservadores y en el poder transformador de la industria en lo tocante a los liberales. De ese tránsito surgen novelas como  Cóndores no entierran todos los días, La casa grande y ese monumental fresco cifrado de  la Historia nacional que es  Cien  años de  soledad.
Hasta  que llegamos a este presente de penas y olvidos, en el que  la corrupción de la clase dirigente, el cinismo  o la indiferencia de amplios sectores de la población,  el poder sin límites del narcotráfico  y la violencia de los ejércitos  – legales  o ilegales- se conjugan para  dar lugar a una suerte de identidad hecha de tinieblas y verdades a medias.

Los rastros y las voces de  ese lado de la realidad  están  en decenas de cuentos, novelas y crónicas producidos a partir de la década del setenta del siglo XX, que bien haríamos en abordar  como espejos desenterrados en los que podemos mirarnos por fin, si no  queremos que, como a Clemente Silva en la novela de José Eustasio Rivera, la selva de la desmemoria acabe por tragarnos a todos.

jueves, 23 de enero de 2014

El padre proveedor





Dependiendo  de  las distintas concepciones y corrientes políticas, la figura  y el papel del Estado admiten comparaciones con el rol  ejercido por el padre al interior del núcleo familiar. Tenemos por ejemplo al padre irresponsable y desentendido de la prole que deja  en manos de la selección natural  la  posibilidad de supervivencia de sus críos. En segundo lugar aparece el  papá controlador, empeñado en  determinar cada uno de los pasos y decisiones de sus descendientes, sin  dejar resquicio alguno para  el ejercicio del libre albedrío. Existe también el  progenitor sin carácter, incapaz de establecer los  mínimos parámetros de  convivencia entre  los integrantes del clan. Finalmente está el padre proveedor, atento siempre a satisfacer los deseos y caprichos de los suyos con la esperanza de conquistar así su lealtad.
La primera categoría  correspondería a los gobiernos ultra liberales, convencidos del poder casi mágico de las fuerzas del mercado para  regular  el curso de los intereses en pugna. El  resultado más  reciente de esa visión se manifiesta en el caos desatado por la especulación financiera y la desregulación laboral. Al desaparecer los controles básicos,  la ambición sin medida y la búsqueda de dinero rápido se convirtieron en la medida de todas las cosas y en la causa de la disolución de los mínimos patrones éticos.
Como resultado de lo anterior,  reviven los Estados inspirados en  ideologías  conservadoras.  Según esa visión del mundo , la única salida es volver a controlarlo todo, empezando por la vida privada de los individuos, hasta llegar a  la letra de las constituciones políticas. En ese terreno se mezclan la política, la religión y los prejuicios particulares , dando lugar a una madeja difícil de  desenredar. Eso explica porqué  funcionarios públicos como el Procurador Ordóñez  se pronuncian en  igual medida sobre las corrupción  al interior del  gobierno y el derecho de las mujeres a practicarse o no un aborto: para  personas como él, ambas cosas pertenecen a la misma esfera.
En el  tercer plano emergen los Estados amorfos. Empecinados en quedar bien con todo el mundo, acaban por perder el control,  ganándose así la hostilidad de todas las partes del cuerpo social. Muy pronto se convierten en  un buen pretexto para los nostálgicos del autoritarismo, dispuestos a patrocinar cualquier atrocidad con tal de recuperar el orden  perdido. Modelos como el comunismo, el fascismo o el nacionalismo surgieron en  circunstancias de esa índole. Basta un ejemplo : la llegada de  Castro al poder en la Cuba de Batista fue facilitada  por  el ambiente de laxitud  propio de un lugar habituado de suyo a funcionar menos como un país y más como un prostíbulo y un paraíso de  mafiosos norteamericanos
Y el último pero no menos importante es el Estado proveedor. Su versión moderna nace de una interpretación amañada de un modelo tan exitoso como el New Deal validado  por F.D. Roosvelt en los Estados Unidos. En el caso norteamericano se trataba de conjugar la  capacidad de  producir bienes materiales demostrada por el capitalismo industrial con el sentido de justicia económica propuesto por los socialistas. La idea anclaba en el más puro pragmatismo: unos ciudadanos con capacidad de consumo disponen de las herramientas para perpetuar el sistema.
No  es ese el caso de países como Colombia, donde  la multiplicación  de los subsidios exonera  a los gobiernos de la responsabilidad de crear  condiciones  reales  para el progreso de todos. Y no se trata aquí de una declaración retórica. Basta con cruzar los indicadores de crecimiento  económico, los niveles de concentración de riqueza y consiguiente desigualdad en la distribución de la misma para captar la diferencia entre el modelo de un Estado generador de oportunidades y otro proveedor  de  recursos para no morirse de hambre. Es la misma  diferencia entre  un orden social y político que valora el papel del ciudadano como constructor de sociedad y otro que concibe la inversión social en términos  de réditos electorales. Hagan  el ejercicio con el modelo de vivienda  gratuita. Calculen cuántos votos reporta cada familia beneficiaria y saquen sus propias conclusiones.

jueves, 16 de enero de 2014

Delincuentes de élite





El último día de 2013 me reuní con Steven y  Geovanny en una cafetería de Perla del Sur, una barriada  obrera de la Ciudadela Cuba , en Pereira. Tenían  una historia para contar y sabían de mi  interés por los tejemanejes de los carteles que controlan  el negocio del fútbol, empezando por el más poderoso de  ellos: la Fifa, cuyos caminos torcidos volvieron a salir a la luz con motivo de la adjudicación del Mundial de  2022 a Quatar, un país  sin tradición futbolística, pero poseedor de petro dólares para dar y convidar.
 Cuando  contaban 18  años de edad Steven y Geovanny fueron contactados por un empresario a quien se refieren  como Pacho, una especie de delincuente de élite. Se habían destacado en los torneos aficionados de la ciudad  y el hombre  prometió llevarlos a prueba al Cádiz, un equipo de la segunda división española con esporádica presencia en la Liga mayor. Corría el año 2003 y apenas se iniciaba el éxodo de jugadores colombianos al exterior, animado  por la presencia del seleccionado nacional de mayores   en tres mundiales consecutivos.
 Después de recibir sus pasaportes y visados en regla viajaron  a España en junio de  de ese año. Para  entonces ninguno había salido de su ciudad natal. Motivados por el empresario, los dos muchachos pensaban que el Cádiz podría ser apenas el punto de tránsito hacia  uno de los clubes grandes, como el Madrid o el Barcelona.  De esa dimensión eran sus sueños.
Todo   empezó  a disolverse cuando Pacho desapareció sin dejar pistas. Luego de aterrizar en Barajas les presentó a un español llamado Sergi, que haría  de puente con el club , según les dijeron. Pero en realidad  los entrenadores  de ese equipo no se enteraron nunca de su existencia.  Los tuvieron durante un mes entrenando en unas canchas ubicadas en los suburbios de esa ciudad portuaria. Cuando no entrenaban  descansaban en habitaciones en las que convivían con jóvenes como ellos, llegados de países como  Argentina, Brasil, Ecuador, Honduras, Perú, Togo, Camerún , Nigeria y Colombia. Día tras día pasaban por allí unos hombres  que los veían jugar y registraban en cámaras de video cada uno de sus movimientos. Al final resultó que, de  150 jugadores, solo  veinte fueron incorporados a las divisiones menores de algunos clubes desconocidos. Los demás fueron abandonados a su suerte , porque de los empresarios que los llevaron nunca se volvió  a saber.
Los dos jóvenes pereiranos trabajaron en lo que pudieron, hasta conseguirse  los tiquetes de regreso a su país. Ni siquiera contemplaron la posibilidad de quedarse en España, pues tenían una idea fija: encontrar  a Pacho  y hacerle pagar lo suyo.  Diez  años después, me confiesan que pensaron incluso en la opción de matarlo, pero al final se conformaron con que les devolviera lo gastado en pasajes  y estadía en Madrid.
Cuando pregunto por Pacho , me dicen que anda de correría por Tumaco,  Buenaventura, Quibdó, Carepa, Apartadó o Pescadito, uno de  esos lugares en los que florece la miseria y por eso  mismo el fútbol se convirtió en  el sueño de redención para muchas familias. Todos  piensan en Falcao García, en Juan Guillermo Cuadrado o en James Rodriguez. Nunca  les pasa por la cabeza que esos ganadores constituyen la excepción y no la norma. Por eso están dispuestos a  aceptar la invitación del primer  vendedor de promesas que aparezca por sus aldeas. No importa si un día tienen que repetir  el largo y tortuoso camino transitado por  muchachos como  Steven y Geovanny.

jueves, 9 de enero de 2014

Díme de qué presumes...



“Dime de qué presumes y te diré qué te hace falta”, reza   un viejo proverbio oriental. Al final del texto les explicaré  el motivo de la cita.
Como algunos de ustedes saben, mi vecino, el poeta Aranguren , desembarca en mi puerta armado de una botella de ron, cada vez  que su ofuscación por la que considera estupidez absoluta de los mortales alcanza límites insoportables para  él.
 Para contribuir a su desahogo le he ayudado a confeccionar una larga lista de asuntos particularmente ofensivos, entre los que se cuentan:
 La verborrea de los conferenciantes de auto superación.
 Los correos masivos desbordantes de afecto  hacia una masa abstracta.
 Los reportajes a estrellas de la farándula embarazadas.
 El lenguaje ampuloso de los comentaristas deportivos.
 Las hierbas mágicas que todo lo curan.
 Los anti taurinos energúmenos.
 El lenguaje incluyente y todas  las variables de la corrección política.
 La manía de utilizar expresiones en inglés, aunque se esté entre paisanos cuasi campesinos.
 El acto irresponsable de hablar por teléfono celular mientras se conduce un vehículo.
 Los fanáticos colombianos de equipos de fútbol extranjeros.
En fin, que esta vez  Aranguren andaba indignado por  la atención mediática dedicada a esa curiosa encuesta en la que, una vez más, los colombianos resultamos  ser los fulanos más felices de este desquiciado planeta.  Incluso La Tarde, el periódico que me soporta como columnista, publicó un artículo en el que el autor se preguntaba, filosófico, por el  significado de la felicidad.
¿Acaso no sabes que las encuestas se convirtieron de la noche a la mañana en una pandemia tan grave como el  Sida o el trastorno bipolar? Le esgrimí  con la esperanza de  mitigar su indignación. Al fin y al cabo, uno utiliza un baño público y a la salida un feligrés con cara de palo le asesta  un cuestionario en el que los administradores tratan de verificar  la calidad del papel higiénico, el aroma del desinfectante o el sonido del agua al caer. Poco importa si para sacárselos de encima uno responde lo primero que le viene a la cabeza.
 Hay encuestas para todo: el precio de los tubérculos, el contenido de las clases en la universidad, los discursos de los políticos, el rendimiento de los jugadores de fútbol, los sermones en las iglesias, los servicios en los  prostíbulos y hasta sobre el estado del clima  ¿a cuento de qué preocuparse entonces porque  a alguna  agencia le dio por preguntarle a un grupo de  individuos por el estado de sus relaciones con el mundo? Bien sabemos  que la respuesta a  ese tipo de interrogantes depende del qué,  cómo, cuándo, dónde y a quién. Si el encuestado acaba de enamorarse,  se encuentra en la playa o  atiborrado de paquetes a la salida de un centro comercial, responderá  que es feliz, aunque el resto de los 364 días del año sea el más inconsolable de los desgraciados. Así funcionan esas cosas. De modo que lo más saludable es no prestarles atención.
Pero Aranguren andaba en su día malo y me enumeró el conocido catálogo de razones para sentirse infeliz en estos andurriales: la violencia, los políticos, la corrupción, la incivilidad  y todas esas cosas. Vencido, le dije entonces que los colombianos entrevistados,  atendiendo a un curioso rapto de lucidez, dijeron ser tan felices quizás atendiendo a la advertencia del proverbio mencionado : “ Dime de qué presumes y te diré qué te hace falta".

PDT:  A propósito, les comparto enlace a una canción en la que Joaquín Sabina se ocupa del asunto. 
http://www.youtube.com/watch?v=i0D06Qpmfrg