lunes, 31 de enero de 2011

Literatura y demagogia



Después de varios meses  de exilio en   su refugio de  el Cabo de la Vela , en la costa Guajira, ha reaparecido el poeta Juan Carlos Aranguren, a quienes  ustedes recordarán por sus furiosas diatribas contra los blancos más impensados : desde el misterio de la transubstanciación hasta  el mediocre nivel de los  equipos del torneo de fútbol colombiano, exceptuando claro, a sus venerados Deportivo Pereira y Junior de Barranquilla.
De modo que hace una semana   tocó a la puerta de  mi casa blandiendo, cómo no, una botella de ron Tres Esquinas y una bolsa repleta de  esos dulces que los habitantes del Mar Caribe heredaron de sus antepasados árabes.
-¿Te has fijado, coño, en  las muchas  tretas que utiliza la demagogia para inmiscuirse en las relaciones  entre los  seres humanos que, por definición, deberían estar enmarcadas por la claridad y la desprevención?
-Mmmm, le repliqué, todavía medio adormilado, sin saber muy bien a cuento de qué venía la cantilena.
-¡Errrrdaaaa, despierta de una vez, cuadro, que  te estoy hablando de  un asunto  que te incumbe! Ordenó, amenazando con retirarse sin dejarme probar los dulces y sin escanciar   esa bebida que el pintor Alejandro Obregón utilizaba para preparar sus legendarios sancochos trifásicos.
-Pues si, le dije sin mucha convicción,  pensando  menos en los políticos- cuyo oficio al fin y al cabo consiste en llevar la demagogia a su máxima expresión- que en esa forma de arrobamiento cercano a la  estulticia que los enamorados tienen para revestir al objeto de su devoción de cualidades que no tiene. Como pude, hilvané unas cuantas frases efectistas manoseadas hasta el cansancio por los compositores de boleros y baladas. “ Besarás las calles con tus pies al caminar”, “ Si tu te vas, ya no saldrá la luna”, “Lo que nos pidan podemos, si no podemos no existe”, “ Te quiero a ti, tan solo a ti” y otra media  docena  que los lectores   con seguridad habrán pronunciado alguna vez, convencidos de que acababan de inventarlas.
-¡ Echhheeee, si tienes la cabeza dura, compadre! sentenció por fin alzando los brazos como un profeta  en el límite de la paciencia. Pero  si te estoy hablando de la demagogia de los escritores, que no desperdician oportunidad para hablar de su oficio como si fuera algo sobrenatural y por completo distinto al arte de amasar pan,  componer canciones como las de Diomedes, edificar puentes, coser pantalones, hacer zapatos, practicar cirugías o jugar al fútbol ¡ a ver si son capaces de  gambetear como Robinho, carajo!

-Fíjate no más, continuó- ya  desatado, por fin, - en Alfonsina  Storni diciendo que escribía  para no morir; en Kafka  endosándole a su amigo Max Brod el Sambenito  de quemar su obra completa - ¿por qué no lo hizo él, si era en realidad su deseo?-  en Rilke conminando a un  corresponsal sin rostro a que viviera sin escribir, si era capaz, y aquí no mas, en nuestro patio Caribe, a García Márquez aprovechando su fama para inmortalizar la más demagógica de todas: aquélla de “ Escribo para que  mis amigos me quieran más”, cuando tu  y yo y todos los demás sabemos que la gente escribe por la razón más simple de todas : porque le da la gana de contar algo o de compartir su opinión sobre cualquier asunto, vano o trascendental, da  lo mismo.
A esa altura del cuento, ustedes comprenderán, no me quedó otra salida  que arrebatarle la botella y los dulces, y sentarme a escribir estos renglones que, espero, sirvan para que el buenazo de Aranguren me deteste un poquito menos.




miércoles, 19 de enero de 2011

Érase una vez una revista


  Juiciosos  ensayos sobre la evolución del derecho positivo escritos por el jurista  y académico Alejandro  Valencia Villa.  Traducciones de los poemas de Constantín Kavafis  o de  versos amorosos del antiguo Egipto. Selecciones de cuentos  escritos por los autores más representativos del  Eje Cafetero.  Reseñas  críticas de  publicaciones de los escritores de la región. Crónicas y reportajes  de nuevas voces del  periodismo. Los anteriores  fueron durante años parte del contenido  de una publicación periódica de carácter oficial que alcanzó a convertirse en punto de referencia para quienes deseaban acercarse al  panorama cultural de Risaralda,  o incluso de Caldas y Quindío.
¿Hablamos de una publicación literaria hace tiempo extinguida? No exactamente, aunque mirado desde otra  perspectiva podríamos decir que si. Se trata de  Pereira Cultural, una revista que  tuvo sus mejores momentos bajo la dirección de escritores como Eduardo López Jaramillo, Rigoberto  Gil Montoya y William Marín Osorio o de  periodistas y gestores culturales  como Edison Marulanda  Peña.
Quienes recibimos la edición número 25 , entregada al público a comienzos de enero del 2011 seguimos preguntándonos qué pudo haber sucedido para que lo construido tras largos años de esfuerzos se vea ahora reducido  a lo que tenemos en las manos.
¿Y qué tenemos? Bueno, una colección de páginas que puede ser cualquier cosa menos una publicación cultural. Para empezar,  tenemos varias apologías  a la administración  municipal ilustradas  con  fotografías del alcalde en lo que parece el comienzo de otra campaña política. Como para no quedarse atrás, los responsables de las distintas dependencias del Instituto de Cultura de  Pereira aparecen firmando una serie de artículos en los que, siguiendo la más pura tradición grecoquimbaya dan cuenta de unas acciones que, entre otras cosas son  parte de sus  obligaciones  como funcionarios. Por supuesto, los artículos aparecen acompañados de las respectivas fotografías. A lo mejor alguno o varios de ellos también andan en campaña. No sabemos.
Para no dejar las cosas sueltas,  la edición  fue reforzada con una sucesión de cuadros estadísticos con los indicadores de cada una de las dependencias o programas.
¿Me siguen? Bueno, entonces a estas alturas  ya se dieron cuenta de que lo que una vez fue una importante revista de análisis y difusión de nuestro patrimonio  cultural fue reducido a la pobre condición de uno de esos informes de gestión plagados de cifras y cuadros que cada año publican las  grandes empresas como soporte de sus balances. El resultado final se traduce en que un despistado  nostálgico de la vieja revista que  se tope con esta  versión 2011 no podrá hacerse  a una idea remota de lo que estamos haciendo en materia de pintura, literatura, ensayo o creación musical a no ser que, a tono con los tiempos, estas expresiones del espíritu se hayan convertido en una nueva variable de la estadística.
Triste decirlo, pero lo que le sucedió a  Pereira Cultural es apenas el colofón a una manera de ver las cosas  para la que la gestión de la cultura forma  a duras penas parte de los enroques de favores políticos y de transacciones para obtener el respaldo de los concejales. Dicho  de otra manera: en lo que corresponde a la cultura  Pereira no es hoy precisamente una región de oportunidades.

viernes, 14 de enero de 2011

Escatología y poder


Una vieja sentencia  anónima nos recuerda que por muy alto que esté ubicado  su trono   el rey siempre tendrá que sentarse sobre su propio trasero.  La idea me volvió a la  memoria leyendo un reclamo del editorialista del periódico La Tarde de Pereira sobre la forma como el Polo Democrático Alternativo en particular y la izquierda  colombiana  en general dilapidaron, una vez más, la gran oportunidad  de convertirse en alternativa   de un país más moderno y libre  de tantos lastres históricos, entre  ellos  el de la corrupción.
La nota se escribió a propósito del paso de Samuel Moreno por la alcaldía  de Bogotá y la segura pérdida de ese cargo para el  partido político que consiguió importantes niveles de gestión  para la capital del país, aprovechando desde luego  lo edificado en  las destacadas administraciones de Jaime Castro,  Enrique  Peñaloza y Antanas Mockus.
La letanía en cuestión se parece bastante a la cantilena  de esas  mujeres  que, pasada la fase  fervorosa  del enamoramiento, le reclaman  a sus hombres   “porque ya no son los mismos de antes” según la manida expresión   santificada por boleros y baladas.
Y es que no existe nada más patético  y desolador en este mundo  que una utopía realizada. Y no porque eso sea malo en si mismo, si no a raíz de  que una vez cruzado el límite que lleva del reino perfecto de las ideas a la prosaica realidad terrestre las cosas se despojan de su hálito  heroico y romántico para  adquirir el tono gris y  deleznable  que caracteriza el mundo de los humanos, lugar donde finalmente se realizan los negocios del poder.
Porque aquí hablamos en esencia de esto último y bien sabemos que  en todas partes el poder  se configura y consolida a través de las componendas, los negocios turbios y los arreglos  bajo la mesa, disfrazados eso si tras el ropaje  de los grandes ideales. Es por eso  que a través de  la Historia las revoluciones no tardan en convertirse en enormes decepciones, en la medida en que quienes toman el mando no  dudan en replicar las  prácticas y  lenguajes de aquello que combatieron con tanto ahínco a costa de  muchas vidas ajenas y de poner en riesgo la propia. Por esas mismas razones los guerreros que mueren jóvenes y en combate  se convierten en mito : porque nunca tuvieron  tiempo de degradarse en  los meandros de las renuncias y permanecen en la memoria de la gente palpitando siempre al borde de lo imposible. Abraham Lincoln, Alejandro  de Macedonia o el Ché  Guevara le deben su precaria inmortalidad no tanto a lo que consiguieron en vida como a sus muertes tempranas.
  De manera que poco  importa si las utopías provienen de la izquierda  o de la derecha. Si corresponden    a un mesianismo religioso o si se remiten a las improbables “leyes” de la economía que tantos estragos han ocasionado a lo largo de los siglos. Al final  el resultado será el mismo : la decepción y el consiguiente volver a empezar, porque el poder es ,  en últimas, una colosal  montaña de excrementos y es imposible, por nobles que sean los ideales, transitar aunque sea cerca de el y sus agentes sin terminar oliendo  a eso : a mierda.

jueves, 6 de enero de 2011

Nueva Historia Sagrada


Mi vecino, el poeta Juan Carlos Aranguren, regresó por estos días de su Santa  Marta natal, después de pasar la temporada  de fin de año con su familia elegida: media docena de pescadores de Taganga  y dos  marineros holandeses que le han dado  muchas veces la vuelta al mundo y lo proveen de una al parecer inagotable dosis de genuino whisky escocés que él prefiere canjear  por botellas de ron  Tres Esquinas.
- ¿ Te has fijado , coño- me  dijo a manera de saludo – en que las peregrinaciones masivas  de fieles devotos ya no son a La Meca, a Jerusalén,  a  Santiago de Compostela a Belén de Judá o a Katmandú, sino a Miami, Cancún, Punta  Cana  o   a  La Isla Margarita?
-  ¿Y qué quieres? Los tiempos cambian- le respondí, más sorprendido  por su sorpresa que por una noticia tan vieja: al fin  y al cabo desde hace más de un siglo el  turismo funciona como un sucedáneo de la experiencia religiosa para millones de feligreses  de las clases medias y altas en el mundo entero.
- No seas cínico, cuadro, insistió mientras trataba de sobornarme con un trago doble de ese licor con el que el maestro Alejandro Obregón preparaba sus legendarios sancochos trifásicos. Mira que  no es solo la desaparición de esos ritos  en los que la gente   renovaba su relación con el cosmos a través de  viajes iniciáticos a lugares remotos. Si quieres nos damos una vuelta por los centros comerciales para que veas cómo las personas cambiaron los altares por las vitrinas.
- Ah, carajo- pensé- este le estuvo dando duro a la Santa Marta Gold con sus  compinches del  Caribe  o tuvo una iluminación con los  sabios de la Sierra Nevada. Para el caso daba lo mismo.
No sé si fueron los efectos del ron o de su verbo encendido, pero terminé acompañándolo  a un paseo por esos centros comerciales que se han propagado como maleza en los últimos años y son el escenario de una curiosa paradoja: cuanto más se empobrece  la gente, más consume, como si este último acto fuera la tabla que va a salvarla de la pérdida del estatus y el reconocimiento.
Como siempre, terminamos sentados  en una banca viendo pasar el mundo. Y sí. Allí estaban las familias- abuelos  incluidos- extasiadas ante las vitrinas todavía adornadas con motivos decembrinos. No me quedó más remedio que darle la razón: mientras mi mamá Amelia le reza a  San Antonio,  a las  ánimas, a San Isidro o a  San  Roque, dependiendo de su grado de angustia  o necesidad, estos otros se postraban de hinojos ante un par de zapatillas Nike, una camiseta con el inefable lagarto de Lacoste   o un perfume de Carolina Herrera  acaso fabricados en China. Quién sabe.  Son tan confusos estos tiempos que a lo mejor esa devota familia estaba orando frente a un panteón de dioses con los pies de barro. Tengo  unos cuantos  conocidos que no  tienen sosiego si no pueden  salir  mínimo una vez al año a darse una vuelta – al fiado, claro- por uno  de esos sitios adornados con un aura mágica por los  publicistas de las agencias de viajes. Pero qué le hacemos.  A estas alturas del camino ya nos toca consolarnos con esa versión prosaica, pobre y recortada de la Historia Sagrada que tanta angustia le produce al buenazo de Aranguren.