jueves, 28 de octubre de 2010

De jergas y naderías


 La tarjeta, enviada por  una empresa que dice  estar especializada en  “Desarrollo Humano” reza así: “Pensando en su desarrollo personal, hemos bloqueado las fechas mencionadas a continuación, para invitarlo a interactuar con un grupo de colegas suyos, de  modo que podamos socializar las coordenadas  a partir de las cuales trabajaremos el próximo semestre, sensibilizándonos frente a los retos que nos esperan”.
Hay que añadir que la frase en cuestión no está precedida  o seguida  de una nota aclaratoria que permita hacerse a una idea  al menos  aproximada de lo que pretenden los anfitriones de  esa reunión que, dada la ambigüedad del mensaje , bien puede estar   dirigida a un grupo de  yupies adictos a la lectura de la revista  Dinero o a una congregación de putas caras, pues estas últimas también bloquean fechas  en sus agendas, interactúan con sus colegas, socializan sus experiencias, sensibilizan al cliente y, para acabar de completar, tienen  sus coordenadas bastante claras.
Y pensar que hace    apenas  unos meses  estábamos burlándonos  de las declaraciones de  una candidata  al reinado de belleza de Cartagena   que estuvo a punto de naufragar, no en las aguas del Mar  Caribe, si no en los meandros todavía más tortuosos de su torpeza verbal. En realidad,  la frase de la reina y la  de los  artífices de  la tarjeta en cuestión  tienen algo esencial en común: No dicen  nada. Solo que la nadería de la muchacha es espontánea, mientras  la de los expertos se oculta tras la grandilocuencia de los tecnicismos.
Si usted hila despacio, se encuentra con que eso de desarrollo humano  es lo  mismo que decían los mayores hace  medio siglo: prepárese mijo para que sea  buena persona y buen trabajador. Sólo que los viejos  no conocían el  Power Point, ni practicaban dinámicas de integración y mucho menos ostentaban especialización alguna: por eso no podían cobrar millones por el taller. Sumo y sigo: ¿eso de interactuar no será lo mismo  que sentarse a conversar, a platicar o a botar corriente, ese saludable ejercicio de comunicación del que  en no pocas ocasiones  han surgido   valiosas  transformaciones  para el curso de la sociedad? No sé por qué, pero tengo la corazonada de que así es.
 Y ni hablemos de “Socializar”, la palabra que reina desde hace un lustro  en los diccionarios de administración pública y privada. Por supuesto nada tiene que ver  con la acepción más precisa del término, que  alude al disfrute común de los bienes.  Por alguna razón verbos  tan expresivos  como compartir, contar o narrar fueron suplantados con esa expresión despojada  por completo de su sentido original ¿o acaso no   está más cargada de matices   la frase   vamos a compartir los resultados  que  aquella de socialicemos la investigación?
Pero lo más singular de todo es la manía de  utilizar el lenguaje  militar  para referirse a algo que, de hecho, tiene  el propósito contrario: plantear  un acercamiento  amistoso. Déme  sus coordenadas González, no parece una invitación a realizar algo beneficioso. Y  ni qué decir del manoseado verbo sensibilizar. Uno podrá  despertar expectativas en sus  interlocutores ; incluso puede inducirlos a  adoptar determinados comportamientos mediante la seducción  o la admonición, pero se supone que la  sensibilidad es algo intangible y profundo que difiere de un   individuo a  otro; de modo que  entre tanta  pirotecnia  verbal,  nos quedamos sin conocer los objetivos de la empresa remitente  de la invitación, que se escuda  en una  razón social todavía más  extraña :  Relaciones Humanas Limitada.

viernes, 22 de octubre de 2010

El bueno, el malo y el feo



¿Vieron la película de  Sergio  Leone?  Bueno, más o menos así funciona el mundo: buenos,  malos y feos. Así como a escala universal los pueblos necesitan crear ídolos  y dioses, para crucificarlos después  y redimirse en ese sacrificio, también los países  forjan cada cierto tiempo su propio  panteón de figuras oscuras a vencer, como resumen de su idea del mal.   De paso,  el hecho de derrotarlas y hacer pública la victoria, ubica a  los vencedores del lado de los buenos… aunque muchos de estos últimos sean igualmente cuestionables.
En Occidente, el mal ha tenido distintas representaciones: los comunistas, los herejes, los fascistas, los negros, los homosexuales, las mujeres y las minorías en general. En tiempos recientes, la cruzada emprendida por la familia Bush, sembró en el público la idea de  un hipotético “Eje del mal”  encarnado por un cruce de musulmanes,  insurgentes y traficantes de droga bautizados como narcoterroristas. El concepto sirvió de paso para descalificar bajo ese adjetivo a toda posible disidencia.
En el caso de Colombia, basta con rastrear los titulares de los  periódicos en  el último medio siglo,  para conocer los sucesivos rostros del maligno. En los años cincuenta de la pasada centuria  tuvieron los rasgos de “Chispas”, “Sangrenegra” o “Desquite”, sanguinarios protagonistas de la violencia entre liberales y conservadores. Más tarde fueron Pablo Escobar, Rodriguez Gacha y todos sus secuaces, quienes encarnaron la idea del enemigo público cuya desaparición significaría  el advenimiento de tiempos de paz y prosperidad  para  esos ciudadanos de bien que, en no pocos casos, habían realizado negocios bajo la mesa con los criminales.
Muertos y encarcelados- o extraditados- los capos de los carteles, el turno fue para los líderes de las viejas guerrillas comunistas que se deslizaron  hacia el narcotráfico  puro y duro, entre otras cosas como  resultado de las operaciones antinarcóticos ejecutadas por  los Estados Unidos en las selvas de Perú y Bolivia.  Primero eligieron presidentes de la República con la sugerencia de su reinserción a la vida civil. Más  tarde los siguieron eligiendo con la promesa de su exterminio. De cualquier manera, en los últimos años fueron cayendo,  uno a uno, en una serie de operativos en los que el Estado  no se detuvo en sutilezas  a la hora de  aplicar la vieja  fórmula leninista de combinar todas las formas de lucha. Todos  a una fueron mostrados  en las pantallas de televisión y en las páginas  de los periódicos en una especie de ritual  que, con justificadas razones, no podía menos que provocar alivio en los colombianos, tan  asustados  por las acciones  de los delincuentes como por el poder multiplicador de los medios, convertidos en cajas de resonancia.
A  todas estas surge una pregunta  obligada: ¿de dónde  surgirá ahora la nueva generación de malos que la sociedad necesita para mantener el equilibrio? Pues de entre los feos, claro. Es decir, entre los pobres, los desplazados, los marginados y los excluidos de siempre. Allí se han incubado  desde el comienzo de los tiempos y lo seguirán haciendo mientras el concepto de justicia sea algo tan vago como deletéreo. Para alimentarlos están varios millones de desempleados y rebuscadores, una nueva generación de desplazados por la voracidad de los  que monopolizan la tierra a troche  y moche, miles de víctimas de la violencia urbana aupada por los criminales de siempre que ahora cambiaron de nombre. Porque no nos digamos mentiras: lo que llamamos el mal se amasa con dolor  y resentimiento. Y en eso si que hemos sido expertos los colombianos en todos estos siglos de  Historia.  Y lo hemos sido sin excepción: los buenos, los malos y los feos.

sábado, 16 de octubre de 2010

Elogio de la bobada



“Yo no soy bobo para hacer la fila en el banco”. “No soy boba para no ser capaz de conducir el carro mientras hablo por celular”. “Como si fuera bobo para ponerme a pagar impuestos”. “Acaso soy bobo  para no tumbarme ese billete, si me dieron papaya”. “Usted si es muy boba, que cruza por el puente peatonal” “¿Es  que me cree bobo, que voy a ir hasta el paradero de buses?”  Podríamos agotar el espacio de esta columna y nos sobrarían frases para condensar las muchas variantes de esa retorcida visión del mundo que los colombianos hemos convertido en una suerte de código ético al revés. Por lo visto, palabras tan esenciales para la convivencia como respeto y responsabilidad desaparecieron de nuestro diccionario nacional, si es que  estuvieron alguna vez. Con razón uno de los  poemas que aprendimos a  recitar en la escuela  primaria lleva el título apenas comprensible de “Simón el Bobito”.  Claro: en la inconfundible cadencia de los  versos de  Pombo  reside al parecer la clave de uno de los componentes de nuestra identidad colectiva.
Vistas las cosas de esa manera, se trata de ser avispados,  o de tener “picardía”, según la ilustrativa  frase del hoy presidente de Colombia, cuando se le cuestionó acerca de sus prácticas políticas. En ese tono,  no solo  es bien recibido,  sino que además es envidiable n o respetar  a quien  tomó su turno en la fila  antes que yo.  Reduciría los niveles de autoestima ponerse  a  pensar en los riesgos que representa  para la propia vida  y  para los demás hablar por teléfono mientras se conduce  un automóvil, o hasta  una motocicleta, como puede constatarlo cualquier observador  que recorra  las calles. Ni qué  decir del pago de los impuestos, obligación que no asociamos con las exigencias que todo el tiempo estamos haciéndoles al  Estado y la sociedad. Pero nada supera a la ligereza con que los depredadores de  los recursos públicos  justifican sus trapisondas: “ Si no lo hago yo, lo hace otro”, sentencian  los ladrones de cuello blanco, con el aire beatífico que algunos filántropos utilizan para hacer públicos sus actos de beneficencia.
Pero  la lista sigue. Resulta claro que utilizar un puente peatonal o abordar el bus en el paradero correspondiente  es síntoma inequívoco de retraso mental. Y no hablemos de los que replican que no son bobos para bajarle volumen a la música cuando los vecinos imploran un poco de tranquilidad: si no puede dormir o descansar es asunto suyo, no mío, que, como pueden ver, pertenezco al reino de los avispados.
¿De dónde nos viene ese perverso legado? Algunos afirman que lo heredamos de las prácticas coloniales, cuando las  gestiones ante los representantes de la corona   engendraron una interminable lista de corruptelas que  enriquecieron a los intermediarios.  Otros   apuntan  a una educación religiosa  fundada  en la hipocresía, cuya máxima de oro está  resumida en la frase aquella de “El que peca y reza empata”. Un sector nos recuerda que, como el fuego y el pánico, el ejemplo cunde y que esa manera de obrar es el reflejo que nos devuelve el espejo de las instituciones que constituyen el soporte colectivo, vale decir: la iglesia, la familia, el Estado y la escuela. El problema reside en que cada una de esas percepciones justifica el estado de cosas, antes que cuestionarlo. “Así son las cosas  y así es el mundo, mijito”, recitaban los abuelos con esa resignación  que veces era sabiduría y otras era la cara misma de la derrota.
Por lo pronto, si deseamos de veras  cambiar en algo  esa  manera de instalarnos  en la existencia  que hace del cinismo, el atajo y la bravuconada  las únicas cartas  de presentación, podríamos empezar convirtiendo el elogio de la bobada en un punto de partida para pintar de otro color esta cara de marrullerías y  triquiñuelas que hoy le presentamos  al mundo.

martes, 12 de octubre de 2010

Tocata con fuego


Según el músico  Fito Páez  son muchos los que tiran la toalla  en tardes de Domingo sin fútbol.  Otros se lanzan en avalancha hacia los centros comerciales, aunque no vayan a comprar nada, como si las mercancías expuestas  en las vitrinas fueran una especie de  divinidad pagana  que va a salvarlos de la desazón .Mi vecino , el poeta Juan Carlos Aranguren prefiere, en cambio, sentarse la tarde entera frente a una taza de café humeante acompañada con cigarrillos Pielroja  y consagrarse a la curiosa tarea de descifrar  los más profundos móviles de los actos humanos, sin otra guía que el análisis de su manera de  abordar el bus, de agarrar el teléfono  o de cruzar la calle.
Hace unos días, tomando como pretexto las celebraciones de amor y amistad, le dio por escudriñar el estado de la libido de la gente, basándose en la observación de la manera  como las parejas salen a la calle.  Los  que caminan siempre abrazados son los cachondos- dijo-  los que desbordan  estrógenos y testosterona  por todos los  poros  y en medio de la  desesperación que dan las ganas le echan mano a la  pareja, temerosos de que algún depredador, de los que no faltan desde el comienzo de los tiempos, se las  pueda arrebatar. Mejor dicho, viven en una perpetua tocata con fuego.  Fíjese en cambio en los que van tomados de la mano : esa es la clase de enamorado de mucha chocolatina  Jet, arrumacos a la luz de la luna  y mucha balada de los años setentas , pero más bien poco sexo. Viven  al filo de que la pareja les plante los cachos  cuando se encuentre en el camino con un ejemplar de la  primera categoría, pero no les importa: para ellos una buena dosis de sufrimiento es  el mejor condimento para el amor.
Hay otros que cambian de  estatus: pasan de ser pareja a convertirse en lazarillos. La mujer o el hombre  van siempre prendidos del brazo de su consorte, como si temieran caer o perderse entre la multitud. La última vez que sintieron el asedio de Eros fue la noche  cuando concibieron al primogénito, poco antes de la llegada del hombre a la Luna. Viven  tan ajenos a los asuntos de la carne, que igual les daría andar  tirando de la cadena de un Pastor Alemán o del brazo de un niño: al fin y al cabo lo que pretenden es llegar a buen puerto, no emprender una aventura senil que les arrebate la cordura.
Los  últimos no solo evitan tocarse- exclama  Juan Carlos encendiendo  el enésimo cigarrillo de la tarde- si no que caminan uno detrás del otro, como una pareja de gansos. Solo parecen enterarse de la presencia  de su media naranja cuando esta se detiene  a saludar a  un conocido o a leer los titulares  en un puesto de periódicos. Entonces, será objeto de una reprimenda. “Para eso mas bien salgo sola”, grita la mujer, pues invariablemente es el hombre quien va atrás, rezagado hasta de si mismo. Sexo, lo que se dice sexo como lo manda dios y lo prohíbe la santa madre iglesia, nunca tuvieron, ni siquiera con fines reproductivos. Lo que los mantiene  unidos es más bien una forma refinada de la indiferencia, sentencia  el hombre,  despachando la última taza de café y se levanta de la mesa, mientras yo me quedo pensando dónde diablos aprendió tanto si desde que lo trato – poco menos de veinte años- nunca le he conocido mujer.

jueves, 7 de octubre de 2010

Érase una vez un juego


“ Nuestros indicadores al final del semestre demuestran que hicimos una buena gestión”. La frase, así suelta, no implica  novedad alguna: es lugar común en esas reuniones donde las empresas hacen balances y saldan sus cuentas. Lo singular  reside en que fue pronunciada por Javier Álvarez, para entonces técnico  del equipo de fútbol Once Caldas,  horas antes de jugar el partido definitivo por la final del fútbol colombiano, un curioso campeonato en el que basta con hilvanar una seguidilla de tres partidos buenos para alzarse con los títulos, aunque no se haya hecho mucho en el resto del certamen.
¡Coño! ¡De modo que el fútbol ahora es un asunto de indicadores y no de  gambetas, goles y  belleza! Exclamó mi vecino, el  poeta Juan Carlos Aranguren, con su español de los Andes contagiado por largas estadías en el Caribe.
- Pues si, le dije. Desconcertado por su asombro ante una noticia tan vieja. Desde que a los entrenadores les dio por salir a la cancha de corbata, como si en  lugar de un partido, estuvieran   asistiendo a un comité de gerencia, ya se podía adivinar lo que nos correría pierna arriba.
Pero  el hombre, tozudo como es, no acababa de convencerse. Insistí  en que no había nada de qué asombrarse. Al  fin y al cabo, quienes amamos el fútbol- el deporte, aclaro, no el tinglado de mafiosos en el que acabó por convertirse su entorno- llevamos más de una década  intentando digerir las declaraciones de Álvarez, un señor que se expresa como si su dialecto  particular fuera el  resultado del cruce entre un pastor evángelico y uno de esos tecnócratas  proclives a  sustituir los argumentos  por una sucesión de cuadros diseñados en power point.  Tratando de consolar al autor del poema  “Erato” le expliqué que los indicadores, como su nombre lo indica, no indican nada, salvo lo que aparece en los cuadros de indicadores. Nada nos dicen del camino recorrido, como tampoco de los   descubrimientos y mucho menos de las dichas y desventuras. Lejos están de contarnos algo sobre lo ricos o irremediablemente empobrecidos que volvimos de nuestras andanzas. Pero Juan Carlos no dio su brazo, o mejor, su pie a torcer. Mencionó al Ballet Azul y las cosas que hicieron Di Stéfano  y Pedernera juntos. Con los ojos humedecidos recordó a Garrincha y su único partido en Barranquilla. Me obligó a jurar que recordaba las atajadas de Otoniel Quintana en los años setentas . Dibujó  en el aire  el gol que le anotó  Pelé a Checoslovaquia  en el mundial de México.
Todo era inútil. Tratando de llevarlo a los terrenos de un sano escepticismo, le dije que a Maradona no lo expulsaron del mundial de 1994 por meter perico, pues eso todo el mundo lo sabía, empezando por los gringos que organizaron el torneo, sino por rebelarse ante los mercachifles de la Fifa , que los obligaban a jugar los partidos a medio día, en pleno verano del hemisferio norte, para cumplir con los jugosos contratos  pactados con las cadenas de televisión europeas.  Le repetí que cada  magnate de dudosa reputación es propietario de un equipo, así en Europa como  en América. Cité los nombres de  Abramóvich, Berlusconi, Florentino Pérez, la familia Macri y Joan Laporta.
Como ustedes lo habrán adivinado, todo  resultó inútil. Como única respuesta, el  hombre vaciaba su botella de  ron a un ritmo cada vez más peligroso mientras, a modo de letanía, repetía  la frase  a la que esta columna le debe su título.

viernes, 1 de octubre de 2010

Moctezuma News


Como, según algunos, Internet es el universo donde por fin todo es posible, queremos  compartirles esta noticia que llega desde Guatemala, aupada por una de esas redes sociales que de forma indiscriminada encabezan cruzadas contra las corridas de toros, la destrucción de la capa de ozono, las guerrillas, el consumo de marihuana o los matrimonios gay. Ahí va, entonces:
“Ciudad de Guatemala (Octubre 1). El cantante Ricardo Arjona, célebre por su incapacidad para hacer rimar términos tan elementales como ratón y latón, acaba de anunciar su retiro provisional a un monasterio ubicado en inmediaciones de las ruinas mayas de Chichén Itzá, en una decisión  vital sin precedentes que tiene como objetivo, por primera vez en la historia de la música, componer una canción en lenguaje políticamente correcto, o incluyente, como lo llaman los más ortodoxos.
 Arjona es famoso además  por su  habilidad  para urdir versos que con inusitada rapidez se convierten en mensajes publicitarios, como ese  de  “Señora, no le quite años  a su vida/ póngale vida  a sus años”, adoptado por una empresa productora de cosméticos. También es recordado por ser el autor de una tonada con problemas de arritmia, donde repite la palabra mujeres más de veinte veces en solo tres minutos para, acto seguido, proceder a darle una paliza a su compañera sentimental de turno, en un episodio que causó revuelo en las franjas de entretenimiento de los medios de comunicación.
Gracias a la diligencia de nuestros investigadores, asesorados por un grupo de expertos del  DAS colombiano, hemos tenido acceso a una copia manuscrita de la composición, que ahora compartimos con ustedes, nuestros amigos y amigas de la red.

JUSTICIA PARA TODOS  Y TODAS

                       “… And  justice for all

                                   (Constitución de los Estados Unidos de América)

 Cansado de ver el sufrimiento de nuestros niños y niñas,
Decidí consultar  con los dioses y diosas antiguos y antiguas.
Retirado entonces en esta campiña
Donde pastan los ovejos y las ovejas,
Contemplando en las piedras el legado de los mayas y las mayas,
De los aztecas y las aztecas.
De súbito,
 Entre el trinar de los pajaritos y las pajaritas,
Me llegó el recuerdo de mis amigas y mis amigos
Que allá en la ciudad  luchan por alcanzar la justicia para todos y todas
Mientras los solitarios y solitarias
Claman al cielo una flor o una caricia para ellos y ellas
Que huyen como en Colombia lo hacen los desplazados y desplazadas,
Los hipopótamos y las hipopótamas…

Nota: Aquí la página  empieza  a llenarse de tachones, como si el autor hubiera alcanzado los límites de la impotencia, o bloqueo creativo que llaman.
Llegados a este punto, los ejecutivos de  ventas de  la empresa Sammy Music, angustiados porque necesitan temas  con mensajes edificantes para la temporada navideña que se avecina, han decidido abrir una convocatoria bajo el formato de reality show, con la esperanza de  encontrar un músico lo bastante talentoso o necesitado como para ponerle ritmo a esa cosa.
De llegar a buen término la empresa, el estreno de la canción  se realizará en  Pereira, Colombia, una ciudad  cuyos habitantes, según se dice, son bastante proclives a ese tipo de expresiones estéticas. Para tal efecto se ha elegido el programa radial “Contando Histerias” emitido a través de la Emisora Cultural Remigio Antonio Cañarte y dirigido por el prestigioso  hagiógrafo y conductor de masas   Edison Marulanda  Peña
Para asegurar el éxito del lanzamiento se cuenta con el patrocinio comercial de la marca Azzzúcar, que garantiza un rápido y efectivo   control de los niveles de insulina en la sangre de los diabéticos y las diabéticas”.
Aquí termina la nota que hoy reproducimos. Quedan entonces cordialmente invitados… perdón …e invitadas