miércoles, 24 de febrero de 2021
Descuellar la gramática
miércoles, 17 de febrero de 2021
La vacuna clientelista
Primera llamada:
-Buenos días, doptor. Necesito pedirle un empujoncito: ¿será que usté me puede ayudar con la vacuna del Covid-19 ese? En mi casa somos diez , no más . Hágale doctor y en las elecciones lo llevo en la buena con los voticos
- Claro mijo, cuente con eso. Deme los números de cédula y listo. Eso si : si en la próxima campaña no aparecen los votos lo llevo en la mala.
Segunda llamada:
-Hola, mi querido ministro ¿ Cómo van las apuestas?. Yo aquí en Miami haciendo las mías. Lo llamo para recordarle todas las palancas que moví para su nombramiento. Ahora necesito un favor suyo. Es pequeño: un lotecito de vacunas para la covid-19. Es para mi familia ampliada, usted comprenderá: padres, hermanos, suegros, cuñados, nueras, yernos, socios, mayordomos, choferes, mozas. No es mayor cosa. Espero que esté usted a la altura, mi querido ministro. Unas por otras.
- Se le tiene, apreciado inversionista. De inmediato me pongo en esa.
Tercera ( y no última) llamada:
-Tosqué papi. Me acaba de llegar un lote de vacunas para la Covid- 19 ( Al fin qué : se dice el covid o la covid? Qué maricada con eso) fabricadas en Marinilla, tan buenas que resultaron mejores que las originales. Como usted ha sido tan buena flecha en el negocio del gota a gota, del Chivas chiviao, de la venta de pepas truchas en la Zona rosa y de la campaña de vacuna a los tenderos, lo acabo de escoger para que distribuya la primera tanda a un precio de ganga ¿Me copia?.
-De una papi. Ya me pongo en esa vuelta. Tengo unas flechas para hacer la distribución súper rápida. Aquí desde el patio quinto le manejamos eso.
Como ustedes bien saben, aguar fiestas es una de las cosas que mejor me sientan. Y algo me dice que diálogos como los anteriores deben estar multiplicándose en todos los rincones de Colombia desde antes del primer anuncio de la llegada de la vacuna contra la Covid-19.
Con sus idiosincracias y variantes regionales, claro. Después de todo, la constitución política nos reconoce como un país de regiones . La corrupción y el tráfico de influencias los venimos perfeccionando desde hace cinco siglos, de modo que esta emergencia no nos agarró por sorpresa.
Miro a mi madre dar gracias al cielo por la llegada de las vacunas, convencida de que ya se puso a salvo del más reciente disfraz de la muerte. La escucho hablar con sus amigas por teléfono en un tono de tal regocijo que anula de entrada mi intención de decirle que no se haga ilusiones. Al fin y al cabo la esperanza, fundada o no, cierta o falaz, es una de las cosas que nos mantienen vivos.
Sólo que, como nos lo han advertido desde hace tanto tiempo, un pesimista no es más que un optimista bien informado. Y los informes no son alentadores: años de saqueo al sector de la salud por parte de poderosos clanes políticos y mafiosos en las regiones no ayudan a pensar que las cosas puedan ser distintas en esta ocasión.
Para colmo, las noticias que llegan del mundo no dan pie para tanto entusiasmo : a la feroz carrera de las corporaciones farmacéuticas por fabricar primero la vacuna, se suma la caída de ministros y funcionarios de menor rango por traficar con influencias para beneficiar en primer lugar a los suyos y a sus clientelas personales, dejando por fuera a grupos enteros que la necesitan más.
Esas prácticas no son exclusivas del Tercer mundo, como quieren hacernos creer. Pero sucede que entre nosotros no sólo campea la impunidad, sino que los corruptos alardean de su condición.
“El vivo vive del bobo”. Cada vez que pueden recitan esa frase que en la práctica constituye una suerte de código ético al revés.
Mientras la gente alienta sus ilusiones siguen llegando novedades sobre ese tráfico : de Europa, de Norteamérica, de Asia y, por supuesto, desde esta América Latina tan predispuesta a los hábitos cortesanos.
De África no tenemos noticias. Han sido tan saqueados y olvidados esos pueblos, que la vacuna les llegará cuando ya sean presa de una peste peor.
Razones de sobra para ser pesimista. Esas son las secuelas de estar bien informado.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=-rnlA1VOuT4
miércoles, 10 de febrero de 2021
Epístolas del abismo
Toda luna, todo año,
todo día, todo viento
camina y pasa también.
también, toda sangre llega
al lugar de su quietud.
( Libros de Chalam Balam)
Más tarde o más temprano, toda forma de lucidez acaba por transitar al filo del abismo. Es el precio que debe pagar quien contempla su rostro en el más fiel de todos los espejos: el resplandor de los propios huesos iluminando con claridad bíblica la noche más oscura del alma, según él célebre poema de san Juan de la Cruz.
Si uno tuviera que definir con una sola palabra los cuarenta y tres cuentos que componen el libro de la escritora norteamericana Lucia Berlin, esa palabra es lucidez, la forma suprema de la luz que llevó al evangelista a pronunciar su lapidaria sentencia: Todo verdor perecerá.
Se trata del libro Manual para mujeres de la limpieza, una selección de la obra de la autora nacida en 1936 y muerta en 2004, publicada por editorial Alfaguara con traducción de Eugenia Vásquez Nacarino.
El título de la selección no pudo ser más acertado: las mujeres de la limpieza lo conocen todo sobre los habitantes de una casa. Saben de sus grandezas y miserias, intuyen las más seductoras y sórdidas secreciones del cuerpo y del alma.
Me encantan las casas, todas las cosas que me cuentan, así que esa es una razón de que no me importe trabajar como mujer de la limpieza. Se parece mucho a leer un libro , leemos en el primer párrafo del cuento titulado Luto.
La narradora lo deja claro de entrada : Mujeres de la limpieza, como norma general no trabajéis para las amigas. Tarde o temprano se molestan contigo porque sabes demasiado de su vida. O dejan de caerte bien, por lo mismo.
No se puede conocer mucho de un ser humano sin huir despavorido.
Abortos, indigentes, alcohol, adulterios, asilos de ancianos, putas, salas de urgencias de hospitales, moteles, abandonos, pérdidas. Esa es la materia con la que están tejidos estos relatos. Sin patetismos, con precisión y limpieza quirúrgicas la autora desvela para nosotros los más ocultos recintos del corazón humano. En su universo no hay lugar para la compasión : así somos y así nos toca recorrer el camino hasta que la sangre alcance el lugar de su quietud.
De ahí la elección de esa cita del Chalam Balam para encabezar uno de sus relatos. En la mirada de Lucia Berlin, fundada en la convicción de que algo siniestro alienta en las entrañas del sueño americano, sólo la muerte puede darle algún sentido a la suma de malentendidos de que está hecha toda vida.
(…)Ultimamente he limpiado casas en las que alguien acababa de morir. Limpiar y ayudar a clasificar las cosas para que la gente se las lleve o las done a la caridad(... )
(…) O los familiares lo quieren todo y se pelean por las cosas más insignificantes ( unos tirantes viejos y raídos, o un tazón), o ninguno quiere saber nada de lo que hay en la casa, así que todo he de meterlo en cajas. En ambos casos lo triste es qué poco se tarda. Piensa en ello. Si murieras… podría deshacerme de todas tus pertenencias en dos horas como máximo(…)
Así de simple.
En ese tono epistolar, aunque no necesariamente se trate de cartas, están narrados estos cuentos. La esperanza se marchó hace rato. La ilusión se hizo jirones, de modo que haríamos bien en prestar atención para cuando nos llegue el turno. Ese tono es su manera de llamar nuestra atención.
De ahí que a los personajes sólo les quede el recurso del alcohol, las pastillas o el sexo ocasional. Todo lo demás son vidrios rotos sobre un piso de mármol después de un gran festín.
Despojos del primer amor.
Y el primer amor es una suerte de palimpsesto, una superficie sobre la que el tiempo se encarga de imprimir otras historias de amor. Un día, todo parece olvidado, hasta que una canción o la mirada de un desconocido que cruza la esquina obran al modo de una uña que rasga las imágenes superpuestas y nos devuelve a la raíz del dolor original.
Y así sucede con las otras cosas de la vida: los adioses, los olvidos, los abandonos, las muertes ajenas, los pequeños y grandes desastres cotidianos. Por eso vivir enloquece.
Lucia Berlin
Hay algo en estos cuentos que los hace parientes de lo mejor de William Saroyan, John Cheever o Raymond Carver : es el espíritu de una sociedad que se entregó en cuerpo y alma al espectáculo de su propia disolución, porque intuye que detrás de bambalinas sólo habita la nada.
Siento que me he desvanecido. La semana pasada en el mercado de Sonora me veía tan alta, rodeada de indios de piel oscura, muchos de ellos hablando en náhuatl. No sólo me había desvanecido, era invisible. Quiero decir que me embargó la sensación de ni siquiera estar allí.
Poco menos que fantasmas heridos de muerte y de olvido. Eso son estas criaturas que van y vienen de Montana a Santiago de Chile, de California a Texas y de Texas a México. Esa condición de almas en pena explica su infinita ansiedad: buscan un asidero, una palabra, un gesto, una promesa, algo que pueda durar.
Algo imposible en un universo donde lo único firme es la transitoriedad.
Es tanta la desolación de estos seres, que raras veces contemplan la solución del suicidio: quieren beber hasta las heces el licor de su desastre personal.
Han pasado siete años desde que moriste. Por supuesto ahora diré que el tiempo ha volado. Me he hecho vieja. Sin previo aviso. De repente. Me cuesta caminar. Incluso se me cae la baba. No cierro la puerta con llave por si me muero mientras duermo, aunque es más probable que siga decayendo hasta que me metan en algún sitio donde no estorbe. Ya empiezo a chochear. Aparqué el coche al doblar la esquina porque había alguien donde suelo dejarlo. Luego vi el lugar vacío y me pregunté dónde me habría ido. Hablar con el gato no es tan raro, pero me siento ridícula porque el mío está completamente sordo.
Así le habla la narradora del cuento Espera por un momento a su hermana muerta. Aunque en realidad habla para sí misma: teje ese monólogo a modo de mortaja. Y así hablan todos los personajes, así se trate de lo más sublime o lo más terrible. Es todo un corro de penitentes que a veces recuerda al infierno o el purgatorio de Dante, sólo que la pesadilla acontece en los Estados Unidos de América de nuestros días.
Que mi madre fuese como era en parte se debía a que había sido criada entre algodones. Su madre y su padre pertenecían a las mejores familias de Texas. El abuelo era un dentista próspero; vivían en una casa preciosa con criados, una niñera para mamá, que la consintió, igual que a sus tres hermanos mayores. Y de pronto, ¡zas!, la atropelló un cartero de Western Union y pasó casi un año en el hospital.
¡Zas! Una fina hoja de afeitar corta el fino hilo del que pende nuestra vida y eso es todo. No hay lugar para estridencias en el universo de Lucia Berlin . Todo lo contrario. Un humor sombrío cae como fina llovizna en medio de conversaciones como esta:
¡ Herman!- le dijo de lejos la señora Wacher a su marido-. Cuando nosotras nos muramos ¿ los hombres prometéis iros juntos de vacaciones?
Herman negó con la cabeza.
- No. Se necesitan cuatro para jugar al bridge.
Morirse es, pues, descompletar el número de jugadores que se necesitan para una partida. O eso es lo no que se cansan de repetirnos las voces que cuentan estas historias. Esos guiños operan a modo de revulsivo en medio de tanta devastación. Es una manera de recordarnos que La muerte cura, nos dice que perdonemos, nos recuerda que no queremos morir solos.
PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=Fd_3EkGr0-4
miércoles, 3 de febrero de 2021
Como ladrones en la noche
Como ya se ha dicho tantas veces, los buenos libros irrumpen en nuestras vidas para transformarlas- y trastornarlas- para siempre. Así, la vida como viaje se comprende y asume mucho mejor después de haber leído la aventura de Odiseo o La divina comedia en su perpetuo descenso y ascenso hacia las simas y las cumbres del ser.
En sus páginas descubrimos que todo viaje auténtico es interior y que el desplazamiento físico es un simple recurso literario.
A veces, en el silencio de la noche rural, me despierta un murmullo proveniente de mi biblioteca: son los personajes y las ideas que alientan en los libros. Infatigables, dialogan, se cuestionan , dudan y , a veces, logran ponerse de acuerdo.
Los libros y lo que nos dicen son los ladrones nocturnos que nos asaltan para recordarnos nuestro trágico y gozoso destino de estar vivos. Por ese camino, el lector descubre el hondo sentido de palabras como vigilia y lucidez.
Vigilancia y luz.
Por esas razones, regalar un libro implica un doble juego: el de la intuición de las inclinaciones del destinatario y el del azar de dar en el blanco de sus obsesiones.
Fue Abelardo Gómez quien, el 28 de marzo de 2019, según leo en la dedicatoria, me regaló la revelación de otra revelación: el libro titulado Lecturas sobre la lectura, del escritor, traductor y editor argentino-canadiense Alberto Manguel.
Son 500 páginas dedicadas a resolver un acertijo tan apasionante como imposible: ¿quién es el lector? ¿ Es testigo, protagonista, cómplice, comentarista o coautor de los textos que se despliegan ante su mirada?
Semejante pregunta no puede tener respuesta, o al menos no una única respuesta. Depende del momento y las circunstancias que rodean el acto dichoso de adentrarse en un libro como quien se aventura en “Un jardín de senderos que se bifurcan”, para utilizar la expresión feliz de Jorge Luis Borges.
Apenas adelantadas un par de páginas el lector- siempre el lector- comprende que Lecturas sobre la lectura no pretende responder nada : el juego consiste en encontrar cada vez más preguntas.
En su propósito, el autor apela a obras tan disímiles como ejemplares: La divina comedia, La Ilíada y La Odisea, El Quijote y, claro, Alicia en el país de las maravillas.
En el primero nos habla de la lectura como rito de iniciación; los poemas homéricos nos recuerdan que todo final es un comienzo; El Quijote esconde, detrás de una sucesión de eventos sólo en apariencia disparatados, un propósito ético : la irrenunciable búsqueda de la justicia.
Por su lado, Alicia en el país de las maravillas nos advierte que los espejos no reflejan nada, porque en realidad son puertas a otras dimensiones del Universo y de nosotros mismos.
El buen lector, tan escaso como el buen escritor, tendrá que arriesgarse en todos esos mundos: el de la aventura, el de la iluminación, el de la ética y el de lo eterno desconocido.
Lo suyo son , pues, las arenas movedizas : al contrario de los textos de autosuperación, la gran literatura no ofrece certezas.
No es casual que Manguel utilice como epígrafe para cada uno de los capítulos de su libro citas tomadas de Alicia , en el libro de Lewis Carroll, obra que, como es bien sabido, está estructurada sobre un palimpsesto de preguntas que se despliegan a modo de metáforas del insondable Universo.
O mejor dicho: de la trama de metáforas que es todo gran poema. En esa trama cada palabra esconde bajo la manga múltiples sentidos que, igual que el Proteo de la mitología, se transforman ante nuestros ojos en un perpetuo desafío.
Es tarea del lector aprehender esos sentidos, su condición de avatares fugaces de la eternidad. Es el lector quien debe cargar de significado al texto, imponerle su sello en una tensión incesante con la voz del narrador.
En esa tensión residen las claves del acto creador. Uno es el propósito de Cervantes al equiparar en la mente de Don Quijote a gigantes y molinos de viento y otro lo que el lector de la obra ve o cree ver en esas figuras concebidas a modo de Sombras chinas.
En el acto de la lectura, ya se trate de imágenes, números, narraciones o pensamientos, no podemos abandonar ni un momento el reino de las metáforas: un descuido y estaremos perdidos.
Pensemos, por ejemplo, en el número 1. El uno de matemáticos y filósofos. Más allá de sus usos prácticos se extiende un mundo infinito de posibilidades ¿O acaso existe cifra más bella y precisa para aproximarse al concepto de Dios, tan perseguido por los teólogos?
Si lo miramos bien, esa cifra es una muy buena manera de darse un paseo por la eternidad. Por algo Jorge Luis Borges, fascinado con espejos, laberintos, rosas y bibliotecas, frecuentaba a partes iguales matemáticos y poetas.
En uno de los artículos de su libro Alberto Manguel se remonta a los orígenes de la escritura en la vieja Mesopotamia, allá por el cuarto milenio antes de Cristo .
En el principio fue la arcilla, el barro primordial del Génesis. Atendiendo a la necesidad práctica de llevar las cuentas de sus negocios los hombres empezaron a utilizar tabletas de arcilla para registrar sus transacciones: la compra de cinco sacos de trigo, la venta de un asno o el trueque de uno por otro. Los encargados de esa tarea fueron los primeros tenedores de libros de contabilidad.
Muy pronto, quienes se guiaban por esa información básica, es decir, los primeros lectores, sintieron curiosidad por saber quiénes se escondían detrás de esas transacciones. De dónde eran, cómo vivían, cuáles eran sus costumbres, cómo alababan a sus dioses. Presionados por esas demandas, los tenedores de libros se vieron obligados a investigar para suministrar esa información.
Sin advertirlo siquiera se convirtieron en contadores de historias: había nacido la literatura.
A partir de ese momento la biblioteca infinita de Borges no ha cesado de crecer y ramificarse, pero volviendo siempre al punto de partida: al difícil y fértil encuentro entre lector y escritor al que Alberto Manguel le rinde tributo en este libro inquietante.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=v-A5Kf-SqXk