miércoles, 24 de febrero de 2021

Descuellar la gramática




                     
               (…) yo sentía frío adentro
                      frío afuera y todo así
                                y arrimándome a una puerta
                              rompí en llanto compulsivo.
                        y llorando como un niño
                             como un hombre maldecí (…)

Como buenos lectores que son, ustedes ya lo habrán advertido: la expresión “correcta” no es maldecí, sino maldije. Así  de caprichosos son algunos verbos en lengua castellana.

Pero pónganse por un momento en el lugar del autor de la canción Mis harapos, célebre entre nosotros en las interpretaciones de Antonio Tormo o de Los Visconti. Jorge Luque Lobos es el  escritor de  esa pieza ya clásica en el cancionero popular de Hispanoamérica. Me lo imagino insomne, ahogándose en mate a las tres de la madrugada, peleándose con la gramática como quien libra un duelo con el demonio.

Si escribo lo correcto conservo mi reputación pero estropeo la rima. Entonces ¿ qué  hacer? Supongo que pensaba el pobre hombre.

Bueno, ya conocemos la elección que dio como resultado la consonancia perfecta entre así y  maldecí. Y nadie podrá acusarlo de ignorancia: una persona que utiliza expresiones como arquetipo, Tartufo o cierzo es dueña de una apreciable cultura.

De modo que la suya fue una elección acertada y valiente. Tanto, que sus versos pasaron a la posteridad.

Todo esto viene a cuento por una razón: Abelardo Gómez es un editor riguroso y severo, como corresponde a quienes asumen su oficio con responsabilidad.  Hace un par de meses, luego de  revisar uno de mis textos antes de publicarlo en su portal La cola de rata, me envió un correo conciso y lapidario que me puso en un aprieto.

“ Ha incurrido usted en un gazapo”, me dijo con todo admonitorio. Y continuó : “lo correcto no es descollo si no descuello”. Justo en ese momento se desataron mis desvelos. Los gramáticos merecen todo mi respeto y atención, pero a veces se les va la mano. Sucede que la palabra descuellar  me produce una irrefrenable acidez gástrica. Me suena a estrangular, despescuezar, cortarle el cuello a alguien.




Apurado, busqué sinónimos o expresiones aproximadas  como  destaca o sobresale, por ejemplo, pero por alguna razón misteriosa la solución no funcionaba en mi cabeza.

Mejor dicho: en lugar de   aproximarme, me alejaban de lo que pretendía decir.

Así que opté por violar la gramática y me le planté, valiente, al tenaz editor : pues lo voy a dejar así, le respondí, con el tono de un escolar insolente. Pero el  hombre no dio su cuello a torcer.

En ese momento me abandoné a mis cavilaciones . Con todo y su inapelable validez, la gramática no puede ser un corsé, una camisa de fuerza que ahogue el potencial  del lenguaje en su raíz, me dije, a modo de consuelo. Igual que el agua, el lenguaje fluye y se renueva en cada recodo. Si no lo hace se pudre, como las aguas estancadas.

Fiel a sus convicciones,  Abelardo sustituyó descollo  por descuello y fue así como quedé descabezado :  bien sé que en su manual no hay piedad para los contumaces.




Pero es comprensible. A su severidad se suma el hecho de que el hombre  no usa palabrotas. O al menos nunca las he escuchado de sus labios. Yo en cambio, no sólo las uso sino que las amo, con el fervor que sólo puede desatar el halo  seductor de las damas del arrabal.

Sin ellas, muchos textos serían una  tierra baldía. Un auténtico erial de corrección política y, por lo tanto, gramatical. Hace años otro editor, tan pudoroso él, quiso remplazarme  el castizo y certero cagar por el púdico  y aséptico defecar.

No es lo mismo,  le respondí, y me fui con mi artículo para otra parte.

A mi modo de ver defecar es obsceno, por su carga de disimulo, de hipocresía y de estreñimiento. Cagar en cambio es algo tan limpio y puro que al final uno se siente más liviano.

En fin que, como lo demuestra la letra de Mis harapos, el cancionero popular, que es la poesía de la vida cotidiana, es ducho en sortear  ese tipo de encrucijadas. No importa si hay que torcerle el cuello a la gramática con tal de preservar la belleza.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=SeGqST-NikY

miércoles, 17 de febrero de 2021

La vacuna clientelista



 Primera llamada:


-Buenos días, doptor. Necesito pedirle un empujoncito: ¿será que usté me puede ayudar con la vacuna del Covid-19 ese? En mi casa somos diez , no más . Hágale doctor y en las elecciones lo llevo en la buena con los voticos

- Claro mijo, cuente con eso. Deme los números de cédula y listo.  Eso si : si en la próxima campaña no aparecen los votos lo llevo en la mala.


Segunda llamada:

-Hola, mi querido ministro ¿ Cómo van las apuestas?. Yo aquí en Miami haciendo las mías. Lo llamo para recordarle todas las palancas que moví para su nombramiento. Ahora  necesito un favor suyo. Es pequeño: un lotecito de vacunas para la covid-19. Es para mi  familia ampliada, usted comprenderá: padres,  hermanos, suegros, cuñados, nueras, yernos, socios, mayordomos, choferes, mozas. No es mayor cosa. Espero que  esté usted a la altura, mi querido ministro. Unas por otras.

- Se le tiene, apreciado  inversionista. De inmediato me pongo en esa.


Tercera ( y no última) llamada:

-Tosqué papi.  Me acaba de llegar un lote de vacunas para la Covid- 19 ( Al fin qué : se dice el covid o la covid? Qué  maricada con eso) fabricadas en Marinilla, tan buenas que resultaron  mejores que las originales. Como usted ha sido tan buena flecha en  el negocio del gota a gota, del  Chivas chiviao, de la venta de pepas truchas en la Zona rosa   y de la campaña de vacuna a los tenderos, lo  acabo de escoger para que distribuya la primera tanda a un precio de ganga ¿Me copia?.

-De una papi.  Ya me pongo en esa vuelta. Tengo unas flechas para hacer la distribución súper rápida. Aquí desde el patio quinto le manejamos eso.


Como ustedes bien saben, aguar fiestas es una de las cosas que mejor me sientan. Y algo me dice que diálogos  como los anteriores deben estar multiplicándose en todos los rincones de Colombia  desde antes del primer anuncio de la llegada de la vacuna contra la Covid-19.

Con sus  idiosincracias y variantes regionales, claro. Después de todo, la constitución  política nos reconoce como un país de regiones . La corrupción y el tráfico de influencias los venimos perfeccionando desde hace  cinco siglos, de modo que esta emergencia no nos agarró por sorpresa.

Miro a mi madre dar gracias al cielo por la llegada de las vacunas, convencida de que ya se puso a salvo del más reciente disfraz de la muerte. La escucho hablar con sus amigas por teléfono en un tono de tal regocijo que anula de entrada mi intención de decirle que no se haga ilusiones. Al fin y al cabo la esperanza, fundada o no, cierta o falaz, es una de las cosas que nos mantienen vivos.

Sólo que, como nos lo han advertido desde hace tanto tiempo, un pesimista  no es más que un optimista bien informado. Y los informes no son alentadores: años de saqueo al sector de la salud por parte de poderosos clanes políticos y mafiosos en las regiones no   ayudan a pensar que las cosas puedan ser distintas en esta ocasión.

Para colmo, las noticias que llegan del mundo no dan pie para tanto entusiasmo : a la feroz carrera de las corporaciones    farmacéuticas por fabricar primero la vacuna, se suma la caída de ministros y funcionarios de menor rango por traficar con influencias para beneficiar en primer lugar a los suyos y a sus clientelas personales, dejando por fuera  a  grupos enteros que la necesitan más.

Esas prácticas no son exclusivas del Tercer mundo, como quieren hacernos creer. Pero sucede que entre nosotros no sólo campea la impunidad, sino que los corruptos alardean    de su condición.

“El vivo vive del bobo”. Cada vez que pueden recitan esa frase que en la práctica constituye una suerte de código ético al revés.



Mientras la gente alienta sus ilusiones siguen llegando novedades sobre ese tráfico : de Europa, de  Norteamérica, de Asia y,  por supuesto, desde esta América Latina tan predispuesta a los hábitos cortesanos.

De África no tenemos noticias.  Han sido tan saqueados y olvidados esos pueblos, que la vacuna les llegará cuando ya sean presa de una peste peor.

Razones de sobra para ser  pesimista. Esas son las secuelas de estar bien informado.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=-rnlA1VOuT4






miércoles, 10 de febrero de 2021

Epístolas del abismo





Toda luna, todo año,

todo día, todo viento

camina y pasa también.

también, toda sangre llega

al lugar de su quietud.


                                                         ( Libros de Chalam Balam)


Más tarde o más  temprano, toda forma de lucidez acaba por transitar al filo del abismo. Es el precio que debe pagar  quien  contempla su  rostro en el más  fiel de todos los espejos: el resplandor de los  propios huesos iluminando con  claridad bíblica la noche más oscura del alma, según él célebre poema de san Juan de la Cruz.

Si uno tuviera que definir con una sola palabra los cuarenta y tres cuentos que componen  el libro  de la escritora  norteamericana Lucia Berlin, esa palabra es lucidez, la forma  suprema de la luz que llevó al evangelista a pronunciar su lapidaria sentencia:  Todo verdor perecerá.

Se trata del libro Manual para mujeres de la limpieza, una selección de la obra de la autora nacida en 1936 y muerta en 2004, publicada por editorial Alfaguara  con traducción de Eugenia Vásquez Nacarino.

El título de la selección no pudo ser más acertado: las mujeres de la limpieza lo conocen todo sobre los habitantes de una casa. Saben de sus grandezas y miserias, intuyen las más seductoras y sórdidas secreciones del cuerpo y del alma.

Me encantan las casas, todas las cosas que me cuentan, así que esa es una razón de que no me importe trabajar como mujer de la limpieza. Se parece mucho a leer un libro , leemos en el primer párrafo del cuento titulado Luto.

La narradora lo deja claro de entrada : Mujeres de la limpieza, como norma general no trabajéis para las amigas. Tarde o temprano se molestan contigo porque sabes demasiado de su vida. O dejan de caerte bien, por lo mismo.

No se puede conocer mucho de un ser humano sin huir  despavorido.


Abortos, indigentes, alcohol, adulterios, asilos de ancianos, putas, salas de urgencias de hospitales, moteles, abandonos, pérdidas. Esa es la materia con la que están tejidos estos relatos. Sin patetismos, con precisión y limpieza quirúrgicas la autora  desvela para nosotros los más ocultos recintos  del corazón humano. En su universo no hay lugar para la compasión : así somos y así nos toca recorrer el camino hasta que la sangre  alcance el lugar de su quietud.

De ahí la elección de esa cita del Chalam Balam para encabezar uno de sus relatos. En la mirada de Lucia Berlin, fundada en la convicción de que algo siniestro alienta en las entrañas del sueño americano, sólo la muerte puede darle algún sentido a la suma de malentendidos de que está hecha toda vida.

(…)Ultimamente he limpiado casas en las que alguien acababa de morir. Limpiar y ayudar a clasificar las cosas para que la  gente se las lleve o las done a la caridad(... )

(…) O los familiares lo quieren todo y se pelean por las cosas más insignificantes ( unos tirantes viejos y raídos, o un tazón), o ninguno quiere saber nada de lo que hay en la casa, así que todo he de meterlo en cajas. En ambos casos lo triste es qué poco se tarda. Piensa en ello. Si murieras… podría deshacerme de todas tus pertenencias en dos horas como máximo(…)

Así de simple.



En ese tono epistolar, aunque no necesariamente se trate de cartas, están narrados estos cuentos. La esperanza se marchó hace rato. La ilusión se hizo jirones, de modo que haríamos bien en prestar atención para cuando nos llegue el turno. Ese tono es su manera de llamar nuestra atención.

De ahí que  a los personajes sólo les quede el recurso del alcohol, las pastillas o el sexo ocasional. Todo lo demás son  vidrios rotos sobre un piso de mármol después de un gran festín. 

Despojos del primer amor.

Y el primer amor es una suerte de palimpsesto, una superficie sobre la que el tiempo se encarga de imprimir otras historias de amor. Un día, todo parece olvidado, hasta que una canción o la mirada de un desconocido que cruza la esquina  obran al modo de una uña que rasga las imágenes superpuestas y nos devuelve a la raíz del dolor original.

Y así sucede con las otras cosas de la vida: los adioses, los olvidos, los abandonos, las muertes ajenas, los pequeños y grandes desastres cotidianos. Por eso vivir enloquece.

                                         Lucia Berlin

Hay algo en estos cuentos que los hace parientes de lo mejor de  William Saroyan, John Cheever o Raymond Carver : es el espíritu de  una sociedad que se entregó en cuerpo y alma al espectáculo de su propia disolución, porque intuye que detrás de bambalinas sólo habita la nada.

Siento que me he desvanecido. La semana pasada en el mercado de Sonora me veía tan alta, rodeada de indios de piel oscura, muchos de ellos hablando en náhuatl. No sólo me había desvanecido, era invisible. Quiero decir que  me embargó la sensación de ni siquiera estar allí.

Poco menos que fantasmas heridos de muerte y de olvido. Eso son estas criaturas que van y vienen de Montana a Santiago de Chile, de California a Texas y de Texas a México. Esa  condición de almas en pena explica  su infinita ansiedad: buscan un asidero, una palabra, un gesto, una promesa, algo   que pueda durar.

Algo imposible en un universo donde lo único firme es la transitoriedad.

Es tanta la desolación de estos seres, que raras veces contemplan la solución del suicidio: quieren beber hasta las heces el licor de su desastre  personal.

Han pasado siete años desde que moriste. Por supuesto ahora diré que el tiempo ha volado. Me he hecho vieja. Sin previo aviso. De repente. Me cuesta caminar. Incluso se me cae la baba. No cierro la puerta con llave por si me muero mientras duermo, aunque es más probable que siga decayendo hasta que me metan en algún sitio donde no estorbe. Ya empiezo a chochear. Aparqué el coche al doblar la esquina porque había alguien donde suelo dejarlo. Luego vi el lugar vacío y me pregunté dónde me habría ido. Hablar con el gato no es tan raro, pero me siento ridícula porque el mío  está completamente sordo.

Así le habla la narradora del cuento Espera por un momento a su hermana muerta. Aunque en realidad habla  para sí misma: teje ese monólogo a modo de mortaja. Y así hablan todos los personajes, así se trate de lo más sublime o lo más  terrible. Es todo un corro de penitentes que a veces recuerda  al infierno o el purgatorio de Dante, sólo que la pesadilla acontece en los Estados  Unidos de  América de nuestros días.

Que mi madre fuese como era en parte se debía a que había sido criada entre algodones. Su madre y su padre pertenecían a las mejores familias de Texas. El abuelo era un dentista próspero; vivían en una casa preciosa con criados, una niñera para mamá, que la consintió, igual que a sus tres hermanos mayores. Y de  pronto, ¡zas!, la atropelló un cartero de Western Union y pasó casi un año en el hospital.

¡Zas!  Una fina hoja de afeitar corta el fino hilo del que pende  nuestra vida y eso es todo. No  hay lugar para estridencias en el universo de Lucia Berlin . Todo lo contrario. Un humor sombrío cae como fina  llovizna en medio de  conversaciones como esta:

¡ Herman!- le dijo de lejos la señora Wacher a su marido-. Cuando nosotras nos muramos ¿ los hombres prometéis iros juntos de vacaciones?

Herman negó con la cabeza.

- No. Se necesitan cuatro para jugar al bridge.

Morirse es, pues, descompletar el número de jugadores que se necesitan para una partida. O eso es lo no que se cansan de repetirnos las voces que cuentan estas historias. Esos guiños operan a modo de revulsivo en medio de tanta devastación. Es una manera de recordarnos que  La muerte cura, nos dice que perdonemos, nos recuerda que no queremos morir solos.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=Fd_3EkGr0-4


miércoles, 3 de febrero de 2021

Como ladrones en la noche


Como ya se  ha dicho tantas veces, los buenos libros irrumpen en nuestras vidas para transformarlas- y trastornarlas- para siempre. Así, la vida como viaje se comprende y asume mucho mejor después de haber leído la aventura de OdiseoLa divina comedia en su perpetuo descenso y ascenso hacia las  simas y las cumbres del ser.

En sus páginas descubrimos que todo viaje auténtico es interior y que el desplazamiento  físico es  un simple recurso literario.

A veces, en el silencio de la noche rural, me despierta un murmullo proveniente de mi biblioteca: son los personajes y las ideas que alientan en los libros. Infatigables, dialogan, se cuestionan , dudan y , a veces, logran ponerse de acuerdo.

Los libros y lo que nos dicen son los ladrones nocturnos que nos asaltan para recordarnos nuestro trágico y gozoso destino de estar vivos. Por ese camino, el lector  descubre el hondo sentido de palabras como vigilia y lucidez.

Vigilancia y luz.

Por  esas razones, regalar un libro implica un doble juego: el de la intuición de las inclinaciones  del destinatario  y el del azar de dar en el blanco de sus obsesiones.

Fue Abelardo Gómez quien, el 28 de marzo de  2019, según leo en la dedicatoria, me regaló la revelación de otra revelación: el libro titulado Lecturas sobre la lectura, del  escritor, traductor y editor argentino-canadiense Alberto Manguel.


Son 500 páginas dedicadas a  resolver un acertijo tan apasionante como imposible: ¿quién es el lector? ¿ Es testigo, protagonista, cómplice, comentarista o coautor de los textos que se despliegan ante su mirada?

Semejante pregunta no puede tener respuesta, o al menos no una única respuesta. Depende del momento y las circunstancias que rodean el  acto dichoso de adentrarse en un libro como quien se aventura en “Un jardín de senderos que se bifurcan”, para utilizar la expresión feliz de Jorge Luis Borges.

Apenas adelantadas un par de páginas el lector- siempre el lector- comprende que Lecturas sobre la lectura no pretende responder nada : el juego consiste en encontrar cada vez más preguntas.

En su propósito, el autor apela a obras tan disímiles como ejemplares: La divina comedia, La Ilíada y La Odisea, El Quijote y, claro, Alicia en el país de las maravillas.



En el  primero nos habla de la lectura como rito de iniciación; los poemas homéricos nos recuerdan que todo final es un comienzo; El Quijote esconde, detrás de una sucesión de eventos sólo en apariencia disparatados, un propósito ético : la irrenunciable búsqueda de la justicia.

Por su lado, Alicia en el país de las maravillas nos advierte que los  espejos no reflejan nada, porque en realidad son puertas a otras dimensiones del Universo y de nosotros mismos.

El buen lector, tan escaso  como el buen escritor, tendrá que arriesgarse en todos esos mundos: el de la aventura, el de la iluminación, el de la ética y el de lo eterno desconocido.

Lo suyo son , pues, las arenas movedizas : al contrario de los textos de autosuperación, la gran literatura no ofrece certezas.

No es casual que Manguel  utilice como epígrafe para cada uno de los capítulos de su libro citas tomadas de Alicia , en el libro de Lewis Carroll, obra que, como es bien sabido, está estructurada sobre un palimpsesto de preguntas  que se despliegan  a modo de metáforas del insondable Universo.



O mejor dicho: de la trama de metáforas que es todo gran poema. En esa trama cada palabra esconde bajo la manga múltiples  sentidos que, igual que el Proteo de la mitología, se transforman ante nuestros ojos en un perpetuo desafío.

Es tarea del lector aprehender esos sentidos, su condición de avatares fugaces de la eternidad. Es el lector quien debe cargar de significado al texto, imponerle su sello en una tensión incesante con la voz del  narrador.

En esa tensión residen las claves del acto creador. Uno es el propósito de Cervantes al equiparar en la mente de Don Quijote a gigantes y molinos de viento y otro lo que el lector de la obra  ve o cree ver en esas  figuras concebidas a modo de Sombras chinas.

En el acto de la lectura, ya se trate de imágenes, números, narraciones o pensamientos, no podemos abandonar  ni un momento el reino de las metáforas: un descuido y estaremos perdidos.

Pensemos, por ejemplo, en el número 1. El uno de matemáticos y filósofos. Más allá de  sus usos prácticos se extiende un mundo infinito de posibilidades ¿O acaso existe cifra más bella y precisa para aproximarse al concepto de Dios, tan perseguido por los teólogos?

Si lo miramos bien, esa cifra es una muy buena manera de  darse un paseo por la eternidad. Por algo Jorge Luis Borges, fascinado con espejos, laberintos, rosas y bibliotecas, frecuentaba  a partes iguales matemáticos  y poetas.

En uno de los artículos de su libro Alberto Manguel se remonta a los orígenes de la escritura en la vieja Mesopotamia, allá por el cuarto milenio antes de Cristo .

En el principio fue la arcilla, el barro primordial del Génesis. Atendiendo a la necesidad práctica de llevar las cuentas de sus negocios los hombres empezaron a utilizar tabletas de arcilla para registrar sus transacciones: la compra de cinco sacos de trigo, la venta de un asno o el trueque de uno por otro. Los encargados de esa tarea fueron los primeros tenedores de libros de contabilidad.

Muy pronto, quienes se guiaban por esa información  básica, es decir, los primeros lectores, sintieron curiosidad por saber quiénes se escondían detrás de esas transacciones. De dónde eran, cómo vivían, cuáles eran sus costumbres, cómo alababan a sus dioses. Presionados por esas demandas, los tenedores de libros se vieron obligados a investigar para suministrar esa información.

Sin  advertirlo siquiera se convirtieron en contadores de historias: había nacido la literatura.

A partir de ese momento la biblioteca infinita de Borges no ha cesado de crecer  y ramificarse, pero volviendo siempre al punto de partida: al difícil y fértil encuentro entre lector y escritor al que Alberto Manguel le rinde  tributo en este libro  inquietante.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=v-A5Kf-SqXk