jueves, 28 de mayo de 2020

¿Por qué me has abandonado?




Leo en internet- porque los medios impresos  emigraron por estos días a la dimensión desconocida- que una  estrellita de la farándula colombiana se mandó confeccionar una costosa y lujosa colección de tapabocas para su uso exclusivo mientras dura la “emergencia  sanitaria”, el eufemismo acuñado para  nombrar la pesadilla.

Tendría que asombrarme, pero no. Comprendo a la muchacha: para ella el Covid-19  debe ser apenas una nueva moda llegada desde la glamorosa China de comunistas  multimillonarios, donde pasó vacaciones  con su novio futbolista hace apenas un año.

Ya pasará, como los peinados, los teléfonos, los autos y los destinos turísticos.

Después de todo estas criaturas no crecen, y en el mundo de Peter Pan no hay cabida para la dosis de muerte y dolor que hoy tiene sumido  en el insomnio al planeta entero.  A propósito, leí también en internet que la venta de somníferos  ha crecido de manera exponencial desde que empezó la cuarentena en distintos lugares  del planeta.

¿Padecerá de insomnio esta muchacha?

Sospecho que no: debe creer que un tapabocas de lujo la pone a salvo de los horrores del mundo. Después de todo, cada cinco minutos recibe mensajes en su teléfono móvil, en los que se habla de muertes de viejos, de negros, de enfermos crónicos, de inmigrantes sin papeles, de mendigos, de pobres.

Nada  que ver con su mundo de gente  bella, en todo caso.

Traigo a cuento a la modelo, porque su caso sirve para  ilustrar la fragilidad de una vieja  idea que , de manera cíclica, alienta en  algunos pensadores la esperanza de que todo va a cambiar, a resultas del violento impacto producido en la sociedad por guerras y pestes.



Según esa percepción, el dolor inherente a la guerra y la peste desencadena una suerte de despertar a otra dimensión de la realidad, cuyo punto de partida es lo que los viejos teólogos llamaron “Examen de conciencia y contrición de corazón”.

Esa introspección obligada llevaría a la gente a identificar y enderezar los erráticos caminos seguidos hasta ahora por la humanidad.

 Una mala noticia : la gente no está en casa ensayando exámenes de conciencia sino viendo televisión y jugando a inventarse un nuevo avatar en las redes sociales

Un vistazo a los libros de historia, a la poesía, a la filosofía y a la literatura de todos los tiempos nos permite identificar un destello de luz  en medio del pesimismo y la confusión.

“Ahora sí, todo va a cambiar y los hombres seremos mejores”, nos advierten en algún recodo de  su obra esos testigos de momentos extremos.



Pero  no tardamos en descubrir que sus mensajes son menos una certeza que un consuelo: la tabla de un náufrago a la deriva en altamar.



Una vez en tierra firme, la gente vuelve a las andadas, no tanto por contumacia, como por el hecho de que las pulsiones encargadas de definir los actos humanos siguen siendo las mismas , milenio tras milenio:   el impulso sexual, la codicia,  el odio, la violencia, el afán de competencia, la envidia. Es decir, las fuerzas que perfilan los múltiples rostros del poder.

En realidad sólo cambia el ropaje, la apariencia, los recursos tecnológicos. Lo demás, es decir, lo importante, sigue igual.

Sucedió en tiempos del Imperio Romano, por ejemplo. No olvidemos que su decadencia coincidió  con el ascenso del cristianismo, una religión definida en sus inicios por la esperanza de tránsito hacia una vida mejor y convertida después en una burocracia sin  propósitos trascendentes.

Con el paso de los siglos, asistimos al advenimiento de otros acontecimientos devastadores: las revoluciones francesa y rusa, las dos guerras mundiales. Y en el entretiempo, las pestes, ese recurso  extremo de la vida para poner al homo sapiens en su sitio y recordarle  su fragilidad, el talante pecaminoso de su soberbia.

Y en medio de todo eso, la siempre latente promesa de un cambio sustancial.

El hombre cree dar un salto hacia  adelante, sólo para descubrir que sus  propios demonios  se le adelantaron y  a duras penas le dejan una salida: volver  a empezar, como un Sísifo redivivo.



Repito que comprendo a la chica del tapabocas de lujo. Como todo en este tiempo, ella también es un producto  en el mercado , con código de barras y fecha de vencimiento. Es  algo que aprendió  bien temprano en la vida. Por eso confía a ciegas en su tapabocas exclusivo.  Su pequeño universo está hecho de esas cosas. La imagino a solas en su habitación, ensayándolo como si fuera la máscara de Gatúbela, o algo así. A lo mejor se acompañe de  una suerte de conjuro contra la adversidad.

Lo peor que podría sucederle es un cambio en el mundo de afuera cuando pase la plaga. ¿Sobre qué valores podría sostenerse?  Lo mismo le ha sucedido a la humanidad con el transcurrir de los siglos.

Me conmueve de veras su desamparo, su ingenuidad. Rezo para que la peste no toque a su puerta y se vea obligada a asomarse a la ventana para elevar  una última pregunta a las sordas divinidades del mercado :

¿Por qué me habeís abandonado?


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

jueves, 21 de mayo de 2020

El tiempo en suspensión



Al principio parecía una casualidad. Pero ya resulta inquietante el número de veces que   he leído   y escuchado glosas a 2001, Odisea del  Espacio, dirigida por el gran Stanley Kubrick y convertida en película de culto por los cineclubistas del mundo entero.

Ensayistas y columnistas de opinión vuelven una y otra vez a la ingravidez que caracteriza la marcha de los astronautas,  acentuada por los movimientos de la cámara, como una premonición de lo que pasa con el tiempo en estos días de cuarentenas e incertidumbres.

Confinados en nuestras casas y   paralizados de súbito por un enemigo oculto, asistimos a un hecho fascinante, intuido hasta ahora sólo por los físicos teóricos: el  tiempo y el espacio se licuaron, para  transformarse en una sustancia viscosa que los humanos tratamos de atravesar con gran esfuerzo, como insectos atrapados en una mancha de aceite.

Uno se asoma a la ventana y ve el vacío donde antes se arremolinaba el clamor de una multitud ansiosa. Nada de competencias para llegar primero a la otra esquina, ni codazos para  abrirse paso entre la masa de transeúntes.



El estruendo de las bocinas y los motores emigró hacia una suerte de dimensión desconocida, provocando una  temprana añoranza entre quienes  abominaban de ellos apenas dos meses atrás.

En la calle sólo quedan las agencias del poder, enseñoreadas de ellas como alienígenas en una tierra de nadie.

Entonces empiezo a entender la reiterada cita a la película de Kubrick : sucede, que al adquirir  esa consistencia viscosa , el tiempo y el espacio se quedaron atrás, atascados en alguna espiral del universo, y nos dejaron sin asidero.

Desconcertados,  transitamos al borde del desvanecimiento, como esos  habitantes de Ciudad Gótica que  empiezan a desdibujarse antes de doblar la esquina , hasta perderse en lo más hondo de la negrura.

En un momento de nuestras vidas en el que la única certeza es la incertidumbre, empezamos  a sentir nostalgias por cosas que ayer nos resultaban molestas.

Una amiga , para quien  ha transcurrido un tiempo inabarcable desde que empezó la cuarentena- años, tal vez-, dice que  desea echarse a las calles y respirar el humo de los autos, deleitar los oídos con los insultos  de los energúmenos, las peleas de las putas  y los travestis en la alta noche, el aulllido de un perro o un humano atropellados por un borracho.

Cualquier cosa  que represente una señal de vida. Algo  que la libere de esta sensación de estar siendo borrada de la historia. De su historia.

La misma sensación plasmada por el escritor Rigoberto Gil en un inquietante texto titulado  El replicante, una criatura engendrada en las entrañas de Blade Runner, otra  película que sugiere un mundo distópico en  el que no existe posibilidad alguna de redención.



Educados en la religión del progreso, en la que el futuro es una  tierra firme a cuyo reino podemos acceder si nos empeñamos en ello con todas nuestras fuerzas, olvidamos que somos criaturas contingentes y que el mañana es sólo una ilusión, como tantas cosas inventadas por los hombres para eludir lo irremediable.

Comprendo entonces el desasosiego de mi amiga.

Si el futuro se disolvió sin que nos diéramos cuenta,  llevándose consigo  su compañera de viaje, la esperanza, la nostalgia deviene  espejo en el que la gente empieza  a mirar con cariño hasta a sus experiencias más amargas.

Sólo que antes los sucesos de la existencia  necesitaban años para convertirse en nostalgias. Estábamos demasiado ocupados viviendo como para prestar atención   a pérdidas que parecían menores. “ Usted tiene toda la vida por delante”, reza un lugar común, aunque en lo más profundo del corazón sepamos que podemos morir ahora mismo.

Casi siempre se necesitaba de una canción que nos devolviera las llaves de ese reino  extraviado en las tinieblas . “ Tu amor es un periódico de ayer” , por ejemplo.

Pero escribir buenas canciones demanda mucho tiempo,  y ya sabemos que  ese compañero de viaje  nos  abandonó en algún recodo del camino.



Por eso , confinadas entre las paredes de sus casas, las personas andan  por estos días consagradas a una singular  tarea : estirar los recuerdos hasta hacerlos parecer viejos.

Es  el único remedio que encuentran a  la mano para no   sucumbir a la desazón.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

jueves, 14 de mayo de 2020

Plantas en la ventana






Cada mañana, con lluvia o calor, mi madre saca la misma planta a la ventana. Le dicen “ Oreja de elefante”- a la planta, aclaro- y es su ritual imprescindible de todos los días, junto a  la arepa con mantequilla a la hora del desayuno y las oraciones al santoral  católico completo  a lo largo de toda la jornada.

Tiene un santo para cada problema.  Con la pandemia, mi vieja se volvió experta en la hiper especialización del trabajo.

Volveré a esa imagen al cierre de este relato.

Como  les he contado antes, siempre me ha gustado escuchar las conversaciones de la gente en  la calle, en los cafés, en los parques, en los bares, en los buses.

Sus palabras  son como migas de pan que me permiten seguir el rastro de los acontecimientos y tomarle el pulso a la sociedad, a los temores, los anhelos, las esperanzas y las ambiciones de la gente.

 En estos tiempos de encierro debo seguir ese rastro por otros caminos. Los de internet en general y los de las redes sociales en particular.

Hay de todo allí : desde chistes  finos y salidas en falso , hasta las más singulares teorías acerca de lo que nos pasa.

Con el paso de los días, noto que la gente empieza a alinearse.

Por ejemplo, abundan los que, ante la incertidumbre, optaron por convertirse en su propio gurú de autosuperación.

Para ellos, la frase “ Cuando salgamos de esta” se convirtió en una suerte de conjuro frente a la adversidad.

Y claro, siempre se incluyen en el grupo de los que saldrán de esta. Después de todo, vivimos en una sociedad que, contra toda evidencia,  como los padres de Buda se empecina en negar la existencia del sufrimiento y la muerte.



En el otro vecindario rondan los escépticos. Los que guiñan el ojo  y alzan el  pulgar como queriendo decir : ¿Ven? Se los dije.

Ambas especies son inofensivas. Pero por el camino del medio,  sin que nadie los note,  se multiplican los guías de una cruzada siniestra, capaz de razonamientos como este:

El planeta tierra se acerca hoy a los ocho mil millones de habitantes. Si, en el peor de los casos ,  el covid-19 mata a cincuenta millones ¿Qué riesgo representa eso para nuestra supervivencia como especie?

Y añaden: además, está demostrada con creces la  predisposición de la especie  humana  hacia la actividad sexual. De modo que, si trazamos una gráfica, encontraremos  que a la vuelta de unas décadas los nacimientos sobrepasarán con creces el número de muertos durante la pandemia.

¿Para qué  poner en riesgo entonces la economía del planeta? Si tenemos en cuenta que la mayoría de muertos serán viejos y enfermos, es decir  gente no sólo improductiva sino costosa para la sociedad no vemos la razón para tanta alharaca.

Quizás por un residuo de corrección  política les faltó decir que, aparte de viejos y enfermos, la mayoría de los muertos serán pobres.

Justo en ese momento uno salta de la silla ¿ No eran esas las razones invocadas por los nazis para justificar el exterminio?

¿Y no son , en últimas, las mismas ideas defendidas por Trump, Bolsonaro  y sus iguales en todos los rincones de la tierra?

Remplacemos la expresión Nacionalsocialismo por capitalismo ultraliberal y estaremos frente a un panorama tanto o más desolador. Porque esa manipulación estadística  apunta a soslayar lo más importante: la pregunta por el sentido ético de las decisiones humanas. Como si la importancia de las personas, de una sola persona, pudiera establecerse con mediciones y extrapolaciones macroeconómicas.

Desde luego, ninguna de esas curvas puede dotarnos de elementos para comprender el dolor y la desolación humana.

Y si no entendemos esas cosas estaremos perdidos, por mas que el modelo económico se salve y, como ya sugieren algunos, salga más  fortalecido, igual que aconteció después de la segunda Guerra Mundial.

Conceptos como los de justicia, solidaridad y equidad- que los cristianos llaman misericordia-desarrollados para proteger a los más débiles, serán arrasados por la noción de supervivencia del más apto, base de los totalitarismos modernos.

Ya lo sabemos: invocando al pobre Darwin, acuñaron la expresión darwinismo social para referirse a ese tipo de aberraciones.

Porque  en el fondo de todo esto alienta el concepto de eugenesia, con las consecuencias de todos conocidas.



Esa es una de las opciones que nos aguardan.

Indiferente a todo eso, mi madre se levanta cada mañana, toma su planta y la pone en la ventana a recibir el sol o la brisa. Es su declaración de  principios. Su forma personal de la esperanza. Su manera  de probar que ambas, ella y la planta, aún existen.

PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada 

              

jueves, 7 de mayo de 2020

Postal de Aranguren



Cada temporada mi vecino, el poeta Aranguren, se refugia los tres primeros meses del año en su choza de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde planta por igual café, tubérculos y marihuana para su uso personal.

De regreso,  lo sorprendió la cuarentena en las playas de Pescadito y  desde allí nos envió la visión que, cual san Juan redivivo, tuvo de nuestro más reciente apocalipsis.

Dice que es el fruto de sus delirios insomnes.

Ah… informa, además, que volverá a estas tierras “ cuando san Juan agache el dedo”, cosa improbable, si tenemos en cuenta que ese santo tiene el dedo bastante rígido.
                                                                                                                                       

               

Aquí va la postal

OURÓBOROS

Para los que escriben ficciones- yo soy apenas un poeta- podría ser la historia soñada : redonda, como imaginaban los antiguos la perfección.

El ouróboros. La serpiente  que se muerde la cola.

Durante la cuarentena un hombre joven está instalado con comodidad en la sala de su casa, que puede estar ubicada en cualquier rincón del planeta.

Para las circunstancias, da igual.

Un cuarto en penumbras. Desde la ventana se ven las calles vacías donde reinan las ratas y los perros callejeros. Hasta los borrachos, las putas y los ladrones las abandonaron.

Una silla reclinable, una cerveza fría y un paquete enorme de papas fritas.

Pasa las veinticuatro horas del día contemplando, sin pestañear , el resplandor de la pantalla del televisor empotrado en la  pared.

Las imágenes fluyen sin cesar- por algo se llaman “pantallas líquidas”-.  A través de ellas puede seguir, como en un instante eterno, la transmisión en directo del Apocalipsis, encarnado esta vez en una criatura  invisible y letal surgida, nos dicen, en la cada vez más indescifrable China.

De repente se detiene, fascinado, en una escena : cuatro hombres encapsulados en trajes espaciales sacan de la morgue con rumbo al crematorio un cuerpo que- no sabe bien por qué- adivina joven y fuerte.

Mientras apura un largo trago de cerveza siente que una sensación de familiaridad, extrañeza y fatalidad se apodera de todo su ser.

Entonces lo  ve con claridad: el  cadáver que los hombres se disponen a convertir en cenizas es el suyo.

                                   
Santa Marta, Colombia, marzo  30 de 2020.

PDT:  les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada