jueves, 23 de febrero de 2023

Ecos 1360 Radio: medio siglo en la memoria regional

 




De niño, fue mi abuelo Martiniano quien me contagió   para siempre el virus de la radio. Como buen campesino de su tiempo, el viejo se levantaba a las cuatro de la mañana a coger el corte- así le decían al hecho de iniciar la jornada de trabajo-, que empezaba con el ordeño de las vacas. Desde esa hora llevaba en bandolera, protegido por una funda de cuero, un radio Sanyo de esos fabricados para durar toda la vida, del que no se desprendía ni siquiera a la hora de acostarse, al punto de que la abuela Ana María solía decir que  de no haber sido por la derrochadera de plata en pilas Eveready se hubiesen vuelto ricos.

A primera hora escuchaba un programa llamado Mañanitas Campesinas, cuya banda sonora era Esperanza, la célebre composición instrumental de Ibarra y Medina. De ahí en adelante seguía una sucesión de noticias y programas entre los que recuerdo La cabalgata deportiva Gillette, La Escuelita de Doña Rita, La Ley contra el hampa, La Castigadora y, claro, Kalimán, El hombre increíble, que al caer la tarde acompañaba con sus aventuras el cierre de la dura jornada transcurrida al sol y al agua.

Fue así como comprendí que la buena radio consiste ante todo en contar historias. Devoto temprano del fútbol, aprendí a imaginar jugadas memorables recreadas en la voz de Carlos Arturo Rueda C y Pastor Londoño Pasos. Escuchando las narraciones de ciclismo, descubrí que vivía en un país donde existían lugares con nombres como Bolombolo, Chiquinquirá o Manzanares.

Y también supe, cómo no, de los horrores de la guerra.

De modo que cuando, al empezar la década de los noventa, me invitaron a participar con notas culturales en Ecos 1360 Radio, una estación independiente de propiedad de la familia Salazar Sierra, no me hice de rogar. Me armé de valentía a la hora de enfrentar el micrófono, aunque  tartamudeé lo indecible- todavía lo hago de vez en cuando- y me sudaban las manos. La primera vez a lo mejor hablé de alguna película presentada en el Cine Club Comfamiliar por esos días. Supongo que se trataba de Nueve Semanas y Media o de Pregúntale al señor Luna, cómo saberlo.

Como cualquier adicto, me quedé enganchado al vicio. Mientras aprendía un montón de cosas me encontré con profesionales del oficio como Albeiro Burgos, Andrés Botero, Juan Antonio Ruíz, dos Óscar Osorio, Ramón Echeverry, Oswaldo Parra, y en épocas más recientes a Hans Lamprea, uno de los últimos reporteros de botas pantaneras. Tampoco puedo olvidar a Marco Tulio Franco, un hombre que compensaba sus limitaciones con una tenacidad única para encontrar noticias.

¿Cómo olvidar que  la emisora fue también escuela para muchos periodistas deportivos? Cada vez que pueden, comentaristas como Orlando Salazar, Hugo Ocampo, Danilo Gómez o Henry Carvajal así lo reconocen.




Con el paso del tiempo me dejé seducir por la tentación de comentar noticias, un buen recurso para auscultar con espíritu crítico nuestra abrumadora y a veces gozosa realidad. Para equilibrar un tanto esas cargas   decidí orientar, con la complicidad de Patricia y Andrés, un programa llamado Ecos de la Cultura, en compañía de Alejandro Patiño Sánchez.

La emisora no era un descubrimiento para mí: en los setenta subí un par de veces sus escaleras, atraído por la curiosidad que me despertaba un programa de rock liderado por un muchacho llamado Carlos Alberto Cataño, hijo de Orlando Cataño Céspedes, el primer director y gerente de Ecos del Risaralda- el nombre inicial de la estación-. Fue a través de Carlos Alberto que descubrí a la banda de rock británica Queen, liderada por el legendario Freddy Mercury.  Y, sorpresas te da la vida, el jueves 23 de febrero de 2023, cuando la emisora celebró su medio siglo de fundada, volví a encontrarme con el ya no tan joven roquero a través de la virtualidad.

Porque fue un 23 de febrero de 1973, seis años después de la creación del Departamento de Risaralda, cuando el dirigente político conservador Jaime Salazar Robledo fundó la emisora que desde entonces ha sido testigo y protagonista de la vida regional. Tan significativo ha sido su papel, que si alguien necesita rastrear hoy el quehacer político, económico, cultural, social y deportivo de Pereira y Risaralda en los últimos cincuenta años con seguridad encontrará en sus archivos una buena fuente documental.

Y aquí es necesario detenerse en un detalle. En el camino he conocido a muchos militantes conservadores que en la práctica son más liberales que quienes se consideran de izquierdas o incluso librepensadores. Lejos de cualquier ortodoxia o fundamentalismo, en su vida hay espacio para todas las ideas, incluso las de sus más viscerales contradictores.

                                                          Jaime Salazar Robledo

A esa condición pertenecen personas como Jaime Salazar Robledo y sus herederos. A menudo me  han formulado en la calle preguntas como la siguiente: ¿Cómo ha hecho esa familia tan goda para suportárselo a usted diciendo al aire lo que da la gana y fustigando a los representantes del poder local y regional?

Mi única respuesta es: respeto y eso no es un detalle menor. El respeto por las ideas y la condición del prójimo es algo cada vez más escaso en el mundo y en Colombia. De modo que debemos valorarlo por partida doble: por lo que significa a nivel personal y por lo que representa en una sociedad aquejada por tan altos niveles de fanatismo y violencia como la nuestra. Así las cosas, si hacer radio consiste ante todo en construir sociedad, Ecos 1360 Radio constituye un buen modelo a seguir. Por eso, a modo de tributo a su medio siglo en la memoria regional, quiero hacer manifestación pública de gratitud a la familia Salazar Sierra. A doña Rosa, a Patricia, Jorge, Jaime y los que se me olviden justo ahora.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=uTEGxVDHpGU

martes, 21 de febrero de 2023

Del malestar a la incertidumbre




Por definición, los seres humanos somos volubles, “variables y ondeantes”, para utilizar la clásica expresión de don Miguel de Montaigne. Y esos adjetivos valen por igual en nuestras actitudes y decisiones tanto en lo público como en lo privado. En el amor o en la política. Eso explica que ésta última sea pendular y vaya siempre de un extremo a otro.

De ahí que no deba sorprendernos tanto la actitud de alarma manifestada por un gran porcentaje de la población colombiana frente a los contenidos y potenciales alcances del Proyecto de Reforma a la Salud, radicado ante el congreso por el actual gobierno nacional el día lunes 13 de febrero de 2023.

Poco tiempo después de que se pusiera en marcha el modelo vigente a partir de la Ley 100 de 1993 empezaron a aflorar las inconformidades frente a la calidad y oportunidad de los servicios, al punto de que pronto   se convirtieron en contenido de campañas políticas del orden local, regional y nacional, que contemplaban “la necesidad de una reforma profunda”, así en abstracto, sin precisar detalles sobre sus contenidos e implicaciones.

En ese ir y venir, no han faltado los alardes retóricos y eufemismos propios de nuestra condición nacional, al punto de que se llamó “Acuerdo de punto final” a un conjunto de medidas plasmado en el artículo 237 del Plan Nacional de Desarrollo, con fecha del 25 de mayo de 2019. En el papel, la medida suponía la solución definitiva al eterno problema de no pago por parte de las EPS a clínicas y hospitales, con el consiguiente déficit que eso representa para la prestación de los servicios a los pacientes.

Como bien sabemos, no hubo punto final. Todo lo contrario: algunas EPS lo utilizaron como mecanismo de dilación y siguieron acumulando deudas. Otras apelaron al conocido truco de cambiar de razón social, complicando aún más el entramado jurídico y financiero.

El malestar no paró de crecer. En la calle, en los medios y en los escenarios políticos, la gente siguió pidiendo una reforma definitiva al modelo.

Durante su campaña a la presidencia, el hoy presidente Gustavo Petro recogió ese malestar y lo convirtió en promesa ante los colombianos. Bien sabemos que, una vez alcanzado el poder, todo político debe convertir sus promesas en leyes. En caso contrario, los ciudadanos le pasarán cuenta de cobro.


                                              Carolina Corcho

Y en esas andamos. La ministra Carolina Corcho radicó el proyecto de reforma y, de inmediato, la oposición anunció que liderará algo así una contrarreforma enfocada a conservar lo bueno del sistema vigente, lo que, en principio, resulta saludable en toda sociedad con pretensiones democráticas.

Llegados a este punto, se pasó del malestar a la incertidumbre.  Y ésta última se alimenta de preguntas y rumores. La primera de ellas obliga a pensar en las bondades y fallas del actual modelo, para fortalecer lo bueno y corregir lo malo.

Para empezar, es difícil negar que se han alcanzado unos niveles de cobertura que, más allá de las discusiones porcentuales, a través del régimen contributivo y el subsidiado ha conseguido brindar   aceptables niveles de atención, sobre todo en las áreas urbanas. Ahora bien, algo muy distinto son los indicadores de calidad y oportunidad en la atención. Y eso pasa por garantizar los recursos financieros, la infraestructura, la justa remuneración de los profesionales de la salud- incluidos los especialistas-, los exámenes diagnósticos y el acceso a los medicamentos, todo ello sumado a una estructura administrativa capaz de garantizar el buen funcionamiento. La relación entre esos factores se traduce en una oportuna y efectiva respuesta a las necesidades de los pacientes y sus familias.

De entrada, el primer escollo a sortear es el de las pugnas políticas. Estamos en un año electoral, en el que se escogerán alcaldes, gobernadores, concejales, diputados y ediles. Además, se empiezan a medir fuerzas con miras a la conformación del congreso, e incluso para la próxima campaña presidencial.  Y bien sabemos que en esas coyunturas priman los intereses personales y de grupo.




¿Qué tan buena disposición tendrán nuestros políticos frente a la reforma?  Esa no es una cuestión menor, porque la aprobación o no depende del congreso. A lo anterior se suma el imperativo de sustraer los debates a las tentaciones ideológicas: la salud, la vida y la muerte no son de izquierdas ni de derechas. El debate no puede centrarse en si es malo o bueno el recurso del presidente de pronunciar sus discursos desde un balcón para divulgar las reformas: lo mismo han hecho sus antecesores, sólo que utilizando otras tribunas: Caracol, RCN, W Radio, Blue Radio, El Tiempo, El Colombiano y todos los demás medios a su servicio.

El llamado entonces es a ser prácticos y realistas. Una buena ayuda puede ser echarle un vistazo al estudio publicado por la Asociación  Colombiana de Clínicas y Hospitales en 2022. Ni el presente es tan malo ni el futuro permite pensar en la perfección.

Según el estudio, a nivel mundial Colombia ocupa el puesto 39 en un listado de 94 países, con un índice de 81.5 sobre 100; 9.8 puntos por encima del promedio general, que fue del 71.7.

Para definir el escalafón entre 94 países, se tuvieron en cuenta los resultados de doce variables en aspectos como esperanza de vida, tasa de mortalidad materna, tasa de enfermedades no transmisibles, incidencia de tuberculosis y años de vida por discapacidad, entre otros.

También se tuvieron en cuenta las variables de insumos como infraestructura, recursos humanos, percepción de corrupción e indicadores de violencia de género en los  países evaluados.

De modo que frente a esos logros en materia de salud no podemos hacer tabla rasa y reiniciar de cero: sería un despilfarro en todos los sentidos. Por fortuna, los funcionarios del gobierno encargados de liderar la tarea ya admitieron lo esencial: hay que edificar sobre lo construido.

Eso exige responder a desafíos como la gestión y vigilancia de los enormes recursos necesarios para materializar la reforma, porque el concepto de gestión territorial implica el riesgo de poner al alcance de los políticos un botín burocrático y financiero que podría echar por tierra todos los planes. Además, debe definirse muy bien la línea que separa las EPS que han hecho bien la tarea de aquellas que constituyen focos de inoperancia y corrupción. No se puede poner a todas en el mismo saco.




Asimismo, la figura de los centros de atención primaria suena tan vaga que un vecino me preguntó alarmado si pensaban revivir los viejos e inoperantes centros de salud ubicados en barrios y veredas. ¿Cómo operarán y en manos de quién estará la responsabilidad directa?

Y lo último, pero no menos importante: los profesionales de la salud. No se trata sólo de que  estén bien remunerados sino de tener los suficientes especialistas. Desde hace décadas vivimos un inquietante éxodo de médicos y enfermeras hacia el exterior en busca de mejores oportunidades.

Los anteriores, son apenas algunos de los retos para la salud en Colombia, no sólo para el gobierno, sus funcionarios, los políticos o los medios de comunicación alineados en distintos bandos. El proyecto de reforma ya está radicado. Es tarea de todos los ciudadanos estar al tanto de sus contenidos y hacer veedurías a sus avances, sin descalificaciones a priori ni fanatismos. Después de todo, hablamos de un derecho fundamental consagrado en la Constitución de 1991 y protegido por la figura de la tutela.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=0D2j4r7322I

 

martes, 14 de febrero de 2023

Esclavos de la salud

 



Siempre pensé que la ensalada de frutas era una forma del milagro. Un goce para los ojos, el olfato, el paladar y, vaya uno a saber por qué misterios de la sinestesia, también para el oído. De niño, cada vez que me sentaba frente a ese plato creía que me iba a comer el arco iris.

Influencias malsanas de los hermanos Grimm, supongo.

Pero no pasaba solo con las frutas. Por humilde que fuera, todo alimento acarreaba consigo una forma de goce. Por algo decían nuestros viejos que “Con buen hambre no hay pan duro”. Piensen nada más en esa maravilla del “calentao”, una delicia gastronómica que, por lo visto, tiene sus variantes en distintos lugares de la tierra, siempre sobre la base de no desechar lo que sobró del día anterior.

Una vez resueltos los apremios de la supervivencia, los pueblos emprendieron el camino del refinamiento y entonces la cocina empezó a parecerse a la alquimia y a la música: un instrumento por aquí, una pizca de este ingrediente por allá, otro tanto de un aderezo recién descubierto por este lado, una cocción a fuego lento y pronto se estaba a las puertas del prodigio. No por casualidad la gastronomía es, al lado de la música, uno de los soportes de la cultura… además de la religión, claro, porque siempre se necesitará de alguien que convoque a la comunión y bendiga el pan.

Pero esas parecen ser cosas de otros tiempos, a juzgar por la instrumentalización de que ha sido objeto la comida, a resultas de la obsesión por la salud y, al parecer, por la inmortalidad alcanzable a través de una mezcla de consumo y abstinencia. Antes de paladear un alimento la gente se pregunta para qué sirve y qué enfermedades evita o provoca. El simple disfrute pasó a un plano secundario.

Bueno, es hora de que les cuente a qué viene todo esto. Hace cosa de una década estaba sentado en un lugar céntrico de Pereira, especializado en   ensaladas de frutas- hay especialistas de todo en este mundo, ustedes ya saben-. Apenas empezaba a regocijarme con mi arco iris de sabores cuando un especialista en el fin del mundo irrumpió en el local y, sin mediar preámbulos, soltó su homilía de juicio final sobre los indefensos parroquianos inocentes de cualquier posible pecado distinto al de una irrefrenable pasión por las frutas.



“¿No saben que se están a punto de envenenarse con esa mezcla?” aulló el tipo a los cuatro vientos. Por instinto miré al administrador del negocio y por una fracción de segundo lo imaginé como un asesino embozado, proclive a mezclarle cianuro o alguna salmonela letal a sus ensaladas. Pero el sabio y buen hombre ya había echado mano de un garrote, dispuesto a expulsar al profeta.  Y lo hubiese molido a palos si este no huye a grandes zancadas, no sin antes inundar el local de folletos a todo color donde se advertía sobre los peligros de cientos de alimentos que, detrás de su apariencia inocente y sugestiva, esconden el mismísimo rostro de la muerte. El nombre del folleto era tan perentorio como el tono del predicador “¡Cuide su salud! ¡Cuidado con lo que come!”.

Nunca me pareció de fiar la gente que escribe titulares entre signos de exclamación. Pienso que su intención es sembrar el pánico para venderle alguna cosa a su audiencia:  un objeto, una idea, una religión, una dictadura, qué sé yo. Pero una cruzada contra las frutas ya era al colmo. La única fruta riesgosa de la que tengo noticia es una variedad de papaya bautizada por los abuelos con el apodo de “Tapaculo”. Ustedes ya imaginarán por qué. Pero una campaña de desprestigio contra la ensalada de frutas ya era el colmo.

Pero qué le hacemos: tengo el vicio de leer todo lo que cae en mis manos, incluidos los folletos de las sectas milenaristas. Y en el folleto de marras pintaban un panorama terrorífico. Según el autor del artículo, el sodio y el potasio a veces se complementan y en otras compiten con ferocidad, al punto de convertir el organismo del comensal en una réplica del Armagedón, el lugar donde, según la tradición bíblica, tendrá lugar la batalla del juicio final.



Es tanto el poder de las palabras que por un momento sentí retortijones en la panza. Imaginar al ángel potasio y al demonio sodio- o al revés- arrojándose rayos, centellas y balas de azufre en mis entrañas me puso mal de veras.  Para colmo, al mirar por el rabillo del ojo, descubrí una inquietante fila de parroquianos que aguardaban ante la puerta del baño. Me temo que muchos de ellos salieron convertidos a la nueva fe y pasaron a engrosar los ejércitos del profeta.

De ahí en adelante todo fue una avalancha: programas de radio, franjas enteras de televisión, revistas impresas y páginas de internet orientadas por “especialistas”, se arrojaron sobre audiencias sugestionables que, sin detenerse a pensar, empezaron a comprar lo bendito y a eludir lo pecaminoso. Se abrieron por centenares tiendas de “alimentos saludables” y toda suerte de pastillas y pócimas para eludir el dolor y prolongar la vida. Pero ese es otro asunto: ignoro qué pueda significar a escala cósmica vivir diez años de más o de menos. A lo mejor la exuberante piña o la jugosa papaya puedan explicarnos algo al respecto.



Los escritores de origen judío nos familiarizaron con el concepto de comida Kosher, una tradición que se remonta a antiquísimos tabúes tribales que definían la identidad de la comunidad a partir de una serie de prohibiciones, con su correspondiente catálogo de recompensas y castigos. La más conocida para nosotros, es de lejos, la relacionada con el consumo de carne de cerdo. En este caso, lo Kosher es lo permitido, lo que se ajusta a las formas de la ley hebrea.

El escritor Rigoberto Gil sugiere que detrás de la comida vegetariana alienta una nostalgia por la carne.  ¿Sentiremos alguna vez nostalgia de las frutas? ¿Estaremos acaso ante una versión revisada de lo kosher aplicada a las frutas? ¿empezarán a vendernos bananos sin potasio y papayas sin sodio aptos para creyentes de la nueva fe? Todo es posible cuando se desata una cruzada, sobre todo si echa raíces en esta esclavitud de la salud que  se ha apoderado del mundo con  su inevitable legión de mistagogos y terapeutas.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=b56SnP73CzQ