jueves, 25 de febrero de 2016

Desastre sustentable




 La imagen es de todos conocida: miles de ciudadanos chinos se desplazan por las calles de  una   ciudad industrial, en medio de una densa nube de humo y  “ protegidos” con tapabocas. Es la postal de ese curioso engendro surgido tras la muerte de Mao y la consiguiente purga de sus colaboradores : comunismo político y capitalismo económico. Es decir, burocracia  férrea y neoliberalismo rampante.
 Cuando se  les pregunta sobre compromisos en materia ambiental  los funcionarios chinos responden con una sinceridad  que exaspera a los movimientos verdes : “ Si queremos sacar de la pobreza  a mil millones  de habitantes no podemos ponernos con sutilezas.  Con formas de producción propias de la Edad  Media ni siquiera podremos garantizar  la dieta diaria de nuestra población. Así que no tenemos otra salida que seguir adelante, así nos sancionen una y otra vez por incumplir los protocolos  en materia de contaminación”.
Suena cínico, pero al menos los burócratas chinos son honestos. Su postura expresa a cabalidad la esencia misma del capitalismo : producción, consumo, derroche y vuelta a producir y consumir  hasta que no haya nada que explotar y entonces a lo mejor los más privilegiados emigren a otro planeta del sistema solar. Ajenos a todas esa falacias  sobre el desarrollo sustentable y sostenible, los herederos de los antiguos mandarines les  hacen  el quite a los pactos, porque saben que  no los van a cumplir.


  Al menos  eso los diferencia del resto de integrantes del grupo de los más ricos, que firman cuanto papel les ponen al frente: emisión de gases,  calentamiento  global, manejo de  residuos tóxicos, vertimientos  a las aguas.  A la hora de evaluar los acuerdos todos tienen sus razones para haberlos violado: la productividad de  las empresas y la generación de empleo, las protestas obreras o los altos intereses de la nación. Basta con que una gran corporación de la industria farmacéutica, petrolera o   del negocio informático amenace con retirar su apoyo  financiero  a los políticos para que toda la palabrería sobre desarrollo sustentable y sostenible se diluya en el aire. Esa es la realidad. Lo otro es el catálogo de buenas intenciones de todos esos movimientos  surgidos tras el derrumbe de las  grandes ideologías y que hoy se empeñan, según la expresión al uso, en “salvar al planeta”. Aquí nada  nada más en Colombia, como en todas partes, las grandes transnacionales imponen  ministros y funcionarios de bolsillo, escogidos a la medida de sus intereses. A quien los denuncia lo acusan  de mamerto, de enemigo del progreso o lo cagan a tiros en algún recodo del camino.


 Tengo un vecino  en mi blog, aquí al lado, el boliviano José  Crespo de El perro rojo http://perropuka.blogspot.com.co/. Dueño de una pluma corrosiva y de una especial capacidad para los detalles Crespo  nos mantiene enterados sobre esa curiosa variante del folclore latinoamericano que es Evo Morales. Entre muchas otras cosas, el presidente  de Bolivia se la pasa suscribiendo cuando tratado internacional existe sobre  conservación ambiental y protección de la madre tierra. La pregunta obligada es: ¿ Cuál puede ser la  participación  porcentual de Bolivia en la destrucción del planeta? Por supuesto, es mínima, por no decir nula en comparación con Estados Unidos , Japón, Alemania  Reino Unido y los otros dueños del mundo, es decir, sus corporaciones. Lo que ellos no firman lo  hacen Morales y sus equivalentes en todos los lugares de la tierra. Para tranquilizar la conciencia y de paso evadir uno que otro impuesto, estas transnacionales  financian  organismos consagrados a cuidar riachuelos, limpiar veredas  o impulsar jornadas de día sin carro o de amor a los árboles. De esa manera pueden seguir tranquilas su senda devastadora mientras pronuncian discursos conmovedores sobre la inclusión, la equidad y  el desarrollo sustentable.

jueves, 18 de febrero de 2016

El hombre según sus perros




 Parecía la escena de una de esas películas delirantes de Federico  Fellini o Carlos Saura: un montón de perros  de distintas razas adornados con moños y gorros de colores, arrastraban a sus amos  hasta el centro del parque de Los  Álamos en Pereira. Sobre una mesa adornada con festones los esperaba una enorme torta con forma de hueso.
La jauría jadeaba y ladraba, mientras hombres mujeres y niños hacían lo propio. Un anciano con cara de jubilado próspero anunció con voz entrecortada que su perro Beto estaba cumpliendo el primer año de vida. Ese era el motivo de la fiesta. La turba humana prorrumpió en una salva de aplausos mientras algunos vecinos, curiosos, se asomaban a los balcones de los edificios.  Respondiendo a alguna señal secreta que no alcancé a captar, todos desenfundaron sus teléfonos y  cámaras digitales enfocando ora a Beto, ora a su dueño o a la veintena de animales invitados al agasajo.
Olvidaba un detalle: había, además, dos gatos  colados que todo el mundo ignoró.
Y mierda de perro. Mucha mierda de perro.


Contemplándolos, entendí por qué  tantos afirman que ya no hay redención para la tribu humana, tal es su grado de desesperación.
Por lo visto, a nadie se le ocurrió pensar en lo más elemental: el homenajeado ignoraba que asistía a su propio cumpleaños, como lo ignoraban todos sus congéneres aulladores. A diferencia de  los humanos,  su vida transcurre fuera del tiempo, esa invención de seres atribulados  por la fragilidad y por eso mismo creadores de dioses y consuelos.
La parranda humano  perruna  alcanzaba por momentos el paroxismo. Una anciana con el pelo teñido de color  morado arrojaba puñados de confeti a la concurrencia que, agradecida, la recompensaba con decenas, cientos de fotografías  tomadas con sus teléfonos y multiplicadas por el mundo a  través de WhatsApp.
 Como corresponde a un país de retóricos, uno de los asistentes  hilvanó un discurso, interrumpido de inmediato por el griterío: en estos curiosos ritos modernos no hay mucho lugar para las palabras.
Fracasados en el intento de comunicarnos con el prójimo a través del amor, la amistad o la complicidad, nos volcamos ahora sobre el reino animal con la desesperada esperanza de los náufragos.


Sobra advertir que la escena me capturó desde el comienzo. Contemplándola, recordé  el episodio de histeria desatado en las redes sociales por la muerte de un perro  apuñalado por un transeúnte que se sintió atacado.
Ese día mi mente hizo ¡Plop! Por supuesto, se trataba de un acto terrible, incluso imperdonable... pero ¿No mueren todos los días personas apuñaladas o acribilladas a tiros y a nadie le indigna  eso? Algo irrecuperable debe haberse desmoronado  en nuestro interior para que sucedan cosas tan extrañas como esas: la fiesta de cumpleaños de un perro; la indiferencia ante la tragedia humana contrastada con la exasperación ante el sufrimiento animal; la incomunicación de los parroquianos reunidos en  un parque.  Esa  torta con forma de hueso destacaba  en medio de todo como el símbolo de unos tiempos signados por la banalidad.  Parecía el anuncio de una cruzada. Como la Cruz Gamada; como la hoz y el martillo. Quién sabe. A  lo mejor esas personas estaban plantando  los cimientos de una nueva y singular religión cuya divinidad es el vacío. Nada más que el vacío.

lunes, 8 de febrero de 2016

Le nostre vite




 “ Al´ improvviso con lo sguardo/ cerchiamo un modo di raccontare/che cosa abbiamo fatto delle nostre vite”.
Ya lo han dicho tantos: “Traducir es traicionar”. Quien intenta trasplantar una imagen, una idea, un concepto de un idioma a otro, corre el riesgo de extraviarse en  insondables meandros.  A lo mejor en ese tránsito se pierde  la esencia del original, nos dicen. Eso , suponiendo que exista una “ esencia”, que un texto no sea todo esencia.
Pues  bien, el poeta italiano Emilio  Coco se dio a la tarea de verter  a ese idioma un grupo de poemas escogidos del colombiano Giovanny Gómez publicado bajo el sello Raffaelli Editore. Son ciento veintisiete páginas en las que se condensa un arte poética   dirigida a bucear , con palabras distintas, en los viejos tópicos de la poesía : el tiempo, el amor, el silencio, la noche, la muerte, el insomnio, el olvido.
¿ Qué clase de palabras pueden servirnos para nombrar- es decir, para recordar- un mundo que se disuelve apenas visto? Si la dicha de un beso ya es olvido antes del último  estremecimiento, la tarea del verbo- hacerse carne- se  resume en el oficio de Sísifo.  Empujamos nuestra experiencia del mundo ladera arriba, donde el tiempo, impasible  como todas las divinidades de su estirpe, nos la devuelve hecha  guijarros que debemos  recomponer  para reiniciar la tarea.

                                                             Giovanny Gómez

Como buen poeta, Emilio Coco sabe que la belleza de este oficio reside en su inutilidad esencial. Por  eso emprende la tarea  con la  paciencia de los viejos  tejedores. Si el poema es la casa donde alienta el misterio de un solo verso, el trabajo  del traductor exige un esfuerzo por partida doble. Deberá ahondar en las claves  de la lengua donde fue gestado para buscar, no un sinónimo, sino  una manera de decir que se aproxime a esa semilla. De a ahí lo estéril de las traducciones literales.  En poesía no se trata de trascribir sino de aproximarse en un sobrevuelo que debe  evitar las colisiones. Amor o muerte no quieren decir lo mismo para los  herederos de Dante o Shakespeare que  para los hijos del  Caribe  habituados a otras  turbulencias de la sangre. Los buenos traductores lo saben y por eso se  acercan con cautela al objeto de su exploración : un paso en falso y la vasija donde alienta el misterio de las palabras puede romperse en mil pedazos.
“Queste porte aperte/ alla notte del corpo.  “Estas puertas abiertas/ a la noche del cuerpo”. He ahí un buen  punto de partida para empezar el largo, tortuoso y gozoso camino  que conduce a una buena traducción. Por supuesto, no nos hablan aquí del cuerpo  clasificado por los anatomistas  o convertido en fetiche por los autores  de manuales eróticos. La presencia de la puerta nos remite al cuerpo- puente- abismo tendido entre la vida y la muerte. Si la puerta es umbral, la muerte deviene  imagen de la vida ... o al revés, si  nos atenemos al viejo juego de los espejos enfrentados.


Lector  devoto de los versos de  José Manuel Arango, Giovanny Gómez conoce el valor de la pausa, del silencio. En esos resquicios se adentra   Emilio Coco para devolvernos desde otra lengua, la de Petrarca, la nuez de  este libro de poemas titulado, no por casualidad : Palabras que saben morder en los sueños. El traductor escudriña en esas pausas para morder, ya no los sueños, sino las palabras que los roen, como  roen a todo el que se enfrenta a un buen texto. Y entonces “ De repente con la mirada/ buscamos una manera de contar /  qué hicimos con nuestras vidas”