jueves, 28 de enero de 2016

Al caer La Tarde




 A finales del año anterior se conoció  la noticia de la compra del Periódico La Tarde por parte de los dueños de El Diario del Otún, el otro periódico de Pereira. Por considerar que ese tipo de monopolios erosionan los contenidos, el enfoque y la calidad de cualquier medio de comunicación,  he decidido no continuar con la publicación de mi  columna dominical en La Tarde. Les comparto entonces la última.



YA CON ESTA ME DESPIDO
Por  : Gustavo Colorado Grisales

Primera lección  de periodismo: uno debe prestar atención  a los rumores, así resulten infundados. Lo que no se puede hacer es desdeñarlos y correr el riesgo de que resulten ciertos.
“Los dueños de El Diario del Otún adelantan negocios para comprar el periódico La Tarde”, decía el mensaje en mi correo electrónico. En cuestión de un par de horas, tres fuentes serias lo daban como un hecho.
Entonces  empecé a preocuparme. Lo de menos era la improbable filiación  política de los dos periódicos que en las últimas  tres o cuatro décadas  han competido por  el mercado  de lectores en Pereira y Risaralda. Al fin y al cabo, ser liberal o conservador  significa bien poco en un mundo donde los intereses privados desdibujan toda  frontera, en detrimento de lo público.
Mi desazón obedece pues a otros motivos. He dedicado buena parte de mi vida a luchar por la defensa de valores como la libertad, la independencia, la autonomía y el juicio críticos  en tanto elementos claves para forjar  tanto la identidad individual  como la colectiva: sin individuos autónomos no hay sociedad digna de ese nombre.  Uno de los escenarios básicos para la creación y fortalecimiento de esos valores es el de los medios de comunicación.

 La concentración de los medios en  pocas manos  representa una amenaza para esa visión de las cosas, aquí y en cualquier parte del mundo. Abundan los ejemplos para ilustrar cómo la absorción de un medio de comunicación por parte de un grupo de poder  económico supone la erosión de parcelas enteras de la vida social y por lo tanto de los discursos y prácticas políticas.
Durante   tres lustros  he sido huésped del periódico La Tarde, que me ofreció un espacio para la  difusión y defensa de mis convicciones. Ni los anteriores ni los actuales directores  y editores interfirieron para modificar un solo signo de puntuación... salvo Juan Antonio Ruíz, quien hace unos meses me recordó que Hostia se escribe con  H.
Como   muchos lo  han postulado ya, pienso que   la ausencia de disenso  resulta fatal en todas las instancias de la vida. Son el debate y las contradicciones  los que al final enriquecen nuestro mundo. Un contendor  agudo, vital, inteligente y lleno de argumentos nos revitaliza  y nos obliga  a permanecer atentos al curso de los sucesos. La carencia de todas esas cosas nos vuelve débiles y torpes.
El periódico La Tarde nació  en 1975, luego de ocho años de  creado el departamento de Risaralda. El Diario del Otún lo hizo poco más de un lustro después.  Así que los dos, cada uno a su manera, han sido testigos de  las transformaciones sociales, políticas y culturales de la región. Por eso mismo ambos  han influido en la definición de los rumbos a seguir. La desaparición de uno de los dos o su absorción por el otro representa un enorme retroceso.


 A lo anterior debe sumarse la situación laboral de quienes hasta  la fecha  prestan sus servicios  en uno   y otro periódico. No es ese el caso  de los columnistas, que  desempeñamos otras actividades y disponemos, por lo tanto, de distintas formas de supervivencia. Desde el momento en que empezaron a circular los rumores  la incertidumbre se  apoderó de periodistas, técnicos, empleados administrativos y comerciales. Condiciones de contratación, niveles   salariales, permanencia o despidos. Esas pequeñas certezas sobre las que se edifica la vida cotidiana. Cuando se dieron, las respuestas nunca fueron claras.
Con los rumores convertidos en hechos y ante la amenaza implícita en toda forma de monopolio, doy por terminada mi presencia en estas páginas. Agradezco a editores, lectores y directivos haberme acogido durante tanto tiempo.
Espero poder continuar este gratificante diálogo en  httpp://miblog-acido.blogspot.com
Hasta pronto.

jueves, 21 de enero de 2016

El poder insomne




  Quienes  detentan alguna forma de poder  duermen poco. Se despiertan varias veces en la noche, sudorosos y alarmados. Temen perder  sus lingotes de oro,  su sillón presidencial,  los reflectores de su fama, su séquito de  aduladores o su escritorio gerencial. Mejor dicho, para ellos no vale el dicho aquél de “dormir a pierna suelta”. Todo lo contrario: muchas veces prefieren hacerlo  parados, como los caballos. Así pueden reaccionar más rápido ante  la irrupción  de posibles asaltantes, que no son pocos.
Porque el poder propio desata la codicia ajena, y con  ella  nace la paranoia,  la sensación de ver  perseguidores, reales o inventados, por todas partes.
Un vecino bastante poderoso- o eso cree él- desarrolló unos hábitos  por lo menos curiosos: de día consume cocaína  para mantenerse  alerta y al ritmo de las exigencias de su mundo y de noche se atiborra de somníferos para obtener  una pizca de sosiego  artificial. Más curioso todavía: quienes lo rodean lo consideran un triunfador o “un hombre exitoso” como dicen en los manuales de auto superación.
Leo biografías de reyes, celebridades, magnates, gobernantes y otros especímenes y encuentro una legión de seres habitados  por el miedo. Y este último puede engendrar cosas terribles. Como el totalitarismo, para mencionar solo una de ellas. Stalin, por ejemplo,  persiguió por todos los rincones de la tierra a  León Trotski y no descansó hasta que un  fanático  de apellido  Mercader acabó con su vida destrozándole el cráneo con un pico de alpinista en su refugio de Coyoacán, México.

                                                León Trotsky ( centro) , en México

En Colombia el miedo   a los terratenientes creó las guerrillas comunistas. Años después, el miedo a estas  sirvió de justificación   a los paramilitares.  Los amigos de estos engendraron a su vez  los ejércitos  anti restitución de tierras. Y así vamos, cabalgando en ese potro de horrores  llamado Historia Patria.
Paso a los asuntos de la vida privada y el panorama no mejora. “La maté porque tenía miedo de perderla”, tituló uno de  esos periódicos  cuya lectura deja las yemas de los dedos tintas de sangre. Estamos aquí ante una forma del pavor que es a la vez visceral  y metafísica: la desencadenada por el poder sexual, que en muchos sentidos resume  a todos los demás. El temor a perder el cuerpo del otro y con él  la posibilidad de controlar su vida, es quizás el más hondo de todos. Tanto, que la expresión  “crimen pasional” todavía lleva implícita una carga  de justificación. Hasta hace poco tiempo, el derecho penal consideraba como atenuante de un crimen  “la ira y el intenso dolor” provocados por los celos.


 Los   teóricos de  la guerra  afirman que la mejor defensa es el ataque.  El guerrero teme tanto a su enemigo, es decir a la posibilidad de que este invada su territorio, que opta por aniquilarlo antes de que él haga lo propio. Esa misma premisa  se aplica en  todas las facetas de la vida en que un alguien  quiere ocupar el lugar de otro. En el mundo de los negocios lo llaman libre competencia de los mercados. En el de las pugnas religiosas recibe el nombre de lucha contra los herejes. En el caso del poder político prefieren  hablar de defensa de los principios.  La potencia de turno se siente así autorizada  a aplicar el principio de  tierra arrasada en nombre de esos valores. 


Por eso ninguno duerme. Todos ven conspiraciones, asaltantes, trepadores, advenedizos o sustitutos dispuestos a ocupar su lugar al menor descuido.  Para ganar un poco de tranquilidad levantan muros a la medida de sus temores. En la alta noche, cuando  los mortales  duermen a pierna suelta, es posible ver sus sombras deslizarse por los pasadizos del reino. De vez en cuando bostezan y añoran. Bostezan y añoran. No se sabe qué, pero añoran.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

jueves, 14 de enero de 2016

El camino del maíz




 Doña  Helena, la señora que vende golosinas de sal en una esquina de la carrera diez, en el barrio Berlín  de Pereira, está a punto de revolucionar uno de los productos claves en la identidad gastronómica  de la región andina colombiana: la arepa, esa especie de pan de maíz, que al lado de los fríjoles y la panela fue  la única fuente de sustento para tantas generaciones. Lo suyo es simple: dentro de poco empezará a vender arepas transparentes, por obra y gracia de los precios del maíz, que convirtieron  en objeto de lujo un alimento que  desde  hace siglos acompaña la dieta diaria de millones de personas en Colombia. Además , lo dice con un invencible humor negro: para  comprar  sus insumos a unos topes que se incrementan cada mes  y seguir sosteniendo  el precio  para sus clientes, sus arepas  tendrán  que  hacerse cada vez más delgadas, al punto que amenazan con alcanzar los límites de la transparencia. “Al menos así pueden mantener la ilusión de que están comiendo, como el que se conforma con mirar la foto de la novia  ausente” sentencia con una lucidez que ya desearían para sí los tecnócratas que diseñan las políticas agrarias y firman los tratados comerciales en esta tierra del nuca jamás.

 
Ya los mexicanos lo habían sufrido tanto que organizaron protestas  para defender el derecho a la entrañable tortilla que constituye la base de su  dieta diaria. Lo más grave de todo es que en ambos casos no se podrán  sustituir esos alimentos   con pan fresco, porque los derivados del trigo hace tiempo se convirtieron en una exquisitez impensable  para esa mayoría de la población que se ejercita en el milagro diario de la supervivencia. Así van las cosas en el que, según los ministros de economía de los países más ricos, es el mejor de los mundos   posibles: un paisaje donde la opulencia de unos contrasta con el  drama de millones que deben renunciar al    disfrute de las cosas que durante mucho tiempo produjeron en  sus huertas caseras.
“Ese es el mundo”, responde- cínico- un  administrador recién graduado A la frase le falta, por supuesto, el complemento: “Ese es el mundo que nos interesa”, debería decir. Ese mundo se expresa   en  acuerdos que  poco tienen de tratado y mucho de imposición.  Al tenor del discurso de la globalización desactivan y  paralizan la  producción en países enteros, garantizando así mano de obra, materias primas y condiciones tributarias  enfocadas a asegurar  las ganancias. 


A  ese panorama debemos sumarle  la última conquista  del capital: resulta que   los productos de la tierra  ya no se  destinan a  alimentar a  la gente, si no a llenar los vientres de  los automóviles y las máquinas que se  multiplican a un ritmo demencial, propiciando que los mismos gobiernos y sus aliados en el sector privado estimulen la apropiación de la tierra para destinarla al  negocio de los biocombustibles.  Por ese camino, además del maíz, productos  como la yuca y el  arroz han  pasado a formar parte del catálogo de privilegios monárquicos, al lado del faisán, el caviar y las trufas.
Los resultados de esas  decisiones letales saltan a la vista :  los granos dorados que aparecen en  los mitos  fundacionales de tantos pueblos como el origen mismo del hombre americano y que le han servido a  sucesivas generaciones  para sobrevivir y alegrar la existencia con la  diversidad  de pequeños prodigios que van de  la tortilla a la arepa, pasando por las cremas, las tortas y la mazamorra,  acabaron por  volverse tan  costosos que  en su puesto del barrio Berlín doña Helena decidió recurrir  a la última y desesperada fórmula de amasar arepas transparentes.