miércoles, 29 de marzo de 2023

Decir amigo





Pongamos las cosas en su lugar: como tantos lo han dicho ya, considero que la violencia es la expresión misma del fracaso  de la inteligencia como forma suprema de lo humano.

Por definición el violento  renuncia al diálogo en tanto instancia para la solución de los conflictos públicos  y privados .

Hechas esas precisiones, paso a ocuparme  del momento que vive hoy mi amigo Julio César González, a resultas de las denuncias publicadas por ese siniestro personaje  llamado Abelardo de la Espriella, tan caro a lo más oscuro y tenebroso del poder político y económico en Colombia.

No quiero referirme a Matador, el personaje que Julio se inventó y que acabó por arrasarlo. Nos perderíamos en ese laberinto de espejos de la fama del que ya se han ocupado muchos.

Insisto: hablo  de Julio, así a secas, sin apodos. El compinche, el roquero, el fiel devoto del Deportivo Pereira, el indómito  gamín de barrio que alienta en su sangre , muy  a pesar de las seducciones y oropeles de la fama.

El papá de dos hijos y el buen esposo- sí: el buen esposo-  de su mujer. El solidario capaz de echarle una mano al que va en caída libre. Mejor dicho, al que va " de culos pal estanco".

El bohemio de otros tiempos, con el que, sobrio o ebrio, atravesé las legendarias noches pereiranas. El mismo que hace diez años madrugó a contarme, contrito , confundido y abochornado, que en medio de una borrachera había golpeado a su esposa, una mujer valiente y decidida que luchó toda su vida para sobreponerse al infortunio. Supe además de la denuncia interpuesta en ese momento.

Sé por eso mismo, que  una vez pasada la indignación inicial, su mujer se propuso hacer borrón y cuenta nueva, poniendo de paso unas condiciones que, me consta, Julio se ha encargado de cumplir con creces.

Mejor dicho, como escribió en su cuenta de twitter, el hombre asumió su error y decidió recomponer el  camino. Esa decisión implicó, entre  otras cosas, decir  adiós a una bohemia que rayó en la leyenda.

Así las cosas, supondría uno que a estas alturas ese episodio pertenece a su vida privada y a la de su familia. Sin embargo, sabemos muy bien que los llamados "personajes  públicos" se alienan de ese derecho tan caro al resto de los mortales.

Por eso, en el mundo del poder no hay " caso cerrado". Con frecuencia asistimos, como buenos caníbales, al banquete donde se exponen y degustan las debilidades de un poderoso o de alguien que aspira a serlo. Que si el arzobispo fue cliente de burdeles, si al  presidente le gustó la cocaína o el empresario experimentó una irrefrenable pasión por los muchachos imberbes.

No importa si esas cosas sucedieron hace medio siglo: en las pugnas por el poder se vive en un eterno presente.

De modo que  en mala hora le tocó el turno a mi querido Julio. En realidad a sus  enemigos les tiene sin cuidado si una vez golpeó a su mujer y si esta hoy lo considera un asunto saldado. Lo que quieren es cobrarle  la tozudez con que ha denunciado y fustigado sus corruptelas y sus crímenes. Quieren vengarse de  su condición de hombre de izquierdas, lo que consideran un delito. Ya me los imagino contratando un escuadrón de excavadores a sueldo hasta dar con ese episodio violento y reprochable de hace una década.




¿ Qué logran con eso? Pues joderle  la vida y jodérsela de paso a una familia de la que formo parte.

¿ Y qué consigo yo con esto? Pues nada, salvo sacarme la mala leche de encima, antes de irme a la cama convencido más que nunca de que el poder, toda forma de poder, es una gigantesca montaña de  mierda a  la cual nadie puede siquiera acercarse sin terminar oliendo a mierda.



PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=Pt6CGZ33PMk



martes, 21 de marzo de 2023

Mistrató, la danza de las loras



Entre Jesús y Karagaví

El jueves 24 de agosto de 2017  empezó la romería.

Una docena de  camperos  Carpatti provenientes de distintos lugares del país partieron desde el poblado de Mistrató rumbo al resguardo indígena de Purembará. La comunidad se aprestaba a celebrar los treinta y nueve años de vida administrativa con un evento en el que se afirmaban las convicciones políticas y el patrimonio cultural de un pueblo perteneciente a la etnia embera- chamí.

La caravana, en la que destacaban los coloridos vestidos de las mujeres y los collares y pectorales de los hombres,  bordeó   las aguas del río san Juan hasta  un sitio conocido como El Mandarino.

A partir de ese sitio, hombres, mujeres, niños y bestias cargadas con mercados ascendieron por una escarpada ladera plagada de desfiladeros   a los que resulta fácil despeñarse al menor descuido.

Es la misma ruta seguida por los misioneros y los colonizadores que desde  hace  varios siglos practican tanto el pastoreo de almas como el desmonte y el cultivo de tierras para la supervivencia.

Hasta estos parajes llegaron los antepasados de Miguel González,  un clan de baquianos  vecinos de Jericó, Andes y Jardín que hicieron el recorrido a pie  siguiendo la leyenda del oro que se encontraría a manos llenas en los ríos del Chocó, allá muy adentro a dos días o, mejor dicho, a  cuatro paquetes de tabaco de  distancia.

Así medían  el tiempo y el espacio estos hombres y mujeres: según el número de tabacos fumados en el recorrido.

En 2017 los asistentes  al encuentro midieron el tiempo en sus relojes digitales de origen chino y en las pantallas de sus teléfonos móviles.

Es más, durante la travesía de un bosque particularmente espeso, todos alcanzaron a sentir una variante moderna de la angustia metafísica. Fue  en el momento en que se perdió la señal satelital.

Algo así como si los israelitas perdieran a su Moisés justo en la mitad del Mar Rojo.

Al llegar a Purembará, luego de tres horas de  ascenso, los peregrinos se  toparon de frente con un  símbolo  viviente de  su propia historia: un ritual indígena inspirado en vivencias ancestrales,  al lado de un templo católico  cuyo nombre no podía ser más certero: Nuestra señora del Carmen de Purembará.

A lo anterior se sumaron otros elementos: amplificadores  en los que sonaba el reguetón, más teléfonos móviles y mucha, muchísima comida chatarra, sobre todo  Big Cola y papas fritas.

La expresión precisa de lo que unos llaman globalización y otros prefieren definir como colonización pura y dura.




 

La danza de las loras

Tanto los indígenas como los colonos se  acostumbraron a iniciar la jornada diaria con la algarabía de miles de loras que encuentran su alimento en los árboles de estos bosques que se conectan a través de cientos de trochas con las selvas del Chocó profundo, donde  se dan  las riquezas y las serpientes por igual.

Una de esas familias anónimas que no aparecen en la lista de los fundadores fue la de Miguel González. A sus noventa y cuatro años, disfrutando de un café mañanero en  la casa de su parcela en Guática, rememora los días de su niñez cuando se hizo al camino en compañía de sus mayores.

“Eso fue un recorrido hecho a pata limpia, porque ni para zapatos había. Recuerdo que un día mis padres nos dijeron: alístense que a las dos de la mañana salimos. Eso sí, nunca nos dijeron para dónde, porque ni  ellos mismos lo sabían. Igual habían hecho otras familias y con ellas se armó una recua de mulas en las que se cargaban los víveres y las mujeres embarazadas o las que llevaban niños de brazos. Los demás a voliar pata. Yo tendría unos siete años y me terciaron al hombro un líchigo con panela y un pedazo de carne salada. Esa era  la comida para la jornada. Al llegar al punto escogido para dormir se  prendía un fogón para preparar fríjoles y aguapanela. En  la misma candela se asaban las arepas para el desayuno y la comida del día siguiente. De almuerzo, ni hablar, porque teníamos que aprovechar la luz del día, lloviera o hiciera sol, para avanzar lo más que pudiéramos.

“No recuerdo cuántos días nos demoramos para llegar al caserío de Mistrató. Pero si tengo viva la dicha que sentimos cuando nos metimos a las aguas del río. Fue como un día de fiesta para todos. Fuimos a  misa, compramos algunas cosas para el resto del camino y a seguir voliando pata. Allí nos separamos. Varias familias   iban en busca de  monte para  tumbar y cultivar en tierras de los indígenas y otras, como la mía iban  en busca del oro. Unos paisanos les habían contado a nuestros padres que a nueve horas de camino  encontrarían un sitio en el que  abundaba el oro, pero la verdad  es que no recuerdo haber visto mucho. A lo mejor llegamos tarde o nos instalamos en el punto que no era.”




Largo y culebrero.

Pero de lo que si supieron  sin excepción todos los aventureros  fue  de la abundancia de serpientes  en  un bosque que a cada paso se convertía en selva. La coral, la rabodeají  y sobre  todo el temible verrugoso  eran una amenaza constante. Todavía no habían llegado los tiempos  de las botas pantaneras y la gente se adentraba en esos meandros descalza  o en alpargatas, que es casi lo mismo.

“Las mordeduras eran el pan de cada día”, dice Miguel y se santigua agradeciendo a todo el santoral el haber recorrido sano y salvo el camino de ida y vuelta. “Los que conocían las contras para el veneno eran los indios y a veces ni ellos se salvaban. Además, todavía nos faltaba un buen trecho para llegar  a esas tierras. Por eso mucha gente murió y quedó enterrada en medio del rastrojo. Uno podía encontrarse con personas a las que les faltaban dedos, la mano, el brazo o el pie. Cuando las mordía una culebra el único remedio era cortarse con el machete la parte donde el animal había clavado los  colmillos ¿Ahora entiende por qué se habla de un camino largo y culebrero?”

El camino de Nazareth

El historiador Alfredo Cardona  Tobón narra en su blog   que en 1892 el gobierno del Cauca creó el distrito de Nazareth. Su cabecera era  Guática, con jurisdicción sobre los  caseríos de Arrayanal y Quinchía. En ese momento, algunos colonizadores de origen antioqueño, cuyos apellidos es posible  rastrear hoy entre los habitantes más prósperos de Mistrató, ya se habían apoderado de salados, minas y tierras pertenecientes hasta entonces  a los  pueblos indígenas.  Era tan fuerte esa presencia que hasta las bandadas de loras que le dieron nombre al poblado- En lengua embera Mistrató quiere decir Río de las loras- empezaron a emigrar a otros lugares, puestas en fuga por los  perdigonazos de los cazadores.

Es en abril de 1923 cuando se crea el municipio de Risaralda,  del cual formaban parte los corregimientos de Arrayanal y Mampay,  a su vez pertenecientes al Distrito de Belén de Umbría y por el corregimiento de san Antonio del Chamí, adscrito a Pueblo Rico. Toda una urdimbre de trochas  conectaban a Mampay con Pueblo Rico. Indígenas y colonizadores se cruzaban muchas veces en ese ir y venir. En algunas ocasiones, siguiendo viejas costumbres, los aborígenes se postraban ante los intrusos y en otras oponían alguna resistencia.

Miguel González  recuerda en su casa de Guática que un día él y los suyos  pusieron pies  en polvorosa  ante una arremetida indígena.

“Aunque muchos  se habían pasado a la fe de Cristo y habían bautizado a sus hijos con nombres como Jesús, María y José, para no hablar de los apóstoles, a nosotros nos tocó salir corriendo un día, perseguidos por unos cien indios en pelotos que no   querían saber nada de blancos en sus territorios. Y nosotros sí que éramos blancos, y de ojos azules, para acabar de completar.  El susto fue tan verraco que dejamos abandonadas un par de bestias y un bulto de comida. Fue por eso que nos tocó alimentarnos de plátanos  y frutas que encontrábamos entre el bosque. Ahora que lo pienso, creo que ellos tenían la razón: éramos nosotros los que nos estábamos metiendo sin permiso a sus tierras”.

Entre la integración y la resistencia.




Así  ha transcurrido siempre la historia de estos territorios, desde la llegada de los primeros misioneros y colonizadores: entre la fascinación por los nuevos dioses y  la necesidad  de ponerse al amparo de sus divinidades ancestrales. Entre el deslumbramiento  ante los utensilios y armas de los aventureros y el imperativo de conservar los instrumentos utilizados para relacionarse con el mundo.

Algunos vestigios  de esos universos enfrentados pudieron verse a partir de ese jueves  24 de  agosto de 2017, durante la celebración de los   treinta y nueve años de vida administrativa  del resguardo  de Purembará.

Tanto, que  durante la segunda jornada las fuerzas en tensión alcanzaron un límite: un rito de bautismo planeado  un par de meses atrás en el templo de Purembará coincidió con los actos centrales del encuentro.

El gobernador del resguardo amenazó incluso con  enviar a la guardia indígena a suspender la ceremonia.

 Juliana Rojas, rasgos mestizos, voz vehemente  y ademanes desafiantes es toda una muestra viviente de  mochilas, collares, pulseras  y brazaletes confeccionados en la zona. Ha hecho un alto en sus estudios de antropología para hacerse presente en el encuentro.

Para lograrlo  abordó un bus en Popayán, viajó en un vehículo oficial desde Pereira hasta Mistrató y allí se colgó de un campero Carpatti que la  condujo a El Mandarino. Con un pesado morral  a la espalda recorrió las tres horas hasta llegar al resguardo al caer la tarde de ese jueves 24 de agosto.

“Aquí no se trata de invocar el purismo, un imposible en cualquier sociedad que aspire a mantenerse viva sin convertirse en  un objeto de museo. Claro, debemos buscar un punto de encuentro  entre los pueblos sin que uno  avasalle al otro. Pero también es necesario  luchar para que se entienda algo esencial: como todas las poblaciones habitadas en principio por pueblos indígenas y posteriormente sometidas a  la llegada de colonizadores, Mistrató ha vivido una lucha desigual, acelerada por la irrupción de las tecnologías de la comunicación. No se trata de suprimir  y menos de prohibir estas últimas, pero si de propender por un aprovechamiento distinto en la educación, en la cultura, en la política  y en todas las prácticas cotidianas”.

Silenciosa. Una antena de televisión satelital es  testigo de las palabras de Juliana.




Sangre en el bosque

Uno podría recorrer la geografía de  Colombia siguiendo un rastro de sangre en el bosque: el de los desplazados y muertos  dejados por nuestra particular forma de la insensatez. Si dejamos de lado la violencia entre liberales y conservadores- de la que ya sabemos bastante, la más reciente oleada de bárbaros conformada por guerrillas, paramilitares, mineros, narcos y  un sector de la institucionalidad, sembró de  cruces estos caminos. Para la muestra, una lista  de hombres  abatidos a tiros o a machete por prójimos poseídos por la iracundia y el rencor: Benigno  Siágama, Anastasio Niasa, Lázaro Gutiérrez, José Dionisio Córdoba y Paulino Siágama.

Nombres, cruces. Simples formas del pavor en los caminos que el niño Miguel González recorrió una vez con su familia de colonos.

Y muchas, cantidades de viudas obligadas a reinventarse la vida en un abrir  y cerrar de ojos.




 

Entre mujeres

Igual que en todos los lugares de la tierra, mientras los hombres se van  a la guerra, las mujeres se dan a la tarea de  mantener con vida a su comunidad. Siembran, recogen, limpian, amamantan, oran y conservan el orden del mundo para cuando  los hijos, los esposos y los padres vuelvan a casa.

Si vuelven.

Mistrató  es un buen ejemplo. Miriam, Reinelda, Norfilia, Martha Liliana, Florinda, Claudia y María Cecilia   son apenas siete entre muchas que se levantan al despuntar el  día y no se detienen hasta  bien entrada la noche. Algunas fueron a la universidad  y otras han aprendido en la tierra y en sus propias entrañas las cosas esenciales de la vida.

Para entonces, un orador destaca el rol de las mujeres en las luchas de la comunidad: Miriam, Reinelda, Norfilia, Martha Liliana, Florinda, Claudia y María Cecilia son solo siete nombres entre varias decenas de ellas.

Martha Liliana toma la palabra para   hacerse eco de un malestar colectivo.

Es inaceptable que una comunidad   con un patrimonio cultural de gran magnitud, haya sido conocida a nivel nacional  y hasta  internacional solo porque hace diez años un párroco de paso por aquí asesinó a su amante y a su pequeña hija. Desde entonces, no hemos visto que los periodistas y las cámaras se acerquen a contar que en marzo, durante la celebración de las fiestas aniversarias, el pueblo entero en sus áreas urbana y rural se dedica a reconocer  y difundir los resultados del  encuentro no siempre pacífico entre aborígenes y colonizadores. El  Concurso Nacional de Danzas y el de Música Parrandera  reúnen lo mejor de ambas tradiciones.

“Pero hay todavía más: Las ferias ganaderas, la Semana Santa en Vivo,  el Día del Campesino, el encuentro de la Cultura embera chamí y el  Encuentro Departamental de Coros. Sería injusta si no hablara del patrimonio histórico y cultural concentrado en Mampay, en Barcinal, en La María, en San Antonio del Chamí y, desde luego, en el resguardo de Purembará. Entre nosotros, como en todas partes la cultura es la mejor manera de oponerse a la muerte”.

Martha Liliana fue una de las mujeres que se congregaron durante esos tres días de agosto en el resguardo de Purembará. No solo  participó en la discusiones políticas sino  que disfrutó de principio  a fin  La Danza del Oso, interpretada por la delegación llegada desde la vereda Cantarrana.

Es su manera de reconectar el hilo  entre dos mundos, para muchos roto desde el día en que los primeros  fundadores llegaron a la zona. Unos hablan de 1539. Otros se remiten a 1925.

Pero son solo fechas: para bien de todos, la vida es caprichosa y suele tomar atajos imprevistos.

En Mistrató, por ejemplo, le gusta seguir el coro y la danza de las loras en el bosque.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=TWhi935qE2k

martes, 7 de marzo de 2023

Corrupción: cómo apagar un país

 




Del “apagón” a “Centros poblados”

En un intento de refrescarnos la memoria, entre las páginas 27 y 58 del libro “Pistas para investigar las rutas de la Corrupción”, publicado en 2022 por la organización Consejo de Redacción, leemos un recuento escrito por Juan David Laverde sobre los más sonados escándalos de corrupción que han sacudido a la sociedad colombiana en las últimas tres décadas, desde el comienzo del gobierno de César Gaviria en 1990 hasta los días finales de la administración de Iván Duque en 2022.

Guiados por esa bitácora de la infamia, recordamos que el célebre “apagón” de 1992 que dejó al país en las tinieblas, no obedeció tanto al rigor de la temporada de sequía como al robo de los recursos para la construcción de la hidroeléctrica de El Guavio. Con cifras en la mano, los técnicos demostraron que sin el saqueo de los recursos no hubiese sido necesario el racionamiento.

Siguiendo ese camino, volvemos al sainete del llamado “Proceso 8000” en el que unos pillos acusaron a otros de haber recibido dineros del narcotráfico para financiar su campaña política, en este caso la que condujo a Ernesto Samper Pizano a la presidencia de Colombia para el período 1994-1998.

El recuento puede no tener fin: tenemos-cómo no- el control de los narcotraficantes sobre un amplio sector de la sociedad colombiana, que incluyó a empresarios, políticos, periodistas, obispos, medios de comunicación, reinados de belleza, clubes de fútbol y cuanta organización pudiera ser corrompida.

En la lista aparecen también la burla de las Farc al gobierno de Pastrana y de paso a la sociedad toda, las turbias negociaciones del gobierno Uribe con los paramilitares, los asesinatos bautizados con el eufemismo de “Falsos positivos”, las corruptelas armadas por la corporación Odebrecht durante la administración de Juan Manuel Santos y el robo de recursos públicos para la educación y la conectividad en el gobierno de Iván Duque, que incluso condujo a la acuñación de un nuevo verbo: “ abudinear”.

Los casos se cuentan por miles, pero el propósito del libro no es redactar un memorial de agravios, sino de ofrecerle a la sociedad en su conjunto un posible método y un catálogo de herramientas que doten al investigador-   ya se trate de un periodista, de una veeduría o de una organización social- de elementos de apoyo para seguirle el rastro a la cola de la rata, según la afortunada expresión del periodista argentino Daniel Santoro.


                                                   "Apagón"

Escándalos y justicia

En este punto vale la pena detenerse en un fenómeno bastante significativo. La asimilación por parte de la sociedad, empezando por los medios de comunicación, del escándalo como algo equivalente a la justicia. Es más: el escándalo se convirtió en un fin en sí mismo, al punto de engendrar su propia lógica perversa. La cadena es simple:  un periodista o investigador consagran buena parte de su tiempo, su talento, sus recursos personales y muchas veces ponen en riesgo la propia vida y la de su familia para destapar una olla podrida. Los consumidores de información   despachan el plato y exigen el siguiente capítulo, es decir, un nuevo escándalo. Sin tiempo ni voluntad para detenerse y formularse preguntas críticas, renuncian así a su papel de ciudadanos, de personas que participan con todos sus sentidos en la construcción de lo público.

Esa construcción pasa por el control y defensa del patrimonio colectivo. Es en ese punto donde la información debe recuperar su condición de derecho conducente a fortalecer el contrato social, edificado sobre la idea de la libertad, la participación y la igualdad de oportunidades que se traducen en justicia social y económica.

Si no somos conscientes de que con el saqueo a los recursos destinados a mejorar las condiciones de vida de todos se atenta contra la esencia de ese contrato social, acabaremos conformándonos con el escándalo y perderemos la oportunidad de ser sujetos de derechos y deberes.

De esa confusión se deriva algo tanto o más grave: la conversión del periodista en una figura de la farándula, en una estrella del espectáculo que negocia su condición de mediador entre los protagonistas de los acontecimientos y los receptores de información. Pero ese ya es otro asunto.

A menudo a pesar de esos escándalos- o a lo mejor gracias a ellos- los responsables de grandes delitos contra el erario pueden seguir campeando a sus anchas.  Pensemos en sujetos como Iván Puyo, el de la hidroeléctrica de El Guavio; en Carlos Palacino, de Saludcoop; en los Nule o en Alessandro Corredori, el de Interbolsa , que reapareció como si tal cosa en un intento fallido de apoderarse del club de fútbol Deportivo Pereira, con la complicidad de  empresarios locales y un sector de la prensa deportiva.

                                                 Corridori y sus amigos en Pereira

Por esas y muchas otras razones el libro se plantea como una selección de pistas sugeridas por auténticos maestros de la investigación. Una vez adelantado el recuento de grandes episodios de pillaje, en sucesivos capítulos encontramos al experimentado periodista Ignacio Gómez formulando una suerte de guía para que los ciudadanos puedan hacer uso de los recursos brindados por la tecnología, con el ilustrativo título de El ciudadano digital. ¿Con qué criterios moverse a través de la Internet con su a menudo abrumadora circulación de datos, muchos de ellos falsos? es una de las preguntas que deja la lectura del capítulo.

Más adelante, Dora Montero Carvajal nos ofrece la imagen de las banderas rojas a modo de claves que le permiten al investigador riguroso hacerse las preguntas necesarias frente a posibles casos de corrupción. Su exposición constituye en sí misma un método o, si se quiere, una brújula para orientarse en un mundo surcado por toda suerte de intereses en los que el entramado de política y negocios suele estar sembrado de pistas falsas.

Recorrer un camino, sobre todo si está lleno de riesgos, precisa de un equipaje. Y de eso se ocupa Tatiana Cristina Velásquez en una detallada relación de las herramientas necesarias para que los propósitos del investigador, siempre movidos por la defensa de lo público, lleguen a buen término. Un énfasis particular le merecen las fuentes de información digital derivadas de la ley 1712 de 2014, conocida como Ley de Transparencia y del Derecho de Acceso a la Información Pública.

                                             " Falsos positivos", crímenes verdaderos.

I took  Panamá

Lejos están los tiempos en que un reportero tenía que emprender largas travesías en barco para tratar de desenmarañar los hilos de una red de delincuencia internacional. Entrados a la tercera década del siglo XXI periodistas y ciudadanos están, como quien dice, a un solo clic de acceder a información decisiva relacionada con casos de corrupción, muchos de ellos ubicados en la llamada red profunda. Sin embargo, la tarea exige tener la visión y el olfato aguzados para separar el oro de la escoria. Más allá de las ventajas de la tecnología, su tarea demanda los mismos esfuerzos que los colaboradores de Joseph Pulitzer tuvieron que hacer para descubrir que detrás de las maniobras del gobierno de Theodore Roosevelt para apoderarse del istmo de Panamá, que incluyeron sobornos a gobernantes y congresistas, alentaba la ambición de un cuñado suyo inversionista de la empresa constructora del canal.

De esos esfuerzos nos habla este necesario libro editado por Consejo de Redacción, con el respaldo de la Fundación Konrad Adenauer, así como de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana.

PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=Khnk8x47KLk