lunes, 26 de abril de 2021

No nos toquen los huevos



“ A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Esa es quizá la alusión más antigua a la obligación de tributar que cobija a todas los integrantes de una sociedad, entendida esta como  grupos de personas  reunidas  alrededor de  una estructura de poder.

Lo que  diferencia la clase y alcance de los tributos es el criterio y los instrumentos  utilizados para justificarlos  y hacerlos valer. En la antigua Grecia existió un impuesto llamado Eisphorá, que gravaba   a los más ricos. A su vez en Roma, César Augusto, considerado el primer gran estratega fiscal, diseñó un modelo denominado Portoria. Como su nombre lo sugiere, estaba enfocado a cobrar  una tasa impositiva al ingreso y salida de  productos por los puertos.

Salvo algunos fundamentalismos, en general  se acepta que no ha existido ni existe sociedad alguna que pueda vivir sin impuestos. Son el oxígeno que permite mantener en marcha el  aparato del Estado y satisfacer las demandas de los distintos grupos sociales y económicos.

En realidad los conflictos empiezan por las implicaciones políticas de las  decisiones tributarias, entendida la política en su mejor sentido, es decir el campo que se ocupa de la gestión de lo público.


De cómo se oriente esa gestión y del momento para hacerlo, depende el mayor o menor grado de aceptación de los impuestos entre esos grupos sociales.

Dicho de otra manera : ¿Cuándo y en qué medida tocan a los ricos? ¿ Cuándo y en qué medida a los pobres? ¿Y a las clases medias?.

Entrados en el caso actual de Colombia, los impuestos nunca han formado parte de un proyecto de sociedad, porque ni siquiera ha existido tal proyecto. Son más bien recursos desesperados de coyuntura: una guerra, una emergencia, un déficit fiscal. Por eso, en tiempos de campaña los aspirantes a gobernar  se abstienen de afrontarlos en toda su dimensión. A la hora de reclamar el voto  juran que no habrá más impuestos. 

Como nos enseña la experiencia, cuando acceden al poder las cosas se tornan  de otro color.

No ha existido entre nuestros políticos una posición directa y clara frente al modelo tributario, como sí ha sucedido en Australia, en los países nórdicos y en  la Gran Bretaña y los Estados Unidos antes de  la era Reagan- Tatcher, que arrojó por la borda el patrimonio social   forjado durante siglos, dejando las cosas más esenciales en manos de un mercado voraz y sin medida ética.

No está pues en discusión la importancia de los impuestos, mucho menos en un país signado por altas tasas de evasión y fraude fiscal entre los sectores más pudientes.

Y es ahí donde reside una claves del actual debate, enturbiado por un entorno marcado por la pandemia de  la Covid-19 y las exigencias sanitarias, sociales y económicas que de  ella se derivan.


Para  algunos de los economistas más influyentes del siglo XX y lo que va corrido del XXI como J. M Keynes, Paul Samuelson y Thomas Piketty, la razón  última de un modelo tributario racional está centrada en la distribución de la riqueza y en la irragación  de sus beneficios a todo el cuerpo social.

Pero   sabemos   que entre nosotros conceptos como Justicia social  o redistribución del ingreso han sido marcados con la etiqueta descalificadora de   comunistas y subversivos.

Eso explica  que las sucesivas reformas respondan más al imperativo de enfrentar una crisis fiscal  que a la expresión política de  la responsabilidad social que nos compete a todos.  Colombia se parece así al Simón El bobito de la célebre fábula, empecinado  en  la  absurda,  agotadora e inútil tarea  de abrir un hoyo en la tierra para tapar otro.

De semejante manera de abordar las cosas   sólo puede derivarse una cadena de  contrasentidos.  Ante la intención de gravar  con impuestos  a productos tan esenciales como el huevo, la nutricionista Clara Puerta me da por teléfono su respuesta lapidaria: “ Las  carencias en el consumo de leche y huevos en la temprana infancia pueden provocar lesiones cerebrales degenerativas  capaces de ocasionar  un cretinismo de por vida”.




En el otro polo de la discusión, un estudio de la Universidad Nacional de Colombia nos dice que un impuesto del 24 % a  las bebidas azucaradas  a lo largo de veinticinco años daría, entre otras cosas, los siguientes resultados positivos:

Se evitarían  287.671 casos de enfermedades derivadas del consumo de  azúcar.

Se podrían prevenir 21.237 muertes por la misma causa.

Los recaudos por ese impuesto alcanzarían los 99.6 billones de pesos.

Sin embargo, la realidad nos dice que se pretende gravar los huevos sin tocar a las bebidas azucaradas.

La razón  es obvia: son las empresas  productoras de esas bebidas, propiedad de  grandes conglomerados económicos, las que patrocinan  las candidaturas a  la presidencia , al congreso y otras corporaciones de índole local y regional.

Como si no bastara con eso, el nombramiento de un ministro exige su aprobación y el cabildeo ante los legisladores es una práctica constante.

Imaginar una reforma tributaria con el sentido  y el alcance que le dieron los economistas mencionados unas líneas atrás se convierte entonces en una quimera.

De ahí que los colombianos no encuentren alternativa  distinta a la de lanzarse a las calles en medio del punto más alto en esta nueva escalada de la pandemia. Después de todo, está última pasará mientras los efectos de la reforma pueden afectarlos  por el resto de sus días.

Así de simple es el asunto : a esta altura del camino, no queremos que nos toquen los huevos.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=5R5I9Bhoaz0

miércoles, 21 de abril de 2021

Daños colaterales



 Cuatro semanas atrás, durante una visita a Colombia para tratar la situación de los venezolanos en  el país, una funcionaria de ACNUR utilizó la expresión“esperanzosa” para  referirse a las  expectativas   generadas tras la promulgación del Estatuto Temporal de Protección   de Migrantes por parte del gobierno colombiano.

Desde luego, la señora quería decir esperanzadora. Sólo que se vio  obligada  a adaptar la palabra a la  gramática de  su lengua nativa. Hasta ahí todo va  bien : así funciona el uso  de los idiomas aquí y en cualquier parte. Recordemos  la forma como nuestro lenguaje coloquial convirtió el inglés watchman en guachimán o el Round point en rompoy. Así se enriquecen  y transforman las lenguas de la tierra.


Pero una cosa son las transformaciones naturales y otra muy distinta el arribismo expresivo. Ya me imagino al esnob de coctel hablando de una obra esperanzosa, tal como muchos tecnócratas  utilizan  hoy el verbo aperturar en lugar del humilde abrir, recepcionar en sustitución  del útil y claro recibir, internación  para decir ingreso o visualizar, en remplazo del  más preciso ver.

Eso para no hablar de los abusos perpetrados por el periodismo deportivo, donde en lugar de usar el viejo y preciso marcar se apela ahora al confuso y feo referenciar.  “El defensor referenció al delantero rival”, recitan y las audiencias se  sumen en el estupor, ante la imposibilidad de entender lo que les quisieron decir.

Y  se supone  que la clave de la buena comunicación es la claridad que conduce a la comprensión.



Esas cosas nacen de la necesidad de vérselas con un organismo  vivo y  palpitante como es el lenguaje. Pero siempre estaremos transitando los límites del absurdo cuando los usos no corresponden a la necesidad sino a la pose o  a la voluntad  de manipulación. En este último caso, en lugar de enriquecerse el  idioma se  empobrece. No sé quien fue el primer tecnócrata  al que se le ocurrió utilizar el verbo socializar  en sustitución de expresiones tan diáfanas como divulgar, hacer pública o compartir una información.

En todo caso, por esa ruta hemos llegado a la tontería de  decir que vamos a socializar con una persona, cuando en realidad queremos aludir al dichoso acto de conversar, charlar   o botar corriente, para utilizar una expresión rica y cara al habla coloquial.

Hasta aquí las cosas parecen meramente anecdóticas.  Pero  si uno se detiene a pensar, sin darnos  cuenta las palabras empiezan a transitar por el peligroso terreno de los eufemismos, ese recurso consistente en manipular el lenguaje para ocultar la realidad. Eso lo saben los demagogos, los publicistas, los jefes de propaganda oficial y los gurús.

La historia del niño en el cuento de Hans Christian Andersen El nuevo traje del emperador, el único que se atreve a decirle al rey que está desnudo, es bastante ilustrativa al respecto y debería marcar la pauta para quienes trabajamos con las palabras .

Pero no. De un momento a otro confundimos la sobriedad  y la elegancia con hipocresía, asepsia y corrección política.



¿Recuerdan la expresión “ daños colaterales”?. Hagamos memoria: la frase  surgió en el mundo de la guerra y fue acuñada para aludir a  las secuelas letales de invasiones  y combates en la población civil y en sus lugares de residencia. Da igual si se trataba de una aldea vietnamita perdida entre  arrozales o de  los habitantes de Hiroshima y  Nagasaki devastados por el infierno nuclear.

Lo grave es que periodistas, medios de comunicación,  políticos y ciudadanos cayeron en la trampa y empezaron a recitar la frase, despojando  así al horror de sus hondas implicaciones éticas.

De igual modo los nazis redujeron el exterminio sistemático de judíos a  algo tan impersonal y abstracto como La cuestión judía. A su vez, el estalinismo forjó el concepto de Realismo socialista para confinar el arte al terreno de la propaganda oficial, mientras el maoísmo chino acuñó la sugestiva  etiqueta de Revolución Cultural para esconder lo que en realidad fue una especie de lobotomía colectiva dirigida a despojar a la gente de su autonomía y sentido crítico para ponerla al servicio de una ideología.

Llegados a Colombia , el caso más ilustrativo es el de los asesinatos cometidos por integrantes del ejército a instancias del ejecutivo, bautizados con manifiesta intencionalidad de ocultamiento bajo el nombre de falsos positivos. Esta última frase es  tendenciosa, ambigua y distrae a quien la pronuncia y la escucha del drama humano implícito y de las repercusiones legales  de esos crímenes.

En esa misma dirección, siguiendo la línea de su antecesor y guía, el presidente Duque y sus asesores de propaganda decidieron borrar las masacres que  desangran cada día el mapa de Colombia, reduciéndolas a  la condición de asesinatos colectivos, lo que marca una sutil y esencial  diferencia, que confunde al consumidor pasivo de información.

Sumo y sigo. Cada día los biempensantes  forjadores de la corrección política nos asaltan con una nueva frase o vocablo enfocados a hacernos creer que las pesadillas políticas y económicas desaparecen con solo cambiarles de nombre. Expresiones como afro, trabajadora sexual, adulto mayor y habitante de calle, para mencionar solo cuatro de las más utilizadas, sugieren un cambio en las condiciones de vida de las personas. Condiciones que en muchos casos no han hecho nada distinto a empeorar.

Y llegamos a la cima del listado: el llamado lenguaje incluyente, de obligado uso en algunos sectores. Aparte de alargar las frases y  afear el estilo, nada aporta eso de hablar de los ingenieros y las ingenieras, de los amigos y las amigas, los abogados y las abogadas, los rinocerontes y las rinocerontas.  Más allá de la paranoia militante, nada agrega esa  absurda enumeración. Después de todo, cuando se dice ingenieros se  incluye a las mujeres, los gays y a toda la amplia gama de la diversidad de quienes ejercen esa  y todas las profesiones.

Por estas fechas , cuando se habla del Día del Idioma, bien vale la pena hacer un alto en el camino para reflexionar sobre los daños colaterales que toda esta ordalía aséptica y farisea  le ocasiona a  nuestro principal instrumento de comunicación.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=WKElu2GiAl8

miércoles, 14 de abril de 2021

De la memoria



DE LA MEMORIA


Los recuerdos:

hilos de  tiempo

que nos surcan en todas direcciones.


De norte a sur

de la cabeza al sexo,

a los dedos de los pies.


De oriente a occidente

del corazón, al meñique, al anular.


A la luz  o en lo oscuro

nos agitan, nos aquietan

nos limpian, nos enturbian.


Y al final  nos dejan varados

en las arenas movedizas

del instante.




Pereira, marzo de 2021. Segundo Año de la Peste.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=jR_Q7NbLzyU

sábado, 10 de abril de 2021

Ventanas : Poemas del Año de la peste

Hola a todos. Les comparto enlaces  a los poemas y al concierto de presentación.





https://issuu.com/juananhell1984/docs/pdf_ventanas_issu

https://www.facebook.com/ComfamiliarRisaralda/videos/508971380141616/

miércoles, 7 de abril de 2021

Cuentos de la madera y el marfil




                                       … y vestirse para otros

                                        es un placer tan grande como desvestirse.


                                                       Edmund de Waal


Cuando trascienden su valor de uso, a poco que les prestemos  atención los objetos labrados a mano empiezan a contarnos historias: la suya y la del mundo en que fueron forjados. Es su forma de afirmarse frente al paso del tiempo.

Y nosotros nos afirmamos a través de esos objetos: un cinturón, una medalla, una vasija, un grabado. En ellos podemos escuchar el rumor de quienes nos precedieron, así como saber de sus  anhelos y  temores . Basta con pasar la mano sobre la suavidad de un vestido de  seda o seguir los contornos de  una talla en madera o marfil.

El ceramista  británico Edmund de Waal ( Nottingham, 1964) ha heredado de su tío abuelo Ignace Ephrussi, más conocido como Iggie, una colección de doscientas sesenta y  cuatro miniaturas que en la cultura  tradicional japonesa se conocen con el nombre de netsuke.

Entre esas figuras se destacan:

Un zorro con ojos incrustados, de madera.

Una serpiente en una hoja de loto, de marfil.

Niños jugando con un casco de samurái.

Una pareja haciendo el amor.

Un fardo de leña menuda atado con una cuerda.

Pero hay dos que  ejercen sobre   Edmund de Waal una especial atracción: un monje dormido sobre su cuenco de mendigar y una liebre con ojos  de ámbar.

El ceramista se pregunta por las manos que las esculpieron y dibujaron, por el estado de  ánimo del artista, por el tono de la luz que rodeó su elaboración, por la  procedencia del marfil y la madera con que fueron elaboradas.


Con  ese alijo de preguntas emprende un viaje a Japón, último  lugar de residencia de su tío abuelo, un auténtico sibarita en el viejo sentido de la palabra. Amante de la buena música, de los trajes   elegantes, de los vinos añejos,  de la gran poesía, de la buena mesa y de los goces del cuerpo propio y del ajeno. Un esteta, en suma.

El resultado de ese viaje  no estaba previsto en los planes iniciales de Edmund de Waal, pero aquí está de vuelta con un exquisito libro de 365 páginas publicado por el sello Acantilado con el título de La liebre con ojos de ámbar, Una herencia oculta, traducido  al español por Marcelo Cohen.

Como todos los auténticos viajes, el suyo es más interior que geográfico, así cruce el planeta entero en busca del origen de los netsuke y sus autores.

Siguiendo su  rastro no tarda en encontrarse con la aventura vital de sus antepasados Ephrussi , judíos rusos comerciantes en cereales en su natal Odesa y más tarde convertidos en poderosos banqueros con sedes en Viena y París, donde alternan con familias tan representativas del poder financiero y cultural como los también judíos Rotschild.


De modo que  la historia se convierte, aun a pesar del autor, en un relato del ascenso y caída de ese clan familiar, contado a través de las peripecias de  los netsuke, desde su concepción por manos anónimas en remotas aldeas japonesas hasta su llegada a Francia, donde pasan a formar parte de las colecciones de arte de Charles  Ephrussi, un hombre fascinado  por la belleza en todas sus manifestaciones, que llegó a ser adorado por los  artistas de  la edad dorada parisina, hasta el punto de haber inspirado  el célebre personaje Charles Swann de  la saga de Marcel Proust,  En busca del tiempo perdido.

Ya en la página veintisiete del libro, el autor nos presenta su poética, su declaración de principios:

Todo en los relatos se reduce al paso de los objetos de mano en mano. Te doy esto porque te quiero. O porque a mi me lo dieron. Porque lo compré en un lugar especial.  Porque tú lo  vas a cuidar. Porque te va a complicar la vida. Porque le dará envidia a otro. En los legados no hay historias fáciles. ¿ Qué se recuerda y qué se olvida?. Tanto puede haber una cadena de olvido, de borrado de posesiones anteriores, como una lenta acumulación de historias. ¿ Qué se me está entregando con estas miniaturas japonesas?



Ese tránsito de mano en mano se da a través de las historias pequeñas, las personales y familiares y en la Historia  grande, la que eleva o destruye  esas vidas. Por eso en La liebre con ojos de ámbar   somos testigos de amores y desamores, de lealtades y traiciones, de encumbramientos y caídas.

Y allá, al fondo , como un rumor que se transforma en fragor, acontecimientos como la caída del imperio de los Habsburgo, cuyo capítulo final fue la Primera Guerra Mundial,  o la devastación económica desatada entre esta y la segunda, todo eso signado por el drama del pueblo judío en una Viena que se preciaba de tolerante y cosmopolita, con su desfile de poetas, de músicos , de artistas que  pretendían hablar en todas las lenguas.

En la citada página veintisiete el autor nos habla del latido de los objetos:

Ese latido me intriga.  Antes de tocarlos o no, hay una brizna de titubeo, un momento extraño. Si decido coger esta tacita con una sola muesca cerca del asa, ¿contará después para mi?. Objeto sencillo, esta taza más marfileña que blanca, demasiado pequeña para el café matinal, no del todo equilibrada, podría hacerse parte de mi vida de cosas manipuladas. Podría caer en el terreno del relato personal: el sensual, sinuoso trenzado de cosas y recuerdos. Una cosa favorecida y favorita. O podría dejarla de la lado. O dársela a otro.

Bueno. Quizá  La liebre con ojos de ámbar sea esa tacita. La metáfora de las doradas madejas del tiempo que nos hacen  y deshacen  en este fugaz tránsito por el mundo del que solo puede redimirnos la belleza de ciertos instantes.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=uTVFG9rUMWE