jueves, 29 de noviembre de 2012

Gomosos




Para el diccionario Larousse la palabra  gomoso tiene dos acepciones. La primera alude a la naturaleza adhesiva de la goma. La segunda se refiere a un petimetre, un joven excesivamente acicalado. Por  su lado, el diccionario de la Real Academia de la Lengua nos dice que en medicina gomoso es alguien aquejado de goma. También es sinónimo de pisaverde, es decir, un hombre presumido que no conoce más ocupación que la de acicalarse,perfumarse y andar vagando  todo el día en busca de galanteos.
Mejor dicho, como diría mi abuela Ana María,alma bendita “Quedamos en las mismas, mijo”, porque en Colombia , así como en varios países latinoamericanos le decimos gomoso al diletante  o aficionado. Es un gomoso de la música o de la pintura, dice la gente cuando se refiere a alguien que interpreta instrumentos o esboza cuadros sin la debida preparación. Pero  cuidado: gomoso no es en todo caso sinónimo de autodidacta. Este último concepto define a una persona que a través de la disciplina, la constancia y el rigor adquiere  de manera individual y solitaria los conocimientos  y la pericia que otros obtienen en las instituciones académicas. El  gomoso es más bien un chapucero: alguien que aporrea las teclas de un piano, lanza paletadas de pintura  en todas direcciones o concibe la poesía como el acto de consignar las emociones en un papel teniendo como única  pauta escribir un renglón debajo del otro.
A estas  alturas, ustedes estarán de acuerdo conmigo en que  no someterían el cuidado de su salud a un gomoso de la medicina, ni contratarían para la construcción de un puente de doscientos metros a un gomoso de la ingeniería. Por eso las paredes de los consultorios  médicos están forradas de diplomas, auténticos o no : el paciente confía en los conocimientos y la experiencia del profesional que puede mantenerlo en el mundo de los vivos. Lo mismo acontece  con multiplicidad de  profesiones y oficios.
¿ Por qué no sucede lo mismo con las artes  o las llamadas actividades del espíritu? Las razones son muchas, pero existen dos que nos ayudan a entender el fenómeno. La primera es la perniciosa creencia en la inspiración, esa especie de ráfaga divina que desciende del cielo y llena de sabiduría las mentes y  las almas. Un fulano está sentado en una colina  o  a la mesa de un café y de repente: ¡Zaz! Un rapto sobrenatural lo convierte en Petrarca, Mozart, Modigliani o Jimi Hendrix. La investigación, el trabajo,los insomnios, los yerros y los aciertos quedan suprimidos entonces como parte del proceso de creación. Nada mejor para una época  como la nuestra que lo quiere todo fácil y rápido
La segunda explicación pasa por  las lógicas del capital, la producción  y el consumo. Según esa mirada, fabricar un  par de zapatos es un acto productivo. Escribir una novela o pintar un cuadro no lo es, o por lo menos no hasta que su creador se somete a las dinámicas del mercado. Por eso los gordos pintados  o esculpidos en serie por Fernando Botero se nos parecen más a los objetos salidos de una cadena de montaje que al hecho irrepetible de añadirle valor al mundo  a través de una obra de arte. Llegará el día en que existan tantas obras de Botero en todos los lugares de la tierra como tiendas de McDonald´s. En su momento, Andy  Warhol ya había prefigurado algo de eso.
En ese sentido, al gomoso  parece un eterno adolescente:  este último desea todo lo de los adultos, empezando por las mujeres y los bienes, pero no quiere saber nada de consecuencias ni responsabilidades. El  primero pretende   escribir libros,  pintar cuadros o componer canciones sin pisar los terrenos del esfuerzo y el fracaso. Al  final, cuando el  muchacho embaraza la novia o estropea el carro de papá apenas atinará a responder: solo soy un adolescente. A su vez, cuando al  gomoso le cuestionen la falta de rigor, precisión o dimensión estética   a duras penas modulará entre dientes : solo soy un aficionado.
Por esas razones, el crítico norteamericano Harold Bloom postuló  y concibió el mismo un canon, es decir un sistema de valoración de las obras literarias,  válido además para todas las expresiones estéticas. Es la única manera de mantener la casa en orden, en un mundo donde el fetichismo de los derechos- “ Tengo derecho a publicar mi libro de versos”, le escuché decir a una tía- ha suprimido todas las fronteras, entre  ellas las que separan al artista del gomoso.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Las puertas del delirio



Durante años tuve una vecina menuda, frágil y nerviosa, poseída por un miedo irrefrenable a lo desconocido, empezando por  ella misma. Su vasto catálogo de  temores incluía a los hombres, los truenos, las arañas, los eclipses y las enfermedades, así como el pasado, el presente y el futuro.
Como todas las personas de su tipo, conjuraba sus horrores diurnos y nocturnos con un conjunto de creencias adaptables a toda clase de situaciones cruzadas por un factor común: todas prometían conducirla a un estado de gracia reservado solo a los elegidos. Cuando creía en la reencarnación se suponía descendiente en línea directa de  Isabel II, Eva Perón o Catalina de Rusia. Nunca le pasó por la cabeza una  eventual ascendencia de poco lustre.
En otras situaciones optaba por los extraterrestres. En ese caso los venusinos  vivían siempre a punto de recogerla  en una de sus naves interestelares para conducirla a una suerte de Arcadia o Shangri- La situado allende las estrellas, donde  la esperaba para desposarla el más perfecto  de los ejemplares masculinos. Algo así como un cruce entre Brad Pitt, Cristiano  Ronaldo y Justin Timberlake corregido y aumentado. Cuando le perdí el rastro, hace cosa de diez años, andaba en busca de la saga inmortal de los niños índigo y alguna otra sutileza de la nueva era.
Un par de semanas atrás volví a encontrármela bajo un alero, mientras aguardábamos que pasara la lluvia. Estaba más encogida, más arrugada y convertida en un temblor viviente. Movido por la curiosidad morbosa de los de mi oficio le pregunté por esa vida suya hecha de agitaciones y espantos.
-Los mayas, me dijo a modo de respuesta ¿No sabe usted que según sus profecías el próximo 23 de diciembre se acaba este mundo horrible y empieza una época de  dicha y amor  para la humanidad?
- Ah, creía que era el  21,  repliqué, sorprendido  y agradecido por esos dos días adicionales que  no estaban en mis cuentas. La mujer solo atinó a mirarme con expresión de lástima mientras sacudía el paraguas como quien intenta espantar un bicho de mal agüero.
Pobres  mayas- suspiré- como les sucedió a los monjes budistas y a los santones indios en la década de los sesentas del siglo XX, el pasado de este pueblo ahora tiene que vérselas  con el discurso  de las sectas nueva era, empeñado en acomodarlo todo a su necesidad de búsqueda de consuelo  para lo  irremediable. Desde los evangelios hasta  las comunidades utópicas, pasando por ideologías de corte fascista y recetas vegetarianas, todo vale en su intento por vender  la idea de un nuevo advenimiento. Es comprensible: cuando  se trata de forjar una profecía ningún dato resulta irrelevante.
Poco afecto a los vaticinios, funestos o benévolos, acudí a mi consultor científico de cabecera, un profesor graduado en astronomía y matemáticas cuyo nombre mismo parece un designio: Euclides.
-Lo de la alharaca con los  mayas es tan elemental que lo entiende mi hijo de diez años, me advirtió mientras desplegaba la pantalla de su computador. Si yo le aseguro que el próximo 31 de diciembre a las doce de la noche es el fin del mundo le estoy  enunciando una verdad inapelable: ese día, a esa hora expira el universo comprendido en la convención temporal establecida de esa fecha hacía atrás. Lo mismo pasa con el  tal misterio maya. Con su asombrosa precisión matemática esos pueblos definieron lo que suele llamarse la Cuenta Larga, un periodo de tiempo colosal a escala humana, pero insignificante en términos del universo. Cálculos más, cálculos menos, según algunos analistas  ese periodo concluye el  veintitrés de diciembre de 2012 . Es el célebre 4 Ajaw 3 K´ank´ iin de los mayas.  Para ser precisos, eso equivale a decir que el día de hoy  se acaba a la hora  veinticuatro y el siguiente empieza a la hora cero ¿Usted dudaría de eso?
Cuando abandoné la casa de Euclides recordé de súbito el nombre de la mujer. Ismenia, Ismenia, repetí, como  si esas tres sílabas contuvieran la clave de algo que los poetas y los  matemáticos descubrieron  hace mucho: que  el mundo  se extingue a cada segundo, porque el instante que acaba de pasar con su legado de sorpresas, crepúsculos, besos y temores no volverá a repetirse aunque nos fuera dado el don o la condena de vivir por los siglos de los siglos.



jueves, 15 de noviembre de 2012

Mil años hace




“... También le pregunté a qué atribuía la decadencia actual, la desaparición de las bellas artes y en particular de la pintura, de la que no subsistía el menor vestigio. Contestó así: Es el ansia de dinero lo que ha producido el cambio”.
Aunque ustedes descrean, el párrafo anterior no pertenece a  la reseña crítica publicada en  una revista de arte contemporáneo. En  realidad aparece en la página 123 de la edición de El Satiricón, de Petronio, publicada por Planeta DeAgostini en 1988. Como ustedes bien saben, la obra del escritor romano data al menos del siglo I después de Cristo. A lo largo de todo el relato se suceden reflexiones de ese tipo : los padres ya no saben educar a los hijos, los maestros son incapaces de ofrecer la formación adecuada, el oro y la plata condicionan  las decisiones y los sentimientos de los humanos, la corrupción cunde  en todos los sectores, los viejos dioses se tornaron sordos a las súplicas de los hombres y los poetas a duras penas conservan la cáscara vacía de la antigua  belleza.
Los clásicos de la  literatura deberían  ser lectura obligada para los optimistas, los pregoneros de la auto superación , los que  creen en los políticos y los promotores de toda suerte de fórmulas para alcanzar la dicha terrenal, ya se trate de una secta religiosa o una tarjeta de crédito. Uno abre a Shakespeare en cualquier página y solo encuentra fraudes, traiciones, malentendidos y dobleces. Lejos de ser el pilar de la sociedad la familia es allí fuente de toda suerte de vilezas. Termina de leer Ricardo III  y no le queda una sola razón para alentar ilusiones sobre la condición humana. Más  descarnado- para algo debe servir un viaje de ida y vuelta a los infiernos- Dante Alighieri lo advierte en las primeras líneas  de  La Divina Comedia: “Los que entraís, abandonad  toda esperanza”. Por eso regresamos una y otra vez a Homero, a Ovidio, a Séneca, a Herodoto o Apuleyo  y  los sentimos contemporáneos: salvada la vestimenta y los artilugios tecnológicos inventados para moverse por el mundo y dominar al prójimo, los  hombres  seguimos siendo los mismos de  hace miles  de años. En los casos excepcionales nos mueve idéntica grandeza. En los generales nos impulsan  las pasiones ya conocidas: la ambición, la envidia, el odio,  el ansia de poder o la codicia.  “Una falsa ilusión de poetas ha hecho fracasar a muchos jóvenes. En cuanto uno  logra montar el esquema de un verso e insertar en el período alguna idea sentimental, ya cree haber alcanzado la cumbre del Helicón” exclama con amargura el poeta Eumolpo, otro de los personajes de El  Satiricón. Su reclamo no se diferencia en nada del de aquellos que hoy no se resignan  a concebir la poesía como el acto de vaciar las emociones  sobre un papel y relacionarlas un renglón debajo del otro.
El  Eclesiastés, ese ejercicio supremo de la lucidez lo resume todo en siete palabras: “No hay nada nuevo bajo el sol”. Testigo de la decadencia de un imperio que, como todos, aspiraba a durar mil años, Petronio puso en boca de  sus personajes verdades que apuntan en esa dirección: “Ya ni siquiera se pide la salud física o moral, sino que apenas se pisa el umbral del Capitolio, uno pone por condición de su ofrenda el entierro de un pariente rico; otro el descubrimiento de un tesoro; otro, el logro, sano y salvo, de treinta millones de sestercios”. Podríamos seguir enumerando y el resultado sería el mismo: una sucesión de acontecimientos dando vueltas sobre un mismo eje: el corazón de los hombres. Ansiosos y solitarios recorremos el camino buscando encontrar en el afuera las respuestas a la inmensa desazón que nos asalta desde adentro. Poco importa si buscamos la cura al desasosiego en un sermón, en un número de la lotería, en el reconocimiento ajeno, en un asiento en los recintos del poder o en la palpitante  promesa de un cuerpo joven. La moderna industria del espectáculo y la publicidad lo comprendió como nadie: estamos dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de olvidarnos de  nuestra frágil condición de mortales. Los romanos de Petronio iban a  los lupanares, a los baños públicos o al circo. Tan perplejos  y frágiles como ellos, los modernos humanos pagamos putas pobres o de lujo,  llenamos los gimnasios, los estadios y los saunas y nos despertamos cada mañana pensando en el desenlace del reality de moda. Todo con tal de  olvidar que, como hace mil años, nos estamos despidiendo de este mundo a cada segundo que pasa.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Guayabo eterno




Las palabras discurren por terrenos insospechados. En Colombia, por ejemplo,  utilizamos el vocablo guayabo para aludir a una forma especial de la añoranza, ese sentimiento de pérdida ante el carácter irrevocable de los tiempos idos. En portugués, una lengua mecida por cadencias marineras y cantos de pastores, acuden a la expresión saudade para referirse a ese estado del espíritu que no es del todo tristeza: en realidad es una  manifestación alegre de  la   melancolía.  “Tenho saudade”, exclaman  los pescadores gallegos   cuando cuelgan las redes y se sientan  a la puerta de sus casas a contemplar el mar dador de vida y olvidos.
“Tengo  un guayabo...” suspira mi mamá  cuando un ramalazo de la memoria la devuelve a momentos esenciales de su existencia. No por casualidad   guayabo es también entre nosotros el estado infernal en que nos dejan sumidos los excesos  alcohólicos. Resaca le dicen  a eso en otras latitudes. “Guayabo eterno”, le decimos al borrachín impenitente.
Metáforas aparte, es bien poco lo que podemos hacer frente al pasado. Por hermoso que haya sido, no podemos recuperarlo. Tampoco si ha sido  terrible podemos hacer mucho al respecto. A lo sumo asumirlo, asimilarlo y convertirlo en parte del acerbo de experiencias que nos ayuden a recorrer el resto del camino. Si no  lo hacemos así, corremos el riesgo de convertirnos en víctimas eternas en el segundo de los casos  o en llorones perpetuos en el primero. Mis  abuelos  campesinos  resumían ese estado de cosas en una frase inapelable: “Pare  y vuelva y monte que nadie lo vio”.
Como los individuos, las sociedades también tienen sus fórmulas para glorificar o lamentar el pasado. Uno escucha el himno de una ciudad o un país y se sorprende  de la proliferación de gestas y héroes inventados por los autores para consolarse de la prosaica realidad. Ese  es el truco de gobernantes como Hugo Chávez,  que explica en buena medida  su vigencia política en Venezuela: su capacidad para presentarse como versión rediviva de un Simón Bolívar irreal, fabricado a la medida de las frustraciones de su pueblo. A un presente oscuro se opone un improbable pero sugestivo  pasado glorioso.
Es hora de decirles  a cuento de qué viene todo este rodeo. Con motivo de los preparativos para la celebración de los ciento cincuenta años de Pereira, distintos columnistas y comentaristas de prensa han dedicado sus espacios a invocar  una época heroica  signada por el civismo como  una de las señas de identidad local y regional, responsable de hipotéticas grandezas pasadas.  A punta de convites y  espíritu cívico- nos dicen- se levantaron obras tan importantes para el desarrollo de la ciudad como el aeropuerto,  el hospital y la villa olímpica. En parte eso es cierto, pero en su propósito de reforzar el mito omiten mencionar las inversiones públicas y privadas que hicieron posibles esas obras. Convencidos así de su idea, nos invitan e recuperar el civismo como fórmula para enderezar el rumbo. Pero olvidan un detalle. Esas prácticas son posibles- y admirables- en sociedades pequeñas donde los habitantes se reconocen en los quehaceres diarios: la siembra, la compra venta, las muertes o el juego. Por eso mismo se sienten partícipes de un destino común. A lo anterior se suma la presencia de líderes fáciles de identificar: el cura, el alcalde, el médico, el boticario, la matrona inspirada en los principios de la caridad cristiana. La voluntad colectiva se expresa así  en acciones dirigidas a resolver problemas puntuales: falta de puentes, vías, puestos de salud o medios de transporte.
Para bien  o para mal nuestra sociedad de hoy es otra. Por eso mismo se enfrenta a desafíos  y oportunidades distintas a las descritas por quienes cantaron y contaron sus primeros tiempos. No será entonces con invocaciones nostálgicas como podremos mejorar las cosas. Tendremos que revisar nuestro sistema de valores,  para incluir entre ellos el respeto a las diferencias y la noción de justicia social en un medio signado por desigualdades ofensivas y exclusiones mal disimuladas. En caso   contrario estaremos destinados a despertarnos cada día en medio de un guayabo eterno.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Atrapados sin salida





El periódico El País de España publicó la historia de un joven colombiano afectado de  esquizofrenia, golpeado como miles de sus compatriotas por las últimas medidas del gobierno español contra a los inmigrantes indocumentados residentes en su territorio.
A  pesar de  encontrarse en estado grave el hombre fue despojado de cualquier tipo de   atención en salud, en evidente violación de los más elementales derechos de las personas. Su tratamiento demanda productos de alto costo. Desde entonces, igual que en muchos otros casos similares, una organización no gubernamental de derechos humanos se encarga de la atención médica básica y del suministro de  los medicamentos esenciales para el control de la enfermedad. Como no disponen  de presupuesto, no pueden comprar los de última generación y eso conlleva efectos colaterales en la salud del paciente. De ese tamaño andan las cosas para un alto porcentaje de ciudadanos del mundo llegados a la península en el último cuarto de siglo, alentados por  las ofertas de empleo  promocionadas por los sectores público y privado. “ Hay laburo  en España”, exclamaban los argentinos acorralados por  el descalabro de comienzos del siglo XXI. “Camello es lo que sobra en la madre patria” repetían por el teléfono los colombianos  instalados en Madrid, Bilbao, Valencia o Barcelona, animados por las coloridas visiones de un  mundo donde la  siempre aplazada promesa del consumo y la prosperidad se hacía por fin realidad.
 Pero en los últimos dos años los colores se desvanecieron y el tono gris de la incertidumbre pasó a ocupar el pleno de la vida social. El Partido Popular,en cabeza de  Mariano Rajoy, retomó el poder después de un amargo paso de los socialistas por el gobierno en una España  obligada a despertar de un solo golpe  a la dura realidad. Su copartidario  José María Aznar , había sido el encargado de capitanear la nave de los nuevos ricos que surcaba la geografía entera de Europa, al modo de una Armada Invencible rediviva. Los  detalles los conocemos de sobra: una industria  de la construcción  creciendo a ritmos demenciales. El sector turístico acogiendo más visitantes que nunca. El  campo reactivado y atrayendo a jornaleros internacionales que hablaban en todos los idiomas. En fin , los restaurantes  y las discotecas multiplicándose al ritmo del espíritu hedonista exacerbado por   las décadas de penurias  padecidas durante los tiempos del franquismo ¡ Venid, comprad y follad! Decía el graffiti pintado en un muro de La gran Vía, como resumen último de esa nueva religión forjada con los millones que  no paraban de circular.  A  su vez, los voceros   del establecimiento parafraseaban sin darse cuenta el llamado  de un viejo y barbudo enemigo, cuyo fantasma no tardaría  en recorrer de nuevo los caminos  de una Europa asustada por  las sucesivas bancarrotas de sus optimistas socios. Trabajadores de todos los países, venid  a nosotros, era la consigna. Al fin y al cabo se precisaban miles, millones de brazos para  levantar el edificio del progreso.
Con los síntomas iniciales surgieron las primeras voces de advertencia provenientes de unas pocas mentes lúcidas. “En realidad no hay tal crecimiento económico. Se trata  de un espejismo provocado , entre otras cosas, por el ininterrumpido flujo de dinero proveniente del lavado de divisas en sus distintas modalidades. Si no  ponemos el freno a tiempo, a la vuelta de unos meses estaremos peor que los griegos” sentenció en su columna de El País un agudo profesor catalán de apellido Oriol. Como era verano y la mitad del país- incluidos varios millares de inmigrantes  empecinados en parecer españoles derrochadores- se encontraba en las doradas playas de la Costa del Sol o alucinando en un festival de música electrónica en Ibiza, casi nadie leyó la columna. Ni siquiera los tecnócratas de los ministerios se detuvieron a pensar. Después de todo, según  su mística particular, el tren del desarrollo  no lo detiene nadie.
Por eso mismo, nadie quiere asumir responsabilidad frente a los inmigrantes llegados por millones a la tierra prometida donde el  Real Madrid y el Barcelona fungen como las últimas divinidades sobrevivientes. Un día los invitaron a  trabajar y hoy los echan por la puerta de atrás. Pragmatismo político, llaman algunos a eso. Cinismo puro y duro, claman en las plazas los atrapados sin salida.

Les comparto enlace al artículo mencionado al comienzo
http://politica.elpais.com/politica/2012/08/13/actualidad/1344887067_861222.html