lunes, 15 de julio de 2024

Homo virtualis

 




Toda época se cree fundadora del mundo. Antes de ella estaban el vacío, el caos y las tinieblas bíblicas. Aquello de “caminamos sobre hombros de gigantes” funciona apenas para unos cuantos espíritus lúcidos y agradecidos. De ahí el prestigio infundado de las palabras inventor o  genio como si los seres y las cosas surgieran por generación espontánea, sin deuda alguna  con quienes los precedieron.

La llegada de internet dotó de un nuevo sentido al vocablo latino Virtualis, heredado del griego dinaton  a  través de Aristóteles. En su acepción original, dinaton quiere decir lo que tiene un principio de movimiento, de dinamis que permite hacer algo o experimentar algo. La virtualidad es entonces una potencia.

Cada nueva tecnología entroniza un lenguaje, una cosmovisión a medida que transforma nuestra percepción de las cosas. Un caso clásico es el robo del fuego por parte de Prometeo para entregarlo a los hombres. De inmediato ese acto modificó la valoración que los mortales tenían de sí mismos y los hizo capaces de enfrentarse a los dioses que, a modo de castigo crearon a Pandora y la hicieron portadora de todos los males.

Internet no podía ser la excepción. Entre tantas palabras y conceptos que nos ha deparado- entre ellos el viejo y conocido vocablo Avatar para no hablar del lapidario hater- una de las más utilizadas y abusadas es virtualidad o, para ser más precisos, realidad virtual. Hasta hace poco, esa realidad estaba ubicada en el futuro, en un mundo de ciencia ficción, pero con el talante vertiginoso de los cambios ahora está en el presente y muy pronto se situará en el pasado antes de sorprendernos con alguna otra novedad.




Al retornar al pasado la realidad virtual no habrá hecho otra cosa que volver al origen, porque, en últimas, los seres humanos no hemos hecho nada distinto a forjar mundos paralelos que después se traducen en  descubrimientos  científicos, religiosos, políticos, literarios, musicales o artísticos.

¿O qué son si no, las intuiciones de los pitagóricos acerca del número como lenguaje cifrado del universo? La célebre expresión “todo es número” es apenas otra manera de nombrar la virtualidad de la realidad… o la realidad de lo virtual, depende de cómo se mire.

Algo parecido puede decirse de la llamada “Literatura de ficción”, en la que me atrevo a incluir La Divina Comedia, del Dante, con sus universos paralelos de cielos e infiernos

Pensemos nada más en esa formidable expresión de la virtualidad sintetizada en el mito bíblico del  Paraíso Terrenal del Antiguo Testamento. Allí están cifrados-  siempre habrá una cifra, una clave- algunos elementos que siguen obrando en la mente y la conducta de millones de creyentes formados en las grandes religiones del Libro:  el pecado, la mancha, la culpa, el castigo y – lo más importante- la redención. Es tan poderosa esa presencia que hasta los más recalcitrantes ateos a menudo tienen que enfrentarla en silencio: los he escuchado hablar de esas cosas, aunque en principio no  reconozcan ese legado del cristianismo y lo oculten detrás del sibilino lenguaje freudiano

Como podemos ver, la realidad virtual es acaso nuestra más antigua y fiel compañera de viaje. Sólo que vestida con otros ropajes.

Y apenas vamos en el Antiguo Testamento. De ahí en adelante o más atrás según la perspectiva de cada observador, nos la encontramos en todas partes: en las cuevas de Altamira, en los mitos y leyendas de todos los confines de la tierra, en los libros de caballería, en las plegarias, en las canciones de los trovadores, en las imágenes de los místicos, en las ecuaciones de los físicos, en los poemas de todas las lenguas, en los discursos políticos. Llegados a este punto, vale la pena detenerse a pensar en un detalle: en últimas, los políticos en campaña les proponen a sus potenciales electores una virtualidad a la que deben votar si quieren hacerla realidad. Por eso al llegar al poder se ven ante la imposibilidad de convertir en hechos lo prometido y se desencadena entonces una oleada de decepción.




Así las cosas, en lugar de ser una criatura engendrada por la internet, lo que hizo la virtualidad fue migrar hacia ese universo, tal como lo han hecho tantas cosas de la vida: las viejas cartas convertidas en correos electrónicos, las obras de arte o las músicas de todos los tiempos circulando a través de canales como Youtube o de páginas web con millones de seguidores, el chismorreo cotidiano multiplicado en las redes sociales, las vanidades de siempre  asomadas a través de Facebook  o Instagram.

Les propongo entonces su propio viaje a través de la milenaria realidad virtual. Pueden hacerlo de adelante hacia atrás o viceversa; si así lo consideran pueden permitirse digresiones o fabricarse atajos. De esa manera, en algún recodo del camino a lo mejor los asalte la presencia certera de su familiar homo virtualis.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=pFS4zYWxzNA

miércoles, 19 de junio de 2024

Tila, Zweig y las cebras

 




En la saga de Las Mil y una Noches- o Las mil noches y una noche- como le gustaba decir a Borges, un cuento perfecto es un pasadizo lleno de trampas que al final conduce a una revelación, o al menos a una sorpresa. A ese recurso apela la princesa Scheherezade en su afán de salvar la cabeza, siempre a merced del alfanje del sultán.

 De ahí que se haya vuelto un tópico recomendarle al joven aspirante a cuentista leer con atención a Chéjov: nadie como él para depararle sorpresas al lector.

Los cinco cuentos que conforman el libro titulado La estación de las cebras, del escritor colombiano Mauricio Peñaranda, participan de esa condición: a lo largo del camino encontramos trampas, señuelos, encrucijadas, que al final nos deparan una sorpresa cuando no una revelación. Esas virtudes, aparte del alto nivel de la escritura, fueron reconocidas por el jurado que escogió la obra como ganadora del premio Colección de Escritores Pereiranos en su edición 2021.




Empecemos por el final: sólo en la última frase confirmamos lo que era apenas una sospecha forjada a partir de datos dispersos a lo largo del relato: que el hombre y la mujer que se suicidan el 21 de febrero de 1942 en un hotel de la población brasileña de Petrópolis no son otros que el escritor austriaco Stefan Zweig y su esposa Lotte. El título del cuento, El mejor taxista del río, sólo en apariencia es prosaico. En realidad el taxista que conduce a Zweig y a su mujer hacia el último puerto es el Caronte de la mitología griega. Después de todo, desde antes de morir Stefan y Lotte ya son almas en pena que vagan por el mundo en un exilio sin fin. Así, en la página 96 del libro el narrador nos permite asomarnos por un instante a ese paisaje de desasosiego:

De esa serie de viajes al interior del país surgió un libro escrito a petición del gobierno que resultó ser el más controvertido que pueda recordar. Le ofrecieron todas las garantías y recursos imaginables pero su sensibilidad no podía filtrar ni digerir esa multiplicidad de matices en medio de su tragedia interior. Así pues, no basta la trampa implícita en la belleza de tarjeta postal del paisaje brasilero: la tragedia, el desgarramiento interior de Zweig es la revelación que nos depara este cuento.




Tila

Después de las lluvias, cuando todo parecía olvidado, diluido en un propósito que no llegaría a consumarse, papá trajo a Sarí. Así empieza el primer párrafo de este libro   cuyo misterio aparece sugerido de entrada, porque el lector nunca podrá resolver el acertijo acerca de a qué universo pertenece Sarí: si al de los difuntos, al de los recuerdos o al todavía más inalcanzable de las almas en pena. Si la lluvia como presencia o como añoranza aparece en todas las instancias de la vida,  en el cuento  deviene metáfora, anuncio de algo por llegar que no se resuelve nunca… como la vida. El recurso a la poesía- el autor del libro es también poeta- se hace manifiesto a la hora de crear una atmósfera que ahoga y libera a partes iguales.  Tila lo cuenta así en su incapacidad para asimilar la al parecer inminente muerte se Sarí: Nos intimidaba la culpa. Su muerte nos cerraría el porvenir. Si ella se recuperaba significaba que la vida nos concedía una segunda oportunidad. En esos días adquirimos un hábito que de ningún modo nos había sido infundido: orar. Gestionábamos ante Dios como ante un tendero del que pretendíamos obtener una rebaja; sólo  que lo hacíamos de rodillas y llorando.

La boda

Si sobre los cuentos anteriores gravita siempre la angustia, en el titulado La boda hay una suerte de polo a tierra no exento de humor negro. La anécdota gira alrededor del célebre Maracanazo: la derrota de Brasil a manos de Uruguay en el mundial de fútbol de 1950 y lo que eso significó en la vida de millones de brasileños. El domingo 16 de julio de 1950, a eso de las 7: 30 de la noche, horas después de que los fuegos pirotécnicos se cancelaran en río, y de que Alcides Edgardo Ghiggia nos diera la estocada final anotándonos el que durante toda la vida recordaríamos como el gol del silencio, papá repuntó en casa de los abuelos maternos envuelto en un aura de pena y palidez.




Otra vez nos encontramos aquí con el aura de pena. Ese algo metafísico, esa densa niebla que envuelve a los personajes, porque lo de la derrota de Brasil es apenas el ropaje del dato esencial: papá debe casarse al otro día y ese ambiente de catástrofe habrá de acompañarlo hasta el final.

Palabras en el mar o la invención de la realidad

Como nadie le escribía, inventó los personajes que sufrirían por ella, inventó antiguos amantes, confidentes, amigos entrañables y enamorados sin esperanzas. Invertía las horas escribiéndose cartas que remitía desde una oficina postal cercana a su apartado del centro, y a los días iba a retirarlas con emocionada sorpresa, leemos en el primer párrafo de este cuento.

Visto así, el relato es un homenaje a la literatura, a su capacidad para poblar y repoblar nuestra soledad y aureolarla de un aire de fiesta que nos ayuda   a sobrevivir y convivir con los otros, aunque sean inventados.

En la estructura del libro, este cuento funciona a modo de tregua, de recreo, antes de enfrentarnos a la dureza del  relato que le da título a la colección: La estación de las cebras.

En este último la tragedia ya no es sólo humana: es también el sino de los animales confinados en un zoológico donde reinan el hambre y el abandono en medio de la tragedia de un país llamado Venezuela pero que puede ser cualquiera. En un juego de cartas cruzadas entre los hermanos Rodrigo y Luisa Fernanda, entreveradas con fragmentos del diario del padre que agoniza en medio de una enfermedad agravada por los juicios morales y el resentimiento de Mercedes, su mujer, los pasadizos secretos son más tortuosos que nunca: salvar la cabeza de la princesa Scheherezade   tendrá un precio más alto, el de la más pura derrota. En la página 71 del libro el diario del padre nos permite una muestra de ese paisaje. Refiriéndose a su esposa Mercedes escribe:

Para ella, la duración de mi vida no deberá exceder la duración de las vacaciones. A veces la sorprendo mirándome y comprendo que mide mi desgaste en términos de tiempo. Teme al contagio para ella y los niños. No se atreve a confesarlo pero sé que es así. Sabe que la posibilidad es remota si se toman las debidas precauciones, pero su temor es supersticioso e irreductible. Lo de la partida fue preparado por etapas. Ya no deja que los niños me hablen del otro lado de la ventana.

Ya adultos, Rodrigo y Luisa Fernanda releen el diario y tratan de asomarse a la sima del abismo abierto entre sus padres. Al mismo tiempo, Rodrigo hace de la salvación de las cebras una misión que consiste sobre todo en curarse a sí mismo y a quienes lo rodean.

 Bien sabemos que el olvido en vida es una prefiguración de la muerte definitiva Y los protagonistas de esta historia lo saben muy bien.  Así se desprende de este fragmento del diario:

Esta soledad, por fuerza, debería entregarme lo mejor del recuerdo, aunque siento que todavía no estoy preparado para los vaivenes de la memoria. No puedo estar conforme. ¡La vida ha pasado tan pronto! No hay mucho que recordar. Todo estaba por hacerse y se destruyó. Se resquebrajaron las ilusiones de quienes me amaban, y aquí estoy, sin mayores perspectivas para hablar de la muerte, sin una vida siquiera vivida a plenitud, sin mucho que contar, salvo que Mercedes fue mi novia del colegio, y quien nos separa… mi único amor.



El carácter incompleto, trunco de toda vida. Allí reside la clave de estos cinco cuentos en los que la tensión nunca decae, otra condición indispensable para que el relato llegue a buen puerto. La destreza narrativa de Peñaranda, su proximidad a la poesía, crean una atmósfera común que le da cuerpo al libro, independiente de su diversidad temática. Esa es la garantía de que entre Tila, la lluvia, las cebras, las cartas de una mujer a sí misma y el suicidio de Zweig y Lotte aliente una recompensa impagable: el acceso aunque sea por unos pocos segundos a la  esencia del misterio.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=cPnAXCrQY2o

 

 

 

miércoles, 5 de junio de 2024

Hijos de Cadmo

 



 

En los mitos griegos más antiguos el héroe Cadmo mata al dragón y siembra sus dientes en la tierra. De éstos nacerán los guerreros que más tarde fundan la ciudad de Tebas en la que Cadmo será rey. Es la misma Tebas donde la esfinge cifra el destino de Edipo y de su trágica saga.

Al contrario de China, donde el dragón es un mito solar, la imaginería cristiana asocia el dragón con lo nocturno y por ese camino deviene, al lado de la serpiente y del fabuloso basilisco- nacido de un huevo de gallina empollado por un sapo- símbolo del demonio, del pecado, es decir, de los poderes terrenales contrarios al topos uranos, a la civitas dei de que hablará más tarde Agustín de Hipona. Cabalgando en esa dirección los bestiarios cristianos alimentan un catálogo en el que abundan las alegorías y las imágenes que hacen de los animales representaciones que oscilan entre el mal puro y lo numinoso. De hecho en el Nuevo Testamento tres de los evangelistas están acompañados de igual número de animales: león, águila y buey.  A su vez, en el libro del Apocalipsis, el dragón que escupe fuego es la bestia misma, el sumo sacerdote de las huestes infernales.

Esta breve introducción nos ayuda a adentrarnos en las 334 páginas de la novela Sortilegio, del escritor Julián Andrés Gómez Pineda (Manizales, 1977), obra ganadora del premio de novela Ciudad Pereira en el año 2021. Especialista en el medioevo europeo, profesor de literatura clásica en la Universidad Tecnológica de Pereira, es además autor de la novela El ocaso de la locura, ganadora del mismo premio en 2014.

Esa sólida formación hace de Sortilegio una novela muy bien escrita. Con un brillante manejo de la lengua española propia del siglo XVI, época en la que se desarrolla la historia de los protagonistas, el autor nos conduce de a poco  hacia el centro cada vez más intrincado de  un bosque que es a la vez metáfora de la vida interior de los  personajes y trasunto histórico de la expansión imperial de  España en lo que algunos historiadores llaman La Conquista de América. Al modo del mito de Ariadna, la tarea del lector consiste en llegar al punto exacto donde las brujas ofician sus encuentros con el  Gran Cabrón,  el  Príncipe de las tinieblas, el fornicador de verga helada, el engendrador de  íncubos y súcubos, el forjador de una estela de horror que, transmitida de generación en generación, aún alienta en lo más oscuro de nuestros  insondables temores.




Lo que veas, escríbelo en un libro

Ese es el mandato al que obedecen los escritores  de todos los tiempos. Porque en medio de las turbulencias propias de una época, sólo las historias sobreviven. De modo que Casiano, el narrador de la novela atiende el mandato y se da a la tarea. Debe completar la obra iniciada por  Angelus de quien, antes que continuador, se siente un doble.

Todo empieza en Santiago de Compostela, en una Galicia donde la humillación agobia a su familia empobrecida y en otro tiempo próspera. Es el tiempo de las grandes empresas marítimas y Casiano se embarca en una nave maltrecha y plagada de ratas en la que no tardan en cundir el hambre, la desconfianza y las enfermedades.  El capitán es Pedro de Heredia, quien ha reclutado a una panda de perdularios sin nada que perder, entre los que se  cuenta Arcesio, tío de Casiano. En un mundo que se desploma, donde la fructífera convivencia entre árabes, judíos, cristianos y descendientes de visigodos es cosa del pasado es mejor hacerse a la mar. Además, las noticias sobre fabulosos reinos donde   los caminos están empedrados   con oro avivan la imaginación de unas mentes de por sí enfebrecidas.

Pero volvamos atrás, al   temprano relato de los recuerdos de Casiano en la casa materna; en la página 35 de la novela – o de su manuscrito, si lo queremos ver  así- nos cuenta que:

Despierto con sobresalto y me incorporo como llevado por un impulso involuntario. Esa horrenda imagen de una anciana bruja me acecha en mis pesadillas. Seco el sudor de mi frente, y recuerdo muy bien a mi madre recitando las doce verdades, atrapando a la bruja que había escapado de la estancia donde dormía mi tío; yo era aún un niño, y no creía en tales historias (aún hoy me cuesta dar crédito a estas cosas, creo que son sugestiones de la mente), pero lo recuerdo muy bien, tanto que esas doce verdades se quedaron grabadas en mi mente.




A partir de ese momento, Casiano y los otros protagonistas de la historia tendrán que volverse duchos en conjuros, porque el mal se agita en el aire a todas horas (ese es el verdaderos sentido de la imagen de la bruja volando en su escoba) y Dios  se empeña en mirar  hacia otro lado:  las prácticas  de la Inquisición parecen más propias de una mente infernal que  de  un tribunal inspirado en la justicia divina. Pero eso es propio de la época: quienes están más lejos de la gracia a menudo son los propios monjes encargados de invocarla, como lo aprenderá Casiano apenas  desembarcado en el Nuevo Mundo, que poco tiene de nuevo, a juzgar por la manera como los aborígenes adoran a su propia legión de  dioses  y  demonios, que a menudo se confunden con el panteón de los recién llegados.

Al enterarse de que su tío Arcesio va a ser embarcado como prisionero,  el joven Casiano decide cometer un delito y hacerse capturar como garantía de que así será enviado también a las tierras de ultramar. Como todos, Arcesio está atrapado en la urdimbre del espíritu de la época, es decir, de la creencia en las prácticas brujeriles. De hecho, en la nave viaja también la bruja  Candelaria, una presencia que cruza de principio a fin las páginas del manuscrito.

Mi tío Arcesio piensa que soy tonto. Cree que no sé lo que le ocurre, pero lo sé mejor que nadie. Una noche llegó ebrio como de costumbre, venía de la fonda. Entró en el granero mirando como si alguien lo persiguiera, yo pude verlo desde la ventana del cobertizo. Bajé apresurado y por el  güeco de la puerta roída lo vi todo: se palpaba las partes masculinas y decía : “ Dios mío santo y poderoso, la folla ¿ adónde se ha ido?” y se tocaba desesperado porque no vía su miembro… y luego salió dando tumbos, con su mano agarrando un viril inexistente, porque según parecía, lo había perdido en la cama pública de doña Tigresa; y ansí como vino se fue, a rogarle que le devolviera lo que era suyo, lo supe porque el mesmo me lo dijo luego.




Capaz de   despojar a los hombres de su miembro viril mediante sortilegios heredados  a lo largo de las generaciones, la bruja se nos revela así como lo que en el fondo es: la gran metáfora de la rebelión contra el dominio masculino pues, ¿ Qué es un hombre sin su viril, sin  su verga, sin su consentido instrumento de goce y reproducción? Si durante el día  el macho la sojuzga y  condena al silencio, la noche , la sombra lunar , es el reino donde  la hechicera restablece el equilibrio del mundo.

Leído así, no es casual que el manuscrito- o la novela- esté precedido de una cita del Malleus Maleficarum o Martillo de las Brujas, el manual redactado por el Tribunal de la Inquisición- o por el mismísimo demonio, dirán algunos- para identificar, perseguir, condenar y ejecutar a herejes y apóstatas, perros, hechiceros y fornicarios:

“Y qué debe pensarse entonces de las brujas que desta manera reúnen, a veces, órganos masculinos en grandes cantidades, en ocasiones veinte o treinta miembros, y los ponen en un nido de aves, o los encierran en una caja, donde se mueven como miembros vivos, y comen avena y trigo, como lo vieron muchos y es cosa de información común?”

                                                                         Malleus Maleficarum, II, 30





 

Por lo pronto, la bruja Candelaria hace méritos para atraer sobre su persona el martillo del tribunal cuando recomienda:

Para mandar el alma de un difunto sobre alguien, para atormentarle o hacerle enloquecer, o matarle, hay que hacer varias cosas. Primero hay que salir a media noche, y en un recodo donde se junten tres caminos, esperar una perra en celo; cuando llegue la perra hay que arrancarle algunos pelos. Se pone la caldera al fuego y en dos partes de sangre de cerdo nonato se agrega nuez moscada, castaña, oliva negra y jengibre. Mientras el conjunto suelta el aroma debemos agregar tres ratas negras nacidas en luna creciente, estas ratas representan las personas innombrables, Quando se agregan las ratas hay que abrir la ventana para que entre el éter noturno hasta la caldera y entonces se agrega grasa de difunto, que se tiene siempre en un frasco disponible.

 

Una vuelta por Babel

A estas alturas, sobra decir que Sortilegio es una novela erudita, entendida esta palabra no como el despliegue  pretencioso de datos,  sino en el sentido de amplitud y profundidad, condición necesaria para abordar los fenómenos.  Gracias a esa erudición podemos aproximarnos a la esencia de un mundo donde los descubrimientos científicos y la expansión por tierra y mar conviven con las más tenebrosas prácticas en las que la bruja Candelaria o el monje Rubicundo, ambos prosélitos del demonio Abduxuel son discípulos aventajados. De ahí que, aparte de la voz del narrador, de los narradores, la obra  sea toda una estela de voces: la del tío  Arcesio, la de Pedro de Heredia, la de los aborígenes, la del árabe suicida Abderramán, descendiente de Boadbil, el último rey moro de Granada, la de la bruja Candelaria. Pero, además, están los murmullos del pasado,  las maldiciones y conjuros que  se escuchan en el bosque o resuenan entre las paredes del monasterio. Para muestra, en la página 243 leemos estos versos finales del Auto de fe contra los fornicadores Bonifacio y Sofía:

¡Cumplid buenos verdugos la sentencia!,

El santo inquisidor se ha pronunciado,

Esquilo agora mesmo estas ovejas,

Y dellas el pecado  hemos purgado.

Oíd aquestas místicas sentencias,

Dictadas de los gran iluminados:

A aquestos que son duros de testuz,

La Iglesia les ha hundido el arcabuz.

Los duros de testuz, los réprobos, herejes y apóstatas mencionados en el Martillo de las Brujas. Los alzados contra todas las formas de poder secular, empezando por el eclesiástico. Entre los bosques de Zugarramurdi  y los del altiplano donde los jefes chibchas se disputan a muerte el control del reino se escuchan los gritos de guerra y los lamentos de los torturados, de los  sorprendidos en conjura o de los moros, cristianos y judíos entregados a los goces del cuerpo, a la celebración de la vida. En este último punto, el virtuosismo del narrador se nos presenta en la voz de Angelus:

Yo, Angelus, Recaudador de las Memorias de la Orden, el más pecador y sucio de todos, quando puse por vez primera mi masculino  atributo en las carnes rosadas y lúbricas de mi amada, caí en éxtasis o visión extática, porque un demonio llamado Abduxuel, vino a mí mientras en las entrañas de mi amada hundía mi miembro a holgura, y mientras jadeaba, este demonio me sacó de mi cuerpo, por arriba de mi cabeza, llevándome a un sitio muy quieto donde tuve muchos y variados deleites jamás pensados, y luego puso su boca de cinocéfalo en mi oído, mientras con una de sus garras me sostenía la cabeza y habló de modo muy claro en hebreo antiguo, y lo que él me dijo se copió en mi memoria de manera prodigiosa en las letras hebreas(…)

El  párrafo anterior está fechado en el año de 1457 ,a poco menos de cuatro décadas de la llegada de los españoles (andaluces, gallegos, catalanes, aragoneses, murcianos, y otros tantos) a  las tierras regadas por el Río Grande de la Magdalena. A completarlo dedicará su vida el joven Casiano, por mandato de Dios o del Diablo, da igual. Porque, como se desprende de la última frase del libro, los íncubos y los engendros son   solo un sortilegio.


PDT les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=70pPE9cQ74w&list=PLgUDJQUxv4hx7JDVHuzJdlbwNem3VtahR

 

 

 

 

 

 

jueves, 30 de mayo de 2024

Un mundo ojeroso

 



Por lo visto, el color reinante en el mundo es el violeta con sus distintas tonalidades. Y esa realidad no tiene relación con alguna moda neo-punk en el mobiliario o en una manera de vestir impulsada por las sectas Nueva Era.

Sucede que, desde hace un buen rato, la bolsa malar- así se llama esa parte de la cara- de un número más elevado de mortales suele lucir teñida de violeta. En algunos es tenue, cercana al malva.  Otros lucen ese tono intermedio propio de algunos arreboles en verano. Y un alto porcentaje le presenta al mundo el color cárdeno que suele aparecer después de un golpe violento contra algún objeto contundente: una paliza feroz, digamos.

Pero aquí se trata de otra clase de palizas no menos inquietantes. Son las propinadas por el insomnio voluntario o impuesto. Es tan elevado el número de casos reportados que el gran Morfeo debe estar pensando en cambiar de oficio, o al menos en inventar alguna cura. Gomitas de Cannabis Sativa, por ejemplo.

Por lo pronto, dejemos de lado la más conocida y natural de las causas del insomnio: la próstata y el tiempo, ese par de villanos que decidieron combinar, como en la teoría leninista- todas las formas de lucha.

Precisado ese detalle, encontramos que las claves de esa pandemia son múltiples. Mucha gente no puede dormir porque las ansiedades de la vida diaria se acumulan en tal proporción que acaban por desterrar la dosis de paz necesaria para abandonarse en esas aguas misteriosas que inspiran a tantos poetas y alimentan el bolsillo de los sicoanalistas.  Ricardo Nieto, médico siquiatra con estudios- cómo no- en Buenos Aires, me hace una enumeración tentativa: deudas, desempleo, divorcios, demandas, alcoholismo, hijas con embarazos tempranos, hijos con problemas de drogadicción, muerte de seres queridos, pérdida de estatus social y unas cuantas causas más acaban por arrojar a la gente a ese erial donde no hay lugar para la quietud y cuyo desenlace final   se traduce a menudo en locura.




Otros no duermen porque la industria del entrenamiento los asedia noche y día con seducciones sin cuento, empezando por las domésticas: la televisión, la computadora y el teléfono están  siempre a la orden. Sé de personas que duermen con los audífonos puestos, supongo que a la espera de un llamado del cielo. Conozco otras que se trasnochan a la espera de su programa de televisión favorito…  transmitido a la una de la madrugada.

También están claro, los llamados a la evasión fuera de casa: cines, bares, billares, conciertos discotecas, estadios y sectas religiosas constituyen un portafolio diseñado a la medida del bolsillo y la desesperación de cada quien.

Y el último grupo pero no el menos importante lo conforman las legiones de personas que  trabajan de día y estudian de noche como único recurso para tratar de hacerse a un lugar en un mundo cada vez más competitivo y feroz. Tengo una pareja de vecinos que salen de casa a las cinco de la madrugada y regresan cerca de la media noche. Pero no vayan ustedes a creer que llegan a descansar. Antes de dormir deben preparar las tareas para el día siguiente, adelantar algunos oficios domésticos, examinar los mensajes del buzón, lavar la ropa interior y otras minucias más.

Ya podrán ustedes concluir que no tienen hijos ¿Cuándo podrían disponer de unos minutos para  consagrarse a esos menesteres que demandan tiempo, imaginación y algo de sosiego?  A manera de sucedáneo tienen un perro que gime de soledad durante todo el día y al que- olvidaba decirlo- sacan a cagar antes echarse a dormir tres o cuatro horas, porque deben levantarse bien temprano a continuar la rutina.




Lo grave es que si usted no duerme bien el tiempo necesario para recuperar energías la mente y el cuerpo se fatigan. Eso conduce a la desconcentración; la gente empieza entonces a cometer errores y a volverse cada vez más irritable y ansiosa con el consiguiente aumento de las dificultades para dormir. En poco tiempo eso se vuelve una rueda infernal que empuja a las personas al consumo de ansiolíticos y otros medicamentos habituales para dormir, cuando no a la hospitalización, me dice el médico Nieto mientras se pasa los dedos índice y pulgar por sus enormes ojeras color violeta tipo paliza infernal.

Bien sabemos que, como todo en este mundo, las palabras y conceptos se renuevan al tiempo  que otros pierden  vigencia. Por la mañana, bien temprano, examino mi cara para constatar qué tono han adquirido mis ojeras y me pregunto dónde fue a parar aquella idea hermosa de Dormir a pierna suelta.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=P8JEm4d6Wu4

lunes, 29 de abril de 2024

Las fugas de Conejo

 



 

          La vida es una montaña que se vuelve más escarpada a medida que trepas.

                                                John Updike

                                               Conejo en paz

 

 

On the road again

Con agudos presentimientos alojados en su corazón recién sometido a una angioplastia, Harry Angstrom, apodado Conejo desde su remota infancia, conduce su Toyota Celica hacia el sur de Estados Unidos, en la calurosa Florida. Saltando de autopista en autopista y de motel en motel engulle los kilómetros que lo separan de Deleon, la población donde posee a medias con su mujer (¿o su exmujer?) una vivienda en un condominio de clase media alta. En la radio sintoniza viejas canciones de crooners y de cantantes negras que lo mantienen en contacto con lo que no se atreve a llamar del todo su pasado.

Abajo, en una barriada negra y marginal lo espera algo oscuro que cobra un perfil más definido a medida que avanza: es su propia muerte que alcanza cada vez más consistencia luego de un segundo infarto mientras intentaba competir jugando al baloncesto con un adolescente del lugar. De joven, en los tiempos del instituto, Conejo fue un promisorio jugador  que llegó a levantar admiradores entre la gente de su generación, sobre todo entre el público femenino.

Pero eso fue en un pasado tan remoto que se antoja irreal: ahora, su corazón fatigado por las palizas de la vida le recuerda que envejece, que ya es el turno para otra gente pletórica de energías.

Ese pasado resulta tan irreconocible como la quimérica grandeza de unos Estados Unidos de América golpeados por la inflación, por la crisis de los combustibles, por la especulación financiera, por enemigos agazapados en todos los rincones del planeta y por un nuevo huracán que se aproxima a sus costas y bautizado con el nombre de Hugo. Extraña costumbre esa de bautizar a los huracanes con nombres humanos, como si con ese simple acto se pudiera conjurarlos.

En la superficie, Harry Angstrom, descendiente de inmigrantes suecos, huye de su casa familiar en Brewer, Pennsylvania, la localidad donde nació en 1933, durante uno de los coletazos de la Gran Depresión. Su esposa Janice, su hijo Nelson- que intenta salir de su adicción a la cocaína- y sus nietos Roy y Judice, acaban de ser enterados por Pru, la esposa de Nelson, de que una noche lluviosa de hace apenas unas semanas, tuvo una sesión de sexo con su suegro mientras el resto de la familia andaba fuera de casa.




Eso en la superficie, porque en el fondo intenta escapar de esa suerte de nata oscura que nos rodea a todos. Algunos la llaman alma, otros hablan de El destino y unos cuantos más la reconocen como la nada, a secas. De cualquier forma, es imposible escapar de ella. El amor, o el sexo para ser más precisos, es apenas uno de los muchos resquicios por los que tratamos de ponernos lejos del alcance de esa nata oscura. Al final, sólo conseguimos añadir otra capa.  Para Conejo el resultado de esa lucha fue una enfermedad del corazón, en el sentido fisiológico y poético de esa palabra ¿ No repiten todos esos cantantes que están enfermos del corazón?

Conducirnos a la entraña de ese inútil combate es el propósito del escritor norteamericano John Updike (1932, Reading, Pennsylvania- 2009, Danvers, Massachusets) en su tetralogía de novelas tituladas Corre Conejo, El regreso de Conejo, Conejo es rico y Conejo en Paz. Cada una de ellas abarca una década en la vida del protagonista y de quienes lo rodean: la del cincuenta en años de la posguerra, la de los sesenta con sus revueltas sociales y  su obsesión por las drogas, la del setenta con el  tránsito a  formas más despiadadas y sutiles del capitalismo, hasta llegar a los noventa cuando el desplome de la Unión Soviética   dejó a los  Estados Unidos  sin el gran enemigo y, por lo tanto, huérfanos de aquel ilusorio sentido de unidad nacional que marcó los años de la  Guerra   Fría.

En realidad no es necesario leer las novelas de Updike en el orden en que fueron publicadas. Bien visto, ese es apenas un formalismo editorial. Lo importante es seguir el camino de los personajes que gravitan en la órbita vital de Harry, como si se tratara de   satélites desamparados atados a la fuerza gravitacional de un planeta enloquecido.

Ya se trate de jóvenes o viejos, esos personajes están marcados por dos características: la exasperación sexual y un arribismo social que se alimenta de sí mismo. Esas dos fuerzas no los dejan dormir en paz. En busca de alguna forma de sosiego unos buscan las drogas de evasión en los sesenta o las que los conectan con el frenesí de los tiempos en los ochenta y noventa. Otros especulan en los mercados como quien juega a la rueda de la fortuna. En el entretiempo despliegan todos los trucos de la seducción, en una especie de carnaval que los deposita en la orilla del tiempo más fatigados que el día anterior y con un regusto amargo en la boca. Entretanto, los que ya quedaron fuera del juego se van a vivir al sur, a esa Florida de playas, de clínicas geriátricas y de tratamientos para conservar la poca salud que les resta.




Por lo visto, tantos años no les proporcionaron ni una pizca de sabiduría y templanza. Por eso miran la televisión y acarrean sus cuerpos como fardos por los campos de golf. Después de la carrera por hacerse a   un lugar en el mundo, según reza el evangelio de las clases medias, aguardan la muerte con el aire irresoluto de quien apenas si se atreve a mojar los pies en el agua del mar. A estas alturas, no les sobraría echarle un vistazo a aquella sentencia que el emperador Marco Aurelio garrapateó en sus cuadernos:

Qué bueno es, cuando tienes ante ti carne asada o algún alimento similar, imprimir en tu mente que es el cadáver de un pez o el cadáver de un ave o de un cerdo, y de nuevo, que el vino de Falerno no es más que jugo de uvas y tu túnica de borde púrpura es simplemente el pelo de una oveja empapada en la sangre de un molusco. Y en la relación sexual, que no se trata más que de la fricción de una membrana y de un chorro de mucosa expulsado.

Pero no hay sabios en las novelas de Updike. Sólo desesperados que luchan con lo que tienen a mano para mantenerse en pie sobre la cubierta de un barco que zozobra: su propio país en manos de los políticos, de los tiburones de las finanzas, de la industria del espectáculo y de los televangelistas que prometen la redención  a sus feligreses, mientras tratan de poner  al propio pellejo  a salvo de un escándalo financiero o sexual.




El comienzo del juego

Mientras viaja hacia el sur pisando a fondo el acelerador en medio de su larga noche Conejo recuerda o al menos trata de recordar. Su historia personal son hilachas, fogonazos de tiempo que a lo mejor acaban de surgir ahora mismo y nada tienen que ver con lo que la gente llama su pasado. ¿Quién le dice que Janice, Nelson, Pru, Judy y Roy existen realmente a esta hora y en algún lugar? A decir verdad, ni siquiera puede probar que el mismo exista esta noche, en esta autopista, con la voz de Connie Francis susurrando estribillos dulzones en la radio y con la vía láctea desdibujándose al fondo del firmamento.  Recuerda que una noche, durante uno de esos viajes de matrimonios cansados al Caribe, hubo intercambio de parejas. Esa vez sodomizó a  Thelma, que después se convertiría en su amante. Lejos de que la imagen le provoque placer, una punzada en el pecho le recuerda que al final del cuerpo de la mujer había un vacío y una negrura fría que hoy lo vuelven a dejar sin aliento.

La historia de toda vida es una sucesión de imágenes inconexas en un caleidoscopio a las que sólo la muerte puede poner fin, parece repetir todo el tiempo el narrador de la novela. Harry, por ejemplo, debe hacer grandes esfuerzos para remontarse a los días en que él y Janice se enamoraron - ¡Qué extraña suena esa expresión, ahora que su mujer dice odiarlo ante el tamaño de la afrenta recibida!-  Afrenta, dijo,  como si los seres  vivos no llevaran años  apareándose en respuesta a un mandato de la vida.

Pero bueno, sí, el recuerdo dice que un día Janice y él se enamoraron, que más tarde tuvieron dos hijos: Nelson, que los hizo padecer lo suyo con sus robos continuos en el negocio familiar- la concesionaria de Toyota heredada del viejo Springer, su suegro, que le echó una mano cuando perdió su empleo en la imprenta y lo encausó por el camino de la riqueza- y Becky, la pequeña que murió ahogada en la bañera, y los dejó cociéndose en un fuego eterno de acusaciones y remordimientos.




En la radio la voz ebria de Sinatra canta que siempre seremos Extraños en la noche y lo devuelve de golpe al momento en que Janice abandonó la casa para irse a vivir una aventura sexual con el griego Charlie Stavros, para entonces   hombre de confianza del viejo Springer. En una especie de retorcida compensación, Conejo llevó a vivir a la casa a Jill, una   hippy adolescente, y a Skeeter, un negro adicto a las sensaciones fuertes y comprometido en las luchas por los derechos civiles.

Para adquirir algo de consistencia, toda vida   necesita de un tiempo y de un espacio que la hagan creíble. Asideros, les dicen.  Como esos mojones con que los viajeros se orientan en el camino.  En las novelas de Updike esos mojones se materializan en forma de símbolos culturales. La música es uno de ellos: los crooners y las cantantes negras para Conejo, el rock para su hijo Nelson y el disco en los setentas, con la lujuria electrónica de Donna Summer. En el cine asistimos en compañía de la familia a una función de 2001, Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, éxito de cartelera en 1969, el mismo año de Woodstock, de la llegada a la luna- una promesa echada a perder dos décadas después con el desastre de la nave Challenger. Para no perder la órbita, en los setenta tendríamos a E.T y en los ochenta La Sociedad de los poetas muertos, a Reagan, a Thatcher y unas cuantas de esas invasiones y guerras con que los Estados Unidos y sus amigos suelen animar la movida mundial.

En esa medida, Updike, igual que Pynchon, D.F. Wallace o Franzen , es un testigo feroz. Para ellos, el dinero es la sangre que fluye por las escleróticas arterias de un mundo agotado.  Si dejara de  circular todo desaparecería como activado por un encantamiento, empezando por la orgullosa civilización humana. Por eso, la sociedad debe estimular el consumo y el derroche en un incesante movimiento de sístole y diástole: anuncios publicitarios en las calles, en las fachadas, en las autopistas, en los moteles, en los estadios, en la televisión, en las revistas, en la radio, en las iglesias neocristianas y en cuanto sitio resulte disponible. La consigna es una sola: atragántate hasta que se te obstruya el culo, después ya veremos… si hay después.

La consecuencia más visible de todo eso es un permanente estado de crispación. La sensación de haberse quedado atrás. El pensador Herbert Marcurse llamó a eso La carrera de ratas. Siempre hay alguien a quien podemos sobrepasar y siempre hay alguien detrás pisándonos los talones. A esas alturas la única válvula de escape es una combinación de sexo, drogas y entretenimiento. Por eso el rugido de la masa en los estadios se parece   tanto al gemido de la bestia en la cama. En realidad hay bien poco de placer en todo eso. Es más bien un llamado de auxilio a una divinidad que hace rato volvió la vista a otro lado.

Porque para escritores como ellos y otros de su generación la esperanza es algo vedado. El sueño americano hace tiempo devino pesadilla.  Corea, Vietnam, Cuba, Irán, Irak, Chile son apenas algunos de los puntos en el cada vez más encogido mapa de la tierra a los que su país ha llevado la devastación. Juegos de la geopolítica, le llaman a eso.

La expresión interna de ese universo de pesadilla es el Sida, el crack, la violencia en las calles, los barrios a los que no se puede entrar, como si se tratara de otro país. Conejo, su familia y el resto de la población se mueven con un andar de sonámbulos que sólo parece encontrar algo de paz cuando se sientan frente a la pantalla de televisor… donde asisten al desfile de guerras, drogas,  delirios sexuales, intrigas y crímenes, pero esta vez sumergidos en una burbuja que parece volverlos inofensivos.




Bienaventurados los muertos

La saga de Conejo es un viaje de ida y vuelta del que su huida al sur es apenas el más reciente capítulo. Convencido de que no hay lugar para la paz entre los vivos recuerda lo que leyó, escuchó o vio alguna vez en una película: todo el tiempo caminamos sin darnos cuenta sobre los huesos de nuestros antepasados (Ando sobre rastrojos de difuntos, escribió el poeta español Miguel Hernández). Poseído por esa pequeña dosis de clarividencia evoca a su hija Becky ahogada en la bañera; a sus padres, a los padres de Janice; a Jill, la joven hippy muerta en el incendio de la casa donde la había alojado; a Skeeter  , esa curiosa mezcla de chulo, iluminado y drogadicto. Pero sobre   todo piensa en Annabelle, algo así así como un alma en pena: pudo y no pudo haber sido su hija engendrada con una ya envejecida amante llamada Ruth. Conejo ya no tendrá tiempo de saber si esa muchacha a la que vio apenas un par de veces es hija de sus entrañas.

Y entonces, de golpe, lo asalta una visión: estamos hechos de tan extraña materia que nuestro hijo muerto es ya un antepasado.  Él también puede estar muerto y nadie lo ha notado… o a lo mejor si pero hicieron la vista gorda para no destruir su mundo de ilusión. Pudo haber muerto, por ejemplo, en Vietnam, si hubiese ido a la guerra, pero a esta hora de la madrugada es mejor hacer alto en el camino y descansar en algún motel para curarse de las ilusiones.  Una película porno podría ser un buen ancla para fijarse a los bordes de la realidad.

Estados Unidos coge todo y no da nada, como un agujero negro, sentencia el empresario japonés que visita la concesionaria Toyota para revisar los vacíos dejados por los robos continuos de  Nelson. John Updike se ha especializado en escudriñar los entresijos más ocultos de ese agujero. De regreso, los vuelve de revés para mostrárnoslos en forma de novelas. Pensando en la muerte de su amante Thelma, aquejada de la enfermedad del Lupus, el narrador reflexiona:  La enfermedad de Lupus- que significa Lobo- es como una metáfora de los tiempos, una de las enfermedades de inmunodeficiencia en las que el cuerpo se ataca a sí mismo, los anticuerpos atacan su propio tejido, en una especie de odio a uno mismo.

Y eso sucede- continúa, Porque sin Dios que nos anime y nos convierta en ángeles todos somos basura. Basura, el resumen de la sociedad de consumo, un mundo donde la gente no compra cosas porque las necesite. Las compra porque están más allá de lo que necesita, le dice Nelson a su padre en uno de sus escasos raptos de comunicación.

¿Qué pasó con el sueño de los padres fundadores? ¿Adónde fue a parar eso de Y justicia todos? ¿Y lo de la fraternidad y la igualdad? Se preguntan los narradores y personajes de las novelas de Updike,  Pynchon, Wallace y todos los demás.




Desde luego, nadie puede dar respuesta. Todo el mundo está sumido en la confusión. Cada quien enganchado a su propia adicción, empezando por la violencia en la vida real o en la ficción. En América siempre hay un majara que dispara para que su nombre salga en los periódicos, dice alguien en uno de esos diálogos en los que las palabras decisivas parecen venir desde lo alto.

En Corre Conejo, la primera novela de la saga, Harry sale un día de su casa a comprar cigarrillos y no regresa. Una repentina fuerza lo empuja a abandonar el hogar conformado por Janice y el pequeño Nelson. Luego de su vuelta en El regreso de Conejo es Janice la que se va en pos de vaya uno a saber qué ilusiones en las que el sexo es apenas un pretexto. En Conejo es rico y Conejo en paz es Nelson quien, al modo de un animal acorralado, huye hacia delante arrasando lo que encuentra a su paso, empezando por sus pequeños hijos. En las novelas de Updike todos huyen, como huimos todos en el mundo del capitalismo tardío.

Ya ni siquiera perseguimos nada. La huida se ha convertido en un fin en sí mismo. Despojados de todo sentido trascendente de la vida olvidamos que hubo un tiempo en que valores tan simples como la compasión constituían el soporte de toda existencia. Es la compasión que Conejo ya no espera. El chico negro con el que jugaba al baloncesto lo ha dejado abandonado luego de   sufrir   un segundo ataque cardiaco mientras intentaba encestar una pelota de baloncesto por primera vez en muchos años. Quizá era el tanto de su vida pero ya no tendrá tiempo de saberlo.

Estamos en las páginas finales de Conejo en Paz. Las viejas calles de Brewer donde nació y creció, donde se ilusionó y perdió la fe son algo cada vez más borroso. Una neblina suspendida   sobre su cuerpo abandonado en el asfalto de la cancha. Como en las viejas sabidurías mayas, la sangre de Harry Amstrong parece haber alcanzado al fin el lugar de su quietud. Una   desastrada cancha de baloncesto en una barriada negra empobrecida. Como una última revelación, una suerte de recompensa divina por la suma de desaciertos que ha sido su vida enhebra una admonición : Ríete de los curas, pero ellos tienen la palabra que necesitamos escuchar, las que han hablado los muertos.

¿Puede alguien   imaginar un final mejor?


PDT les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=A134hShx_gw

 

 

 

martes, 9 de abril de 2024

Palabras al vuelo

 


 




Ya les he contado que me apasiona escuchar las conversaciones de la gente en la calle, en los buses, en los cafés, en las salas de espera de cualquier cosa. Donde quiera que se junten dos seres humanos surge el prodigio verbal y con él, de vez en cuando, alguna cápsula de sabiduría.

Qué le hacemos. Mi oficio me hizo chismoso por definición. Escuchar las conversaciones ajenas equivale a mirar por el ojo de la cerradura: uno puede presenciar un fogoso combate sexual o un crimen inesperado. Depende de la carta que le haya tocado en suerte. Fisgonear es como ponerle un termómetro a la vida bajo la lengua en busca de algún estado febril.

Si, ya sé que los termómetros ahora son digitales y no se ponen bajo la axila o la lengua, pero hay algo de misterioso en esos lugares que hacen válido el uso de la figura.

Pues bien, gracias al auge del vegetarianismo, el veganismo y otras hierbas, escucho cada vez con  más frecuencia la expresión Asesinatos de vacas para referirse a la  bíblica costumbre de alimentarse de bípedos y cuadrúpedos  de la más diversa pelambre. Debe ser por eso que los viejos mataderos municipales cambiaron el nombre por el de Centros de Beneficio Animal, sin detenerse a pensar en el absurdo de llamar así a un lugar donde de todas maneras se despachan vacas, cerdos y otros semovientes con destino a la mesa de sibaritas carnívoros. Supongo que es otro avance en la manía de no llamar las cosas por el nombre.

En todo caso, a ese ritmo sospecho que muy pronto hablaremos de asesinatos de pollos, de patos, de conejos, de cabras, de atunes, de perdices y el catálogo completo de seres vivos incorporados por el Homo Sapiens Sapiens a su cadena alimenticia. No es difícil conjeturar que, a corto plazo, todos moriremos por desnutrición, como si ya no existieran suficientes personas condenadas al hambre en este mundo de abundancia.

San Francisco de Asís, que estaba tocado por la gracia, hablaba de las hermanas aves, las hermanas bestias y los hermanos gusanos. Pero el santo hablaba con Dios y eso lo convirtió en un ser excepcional. Nosotros, pobres mortales, hemos de comer carnes de todo tipo si queremos mantener altas las defensas de nuestro organismo. ¿Cuál será nuestro castigo por ese pecado? ¿A lo mejor cien azotes por cada cincuenta gramos de carne consumida o una dieta de lechuga perpetua por el consumo de una humilde ala de pollo deshidratado?




Los fundamentalismos siempre han funcionado así. No quiero imaginar lo que les sucederá a los ganaderos, avicultores y piscicultores cuando llegue el día del juicio. Me temo que serán equiparados a jefes de campos de concentración nazis y soviéticos, con el correspondiente castigo ejemplar.

En un programa radial, uno de esos “consejeros” o “coach” que se multiplican al ritmo de una plaga bíblica, sentenció que la leche es un líquido maligno, tan letal como el whisky de Kentucky, el mezcal o la chicha fermentada en  el altiplano por nuestros ancestros indígenas.

El fulano no aclaró si ese anatema funciona también para la leche materna, de cabra, de nodriza y otros tantos proveedores milagrosos.

Soy de los que resuelven los asuntos del alma directamente con Dios, de modo que me senté en el banco de un parque a rumiar- y perdón por el vacuno verbo- mis tribulaciones.

La falta de leche en la temprana infancia provoca lesiones cerebrales que determinan un cretinismo de por vida, le escuché decir una vez a ese gran médico y ser humano que fue Héctor Abad Gómez.

¡Carajo!, le reclamé a mi Dios ¿por qué nos has  abandonado? Sin leche ni carne acabaremos con el cerebro achicharrado, como el de un adicto al pegante o al bazuco. Suficiente tenemos con la  televisión y los teléfonos inteligentes. Pero Él siguió sumido en su silencio eterno.




No sé a ustedes, pero se me antoja que a esta cruzada se le fue la mano, como a todas. A este ritmo a la vuelta de unos años hablaremos de pulguicidios, piojicidios, mosquicidios, cucarachicidios y otros crímenes atroces. Para entonces, habremos regresado a los tiempos oscuros. Desnutridos y enclenques sucumbiremos al asedio de toda suerte de plagas, sin necesidad de un regreso al Covid-19, segunda temporada.

Ante ese sombrío panorama, decidí pasar la página y ocuparme de cosas más amables. Por ejemplo, meditar sobre el hondo sentido de la conversación entre dos chicas adolescentes a la entrada de un centro comercial:

Adolescente I:  allí viene el buenón de Ricky,¡ Papacito!

Adolescente II: ese man me encanta ¡lo veo y se me despeluca la cuca!

*Para lectores no colombianos aclaro que la palabra cuca, aparte de aludir a una golosina tradicional, se utiliza para nombrar el órgano sexual femenino… aunque, con la pornográfica costumbre de afeitarse los genitales, sospecho que la expresión de la chica II perdió su exquisito sentido.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=p-T6aaRV9HY