viernes, 2 de junio de 2023

Tomás de Aquino y la Inteligencia Artificial



 

                         

                      ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

                                        Philip K. Dick

                                        

En las primeras páginas de La Suma Teológica Tomás de Aquino advierte que Dios creó el universo de una vez y para siempre. De ahí en adelante, éste se encargaría de auto engendrarse y perfeccionarse como una prueba de los atributos divinos. La metáfora bíblica de la creación del mundo en siete días apunta en esa dirección.

De esa sencilla idea después se derivaron discusiones y concilios sobre el libre albedrío, la predestinación, la índole de la naturaleza angélica y demás asuntillos a los que son tan proclives obispos y cardenales.

A menudo olvidamos que la teología es una rama de la filosofía, y por eso mismo un camino hacia el conocimiento, en este caso al conocimiento de Dios.

¿Y a cuento de qué la alusión a santo Tomás planteada en el título de esta entrada?, se preguntarán ustedes. ¿Cuál es su relación con las máquinas pensantes, los androides de los que tanto se habla por estos días?

Bueno, para empezar, creo que, por ahora, no deberíamos hablar de máquinas pensantes sino de máquinas pensadoras, en la medida en que son diseñadas por una mente humana para desempeñar funciones similares a las del cerebro. Un programa para jugar ajedrez, los dispositivos para cirugías no invasivas o el sistema de control electrónico de un automóvil pertenecen a esa categoría.

Por ahora, dije, porque las máquinas serán pensantes cuando adquieran la autonomía y el discernimiento necesarios para la toma de decisiones frente a situaciones complejas planteadas por el entorno o por su propio mecanismo de funcionamiento.  Esa es, nos dicen, la tercera fase de la Inteligencia Artificial.

Y es ahí cuando afloran desafíos tan caros al devenir de la filosofía, como la ética, la moral y los valores vistos a la luz del derecho y la religión. Una de las grandes preocupaciones surge cuando se plantea la pregunta acerca de la capacidad que tendrán las máquinas para rediseñarse,  (perfeccionarse , según el teólogo ) y multiplicarse( auto engendrarse) de manera exponencial.



                                                         Tomás de Aquino

Si a lo largo de los siglos millones de seres humanos dejaron de creer en el Dios de los teólogos y lo dejaron atrás para dedicarse a adorar otras cosas, entre ellas la ciencia y la razón, con las secuelas por todos conocidas, del mismo modo-  aseguran-  en su avance la Inteligencia Artificial nos dejará atrás a los humanos en mucho menos tiempo.

Para probarlo, basta con echarle un vistazo a la velocidad con que se han transformado las cosas después de la Segunda Guerra Mundial, dándole de paso la razón a las intuiciones de Einstein sobre la relatividad de la relación espacio- tiempo.

¿En qué nos convertiremos cuando las máquinas tomen el mando? Se preguntan los pensadores más pesimistas, abrumados por la idea de que nos aproximamos sin remedio a la reedición electrónica de la fábula del Aprendiz de Brujo – ¿Lo recuerdan en la película de Disney?-, incapaz de controlar las fuerzas que él mismo desató, seducido por su insensatez?




Si el mundo de hoy está interconectado-insisten- cualquier acto derivado de la decisión de la Inteligencia Artificial podría generar una reacción en cadena que afecte los servicios públicos y financieros, los sistemas de salud, el suministro de alimentos y materias primas, la actividad educativa, la seguridad misma de los países y los impulsos privados de los individuos.

Escuchándolos y leyendo sus artículos, se hace inevitable evocar la sentencia de un personaje de la película Network (1976) de Sidney Lumet, que citaba a su vez a George Orwell: “El infierno acaecerá sobre la tierra cuando todos estén conectados”.

En el otro bando-siempre habrá otro bando- se ubican quienes señalan las bondades de la Inteligencia Artificial en el campo de la ciencia y la investigación científica. En la medicina, por ejemplo, se podrán instalar Nanorobots que recorran el cuerpo humano en todas las direcciones, reparando cuanto órgano dañado encuentren en el camino.

Siguiendo esa ruta, nos acercamos cada vez más a la inmortalidad, sentencian algunos, en los límites de la euforia.

Eso de acercarse a la inmortalidad no deja de producir desazón. Porque los límites de la inmortalidad suelen estar siempre cerca del abismo.




Es entonces cuando resurgen preguntas incómodas del tipo. ¿Para qué deseamos la inmortalidad? ¿Para hacer examen de conciencia y cambiar de rumbo o para seguir arrasándolo todo y a todos a nuestro paso?

¿Y qué haremos con todo ese tiempo? ¿Volvernos creativos y solidarios o abandonarnos del todo en los brazos de la industria del entretenimiento, hija natural del tedio y la consiguiente desesperación del que no sabe qué hacer con sus excedentes de ratos libres?

De paso, no olvidemos el perturbador sentido de la palabra pasatiempo o, peor aún, de la expresión matar el tiempo.

Por lo pronto, ya que estamos en el plano de las preguntas, no sobra formular otra: ¿Si la condición de mortales no ha podido aplacar en nosotros la codicia, la soberbia y el afán de dominación, qué podremos esperar cuando nos sintamos libres de esas ataduras?

Es de suponer que, más allá de los prodigios de los Nanorobots, en el plano ético no haríamos más que empeorar la situación… aunque, bueno, en mi remota adolescencia, en una película entonces futurista de cuyo título no puedo acordarme, un cruce de poeta y  científico loco diseña un androide capaz de rigor moral.

No sé qué fue de él. A lo mejor ande todavía por ahí.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=D_8Pma1vHmw

 

 

lunes, 22 de mayo de 2023

El caos según Tristram Shandy





Caballería andante

Hacer que el infinito universo quepa en las páginas de un libro no es una pretensión nueva. Todas las literaturas en algún momento del camino se han fijado ese propósito, destinado al fracaso, desde luego: las coordenadas de espacio- tiempo jamás coincidirán con el ritmo de escritura del autor. Por más vertiginoso que sea ese ritmo, la última palabra siempre estará una millonésima de segundo más acá de los acontecimientos, que sólo en apariencia se le antojan contemporáneos al narrador.

“La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy”, la novela del clérigo y escritor  irlándés Laurence Sterne (1713-1768), publicada en diez volúmenes a lo largo de ocho años a partir de 1759, es una de las pruebas más plausibles de esa forma de desmesura. Tanto, que la mitad de ella se ocupa del tiempo transcurrido desde el momento de la concepción de Tristram hasta el instante de su alumbramiento.  De modo que el protagonista aún no ha nacido y ya vamos por la mitad del libro. No es difícil deducir que el narrador tendrá que acelerar la marcha si pretende llegar con sus lectores a algún lado.

Claro que los más avezados de éstos no tardan mucho en comprender que se enfrentan al desafío de una obra genial sin pies ni cabeza. Así que poco importa el lugar adonde los lleve.

De principio a fin- suponiendo que existan tales dimensiones en la novela- todo es errático aquí. La noche de su concepción, cuando el padre está consagrado de lleno a su faena reproductiva, a la futura madre no se le ocurre nada distinto a preguntarle a su marido si no olvidó darle cuerda al reloj.

Esta hilarante bofetada a cualquier posible romanticismo es poca cosa  comparada con lo que aguarda a personajes y lectores nueve meses después. El pater familias es uno de esos hombres que hacen de la superstición una forma de razonamiento. Entre sus creencias hay dos que se revelan caras al devenir de esta historia. El señor Shandy está convencido de que la forma y el tamaño de la nariz constituyen una suerte de heráldica. Además, piensa que en el nombre de pila elegido para un recién nacido alienta un designio que habrá de guiar sus pasos hasta la hora de la muerte.

De niño, Tristram estaba  orinando por la ventana de su habitación cuando le cayó de golpe la guillotina de esa ventana, circuncidándolo sin fórmula de juicio. Razón de sobra para que el padre empezara confirmar sus premoniciones. Pero vamos despacio, que el  pequeño todavía no ha nacido.

Cartografía de la superstición




Para esa visión de las cosas una buena nariz y un nombre atinado serían en sí mismos garantía de una vida afortunada.

Y en este punto empiezan los desastres, porque justo en el momento del parto, el médico encargado de atender a la madre hace un uso desmedido del fórceps y estropea la nariz de la apenas naciente criatura de una vez y para siempre. Como si no bastara con esto, por un error de pronunciación o de comprensión el nombre inicial elegido, Trismegisto, es reemplazado por el de Tristram. Mientras el tío Toby, figura clave en la novela si las hay, lo ve como una seguidilla de pintorescas coincidencias, para el padre es el anuncio de días tormentosos por venir.

El contrapunto entre la cosmovisión de los dos hombres, padre y tío, será fundamental en la formación del carácter de Tristram. En medio de todos ellos circula una procesión de sirvientes y colaboradores, cuyos nombres le servirán de santo y seña al niño en su recorrido: Susannah, Yorick,Obadiah.

El tío Toby fue herido en la ingle en el campo de batalla. Desde entonces, lo único digno de su interés es todo lo relacionado con torres, muros, fortificaciones, fosos, cañones, sitios, asedios, arietes y ballestas. Todo lo demás es apenas el decorado de fondo, la anécdota interminable de lo humano. Su sobrino Tristram fue herido en su orgullo al momento de nacer.  Esas cosas los hacen cómplices irremediables.

Para defenderse del mundo, Tristram se ejercitará en una afilada ironía que arroja sobre la humanidad con la misma vehemencia utilizada por su tío contra las fortalezas de los castillos. Es por eso que, en un momento temprano de la novela, le rinde el siguiente tributo:

“Aquí –(aunque por qué aquí- más que en ninguna otra parte de mi historia- es algo que no soy capaz de explicar; -pero es aquí)- el corazón me ordena detenerme para rendirte de una vez por todas a ti, querido tío Toby, el tributo que te debo por tu infinita bondad.- Permíteme que aquí aparte la silla de un empellón y me ponga de rodillas en el suelo para verter los más cálidos sentimientos de amor por ti y de veneración por las excelencias de tu carácter que jamás hayan encendido la  virtud y la naturaleza en el pecho de un sobrino.- ¡La paz y el solaz descansen eternamente sobre tu cabeza!- Nunca envidiaste el bienestar de nadie,-de nadie atacaste las opiniones.- Nunca oscureciste la reputación de nadie,- a nadie quitaste el pan. Nuevamente, al paso, con el fiel Trim detrás de ti, cabalgaste alrededor del pequeño círculo de tus placeres, sin a nadie atropellar en tu marcha;- siempre tuviste una lágrima para las desgracias de los demás,- siempre tuviste un chelín para las necesidades de los demás.”

En contravía del sencillo talante de su hermano, el padre de Tristram siempre anda a la caza de alguna teoría para explicarse el mundo y explicárselo a los demás.  Así, en el caso de las citadas alusiones a la nariz- expresión por lo demás plagada de connotaciones sexuales- apela al cuasi cómico tratado de un tal Slawkenbergius, que en uno de sus apartes (en realidad es un cuento) dice así:

“-¡Válgame Dios!- ¡Qué nariz! Es tan larga, dijo la mujer del trompetista, como una trompeta. La abadesa, la priora y la deana, con la imaginación y el cuerpo excitados por las detalladas descripciones sobre la nariz del extranjero que pasó por Estrasburgo rumbo a Franckfurt tejerían su propia  urdimbre de pensamientos.”




La estirpe de las parcas

Es la misma urdimbre de sensaciones y pensamientos que asaltan al narrador a cada paso. La imagen mítica de las mujeres que tejen y destejen el destino de los humanos puede ser la que más se aproxima a la esencia del libro de Sterne. Si tuviéramos que condensarlo en una frase podríamos decir que el Tristram Shandy es un intento afortunado de aprehender el caos, entendido como la sustancia proteica con la que se amasa todo lo humano. De ahí sus permanentes saltos en el espacio y en el tiempo. Para ilustración,  en la página 633  nos encontramos con esta advertencia:

“ Una vaca penetró ( mañana por la mañana) en las fortificaciones de mi tío Toby y se comió dos raciones y media de hierba seca, y, al hacerlo, arrancó el césped que cubría su hornabeque y su camino cubierto”.

¿Penetró mañana por la mañana? ¿Habrase visto tamaño irrespeto por la sintaxis y el ordenamiento lógico de la temporalidad?.Cuentan algunos biógrafos de Sterne que los críticos “ serios”  tronaron de indignación cuando leyeron la frase y unos cuantos centenares de índole parecida, que se les antojaban un atropello a las buenas maneras literarias. Eso para no hablar de su guiños irónicos a Descartes, a Lutero, a Locke y a su admirado Erasmus. Si eso hacía con grandes espíritus, ya podrán imaginar ustedes la suerte que corría en su pluma toda una legión de juristas, doctos, letrados, obispos y críticos.

Estos últimos le merecen una descarga especial de acidez. Va una muestra:

“Todos ellos van tan peripuestos, tan emperifollados y tan enfetichados con los abalorios y chucherías de la crítica.- o ( para dejarnos de metáforas, lo cual, por cierto, es una lástima- habida cuenta de que esta mía la conseguí nada menos que en las costas de Guinea- digamos que tienen la cabeza tan infestada de reglas y compases, y que está tan obstinada y perpetuamente dispuestos a aplicarlos en todas las ocasiones, que a una obra genial más le valdría irse al diablo de una vez por todas que tratar de mantener valerosamente el tipo hasta que ellos, a fuerza de pinchazos y demás tormentos, le dieran muerte”.

En efecto, eso hizo un sector de la crítica con la novela de Laurence Sterne: someterla a tormentos y pinchazos antes de darle muerte… sin leerla. Esa es una de sus prácticas más socorridas. A modo de antídoto, como todos los genios del humor, Tristram   Shandy- y Sterne con él- se burla de sí mismo: de su nariz aplastada, de su nombre y de la suma de calamidades que su padre  creía encontrar a cada paso.

Mientras sus detractores señalaban las para ellos abrumadoras digresiones,  las citas de eruditos  reales y apócrifos, salpicadas de caprichosos guiones intercalados aquí  y allá, la novela  se internaba en una especie  de saludable olvido que se convirtió en garante de su perdurabilidad. Cuando algunos lo daban por muerto y pasaron a ocuparse de asuntos que consideraban más sustanciosos, Tristram Shandy volvió al camino con la tenacidad de un caballero andante- no por casualidad la novela abunda en citas al Quijote cervantino- con su armadura de humor negro que lo acerca a Rabelais, a Swift y al mejor Moliere.




Las formas del juego

Al igual que el Quijote, Tristram Shandy es una  novela de encrucijadas que a menudo rondan el disparate, pero un disparate  pleno de sentidos, como esos caminos que se  bifurcan en otros caminos que a su vez se bifurcan y así hasta lo infinito, en uno de esos juegos que tanto le gustaban a Borges.

A menudo, la expresión “juego de palabras” se utiliza con un tono descalificador. Como si fuera fácil jugar con las palabras, desvelar su multiplicidad de sentidos que se abren al mundo, al tiempo que vuelven sobre si mismos en forma de revelación, de conocimiento, de comprensión del universo.

En ese juego reside la fascinación que producen en los lectores las grandes obras una y otra vez. Porque si toda palabra es metáfora, una obra literaria lo es en grado sumo. Cada vez que volvemos a ella descubrimos otras cosas. El tiempo y el espacio se despliegan ante nosotros con todos sus misterios. En poesía, ni el tiempo es lineal ni el espacio tiene sólo tres dimensiones. Eso explica que, ante el señalamiento de que es objeto un muchacho por parte de su padre, quien lo acusa de tener sexo con su abuela, éste pueda responder sin titubeos:

“- Vos, señor- le dijo el muchacho, os acostasteis con mi madre- ¿Por qué no habría yo  de hacer lo propio con  la vuestra?”

Como ven, igual que el espacio y el tiempo, la literatura tiene muchas aristas, a veces ocultas y en otras visibles. Esas múltiples dimensiones le permiten al narrador hablar de “un enano que consigo llevaba una regla para medirse a sí mismo” o aventurar un tratado sobre los ojales y las doncellas, para finalmente gritarnos en la cara:

“¡Qué bien argumentamos sobre los hechos erróneos!”




Tratado de los tratados

En su sentido más amplio, un tratado tiene la intención, manifiesta o velada, de abarcarlo todo. O al menos todo lo concerniente a una determinada disciplina.  A su modo, el narrador de Tristram Shandy se plantea el propósito de ofrecernos un tratado, una summa sobre lo divino y lo humano. Para conseguirlo a veces se aproxima a Montaigne, otras a Cervantes y, la mayor de las veces al habla de la gente de la calle, que ha sido siempre la gran fuente de sabiduría, como lo supieron desde el principio los grandes poetas de Homero a Shakespeare. Por eso a través de sus páginas podemos pasar de hilarantes situaciones que desnudan el talante absurdo de toda vida a hondas reflexiones como las que invaden al señor Shandy tras la muerte de su hijo Bobby:

“¿Qué es la vida humana? ¿No es acaso un continuo vaivén de un lado a otro? ¿De un pesar a otro? - ¿No consiste acaso en ir clausurando dolores- Para inaugurar otros al siguiente instante?”

Estamos aquí ante el Sterne poeta que vierte lágrimas ante el infortunio de uno de sus personajes. En esa reflexión, que es un tópico de la poesía y la filosofía de todos los tiempos, alienta el tono de los grandes trágicos griegos y latinos, al lado de las meditaciones de san Agustín, y sus especiales formas de piadosa ironía: “Señor, concédeme castidad, continencia, pero no lo hagas todavía”, implora el de Hipona, pidiendo en realidad licencia para seguir pecando. Algo de esa peculiar forma de la piedad atraviesa de principio a fin las páginas de Tristram  Shandy, en una particular manera de ver el mundo que el narrador califica como “ estar tristramizado”. Están tristramizados, por ejemplo, los protagonistas de la contienda entre naricistas y antinaricistas desatada en el mencionado capítulo sobre el tamaño de la nariz y que lleva a  un testigo a exclamar: “¡- No es esta la primera- me temo y tampoco será la última fortaleza que se gana o se pierde por una cuestión de NARICES!”. Y está tristramizado, desde luego, su propio padre, cuando emprende la  escritura de una obra magna titulada Tristra-paedia, destinada a orientar cada uno de los pasos en la vida de su hijo, trastocada de entrada por el designio de las estrellas.

A esta altura del camino está claro para todos que la palabra nariz alude en realidad al órgano sexual masculino y la fortaleza que cae es la castidad femenina, tan promocionada por los varones. Estar tristramizados equivale entonces a habitar la paradoja, la contradicción y, sobre todo, la lucidez que nos arroja desnudos ante un cúmulo de certezas sin apelación, como ésta relacionada con el sueño:

“El sueño es el refugio de los desventurados, - la liberación del preso,- el mullido  regazo del desesperado, del que está cansado de vivir y del que tiene el corazón destrozado”.

Por eso, piensa el lector, para el que no puede dormir se abren de par en par las puertas  del infierno ¿O acaso no es lo mismo que afirman los teólogos sobre el infierno como la incapacidad de amar o de ver a Dios?

Como estamos ante un libro cuyo objetivo es abarcar el mundo y más allá, no todo aquí es cuestión de ojales y narices. Con motivo de la disputa oratoria suscitada por la muerte de Bobby, el hermano de Tristram , surge esta parábola construida a partir de la caída del sombrero de Trim, ayudante del tío Toby:

“ Bien.-Diez mil, y también diez mil veces diez mil maneras ( pues la materia y el movimiento son infinitos) hay de dejar caer un sombrero al suelo sin que el hecho produzca el menor efecto.-Si Trim lo hubiera tirado, o arrojado, o lanzado, o hecho volar, o jeringado o dejado resbalar o deslizarse en cualquier posible dirección de las que existen bajo la faz del cielo,-o con la mejor dirección que pudiera haber dado,- si lo hubiera dejado caer como un ganso,-o como un pavo real,- o como un burro,- o si mientras lo hacía ( o incluso después de haberlo hecho) hubiera parecido un idiota,-o un zote,-o un pedante,- o un mentecato,-el gesto habría fracasado y el efecto producido en los corazones de los presentes se habría perdido”.

Bueno, no sobra advertir que, según el narrador, el ayudante del tío Toby acostumbraba pensar más con el sombrero que con la cabeza.




A propósito de esto último, uno de los críticos fustigados por Tristram Shandy, sentenció alguna vez que la novela era un enorme disparate, un malentendido dirigido a despilfarrar papel. Otro, escribió que se trataba de una historia absurda que a la primera página se perdía en el caos.

 

Creían ser peyorativos, aunque de otra manera habían dado en el blanco: igual que la vida, Tristram Shandy es un disparate genial, un colosal malentendido y una forma de narrar el caos de la existencia que sólo pueden lograr los grandes espìritus.  De otra manera, y sin proponérselo, los detractores de la novela favorita del escritor español Javier Marías( traductor de la edición que citamos), esta vez  tenían la razón.

Pero hablamos de un caos ordenado, eso sí. Tan ordenado, que ante la belleza perfecta de una muchacha perfilada con el pasaje de fondo, Tristram no puede menos que exclamar, en un tono que le sirve de colofón a su historia:

“-¡Justo dueño de nuestras penas y alegrías!, grité, ¿por qué razón no puede uno tomar asiento aquí, en el regazo de la dicha,- y bailar, y cantar, y rezar sus oraciones, e ir al cielo en compañía de esta doncella avellanada?”


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=YkQzq5fOEK4

 

 

 

 

 

 

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martes, 9 de mayo de 2023

Al filo de los ismos





En una animada conversación con regusto a café amargo, surgió de nuevo la inquietud por los riesgos que implica el activismo en los medios de comunicación en tiempos de corrección política,  glorificación de las víctimas, cacería de brujas y cruzadas  de todo tipo a favor o en contra de algo.

En suma, concluimos que un periodista activista no  sólo  tiene aire a cacofonía sino que, a menudo, es un peligro público.

Y es que desde hace rato vivimos, como quien dice, al filo de los ismos. Desde que las grandes ideologías pasaron a mejor vida y las religiones trascendentes fueron reducidas a la condición de manuales de autoayuda, no han cesado de multiplicarse por todo el planeta pequeñas sectas impulsadas por la defensa de una causa, noble o no.

Animalistas, ambientalistas, proabortistas o anti abortistas, feministas, neocomunistas, neofascistas, toda una legión de activistas recorre las calles en una y otra dirección con sus carteles y consignas a menudo gastadas o incomprensibles.

Todos ellos están hermanados por un factor común: el fundamentalismo. Es decir, el ismo supremo, la ortodoxia en estado puro; la convicción de que se es poseedor, no de una verdad sino de La Verdad, así con mayúsculas.  Y bien sabemos que quien se cree poseedor de La Verdad vive siempre a punto de emprender una cruzada cuyo único propósito es mandar a la hoguera a herejes y apóstatas. El problema reside en que, cada vez con mayor frecuencia, las hogueras y los patíbulos se trasladan de las plazas públicas a las redes sociales, con su conocida capacidad de multiplicación.




Si bien en todo medio de comunicación subyace una declaración de principios sustentada en un conjunto de concepciones del mundo, salvo extremos como el comunismo, el fascismo o el nazismo, su accionar se soporta en el respeto por la pluralidad de opiniones y la diversidad de maneras  de ser y obrar.

Pero de un tiempo para acá el panorama empezó a oscurecerse. En un intento de limpiar el alma  colectiva de las viejas culpas coloniales, con su  saga de atrocidades ancladas en el racismo y la expoliación, las democracias occidentales engendraron el lenguaje hipócrita de la corrección política para hacerse a la idea de que los males del mundo habían desaparecido por obra y gracia de la pirotécnica verbal.

Fue así como un día las putas desaparecieron de las calles para ser reemplazadas por las” Trabajadoras sexuales”, los indigentes se convirtieron en “habitantes de calle” sin que cambiara un ápice  su situación; los negros dejaron de serlo y fueron confinados en una tierra de nadie donde reina el prefijo “afro” ;los viejos rejuvenecieron y fueron despachados a una suerte de País del Nunca Jamás donde se utilizan expresiones tan patéticas como “Edad Dorada” para referirse  a quienes, sin estridencias,  ya emprendimos el tránsito hacia el ineludible reino de la muerte.

Ese fue el germen de la asepsia del lenguaje que anidó en los medios de comunicación y muy pronto se trasladó al lenguaje político, dando paso a todo un diccionario de eufemismos donde tienen cabida absurdos como ese de llamar “falso positivo" a un asesinato o “retención “ a un secuestro a secas.

Desde luego, los consumidores de información no tardaron en hacer suya esa forma de velar la realidad y despojarla por lo tanto de toda su sustancia. Sustancia: la esencia de los seres y las cosas.

En esas aguas navegan los activismos habidos y por haber, estimulados por editorialistas, columnistas de opinión, reporteros, presentadores, cronistas y dueños de medios de comunicación. Hace poco hablé con un muchacho convencido hasta los tuétanos de que un “ habitante de calle” no es un ser humano arrinconado por la miseria, las heridas que propina  la vida y por el asedio de sus propios demonios, sino una suerte de excéntrico que un día decidió irse a vivir bajo las estrellas en comunión con los elementos.




Con seguridad, ustedes ya se fijaron en un detalle: desde hace al menos una década los premios artísticos y culturales, creados en principio para reconocer y estimular el talento, son otorgados a películas, libros, documentales, canciones y relatos que se ocupan de las causas consideradas “ nobles”. Es decir, la creación pasó a un segundo plano: ahora se reconocen las buenas intenciones y ya sabemos que con ellas está empedrado el camino a los infiernos.

Al caer la tarde, un profesor de sociología, atraído por el aroma del café, solicitó licencia para unirse a la conversación. No tardó en montar en cólera cuando se enteró acerca de qué versaba el asunto. ¿Acaso no entienden que esos activismos son el síntoma de la buena salud de una democracia? Exclamó mientras arrojaba en todas direcciones el aliento de muchos cigarrillos ¿ Quién reivindicaría entonces los derechos de los excluidos? Continuó en un tono que empezó a parecerme leninista, no sé bien.

Y si: en principio pudo ser así. Pero la mayoría de esos discursos no tardó en adquirir un tono agresivo y descalificador. Se percibe en la retórica de los feminismos de línea dura que claman por llevar a los patriarcas al paredón sin fórmula de juicio, tanto como en la actitud de esos muchachos de mirada alucinada que, apostados a la salida de las plazas de toros, amenazan con cortarles los cojones a los toreros y dar con ellos la vuelta al ruedo.

Viéndolos, uno no puede menos de pensar que así empezaron muchas formas de exterminio, real o simbólico: con la redacción de un catecismo  biempensante  en las páginas de un periódico o en la sección editorial de un noticiero. Por ese camino, de a poco, nos descubrimos un día arrinconados al filo de los ismos.



PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=u1ZoHfJZACA

lunes, 24 de abril de 2023

Cicerón o las miserias del poder

 




Es curioso, a pesar de que las situaciones acaban por repetirse, en el mundo de las pugnas por el poder la gente se prepara para todo:  el ascenso, las intrigas, las traiciones, las disputas, los premios y castigos, menos para lo más obvio: la caída. Es como si aceptar esta verdad ineludible los distrajera de su propósito y obstaculizara la llegada a la cima.

La saga de los grandes imperios y la de los hombres que ayudaron a forjarlos abunda en ese tipo de parábolas. Ambición, ascenso y desplome configuran de hecho una figura geométrica que resume el sentido de la Historia, en caso de que tenga alguno.

En ese recorrido queda una estela de sangre y devastación que, con todo, no impide la irrupción  de memorables formas de grandeza. En ambos casos, se convierten en lecciones para las generaciones venideras.

La vida de Marco Tulio Cicerón, el político, estadista, jurista, filósofo, escritor y orador romano, es un buen ejemplo de ello. Nacido en Arpino el 3 de enero de 106 a.C y muerto el 7 de diciembre de 43 d.C en Formia, es reconocido como el gran maestro de la retórica y uno de los más refinados cultores del estilo en lengua latina. Por lo demás, su vida y su obra fueron un puente entre los componentes filosóficos y políticos de la civilización griega y los fundamentos de la cultura latina, responsables del fortalecimiento de instituciones que, dos mil años después, siguen siendo la base de las sociedades occidentales: el senado, la división de poderes, las elecciones y el derecho romano.

En el tránsito de su vida pública Cicerón fue testigo y protagonista de momentos clave en la historia del Imperio Romano, que lo llevaron a  contemporizar a veces y en otras a enfrascarse en feroces disputas con personajes de tanta trascendencia en la vida pública de Roma como Julio César, Pompeyo, Casio y Octaviano.

El nacimiento de una obsesión

El escritor británico Robert Harris, experto en historia de la antigua Roma, es el autor de una trilogía de novelas que gravitan alrededor del ascenso, consolidación y caída de Marco Tulio  Cicerón durante uno de los periodos más turbulentos del imperio, cuando la democracia y la institucionalidad, es decir, la esencia misma del Derecho Romano, se vieron en principio amenazadas y finalmente destruidas por una convergencia de  ambiciones que acabaron por arrasar a sus propios protagonistas. La madeja de las novelas es tejida por la voz de Tiro, un hombre que, más que un esclavo, fue secretario, confidente y amigo íntimo del protagonista, un político que edificó todo su poder alrededor de la elocuencia. El mismo Tiro nos confiesa que la dimensión del torrente verbal de su señor lo obligó a inventar una forma de escritura que con el  paso del tiempo se conoció con el nombre de taquigrafía.




La primera de las novelas lleva el título de Imperium. En su primer párrafo Tiro, el narrador, se presenta así:

“Mi nombre es Tiro. Durante treinta y seis años fui el secretario particular de Cicerón, el estadista romano. Al principio fue emocionante, luego sorprendente, más tarde arduo, y al final, sumamente peligroso. Creo que durante esos años Cicerón pasó más tiempo conmigo que con cualquier otra persona, incluida su propia familia. Fui testigo de sus reuniones privadas y el portador de sus mensajes secretos; puse por escrito sus discursos, sus cartas y su creación literaria, incluida su poesía, un torrente tal de palabras que tuve que inventar lo que vulgarmente se llama “taquigrafía”, un sistema de transcripción para dejar constancia de las deliberaciones que tienen lugar en el senado y gracias al cual recibo una modesta pensión”.

De modo que será Tiro quien nos conduzca por los entresijos de una trama que va del corazón de los hombres de su tiempo a los campos de batalla, pasando por los debates en el senado y los grandes litigios en los que Cicerón fue un maestro, hasta su muerte a manos de los soldados de Octaviano, un jovencito enloquecido, como todos, por su sed de poder. Porque el poder y las fuerzas que desata es el gran protagonista de estas novelas cuya lectura nos deja sin aliento, porque está narrada al ritmo de caballerías al galope y de naves al garete que surcan los océanos en persecución de un puñado de quimeras.

Tiro anhela una vida sosegada en una aldea apartada, pero la ciudad y los delirios de quienes la habitan lo arrastran una y otra vez hacia el vórtice de los desastres. Su voz es la de Cicerón pero también la de sus aliados y enemigos, que pueden ser los mismos, dependiendo de las fuerzas en juego. Ya lo sabemos: en política no existen lealtades sino intereses.

Guiados por el secretario nos enteramos de que la vida pública de Cicerón empieza con un célebre alegato legal sobre un caso de corrupción que involucra a un funcionario encargado de gobernar en Sicilia. A partir de ese punto, la escalera hacia sus ambiciones está bien definida: primero será edil, en 70 a.C.; luego alcanzará el cargo de pretor, en 66 a.C. y finalmente, en 63 a.C accederá a la condición de primer cónsul, la más alta magistratura de su tiempo.

A medida que aumenta su poder, se incrementa el número de áulicos y enemigos por igual. Y se necesita de una intuición casi sobrenatural para distinguir entre unos y otros. Ya en la página 202 de Imperium se nos hace una advertencia:

“En política no existen las victorias duraderas, solo el implacable y continuo devenir de los acontecimientos. Si mi obra tiene alguna moral, es esa. Cicerón acababa de anotarse un triunfo retórico sobre Catilina del que se hablaría en los años venideros. Había expulsado de Roma al monstruo con el único látigo de su lengua. Pero las cloacas no se vaciaron, como él había esperado con la marcha del conspirador. Más bien al contrario”, nos dice Tiro en su relato.

Y aquí estamos ante otro concepto clave en el mundo del poder: el de conspiración. Siempre, en algún punto del camino hay alguien al asecho. A su vez, quien detenta el poder asecha a otros. El  resultado ineludible es el miedo y quien tiene miedo se defiende atacando. A estas alturas es el instinto animal lo que prima. Al fin y al cabo, la fuerza que empuja a los seres vivos a competir y primar sobre los otros está ubicada en la corteza más primitiva del cerebro. Es por eso que las disputas por el dominio y el control nos devuelven a la condición de bestias.




Y es por eso mismo que a las intrigas políticas y cortesanas se suman a menudo los enredos sexuales. Como bien lo explican los expertos en la conducta, el poder, en cualquiera de sus manifestaciones, suele ser un gran afrodisiaco. Es cosa sabida que Julio César fue tan buen estratega militar como frecuentador de camas ajenas, sin distinguir mucho entre las mujeres de sus amigos y sus enemigos.

Como en todo tiempo y lugar, sus competidores  le enrostran a Cicerón su origen modesto, tanto como el hecho de haber escogido como esposa a Terencia por razones de beneficio económico. En ese ambiente enrarecido, el estadista busca alguna clase de sosiego en sus amados griegos. Eso nos dice Tiro en la página 292 de Imperium:

“ Cuando llegamos a casa, Cicerón fue directamente a la biblioteca, para evitar encontrarse con Terencia, y se tumbó en uno de los divanes.

-          Necesito escuchar un poco de griego para quitarme de encima la suciedad de la política-, declaró.

Sosisteo, que era quien normalmente le leía, estaba enfermo, de modo que me preguntó si yo querría hacer los honores. Siguiendo sus instrucciones, fui a buscar una copia de Eurípides y la desenrollé  bajo el candil. La obra que deseaba escuchar era Las suplicantes, supongo que porque ese día tenía en la cabeza la ejecución de los conspiradores y confiaba en que, habiendo entregado sus cuerpos para que recibieran digna sepultura, había representado el papel de Teseo”.

Su secretario nos muestra aquí otra de las facetas de Cicerón. A diferencia de sus poderosos enemigos, el cónsul era lo que siglos después se llamaría un humanista, un hombre cuyas ambiciones trascendían los apetitos materiales y eso también genera odio y envidia en el prójimo. Mientras para él la democracia y los distintos poderes públicos tenían valor en sí mismos, para los otros eran meros   instrumentos de los que se podía prescindir si llegaban a considerarse un estorbo.




De la conspiración a la dictadura

Las otras dos novelas de la trilogía se adentran de lleno en ese momento de los acontecimientos en el que los hombres se convierten en meros figurantes. El torbellino es de tales dimensiones que la historia se hace ficción y esta última deviene historia.  Los nombres de quienes pretenden a toda costa hacerse con el poder se suceden a un ritmo que obliga a tomar aliento: Ático, Aurelia, Catilina, Catón, Cátulo, Clodia, Craso, Gabinio, Isáurico, Pompeyo, Rufo, Lúculo. En la página  214 de Conspiración, el narrador nos introduce en esa atmósfera  agobiante que desgasta los cuerpos y las almas:

“Volvimos a casa a toda prisa, rodeados por el ya habitual cinturón de guardaespaldas y lictores, pero allí no había señales de Sanga ni ningún mensaje suyo. Cicerón fue a su estudio sin decir palabra y se sentó; con los codos apoyados en su escritorio se masajeaba las sienes con los pulgares mientras contemplaba los documentos que tenía ante sí, como si a fuerza de frotar pudiera meterse en la cabeza las palabras del discurso que pronunciaría al día siguiente. Yo nunca había sentido tanta pena por él”.

Lo que Tiro nos muestra aquí es la imagen de un hombre poseído por la certeza de la inutilidad  de todo, que se  prepara para recibir de frente la derrota final.  Poco importa si el camino por recorrer es todavía bastante largo. Lo que percibe a su alrededor es un entramado de intereses que lo ahogan, empezando por las pugnas al interior de su propia familia y las dudas acerca de sus amigos más cercanos, algunos de los cuales, sin embargo, lo acompañarán hasta el final, porque  siguen viendo  en él  el símbolo de una Roma que se apresta a la disolución. La Roma de las instituciones que se  consideraban  sacras y que hombres como Julio César, Pompeyo y Octavio no dudan en echar por tierra,  aunque la avalancha los arrastre consigo. En ese juego suicida, Cicerón es el único que da muestras de lucidez. Así nos lo presenta Tiro en la página 313 de Dictador:

“En cuanto vio la lista, Cicerón negó con la cabeza, atónito ante la desmesura de la situación. Julio el dios parece olvidar lo que Julio el político debería tener presente: que cada vez que le asignas un cargo a alguien, hay un hombre agradecido y otros diez resentidos. En la víspera de la marcha de César, Roma estaba llena de senadores iracundos y resentidos. Por ejemplo, a Casio, que ya de entrada se sentía insultado por no contarse entre los elegidos para participar en la campaña parta, le indignaba que a Bruto, con menos experiencia que él, se le hubiese concedido un cargo de pretor superior al suyo. A pesar de todo, el que albergaba más resentimiento era Marco Antonio, por tener que compartir consulado con Dolabela, a quien nunca había perdonado por cometer adulterio con su esposa, y ante el que se creía  inmensamente superior”.




Frente a ese panorama sólo quedan el suicidio o el exilio, ambos formas supremas de la renuncia al mundo. De ahí el valor de la decisión  de  Tiro, ya no esclavo sino amigo, cuando opta por acompañarlo  hasta el final, en una de esos inusuales giros de la solidaridad que se vuelven más sólidos ante las causas perdidas.

Como todo gran libro, esta trilogía de Robert Harris puede leerse de muchas maneras: como una  radiografía del poder, como un tratado de ciencia política, una novela histórica, una saga de aventuras o un puro divertimento. En cualquiera de los casos el resultado  es el mismo: un viaje a las cimas y abismos interiores de un hombre que no dudó  en ofrecerse a sí mismo a modo de moneda de  pago por las insensateces de  unos tiempos de los que él mismo fue forjador, testigo y protagonista.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=heZvEmLvN04

 

 

 

miércoles, 12 de abril de 2023

Las mil y una muertes del rock


                                                 Carátula de Jethro Tull, ilustrada por
                                                                                Michael Farrell y David Gibbons


 

                                                    Too old to rock and  roll

                                                    Too young to die.

 

                                                         Jethro Tull

 

Poetas ellos mismos, Bob Dylan y Leonard Cohen se remitieron siempre a la gran literatura a la hora de componer sus canciones. Ambos de origen judío, se educaron en una tradición de reverencia por la palabra escrita. Y ese no es un dato menor. Como no lo es que, en dos momentos distintos,  hayan sido galardonados con el Premio Nobel de Literatura el primero y el Premio Cervantes de las letras el segundo.

Traductora de Rimbaud, la gran Patti Smith ha expresado siempre la gran influencia que los llamados “Poetas malditos” franceses ha ejercido sobre su obra en verso y en prosa, aparte de su conocido cancionero.

“There´s a lady who´s sure/ all that glitter is gold/ and she´s buying a stairway / to heaven”, canta Robert Plant con esa voz  suya  salida de las entrañas.

“Picture yourself in a boat/ on a river/ with tangerine trees/ and marmalade skies” sugerían The Beatles instalados en el vórtice  mismo de la sicodelia.

“Hello darkness/ my old friend/ I´ve come to talk with you again”, escribió Paul Simon en una canción que, no por casualidad, muchas Iglesias del mundo hicieron suya.

“Hear the rime of the ancient mariner/ see his eyes as he stops one of the three mesmerizes/ of one of the wedding guests/ stay here listen to the nightmares of the sea!”, cantan los Iron Maiden en una canción inspirada en The rime of the ancient mariner, el poema de S.T. Coleridge.

Uno podría seguir el viaje literario de músicos como Jim Morrison o Lou Reed y no acabaría nunca: el rock, el buen rock, aparte de una propuesta sonora es también una búsqueda poética y narrativa, igual que la salsa, el tango y otras músicas de los extramuros urbanos.


                                                 Bob Dylan y Leonard Cohen

Si pasamos a las influencias musicales de bandas y solistas, el catálogo no es menos extenso. La  presencia de Brahms en las extensas y no por eso menos frescas canciones de Yes.  El misticismo de Bach en el cancionero de Jethro Tull.  La sofisticación de Prokofiev y Mussorgsky en las búsquedas de Emerson, Lake & Palmer. La formación sinfónica de los integrantes de Deep Purple.  La vocación operática de Queen.

Así que, cuando cada cierto tiempo aparece un profeta anunciando la inminente muerte del rock, me hago la misma pregunta: ¿Cómo va a morir una música que se nutre de semejantes fuentes? Para empezar, ni siquiera existe una sola línea de rock a la que puedan ponerle una placa y despachar al otro mundo. Hagamos una revisión rápida de algunas entre muchas etiquetas utilizadas para clasificarlo: acid rock, heavy rock, rock sinfónico, rockabilly, rock progresivo, folk rock, rock and blues, glam rock, metal, punk, grunge y de los años noventa para acá, rock alternativo, aunque nadie ha podido explicar alternativo a qué.

Como ven, esa diversidad nos conduce a otra pregunta: ¿De qué hablamos cuando hablamos de rock?  Abundan los libros que intentan una aproximación al género desde las claves de la sociología, la antropología, la Historia, la filosofía y el análisis literario. Como el propósito del presente texto no es hacer un análisis de obras y autores, resumamos: el rock es un género musical cuyo nacimiento oficial algunos datan en 1954, que echa raíces en expresiones de vieja tradición cultural como el blues de los negros del Mississippi, los cantos espirituales de las iglesias, los ritmos campesinos tradicionales, el jazz de la marginación urbana y, claro, la tradición clásica europea.

Mejor dicho: el mar del rock   está formado de muchos ríos que, por distintos caminos, se nutren de la tradición cultural- y no sólo musical- de oriente y occidente. Es algo así como el mito del hombre de las mil caras llevado al mundo de la música.

Proteico como el hombre de las mil caras, este género musical tiene la capacidad de convertirse en otra cosa cada vez que el entorno social, político, económico y cultural parece hacer ineludibe su extinción. De ahí la cantidad de profetas que han anunciado su muerte mil y una veces.


                                           Carátula de Yes, ilustrada por Roger Dean

Lo advirtieron cuando las revueltas de mayo de 1968 en Francia y el verano de las flores en California tocaron a su fin.

Lo dijeron cuando la música discotequera salió de su ambiente natural- los clubes nocturnos hechos para bailar- y se apoderó de las estaciones de radio del mundo entero, dando lugar al conocido síndrome de Fiebre de Sábado en la Noche.

Lo repitieron el día en que una nueva generación de músicos empezó a jugar de otra manera con los instrumentos electrónicos y patentó de paso una corriente bautizada con el nombre de tecno-pop o tecno- rock, para el caso de igual.

En América Latina y España, en lugar de morir, el rock decidió cantar en otro idioma: el castellano adaptado a las particularidades de cada país. Según algunos cronistas musicales, ese favor se lo debemos a los militares argentinos: convencidos de que la pesadilla desatada durante su dictadura los devoraría también a ellos, decidieron apelar al viejo y conocido truco de exacerbar el patrioterismo para sostener esa abstracción conocida como “unidad nacional”. Para conseguirlo desataron la guerra de las Malvinas y prohibieron a las estaciones de radio emitir música en inglés. El resultado es bien conocido. La guerra fue un fracaso y como las emisoras no podían desaparecer del dial empezaron a desempolvar viejas grabaciones de bandas y solistas que no tardaron en captar la atención del público.

                                                          I.R.A, banda de punk colombiana

Fue así como el género de las mil caras le surgió en nuevo rostro: el del rock en español. Poco importa que a través de esa puerta las disqueras colaran expresiones que poco o nada tenía que ver con el género. Para efectos de supervivencia musical, a los militares argentinos se les fue el tiro por la culata. Pregúntenle a Lito Nebia, Charlie García Nito Mestre, Celeste Carballo, El Indio Solari o a Luis Alberto Spinetta – poco importa que esté muerto- y verán.

Para mantenerme al día con las nuevas corrientes, escucho de vez en cuando a Radiónica, una estación perteneciente al sistema colombiano de medios públicos. A juzgar por la diversidad y potencia de lo que allí emiten en distintos idiomas, al viejo y querido rocanrol le vale a la perfección la sentencia aquella- apócrifa o no- que el escritor José Zorrilla habría hecho pronunciar a Don Juan Tenorio: “ Los muertos que vos matáis/ gozan de buena salud”.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=HSa2_C3Qwf8