viernes, 27 de enero de 2012

La sopa y el Coco


“No hay nada nuevo bajo el sol”, dicen que dijo el rey Salomón. Otros hablan del eterno retorno. Los más prosaicos simplemente admiten que el mundo da vueltas y pasan la página.  El debate desatado por la propuesta de poner en marcha la llamada ley SOPA, en principio dirigida  a  contrarrestar la piratería informática  y  proteger  de ese modo la propiedad intelectual  vuelve  a confirmar la premisa.  Por lo visto estamos, una vez más, ante otra esperanza fallida: la que alimentamos bajo la creencia de que el advenimiento de Internet suponía una suerte de reino de la libertad para la comunicación  y la circulación de información entre los humanos. Los más optimistas dijeron en su momento, repitiendo el manido cliché, que la aldea global al fin estaba entre nosotros, y que las fronteras  desaparecían para hacer de  todos los mortales ciudadanos del mundo.“La democracia informativa será la clave para  edificar  al fin sobre la tierra la fraternidad,  la igualdad y la libertad prometidas por la  Revolución Francesa” recuerdo que le leí al entusiasta profesor  de una universidad española, con el magín reblandecido tal vez por cuatro de décadas de franquismo.
 Había pasado lo mismo con  la  Revolución Industrial.  Sus más fogosos propagandistas no se cansaron de repetir en   editoriales y manifiestos que, liberados al fin de la alienación del trabajo por máquinas que realizarían la tarea por ellos, los hombres  tendrían  en sus manos las llaves del paraíso en la tierra, donde podrían dedicarse  a la exploración de los  goces sensuales, al desarrollo de sus talentos naturales y por lo tanto al descubrimiento del sentido de su existencia. Visto a  la luz de lo sucedido en doscientos años, el relato parece un cuento de hadas dirigido  a   tranquilizar niños con  problemas cognitivos : no podemos  sentirnos más lejos de esa parcela  de ensueño cuando levantamos la mirada  y no  vemos más que millones  de  individuos esclavizados por los objetos. A esa esclavitud  la llaman comodidad,   aunque  tengan que pagarla a plazos durante el resto de sus días.
Algo   parecido acontece  con los desarrollos  de la ciencia en terrenos tan vitales para   el bienestar y la supervivencia de la especie como el de la ciencia médica ¿Quien  no va a entusiasmarse cuando le hablan de la posibilidad de suprimir  o disminuir el dolor y por lo tanto de hacer más llevadero el ineludible tránsito hacia la muerte? Solo que nadie nos contó que por eso mismo la salud no tardaría  en convertirse en un colosal negocio para las corporaciones que controlan la producción de  medicamentos y servicios en ese frente, al punto de que cada día son más frecuentes las noticias  sobre enfermedades inventadas para vender el remedio. Nada nuevo insisto: Después de todo, los economistas descubrieron hace varios siglos que  la fórmula más segura  para reactivar una economía maltrecha es desatar una guerra.
Así que  no debemos sorprendernos si tras el noble pretexto de proteger  la propiedad intelectual se esconde  una intención menos altruista: La de  controlar ese millonario mercado de consumidores atados a la red, dispuestos a renunciar a cualquier cosa con tal de satisfacer   su adicción.  Hace unos meses  tuvimos una muestra gratis  con la crisis desatada entre los usuarios de Blackberries por las fallas en sus aparatos. Basta con  recordar a cientos de personas, casi todas menores de cuarenta años, deambulando por calles, centros comerciales  y oficinas con aire de autistas, porque se sentían desconectadas de algo esencial para sus vidas. Solo cuando  las cosas volvieron a la rutina recuperaron los colores del rostro. “Para  eso pagamos”, me dijeron por esos días dos atribulados estudiantes de la universidad.
Ahí  está el detalle, como diría el  humorista Cantinflas: La democracia la sostienen los ciudadanos y  la ciudadanía no es posible si las personas no tienen igualdad de oportunidades para acceder  a los bienes y servicios, entre los que se cuentan la información y la comunicación. Esa es la parte que nos escondieron del cuento de hadas: que  una vez puesta en marcha la ley SOPA o sus equivalentes, muchas puertas  empezarán a cerrarse a  no ser que usted esté dispuesto a pagar por todo lo que le prometieron. Y ya saben lo que nos enseñaron desde niños: Si no te  tomas la sopa, te llevará el Coco.

viernes, 20 de enero de 2012

Literatura y mercado



Como  todos  los campos de la experiencia humana la literatura también tiene sus propias mitologías. La más recurrente de ellas, potenciada y sacralizada por la corriente del romanticismo, es aquella del escritor  solitario en perpetua lucha con las palabras procurando iluminar a través  del lenguaje los recintos más oscuros de la existencia. Hasta  mediados del siglo XX esa figura  encarnó en  autores como Jean Paul  Sartre y  Albert Camus en Francia o Ernesto Sábato  en el ámbito  latinoamericano. La imagen del  artista desgarrado ante la imposibilidad de comunicarse con una sociedad pragmática y brutal, alimentó la imaginación de miles de adolescentes  aspirantes a escritores  que soñaban  con forjar un universo apto para dar cuenta de los grandes  dramas de la época.  Los horrores de dos guerras mundiales,  el  poder destructor de la energía atómica , así como el advenimiento  y fracaso  de las utopías libertarias en el tercer mundo  constituyeron una tierra abonada para ello. La literatura  como redención personal  y colectiva parecía ser la premisa del momento.
Hasta  que llegaron los primeros yupies a poner las cosas  en su sitio. Sin otra aspiración trascendente que el consumo sin freno como símbolo  de ascenso social, determinaron que en una sociedad regida por las leyes   de la oferta y la demanda el arte no tenía por qué ser una excepción. Si el mundo se concibe como una gigantesca máquina que no puede detenerse sin  ocasionar un colapso universal, la producción y distribución de objetos artísticos  tiene que participar de esas lógicas si quiere hacerse a un lugar en el sistema.  En ese contexto,  el artista  en general y el escritor en particular  dejan de ser agentes creadores para  convertirse en un simple insumo cuya permanencia dependerá más de las estrategias de mercadeo y de los volubles gustos del público que de la solidez  y la integralidad de  su propuesta. A partir de ese momento se contratan estudios  para saber qué quiere leer la gente, como si de introducir una nueva marca de jabones se tratara. Se  inventan concursos en los que las editoriales intentan descubrir una nueva estrella que las ponga en ventaja frente a los adversarios. Se organizan eventos  más cercanos  a las estridencias de la farándula que  al carácter intimista del acto creador. Se sobornan reseñadores para que conviertan en genial a  un autor menor y, lo peor de todo, se soslayan los criterios de valoración  estética  para  mezclar en un mismo paquete los grandes  clásicos de la literatura  de todos los tiempos y las obras espurias  que explotan tanto  la fascinación humana por la especulación  esotérica  como la angustia que lleva a la gente a buscar en fórmulas escritas por culebreros con computador la respuesta para las tribulaciones de la vida diaria.
En ese vasto catálogo de opciones  aparece  una empresa de relojes patrocinando la escritura de  novelas de narradores jóvenes, con  la asesoría  de  autores consagrados, de modo que el prestigio de estos últimos garantice la difusión de la obra, sin que  importe en realidad  la calidad de la misma. Al fin  y al cabo en la lucha por el mercado  todo vale , como bien lo ilustran esas selecciones arbitrarias  de las  veinte mejores novelas del año, de la década o del milenio o como el último  embeleco que pretende elegir a  los mejores escritores menores de treinta y nueve años , como si la edad  se hubiera convertido de repente en una categoría  literaria.
A ese ritmo es de temer que un día, una revista de esas que confunden sofisticación con profundidad resulte lanzando un concurso para elegir al escritor más sexy, en el que para ser políticamente correctos, puedan votar  en igualdad de condiciones las modelos, las actrices, las feministas  y los voceros de los movimientos  homosexuales. Para ese entonces, la  figura del  creador en permanente  lucha con el carácter inefable  del mundo será  parte de esos venerables objetos de museo al que las nuevas generaciones educadas por la publicidad se aproximarán para constatar cuan delirantes eran los hombres de otros tiempos.

viernes, 13 de enero de 2012

Pánico en la Vía Láctea


La  Vía Láctea. Así llamaba  el personaje masculino de una película de Federico Fellini  a las tetas descomunales de su mujer, que constituían su refugio ante los infortunios del mundo. Ya se tratara de una crisis en la bolsa de valores, de  una nueva derrota del equipo de sus amores, de las veleidades de su amante o de las amenazas latentes en su próstata, el tipo siempre iba a parar allí, haciendo de paso  las delicias de  los freudianos, dispuestos a toda hora a a ver en cualquier cosa un símbolo  fálico o un regreso al seno de la madre. Pero siempre, como una  entidad omnipresente, estaban esas tetas que se le aparecían en los sueños cuando se encontraba  lejos de casa.
Cada época trae a cuestas sus modas y sus miedos. Los mitos griegos nos cuentan que las Amazonas se cortaban  uno de  los  pechos para que no les estorbaran a la hora de apuntar con el arco en los combates. Menos heroícas, las hembras del homo sapiens sapiens  contemporáneo los quieren tener  gigantescos y no precisamente para garantizar el alimento de sus crías. Conozco el caso de una niña de  doce años que extorsionaba a sus padres para que le  patrocinaran  un implante mamario- así lo llaman los cirujanos- porque se sentía  inferior a sus compañeras de colegio, que habían venido al mundo dotadas de glándulas como madre natura lo manda ¡ Una  niña de doce años!
Todo este rodeo viene a cuento a raíz del escándalo suscitado por la probabilidad de que los implantes mamarios   de una marca conocida como PIP puedan resultar cancerígenos. Estamos hablando de  mujeres  con capacidad de pago o de endeudamiento  para costearse un procedimiento que alcanza cifras con muchos ceros a la derecha. No se trata  aquí de las muchachas de  estratos bajos, enfermas de la misma obsesión, dispuestas a meterse en el cuerpo las sustancias más inverosímiles con tal de atender las órdenes que llegan desde el mundillo de la publicidad y el mercadeo :  un... dos..tres ¡ La que las tenga chiquitas la lleva!
¿ Qué empuja a una mujer a poner en riesgo su vida para atender los dictámenes de las modas al uso? Obviemos  el comprensible  y mundano impulso de sentirse codiciada. Al fin y al cabo, con  el perdón de Karl Marx, es la ley del deseo y no la lucha de clases lo que mueve al mundo. Detrás de todo esto debe  alentar algo más complejo que no alcanzamos a vislumbrar. Por lo menos eso se desprende  de las declaraciones entregadas a una estación radial por una mujer afectada por los implantes y su atribulado marido. Los dos acusaron al gobierno colombiano y a los organismos  de salud pública por no controlar  a las empresas productoras y comercializadoras de  las prótesis. En eso  tienen  toda la razón, pero ¿ Qué hay de la propia responsabilidad? Son muchos los  casos documentados  de hombres que amenazan  a su pareja con el abandono , basados en el argumento de que  su físico no corresponde al modelo trazado por sus fantasías y estimulado hasta la exasperación  por el bombardeo constante de las revistas, la Internet, el cine y la televisión. Asímismo, son incontables las mujeres que sucumben a sus propios temores y se someten a los deseos de su consorte. Dicho en el lenguaje de los administradores: quieren ser  competitivas  en el mercado del sexo, un producto que, bien lo sabemos ,es  de los más costosos desde  que los mortales lo inventaron para sentirse vivos y de paso matar el tiempo. A lo mejor si la pareja en cuestión se hubiera detenido  a  pensar que el placer  está en la imaginación y no en los objetos se habrían  ahorrado la angustia : lo pequeño no quita la gozoso, pudiera ser la consigna.
En este punto llegamos a la vieja pregunta por la identidad individual planteada por los sabios antiguos : saber quien soy  , para qué soy bueno  y aceptarme como soy es el punto de partida para  inventarme un destino en el mundo. Si no la respondo permaneceré alienado, es decir, sujeto a los deseos y designios ajenos : la familia,la iglesia, el partido,la moda, el mercado y todos los demás factores que nos subyugan. Si las miles de mujeres que hoy   viven momentos de incertidumbre porque decidieron implantarse prótesis de la marca cuestionada se hubieran planteado ese interrogante, tal vez no andarían a esta hora atrapadas en la ráfaga de pánico que atraviesa su vía láctea.

viernes, 6 de enero de 2012

Del placer al Purgatorio


Lo leí a finales del año anterior en una de esas revistas de divulgación  científica  que los médicos  y los gerentes de empresa mantienen en  sus salas de espera para que los impacientes no cuenten los minutos: “ La práctica frecuente del coito  intensifica los latidos del corazón,   mejorando de ese modo la circulación y la oxigenación  de la sangre”, decía el encabezado de la noticia, ilustrada  con una imagen sacada de algún manual oriental inspirado en el Kamasutra.
Ah , carajo, exclamé, pensando en las posibilidades que ofrecían las  piernas de mi vecina, una muchacha que desafiaba al mundo con la insolencia de su bronceado recién adquirido. Cómo si no  bastara con la obscena asepsia implícita en la  impersonal expresión  “ Práctica frecuente del coito”, el autor del artículo convertía de un plumazo el viejo  y divertido juego de echar  un polvo en algo parecido a una sesión de aeróbicos o una extenuante jornada de gimnasio.
Nunca en mi medio siglo de estadía en este mundo de locos me había detenido a pensar  que los goces del cuerpo precisaran de estímulos adicionales, como los puntos que ofrecen en los almacenes de cadena para  premiar el  consumo de sus compradores,  aunque en el fondo todos saben que  ya  pagaron con creces lo que les están regalando. Por  mí, pueden  dormir  tranquilos el ritmo del corazón, la circulación , la oxigenación de la sangre y el resto de arandelas : me basta con la siempre latente posibilidad de disolverme en el olvido y en la nada que ofrece un cuerpo ajeno cuando el azar  o los dioses  lo ponen en mi camino.
Con todo, no  era para dejar de lado la amenaza latente  en  ese artículo  de título predecible:  “ Los  beneficios del sexo”. Por ahí va la cosa, me dije en  voz baja, lo que provocó la alarma de la muchacha de piernas doradas, temerosa tal vez de un ataque repentino : en las salas  de espera nunca se sabe. Así que para tranquilizarla me dediqué a  tararear una vieja  y  lasciva  canción de  Los toreros muertos. Ustedes la conocen. Por eso mejor  volvamos al asunto que nos ocupa : Hasta donde  recuerdo, los sabios, los poetas  y los sibaritas han insistido siempre en que el  talante  insustituible de  los placeres del cuerpo reside en su carácter absoluto : En el momento de la experiencia y mientras sus fuerzas ocultas se ponen de nuevo en marcha, no se precisa de nada más. Sucede con la comida, la bebida, la música, el fútbol,el arte y todas las situaciones que nos devuelven a la dicha irrepetible de estar vivos. Después , las cosas vuelven a empezar, pero ese ya es otro cuento.
Tendremos que andar  con cuidado entonces,  continué,  momento que la muchacha de las piernas de oro  aprovechó para cambiar de sitio. A este paso, uno ya no verá en  el cuerpo desnudo que se insinúa a contraluz una promesa de dicha pasajera o perdurable, sino un tratamiento para curar la rigidez de la próstata o los desarreglos digestivos. Así funciona la lógica del capital : Todo en este mundo, prosaico o sublime, deberá producir  su dosis de plusvalía, si no quiere acabar confinado en el cuarto de los trastos inútiles. Debe ser por eso que mi tía Arcángela y todos sus congéneres que en el planeta son legión no pueden disfrutar un simple y milagroso vaso de agua sin analizar antes los riesgos y las ventajas de los minerales que lo habitan. Tengo     un compañero de trabajo que conoce   la cantidad de exacta de calorías, grasas y carbohidratos contenidos en su dieta diaria. Eso sí , no le  pregunte usted nunca  a qué sabe la Lasagna que prepara  mi amiga Celina en días de  fiesta, porque lo metería en un callejón sin salida : solo podría hablarle de  efectos colaterales en su sistema digestivo. En el mío en cambio produce algo bastante próximo a lo que algunos místicos llaman la dicha supraterrenal.
 De  pronto,  justo  cuando la muchacha vestida de sol     desapareció  detrás de  la puerta de  esa oficina mientras el gerente me miraba con aire triunfador, tuve  la revelación . ¡Debe ser eso lo que llaman el Purgatorio! exclamé ante un auditorio de parroquianos alarmados: El placer despojado de sí mismo,  convertido en moraleja destinada a apagarnos de  una vez por todas las  ansías de  vivir, para que , ahora sí, reducidos a  la condición de pellejos resecos y vacíos, nos consagremos con lo que nos resta de aliento a producir  y consumir ,  hasta que se detengan  los latidos de un corazón estimulado a duras penas por los movimientos del coito.