“Busca
la luz/ como el insecto alado
Y en
sus fulgores a inundarse acude”
Poema de Salomé Ureña, dedicado a
su hijo Pedro
“Clásico es un autor que todo el mundo cita, pero
nadie lee”, reza un
célebre aforismo.
Al menos parcialmente, la frase en cuestión cabe al dedillo para referirse
a la obra del escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña. Y aquí asistimos al
primer malentendido: lo de dominicano
vale apenas como formalismo para el registro civil, porque el pensador fue- y es- en realidad un hombre
de América o, para ser más precisos aún,
hombre de Hispanoamérica, esa curiosa entidad nacida a la lumbre del encuentro
entre la vieja Europa y los pueblos que habitaban el pedazo de tierra recién
descubierto, que en principio los exploradores confundieron con las Indias.
En ese sentido, el ensayista fue un perpetuo exiliado, no en el sentido de
desterrado, sino en el de andariego incansable en busca constante de sus señales
de identidad como individuo, así como las de la sociedad en la que le fue dado
vivir: Hispanoamérica, incluyendo en esa categoría a Brasil y a otros países
cuya lengua nativa no es el español.
Y digo parcialmente, porque varias generaciones de académicos,
intelectuales y escritores si tuvieron un contacto temprano, no sólo con la
obra de Henríquez Ureña, sino con su dimensión de ser humano abierto a todos
los misterios y a todos los pueblos del mundo. Lo que antes se llamaba un
cosmopolita, un ser dispuesto a dialogar con las múltiples facetas del
universo, de donde se deriva la noción de Universidad.
Esos encuentros con el universo
engendran el humanismo y, por ese camino, al humanista. Henríquez Ureña
pertenece a esa estirpe ya extinguida y avasallada por los hiperespecialistas.
Las citas al gran ensayista son recurrentes: en distintos tiempos y lugares,
Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Ezequiel Martínez Estrada, Ángel Rama,
Sergio Pitol o Rafael Gutiérrez Girardot escribieron sobre la vida y obra de
ese pensador y escritor que se propuso materializar el que acaso sea el
más ambicioso propósito del humanismo:
llevar el alfabeto a todos los hombres.
Pero lo suyo no fue solo un proyecto alfabetizador. Ese era en realidad el
punto de partida para poner en marcha
una idea de más amplias y hondas proyecciones: transformar los individuos y la sociedad desde el ámbito
de la educación y la cultura, entendidas como herramientas para ampliar la
capacidad de juicio ético y estético.
Sobre esa idea fundó Henríquez Ureña su utopía, la que él consideraba guía
y aliento para conducir a los hombres hasta un mundo donde el sueño de la
justicia y la dicha sobre la tierra tuvieran un sentido distinto al impuesto
por las grandes estructuras de poder político y económico.
La utopía posible
Aunque suene a oxímoron, la clave del pensamiento de Henríquez Ureña reside
en su convencimiento de que la Utopía (así con mayúscula) no sólo es posible
sino necesaria. Entendida así, su obra es la bitácora de un viaje en esa
dirección.
De esa bitácora lúcida y entusiasta se ocupa el narrador, poeta, ensayista
y profesor universitario William Marín Osorio en su libro titulado: “Pedro Henríquez Ureña entre los archivos
históricos y la Biblioteca Americana. Hacia la fundación de un archivo continental”, auspiciado y
editado por la Universidad Tecnológica de Pereira. A lo largo de 328 páginas
que comprenden cinco capítulos, aparte de anexos y referencias documentales,
Marín Osorio planta las bases para un
propósito personal y profesional: la creación de un cuerpo de lo que denomina webgrafías, enfocado a la creación del archivo continental sugerido en la segunda parte del
título.
¿Extenso el título? Claro, de ese tamaño era la Utopía del pensador y
ensayista. Su idea de la Biblioteca Americana iba mucho más allá de un catálogo
de libros o de la formulación de un listado de obras canónicas. Lo que el
escritor buscaba era una visión lo más amplia y diversa posible de los poetas,
cronistas, cuentistas, novelistas, historiadores y filósofos que a través de la
palabra escrita intentaron dar cuenta
del mundo que surgía y se transformaba ante
sus ojos: América
Para acercarse a la vida y obra de su objeto – o mejor dicho, su sujeto- de
estudio, el escritor William Marín construye su propia bitácora de viaje. El
resultado es un recorrido que lo lleva a
Estados Unidos, Argentina, España y México en busca de los archivos y voces testimoniales que lo ayuden a dar
cuenta de lo que significa Henríquez Ureña para el mundo hispanoamericano. Con obstinación de
espeleólogo, Marín remueve archivos, desempolva documentos y revive testimonios
que nos devuelven intacta la figura del ensayista como el gran maestro que fue.
Porque quienes lo conocieron de cerca lo evocan como un maestro en el más
puro sentido de esa expresión: la de un ser generoso, dispuesto a compartir sus
descubrimientos con todo aquel que quisiera escucharlo. Lejos estaba del autor
elitista que levanta un muro de conceptos impenetrables entre su yo y el mundo.
Lo suyo era una suerte de socialismo
romántico que tomaba del cristianismo la figura de la compasión, entendida como
la capacidad de ponerse en lugar del otro y comprender así su singularidad.
Sólo de esa manera, se capta en toda su plenitud el propósito de poner el
alfabeto al alcance de todos los hombres. Vistas así las cosas, se entiende la
decisión del mexicano José Vasconcelos de convertirlo en compañero de viaje en
el proyecto de llevar la educación a todos los lugares y en todas las formas,
emprendido por el gobierno de Obregón.
En su recorrido, el escritor William Marín desvela la figura del Pedro
Henríquez Ureña profesor en Buenos Aires o en Estados Unidos; su vocación de
fundador de editoriales (el Ateneo de la
Juventud fue el germen del Fondo de
Cultura Económica); su condición de crítico riguroso y generoso a la vez;
su trabajo como articulista de periódicos que lo convirtió en precursor del
llamado Periodismo Literario y su rol como gestor de proyectos académicos. A medida que avanzamos en la lectura nos
encontramos con figuras fundacionales en lo que se dado en llamar “lo hispanoamericano” : para empezar,
Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez. Luego vienen Jorge Enrique Rodó,
José Martí, Rubén Darío, Andrés Bello, Juan Montalvo, Mariano Picón Salas,
Domingo Faustino Sarmiento, José Carlos Mariátegui y Esteban Echeverría, junto
a los españoles Marcelino Menéndez Pelayo y Ramón Menéndez Pidal, así como los
colombianos Germán Arciniegas, Baldomero Sanín Cano y Rafael Gutiérrez
Girardot.
A modo de “senderos que se bifurcan”,
feliz título de Borges invocado por Marín, la investigación aborda
una selección de títulos de
Henríquez Ureña que nos invitan
a tejer y destejer los caminos de Hispanoamérica. Son ellos:
Seis ensayos en busca de
nuestra expresión.
La Utopía de América.
Las corrientes literarias de
la América Hispánica.
La historia de la cultura en
la América Hispánica
Es fácil adivinar que, en realidad se trata de un único texto que se
despliega y vuelve una y otra vez sobre sí mismo. En ese entretejer se adivina la atmósfera de El banquete de Platón,
y su repercusión en los grandes espíritus del porvenir, Henríquez Ureña entre
ellos. Para éste, América es ante todo una comunión del espíritu asumida como
utopía, pero no en el burdo sentido de delirio o de irrealidad sino en el de desafío para hombres capaces de pensar que otros
mundos son posibles y de actuar convencidos de ello. La utopía es en este caso
una siempre renovada voluntad de perfeccionamiento.
Pedro Henríquez Ureña es uno de esos hombres. De ahí la importancia del
libro que el escritor William Marín nos ofrece a modo de estímulo para
acercarnos a una obra que no cesa de extender sus límites.
PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada
https://www.youtube.com/watch?v=apDBE4t8DlM