jueves, 26 de julio de 2012

Una vez fueron olímpicos




La  historia nos dice  que una vez  tuvieron una intención bella y útil : medir  hasta donde pueden llegar las personas a través de la identificación y desarrollo de sus destrezas físicas y mentales. La célebre escultura El Discóbolo  del artista griego Mirón, fechada en el año 460 antes de Cristo, da cuenta de ese sutil equilibrio entre la fuerza  del cuerpo y la capacidad de la mente para gobernarlo . A su vez, los historiadores y cronistas, entre ellos Herodoto, registran  entre  sus antecedentes el episodio de  Filípides, el guerrero encargado de recorrer a trote limpio el camino entre Atenas y Esparta, con el fin de pedir ayuda militar a las legiones afincadas en este último lugar.
Hablamos, claro,de los  Juegos Olímpicos, ese evento de carácter global, escenificado cada cuatro años en lugares tan dispares y distantes como Ciudad de México, Beijing , Barcelona, Tokio, Moscú, Los  Ángeles y Londres. Si uno se atiene a las palabras  atribuidas al barón de  Coubertín, el principal objetivo de su versión moderna era propiciar la aproximación entre los pueblos,  haciendo de las habilidades de los atletas una expresión de diálogo entre los integrantes de una especie de por sí proclive al exterminio de sus congéneres.  A esa visión del deporte se la conoció hasta hace unas tres décadas con el nombre de   "Espíritu olímpico”.
Siguiendo la pista de los cronistas encontramos además en los juegos una intención a la vez práctica y trascendente: Rendir tributo a Zeus, una divinidad  famosa entre otras cosas por sus mortíferas pataletas materializadas en un rayo capaz de fulminar   a toda criatura viviente   dispuesta a desairarla.
La imagen de ese dios  atronador me vino a la mente contemplando los logotipos de las multinacionales enfrascadas en  disputarse la  billetera de los consumidores en un certamen que concita la atención de millones de ellos entre  visitantes, televidentes, lectores de medios impresos , radioescuchas  y navegantes de Internet. Sobre  todo el rayo de  Gatorade  y el símbolo de Nike multiplicado por todas partes hacen inevitable la asociación de ideas. No cabe duda: Si en la antigüedad los juegos eran una ofrenda a Zeus, hoy son un tributo a una divinidad no menos omnipresente : El mercado.
Obviemos la utilización política del evento  durante los tiempos de la guerra fría. Ustedes ya saben : En la década de la caída del Muro de Berlín  y la desintegración del bloque comunista los gringos sabotearon los juegos de Moscú en  1980  y su  contraparte  soviética hizo lo propio con los escenificados en Los  Ángeles en 1984. Pero eso son  travesuras de niños, comparadas con las maniobras orquestadas por las grandes  corporaciones, empeñadas en suplantar a  los  viejos y debilitados estados nacionales. Para  cautivar a los públicos precisaban  de estrellas reconocidas, y no de los anónimos atletas llegados de todos los confines del planeta. Fue así como empezaron a colarse deportistas profesionales y de gran ascendencia mediática en las distintas disciplinas. Al fin y al cabo una cosa era un  una selección olímpica de  Brasil conformada por promisorios pero desconocidos jovencitos de Pernambuco  o Río Grande do Soul y otra muy distinta la alineación donde podían brillar hombres  del talante de Romario o Ronaldo. A partir de allí se abrieron todas las compuertas. El viejo y entrañable certamen se convirtió, como casi todo en este mundo, en una enorme vitrina. Los cada vez más desvanecidos colores nacionales cedieron el paso a marcas de  diversa índole , instaladas en todos los lugares visibles, empezando por el cuerpo de los atletas, aunque, para conservar las formas, se mantienen algunas prohibiciones relacionadas con los momentos y lugares dispuestos para  para hacer ostentación de los logotipos. Por ese camino, las disputas por la exclusividad de las transmisiones se hicieron cada día más agrias. No era para menos : Unos cuantos minutos de publicidad generan más dividendos que todas las medallas de oro, plata y bronce acumuladas desde 1896 hasta hoy. Para justificar  las componendas apelaron, cómo no, a nobles argumentos : No se podía dejar  a los deportistas  alta competencia al margen del más importante evento  de esa naturaleza en el mundo . Suena  bonito ¿ Cierto?
Qué se le va hacer. Los tiempos cambian, me dijo  un comentarista deportivo. Y sí : Tiene razón. La suficiente para entender la progresiva degradación de unas justas que una vez fueron olímpicas. 

jueves, 19 de julio de 2012

El teatro de la muerte




Tengo un vecino capaz de prescindir  de todo , menos de un ritual mañanero que le da sentido a sus días: La compra del pan fresco y  de un ejemplar  del periódico Q´hubo, un tabloide especializado en el registro de los hechos violentos acaecidos en la ciudad de Pereira y su área de influencia : Suicidios, asaltos, asesinatos, violaciones y agresiones entre parejas  son parte de un amplio compendio de ese lado  oscuro de la  existencia que tanto nos atrae, por la razón más simple de todas: Es parte de nuestra propia condición,  aunque algunos logremos domesticarla o disimularla mejor que otros y  a su vez  otros nos adelanten en la tarea no siempre afortunada de apaciguar la bestia que nos habita.
Pero el cuento no para allí. Tal como un sacerdote  hace la exégesis  del evangelio leído en la jornada, mi vecino Aurelio no descansa en paz hasta encontrar un  prójimo-  niño, joven , adulto  o anciano- dispuesto a escucharlo. Conseguido  el objetivo, se consagra con asombrosa minuciosidad  a relatar los detalles del episodio registrado en la primera página del mencionado periódico. Quién era  la víctima, quién es el principal sospechoso, dónde  ocurrieron los hechos, cuales pudieron ser los móviles,  si tenía hijos, si sus gustos sexuales  encajaban dentro de la norma. Acto seguido, procede a la parte más sustanciosa del asunto: La interpretación de los acontecimientos,  no exenta de algunos apuntes sobre las posibles explicaciones sociales, económicas o antropológicas. Al final, como en una buena corrida de toros, viene la estocada : Una moraleja contundente , que bien puede  solicitar el fuego eterno para el asesino o  convertir a  la víctima en responsable de lo sucedido. Es bien jodido este Aurelio.
Ah, olvidaba un detalle esencial : El periódico citado, como todos los de su género, reserva un regalo para el final : La estampa de una mujer de  grandes pechos y amplias caderas,  casi siempre en ropa interior,  que se ofrece como una recompensa  frente a los horrores de la primera página. Aunque  andemos con cuidado . Mi vecino  tiene su propia teoría moral sobre esa parte : Un alto porcentaje de  los crímenes reseñados en la publicación tiene móviles sexuales. El tópico es bastante conocido como para redundar en él : El sexo, la violencia y la muerte son vecinos que a menudo se enfrascan en contiendas irremediables.
Los encuentros con Aurelio me remiten  siempre a  una vieja idea del  escritor argentino Ernesto Sábato. Para el autor de  Sobre héroes y tumbas, la diferencia entre una crónica judicial y una novela como Crimen y Castigo reside en dos únicos puntos: El estilo y la capacidad para darle la vuelta a los pliegues del alma humana como si  se tratara de un guante  donde se esconden las claves de la existencia. Ustedes recordarán sin duda la anécdota de la novela de Dostoievski: Un estudiante pobre  mata a una vieja usurera, es decir, el titular de un periódico como Q´hubo. De ahí en adelante el genio del ruso nos lleva de viaje hacia el corazón de las tinieblas, es decir, de nosotros mismos. Por supuesto, los redactores del tabloide no son Dostoievski, ni tienen pretensiones de serlo. Tampoco  la publicación aspira  a inscribir sus páginas en la historia de la literatura universal. Pero  sospecho que, acaso sin saberlo, en el ritual matutino de mi vecino alienta  algo más que el mero instinto de devorar historias truculentas o de ver una muchacha bronceada con las tetas al aire : Al fin y al cabo las dos cosas abundan en  los medios de comunicación.  En mi pálpito, Aurelio  no compra un periódico  si no el boleto de ingreso a un teatro donde   reinventan cada mañana la antigua puesta en escena de la muerte y la vida  instaladas en  habitaciones contiguas. Con una diferencia, claro : En este caso los personajes pertenecen a nuestra propia dimensión. Es más: En cualquier momento podemos pasar de la butaca al escenario, por obra y gracia del azar que todo lo gobierna. Ese  azar que algunos , menos escépticos o  más supersticiosos , llaman destino. No sé  si a Aurelio le  sirva de algo saberlo, pero dicen que Shakespeare madrugaba  todos los días  a los mercados, no tanto para hacer la compra como  para escuchar los relatos turbulentos  de verduleras y matarifes. Luego  se encerraba a escribir  esas historias terribles  que  hoy nos ayudan a conocernos y a soportarnos un poco más . Debe ser por eso que miro cada vez con mayor respeto a mi vecino.

jueves, 12 de julio de 2012

Nada nuevo bajo el sol




Exaltado como es, el hombre llegó al café blandiendo una de esas revistas de divulgación científica que los lectores sin tiempo devoran a modo de postre después del almuerzo. “A la vuelta de unos años  a los niños recién nacidos les insertarán un chip con toda su historia personal. Algo así como el libreto que habrán de representar hasta la hora de su muerte”, sentenció señalando con su índice  admonitorio la  pantalla del televisor donde las selecciones de  fútbol  de Ucrania y Rusia se enredaban en  un duelo tan anodino y  mecánico como la vieja burocracia soviética.
Vamos con calma, compadre, le respondí, sin entender todavía las razones de su asombro. Después de todo, estamos hablando de una práctica tan vieja como los humanos. Sucede que antes  recibía otros nombres. Como cultura, educación, tradiciones y todos sus derivados. Solo que en el mundo de la tecnología  al implante lo  definen con  el monosílabo anglosajón utilizado también para nombrar cierto tipo de galleta: Chip.
Me miró irritado. Como sucede cada vez  que su interlocutor no obra en correspondencia  con su excitación. Como si  en lugar de prepararse para una saludable  discusión, estuviera ante la inminencia de un ayuntamiento carnal- así  definen algunos  credos religiosos al acto de follar- y la otra parte no se comportara a la altura de las circunstancias.
No sé si ustedes estarán de acuerdo, pero la vida del homo ¿Sapiens? Poco o nada tiene de original. Una vez  desembarcado a este lado del útero, el proyecto de ciudadano es objeto de un recibimiento que lo inscribe de entrada en una serie de códigos: religiosos, políticos  y sociales. El primero es la escogencia de un nombre, lo que no es poca cosa. Durante  mucho tiempo no era bien visto entre  las clases altas  llamarse Roberto,  Jerónimo, Guadalupe  o Salomé: O sonaba demasiado raizal o estaba impregnado de un tufillo bíblico bastante incómodo para una sociedad cada día más laica. Pero cuando, aturdidos por la  televisión y las  estaciones de radio, a  los pobres les dio por  bautizar  a sus retoños con nombres como Leidy  Di, Maicol Estiven o Freddy Indurley  , los ricos  y sus imitadores de la clase media se rebelaron y volvieron a lo elemental : Ana  María, Juan José,  Arturo, Miguel o Josefina. Lo dicho: El mundo no hace nada distinto a dar vueltas.
Después del nombre viene lo que todos sabemos y padecemos. La escogencia de una escuela, o lo que  algunos educadores  llaman “Espacio de socialización”, está mediada por la intención de ubicar  al vástago  en un territorio acorde con las expectativas de los adultos, que   su vez recibieron el  mensaje de sus mayores, que la heredaron de otros todavía más viejos y así  hasta los tiempos de  Matusalén, si hemos de conformarnos con la capacidad de síntesis de los simbolismos bíblicos. Por lo visto, solo ha cambiado el ropaje exterior. Antes recibíamos el mensaje en papiro egipcio: ahora nos lo entregan en memoria USB.
De esa manera un entramado invisible decide por nosotros el tipo de  pareja que ha de gustarnos, la profesión más indicada para desarrollar nuestras competencias, la clase de vecindario apropiada para establecer relaciones y hasta la forma de morirnos : Ni siquiera  en los sectores populares es bien visto enterrar a la parentela en los anacrónicos cementerios de nichos. Para facilitar las cosas, los  burgueses inventaron los clubes sociales y los proletarios les respondieron con sus guetos. Así no se corre el riesgo de verse involucrado en  culebrones y tragedias propios de telenovela mejicana o venezolana , que son por definición los únicos lugares de la tierra donde las niñas ricas se enamoran de los muchachos pobres  y además se mueren por ellos: Esas cosas no están en el chip de la vida real.
Para entonces, el hombre había optado por refugiarse  en los chispazos  cada vez más espaciados  de Andriy Shevchenko , el legendario goleador ucraniano del Milan de otras  épocas. Alternativa  en todo caso más saludable a la de admitir de una buena vez que no hay nada nuevo bajo el sol. Ni siquiera los chips de la personalidad.

jueves, 5 de julio de 2012

La historia apenas comienza



Acto I
 “Esta noche me dispongo a ser infiel con permiso de mi marido”. Así empieza la crónica de  Gabriela Wiener sobre el sugestivo y para  muchos riesgoso mundo de los bares swinger, esa tierra de nadie y de todos donde algunos matrimonios escarban en el rescoldo del fuego apagado por años de vida doméstica. En unas cuantas cuartillas, no más de diez en todo caso, la autora utiliza los recursos de este género que Juan Villoro bautizó como el Ornitorrinco de la literatura para recrear un escenario con utilería, ambiente, relato y caracterización de personajes. Es decir: Ni más ni menos lo que se le ha pedido siempre  a los dramaturgos  y novelistas. Nos encontramos entonces ante una puesta en  escena. Allí están esos hombres y mujeres olorosos a loción cara, moviéndose entre el miedo  a lo desconocido y una audacia recién descubierta, en unos lugares bastantes cercanos a esas aguas mansas que presagian tormentas.

Acto II
“ Sucede  que  los asesinos- advierto de pronto, mientras camino frente al árbol donde fue colgada una de las sesenta y seis víctimas- nos enseñaron a punta de plomo el país que no conocemos ni en los libros de texto ni en los catálogos de turismo”.
Con esa feroz declaración de principios, el escritor Alberto Salcedo Ramos nos introduce sin previo aviso en uno de los muchos rostros de esa sola sombra larga  llamada Historia de Colombia, amasada a punta de horrores y despojos sin cuento. Ya no se trata aquí del universo íntimo de las parejas que intentan hacer del sexo la tabla de su naufragio, sino de una parte de nuestra realidad escamoteada una y otra vez por políticos y gobernantes.  Esa que nos habla de asesinos embozados en esquinas y caminos, a la espera de una víctima, que puede ser un pueblo entero, para lanzar el zarpazo. En este caso el narrador- aunque sería mejor decir el testigo- opta por el papel que el escritor argentino Tomás Eloy Martínez  reconoce en los grandes  cronistas: El de sismógrafos de una sociedad. Según el autor de Santa Evita,  el buen  contador de historias no necesita tomar partido: Le basta  narrar con honestidad la historia de los perdedores para que su relato se convierta en la forma suprema de la solidaridad. Su crónica ostenta un título sobrecogedor: El pueblo que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas.

Acto III
Por su lado, Leonardo Heberkorn nos introduce en su historia con una frase que parece extractada de un artículo sobre teorías conspirativas: “Hitler vive en Uruguay. Sí.” Pero es solo eso. Un parecido. Ya tendremos tiempo para enterarnos de que se trata en realidad de  una tortuosa y gozosa inmersión en el  pequeño mundo de los seres  condenados a llevar a cuestas un nombre ominoso. Por simple influencia de los medios o por decisión de un padre fanático, por calles y veredas camina un hombre llamado Hitler  Aguirre. Nada excepcional en todo caso: En  Colombia tenemos un futbolista llamado Stalin Motta. Así que en materia de  ideologías y barbarie en masa estamos empatados: Uno a uno.

Los anteriores fragmentos pertenecen a solo tres entre el más de medio centenar de  textos que conforman la Antología de crónica latinoamericana actual, realizada por el poeta y novelista colombiano Darío Jaramillo Agudelo.
Y aquí encontramos el primer dato significativo.  Que sea el trabajo de un poeta y novelista supone   de entrada el reconocimiento de carta de ciudadanía literaria para un género que se ha movido siempre en el reino de la ambigüedad, hasta el punto de que muchos lo consideran todavía una suerte de calistenia para quienes aspiran a convertirse en narradores de ficción. De  modo  que, dados  a  fabricar etiquetas, no sería nada mal asumir la crónica como una encrucijada en la que se encuentran la Historia, el relato de ficción y la poesía. Después de todo,  los tres echan raíces en   esas arenas movedizas conocidas con el nombre de realidad.
De la historia con mayúsculas o minúsculas, el escritor de crónicas toma los  hechos, los datos, las cifras, tan necesarios para  establecer  coordenadas y no perderse en el vértigo de los acontecimientos. De los relatos de ficción aprende a recrear caracteres y situaciones, tan indispensables  para asomarse a los pliegues más escondidos del alma humana y por ese camino comprender el complejo entramado de  sus relaciones con el exterior.
Y de la poesía... bueno. De la poesía toma todo lo demás. La  palabra precisa. Los silencios, más expresivos que el discurso mismo. El ritmo  interior, que da cuenta de la manera como el mundo de afuera resuena en lo más profundo de los seres  y las cosas. Eso es lo que han hecho los grandes cronistas, desde los evangelistas hasta  hoy: recrear el mundo  con la ayuda de la palabra escrita, es decir, de la buena literatura. Ese rastro lo encontramos en los minuciosos recuentos de Herodoto y en las exaltadas visiones de los Cronistas de Indias. En las denuncias de los corresponsales de guerra que viajaron al infierno de Vietnam y en  la mirada que Almaguillermo Prieto nos ofrece de las tumultuosas y erráticas ciudades latinoamericanas. Es  poesía lo que alienta cuando el ya citado Juan Villoro nos dice al comienzo de uno de sus textos que  “Los superclásicos son  la  Navidad del fútbol”. Lo mismo puede decirse de una frase del argentino Martín Caparrós que define  la multitud del Carnaval de Río como “Un turbio río de lava”. ¿ Traicionan a los hechos por eso? La respuesta es: No. Solo los cuentan de otra manera.
El segundo aspecto a resaltar, entre muchos,es el de la diversidad. Parafraseando el título de un libro de Luis Vidales, los organizadores del encuentro de escritores de Calarcá, bautizaron la última versión con el nombre de  Suenan  Crónicas. Y eso es lo que sentimos al leer  esta antología  de Darío Jaramillo Agudelo: Que suenan voces  provenientes  de todos los rincones de  América Latina. En  ese sentido estamos ante una polifonía hermanada  por  las lenguas heredadas de  los conquistadores y adaptadas a la medida  de nuestros goces y desdichas. Leyendo estas historias de mexicanos, argentinos, peruanos y colombianos entendí de mejor manera la tesis de  la venezolana Susana Rotker: Que no hay tal nuevo periodismo. Lo que llamamos así fue inventado en realidad por los latinoamericanos  como único recurso para contar con palabras la desmesura  de nuestra realidad. Y  por latinoamericanos debemos  entender también a los hombres que acompañaron   a los conquistadores para tomar nota de sus actos y transmitirlos al rey de España. Hablamos de Cieza de  León,  Bernal Diáz del Castillo y fray  Bernardino de Sahagún, para mencionar solo a los más recordados . Llegados a este punto, es bueno decir que pasaron a formar  parte de la memoria histórica y literaria, porque se rebelaron contra su cargo de notarios y se consagraron a relatar lo que se desplegaba ante sus ojos atónitos: Desde la feracidad de la  tierra capaz de producir  frutos de colores y sabores insólitos, hasta los ritos dirigidos  a apaciguar las fuerzas del cosmos, pasando por la sensualidad de unas mujeres vestidas a duras penas con el tinte cobrizo de la propia piel.
En la selección de Darío  Jaramillo Agudelo, los músicos que interpretan las partituras de la polifonía  tienen nombres como  Leila Guerriero, Juan José Hoyos, Alejandro Toledo y otro medio centenar que no es del caso enumerar aquí. Sus historias  lucen títulos como  El poeta y la boxeadora, una imagen tan extrañamente cargada de  belleza como aquella del paraguas y la máquina de escribir sobre una mesa de disección, tan cara al  simbolismo onírico de  algunas literaturas de comienzos del siglo XX.

Final caprichoso
Entusiasmado por la caída del Muro de Berlín como metáfora del fin del proyecto comunista, el profesor norteamericano Francis Fukuyama se apresuró a sentenciar  que la historia había terminado. Por supuesto, olvidó  aclarar que  ese  hipotético final correspondía más a los intereses de su empleador de entonces, el   Departamento de Estado Norteamericano, que  a una realidad en la que se insinuaba la irrupción de pueblos y  culturas silenciados hasta  ese momento
En contravía de esa mirada, nosotros, latinoamericanos acostumbrados a reinventarnos cada mañana, estamos convencidos de que la Historia con mayúsculas apenas comienza, empujada por las pequeñas historias de todos los días. Y nuestros mejores cronistas están aquí para contarla.