jueves, 31 de mayo de 2012

Fuera de lugar


“Eso es pecado”, dicen que dijo el papa Juan Pablo II cuando  conoció la noticia. No se refería al llamado sexo contra natura, ni a una masacre de pueblos indígenas en  el Amazonas peruano. Tampoco a un infanticidio ni a los jornales pagados por los terratenientes de Córdoba, Colombia. En realidad, el entonces pontífice estaba escandalizado por el monto de la transferencia del futbolista  Cristian Vieri del Calcio a la liga española: Cincuenta  y cinco millones de dólares. Y eso que el papa polaco no vivió para enterarse de  la cifra que permitió el paso de   Cristiano Ronaldo del multimillonario Manchester United al no menos todopoderoso Real Madrid :  Algo así como cien millones de dólares mal contados.
Fiel  a una constante de su vida, el papa estaba pensando en términos políticos: En un mundo donde millones de personas tienen que sobrevivir con menos de un dólar  al día, pagar  esas sumas demenciales por un deportista, por  virtuoso que sea, constituye una abominación. Como  era de suponerse, nadie le prestó atención. Primero, porque los  carteles  que controlan  el negocio son demasiado grandes como para preocuparse por esas minucias.  Y segundo, porque al constituir  en si mismo un imperio, el Vaticano no tiene mayor autoridad para hacer ese tipo de cuestionamientos. El show debe seguir, dijeron todos al unísono y pasaron a firmar el siguiente contrato.
Pero  la principal razón para eludir el necesario debate ético sobre lo que sucede  alrededor del fútbol y del deporte en general reside en que son demasiados  los intereses en juego.  Y me refiero  a la cantidad  y al tamaño. Empresarios, políticos, mafiosos, canales de televisión, gobiernos, publicistas, estaciones de radio,   medios impresos y periodistas conforman un entramado tan complejo como peligroso. Sobre todos ellos, como entidad omnipresente, gravita uno de los más poderosos carteles que se hayan podido configurar en la historia de la especie : La FIFA, esa organización supranacional que inventa torneos por docenas, segura como está de que la pasión desatada por el fútbol  entre los mortales provoca una reacción en serie que se traduce en transacciones de jugadores, transmisiones en directo o  en diferido, contratos de publicidad, poder político y pingues comisiones  para los intermediarios.
Pero ya es hora de contarles de dónde viene mi inquietud. En una de esas conversaciones de café a  las que soy aficionado, uno de los contertulios lo planteó en estos términos: De todos estos oficios ¿Cuál  es más útil para la humanidad? Acto seguido, empezó a enumerar: Médico, ingeniero,  panadero, carpintero, arquitecto, enfermero, profesor, granjero  y  futbolista. Aclaro: Quienes participábamos en la conversación  coincidimos en nuestra pasión por el deporte de Messi, Maradona y Pelé. Sin embargo eso no impidió que situáramos  a  los futbolistas  en el  último lugar del escalafón. Fue entonces cuando recordé las declaraciones de Juan Pablo II  y pensé que el hombre tenía razón: En un mundo menos enloquecido, un buen médico tendría que estar mejor remunerado  que un futbolista. Al fin y al cabo una vida salvada por un cirujano no  se paga  con los mil goles de Pelé o con las tripletas de Messi en la  Liga de campeones. En realidad, ni siquiera con la mano de Dios que, según los creyentes, se hizo carne en México 86 .
Pero claro, la razón nunca ha gobernado  al mundo, ni en los tiempos de Aristóteles ni durante el apogeo de la ilustración. Ese reinado de la demencia hace posible, por ejemplo, que en  un café céntrico  de Pereira un grupo de hinchas de un equipo millonario como el Atlético Nacional, se reúna a compartir  tribulaciones con sus iguales de otro en bancarrota y al borde de la desaparición como el  Deportivo Pereira. A pesar de las  diferencias de chequera,  ambos clubes andan hoy abrumados  por el fracaso deportivo. En el primero de  los casos los  jugadores no rinden, cobran  jugosos contratos y se van con su indolencia a otra cancha. En el segundo no tienen para llevar comida a la casa y nadie les responde. En ambos la situación se explica por la falta de algo que ya no tiene  sentido ni valor en estos tiempos: El alma, la mística, el corazón, es decir, la materia misma de cualquier juego digno de ese nombre. Y ya sabemos que el disfrute o el dolor del juego solo  les  atañe a los aficionados, lo demás es negocio. Por eso, el que una vez  fue un hermoso deporte  es sorprendido  cada  vez con más frecuencia en fuera de lugar.

jueves, 24 de mayo de 2012

Las gambetas de la memoria


Apelemos al lugar común y digamos que la discusión es tan vieja como la humanidad: Quién fue más valiente: ¿Aquiles, el de los pies ligeros, o  Rolando, paladín del  Sacro Imperio Romano?  Quién buceó más hondo en las profundidades del alma femenina: ¿Stefan Zweig o Sándor Márai? Quién  fue más virtuoso con la pelota: ¿Pelé o Maradona?
De entrada, advierto a los puristas que me censurarán  haber incluido en la misma bolsa a dos héroes de leyenda,  igual número de novelistas de elevados kilates y dos futbolistas: Para mí,  lo que hicieron todos pertenece al terreno inefable de la poesía. Eso los iguala.
Para  hilvanar la discusión,  alguien dirá que  Rolando es un personaje inspirado en “hechos” históricos, mientras Aquiles pertenece al puro universo de la imaginación. Aquí tendríamos  tres conceptos,  vale decir, tres motivos para debatir por los siglos de  los siglos: Hechos, imaginación, inspiración ¿Son más reales entonces  los desfiladeros de Roncesvalles que las arenosas playas del proceloso mar de Odiseo?
En el caso de los escritores, algunos afirmarán que es solo cuestión de forma: La manera como Zweig desnuda los pliegues del alma humana difiere de los recursos  esgrimidos por Márai para arrojar luz sobre las tinieblas del corazón de los mortales.
Llegados al para muchos más prosaico mundo de los futbolistas, el panorama se torna complejo. Aquí ya empiezan a intervenir los nacionalismos, los estereotipos étnicos, los patrones culturales o la simple corrección política: Pelé es mejor ejemplo que Maradona, sentencian. Pero eso sí,  no explican  cuándo un  deportista asumió el compromiso de dar ejemplo y menos a quienes va dirigido el mismo.
A esta altura del camino uno puede optar por lo más obvio y decir que, a fin de cuentas,  es cuestión de gustos, como todo en esta vida. Pero  hay más: En realidad, el lugar que les asignamos a los seres y las cosas en nuestro particular patrón de valores tiene  relación directa con la memoria individual y colectiva. Una manera de ver el mundo puede hacer que le  demos más peso a  Rolando frente a Aquiles, por ejemplo. Si la valentía y el estoicismo han sido determinantes  en nuestro proceso de formación, la balanza se inclinará del lado del pélida amigo de Patroclo. En caso contrario, si la fe y el fervor son nuestro rasero para medir las cosas tomaremos el partido de Rolando. Puede ser incluso algo peor. Si la xenofobia nos domina, ese prejuicio será determinante: Al fin y al cabo, el héroe de Roncesvalles se hizo célebre por impedir que los infieles, es decir, los sarracenos, pusieran pie en el imperio de  Carlomagno.
De la misma manera,  al llegar con su propio juego de espejos que todo lo deforman, un lector verá en Zweig una actitud comprensiva frente a la fragilidad de las mujeres de su época, mientras  encontrará en Márai una despiadada puesta en cuestión de sus veleidades. O viceversa. Todo depende de la manera como se aproxime a esa forma suprema de conocer la realidad que es el lenguaje de la ficción.
Algo parecido pasa con los futbolistas mencionados.  Una historia personal que privilegie el respeto a la autoridad interpretará  la insolencia de  Maradona  como un atentado contra sus valores y por lo tanto será un  mal ejemplo para la educación de los jóvenes. El momento inolvidable del argentino regateando   a media docena  de ingleses o belgas y depositando la pelota como una ofrenda en la red es entonces desterrado de la memoria. Siguiendo esa lógica,  los goles de Pelé   pasan a ser irrelevantes comparados  con el mensaje de superación y buenos modales que conviene a los difusores de los discursos edificantes.
Como pueden ver, no es solo cuestión de gustos  o de difusión mediática (Ya sabemos: Zweig no gozó de la  publicidad de Márai. Pelé no tuvo la ventaja de la televisión. Rolando... bueno, Rolando tuvo a la  Iglesia Católica de su  parte). En realidad, todo pasa por esa construcción llamada memoria que nos permite   pesar y  valorar el mundo con códigos propios. A propósito: Quién fue más valiente: ¿Aquiles o Rolando?


jueves, 17 de mayo de 2012

Grandes y chicos


Sucedió la misma semana en lugares muy distantes de la tierra. En una  pradera africana, un elefante de identidad no revelada hasta ahora murió a manos de don Juan Carlos de Borbón, hidalgo disoluto él, mantenido por sus empobrecidos  súbditos, con el pretexto de que le deben el regreso a la democracia. Algunas  fuentes dignas de crédito  se atreven a aseverar que el animal- digo, el elefante- fue atacado por la espalda o, mejor dicho, por el trasero, y por lo tanto en condiciones de indefensión. Por  ahora, los voceros verdes siguen a la espera de los resultados de las pruebas de balística.
En otro sitio del planeta, muy cerca  de mi  casa en Pereira, Colombia, a un vecino lo fulminó una legión de bacterias mientras intentaba defenderse, armado con un arsenal de antibióticos de última generación desarrollados por una multinacional alemana.
La  primera noticia recorrió el mundo, aupada por el vendaval de los medios de comunicación.Ustedes ya saben: los ecologistas se levantaron como una sola voz, protestando  por el atropello cometido contra el infortunado paquidermo convertido a su pesar en celebridad. La segunda, en cambio, a duras penas fue conocida por este servidor  y ocho gatos que extrañan  a su malogrado compañero y a esta hora esperan la solidaridad de los mismos  que deploran la pérdida del elefante. Cosas de las redes sociales: Mi vecino no tenía cuenta en Facebook.
 Es bien sabido que cuando uno dispone de un excedente de tiempo- plusvalía, llaman a eso los marxistas- corre el riesgo de  consagrarse a perseguir damas otoñales, resolver crucigramas, husmear en las vidas  ajenas, sumirse en vicios solitarios o abandonarse a la locura. En mi caso, sin desdeñar  las opciones mencionadas, que por algo han de tener tantos adeptos, prefiero alimentar el diálogo con los que el columnista cartagenero Wenceslao Triana llama “mis dos o tres lectores”. De paso, un saludo para ese viejo lúcido y lascivo.  De  modo  que, volviendo al cuento  del elefante y  las bacterias- o del Borbón y mi vecino, como ustedes lo prefieran- resulta por lo menos llamativo que una especie dedicada a exterminar cuanta criatura viviente encuentra a su paso, empezando  por  sus  congéneres, viva todo el tiempo amenazada  por un batallón de bichos  - ¿Será lícito llamar así a las bacterias y los virus? - que ni siquiera son perceptibles  a simple vista, pero cuyos  efectos pueden estropear desde una cumbre de presidentes  hasta un polvo muchas noches aplazado.
Hasta donde recuerdo,  los defensores  a ultranza de las andanzas depredadoras del Homo sapiens se amparan en una cláusula del  Antiguo Testamento que lo reconoce como el rey de la creación y por lo tanto con derecho a cazar   incluso elefantes  cuando el tedio se apodera de sus tardes inútiles.
De manera que, si ha de  existir la justicia en el universo, como afirman algunos idealistas, es de suponer que las bacterias y todos sus parientes disponen de su  testamento particular que les da patente de corso para exterminar humanos cada vez  que se  ve en riesgo su propia supervivencia. Es asunto de justicia que sea así, porque mi vecino amante de los gatos pagaba con puntualidad  sus aportes  a la seguridad social, empezando por la pensión que no alcanzó a disfrutar. Sin embargo, nada pudo contra esas deletéreas criaturas invisibles que ostentan nombres sospechosamente próximos a los de los personajes de los cuentos de H.P Lovecraft. Necronomicón, o  algo parecido,  es el nombre de la que lo borró  de la faz de la tierra.
Desde ese día, aprendí a mirar a las bacterias y a todos los de su estirpe, con una nueva forma de reverencia.  Para empezar, resolví prescindir de los desinfectantes, no vaya a ser que una masacre involuntaria de mi parte desate  una reacción en cadena que llegue hasta las antípodas y malogre la carrera de un atleta  ucraniano o un genio precoz de la tecnología digital en Singapur. Suficiente con las venganzas que deben estar tramando por cada zorro muerto en las cacerías de la casa real británica, o por las ballenas  destripadas  por los traficantes en el mar del Japón.  Pero  reconozco : Jamás imaginé que el sutil equilibrio de fuerzas entre grandes y chicos podía alcanzar tales dimensiones

jueves, 10 de mayo de 2012

A mirarnos el ombligo


Acabo de releer por enésima vez mi ejemplar de hojas amarillentas de El mercader de Venecia y, como sucede cada vez que vuelvo a sus páginas, lo siento más propio  que muchos libros  en los que de manera deliberada y con espíritu proselitista se   exaltan los valores vernáculos  haciendo énfasis en una mal entendida concepción del color  local. Como en todas las obras de  Shakespeare,  en la historia que nos ocupa se despliegan   la ambición, el deseo, la codicia, las ansias de poder, el miedo, el amor y la crueldad. Es decir, todas aquellas cosas que,  para bien o para mal, nos hacen humanos.
¿A cuento de qué viene la introducción? Adicto a la  lectura de periódicos y revistas viejos, me encontré un texto firmado por  Luis Jairo  Henao, titulado: Por la inclusión de la literatura pereirana.  Paranoico como vivo por la manía   del lenguaje incluyente y políticamente correcto sospeché lo peor: Una cruzada para promover la perspectiva de género en poemas, cuentos y novelas o algo  parecido. Ustedes ya saben: Todo eso de los jóvenes y las jóvenes, los ingenieros y las ingenieras.
Pero mis temores  se quedaron cortos. En realidad se trataba de una diatriba contra las autoridades culturales de  Pereira  ¿El delito? Haber contratado para la celebración del Día del Idioma, el 23 de abril, al escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor para una lectura en voz alta,  complementada con charlas en establecimientos educativos, de su novela  La Ceiba  de la memoria.
Justo en ese punto comencé a extraviarme. Durante años, las quejas fluyeron en sentido inverso: Jamás íbamos a mejorar la propia  obra si no teníamos oportunidad de entablar un diálogo fructífero con el mundo a través del conocimiento de autores de otras latitudes. No sobra precisar que la premisa era y seguirá siendo coherente. El concepto mismo de cultura implica el   intercambio permanente con  las  expresiones de los otros. Así se enriquecen las músicas, las literaturas  y las  artes plásticas  en todos los rincones de la tierra. Ya lo sabemos: sin las pinturas de anónimos artistas africanos  no tendríamos hoy la obra de Picasso. Para llegar al rock, pasamos primero por el jazz, el soul, el gospel, el blues y la llamada  música clásica. En ese sentido, hablar de culturas híbridas resulta redundante: Lejos de ser un resultado, la mezcla es una necesidad. O si no  que lo digan la cantidad de hijos tarados engendrados por las familias endógamas.
En uno de los   apartes del texto de Henao  puede leerse: “No  alcanzo a comprender cómo en el marco de la celebración del Día del  Idioma, en la ciudad de Pereira se debe leer  una novela de un escritor  ajeno a nuestros  intereses". ¿Los intereses de quienes? Sería la primera pregunta a resolver. En lo que me toca, me interesa leer los libros de autores chinos, polacos, rusos, gringos, ingleses, argentinos, nigerianos, mexicanos, españoles, italianos, colombianos y todos los demás. Mientras me ayuden a conocerme y a entender el mundo serán todos bienvenidos y si  les pagan  buenos  honorarios, mucho mejor. La verdad, no veo porqué   los pocos   lectores de esta ciudad tendrían que resignarse a leer  solo a los escritores locales con quienes, para acabar de completar, se encuentran en la calle varias veces a la semana, lo que  ya es demasiado para un pobre mortal. Por lo demás, no solo me interesa la  gran literatura. Fiel a mi condición de adicto, también leo  las notas deportivas, los registros judiciales, las páginas de sociedad ( no sea que la mujer que me abandonó se haya casado y sea  yo el último en enterarme) y, por si las dudas, el horóscopo.
En el último párrafo, el autor del artículo cierra su catilinaria con  la siguiente declaración: “Me gustaría una explicación sobre semejante insulto. En lo particular, me siento agredido…” Mientras los funcionarios públicos aludidos le responden  me adelanto a precisar que en el caso del escritor invitado, lejos de  verlo como un insulto, me sentí halagado de  tener en casa un huésped de su talante, como me alegra  que por aquí pasen autores   de la talla de   Alberto Salcedo  Ramos,  Antonio Caballero, William Ospina, Darío Jaramillo Agudelo,  Germán Castro Caicedo o Alfredo Molano. La prosa y la poesía de algunos de ellos  no son de mi predilección. Pero en todo caso su presencia entre nosotros  resulta más saludable y refrescante que esa  insólita invitación a mirarnos el ombligo.

Enlace al artículo citado :
http://www.eldiario.com.co/seccion/CULTURA/por-la-inclusi-n-de-la-literatura-pereirana120421.html

jueves, 3 de mayo de 2012

El "tema" es ese


Ocioso como soy, me di a la tarea de seguirles la pista  a los usos y abusos que  los medios de comunicación en distintos formatos hacen de algunas expresiones que, de tanto  repetirse , acaban por distorsionar  su sentido original o, peor aún , por perder todo sentido.
¿Se han fijado ustedes en esa manía arribista de sustituir los vocablos cortos  y certeros  por otros más largos que  transmiten la idea de sofisticación? Por ese camino, la gente ya no ve películas sino que las visualiza: va uno saber qué valor  le agrega eso  al viejo encanto del mundo contado en imágenes. En la misma tónica,  ya no se dice que un grupo de personas se reunió para compartir algún descubrimiento : ahora resulta más elegante declarar que  “ socializaron” los resultados de una investigación, omitiendo de paso que el verbo  socializar tiene un sentido por completo distinto al que pretende adjudicársele.
Otra perla que muy pronto se convirtió en  epidemia hizo de la  frase  “De cara a” una suerte de comodín para resolver las  situaciones más dispares. Aquí les va un ejemplo: “Los ministros del gabinete del presidente Santos  se reunieron  para tomar  medidas de cara a las decisiones  que el  Congreso de la República pueda tomar de cara a la reforma tributaria.” Si disponen de tiempo y paciencia  hagan el ejercicio y no   tardarán en encontrar la expresión de marras regada como enredadera en  medios impresos,   televisión, radio y publicaciones  digitales.  Por lo visto, los forjadores de  la muletilla  decidieron suprimir de un tajo  recursos  como los siguientes: con el propósito de, con miras a, con el fin de, frente, ante y toda una colección de  palabras y  sentencias equivalentes. En la misma línea, la  declaración   “Se prenden las alarmas” borró del diccionario de los  periodistas verbos como alertar, advertir, prevenir y media docena de sinónimos más.
Pero la joya de la corona la constituye  el vocablo  “tema”, al punto de que más parece una plaga bíblica que un recurso expresivo.  En una entrevista radial emitida el pasado fin de semana,  entre el periodista y el invitado repitieron, no me lo van a creer ¡Veintiocho veces la palabreja en el transcurso de una hora, descontando el tiempo de los anuncios! Ustedes sabrán dispensarme, pero voy a transcribir  la introducción al diálogo:
-Con el fin de hablar   sobre el preocupante tema del invierno, y de las dificultades afrontadas  por los damnificados, hemos invitado hoy al doctor Díaz, experto en el tema del manejo de la prevención de desastres. Doctor:¿ Qué tenemos para decirle a  nuestra audiencia sobre el tema?
-Pues la verdad es que se trata de un tema preocupante, porque el tema de la  asignación y el flujo de los recursos se ha visto entorpecido por la legislación  sobre el tema de contratación...
Mejor no sigo citando, porque los pocos lectores que tuvieron la paciencia de llegar a esta altura del artículo podrían lincharme. Más bien ocupémonos de las posibles razones de esa pandemia.
La primera está sobre diagnosticada: Como no leemos ni investigamos, nuestro acervo de  recursos es lo bastante  escaso y rudimentario. El resultado está a la vista: Sale más barato casarse con  una colección de lugares comunes  que nos ayudan a salir del atajo. Bastante maltrechos y con poco respeto hacia las audiencias, eso sí. Pero eso parece no importar mucho.
La segunda es hija bastarda de la primera: se trata del facilismo puro. Si  en el diálogo citado suprimimos la palabra en cuestión, notaremos que el estilo se hace más ágil y fluido, sin detrimento del sentido. De ese modo aportamos al enriquecimiento conceptual de los consumidores de información. Y si mal no recuerdo ese es , en teoría ,  uno de los propósitos de los medios de comunicación : ampliar la perspectiva y la profundidad de lo que reciben las audiencias. Digo en teoría, porque la experiencia nos muestra  otra realidad, al menos en la  mayoría de los casos. Pereza  mental, indolencia  y falta de rigor parecen ser la moda al uso. Los resultados saltan a la vista. Por incómodo que resulte, pacientes lectores, el “ tema” hoy era ese.