jueves, 29 de marzo de 2012

El ruido y el furor


Con una beca de creación otorgada por el Ministerio de la Cultura, el grupo teatral El  Paso se aventuró en el montaje de una versión libre de Ricardo III, de William Shakespeare. Se trata del que es tal vez el más devastador abordaje literario a  la naturaleza del poder,  visto como resultado de un complejo entramado de pasiones capaces de destruir  todo lo que encuentra en el camino. Así que estamos hablando de palabras mayores. Para empezar, el concepto de versión libre en el teatro ha servido tanto para enriquecer y ampliar el universo de la propuesta original como para estropearlo por completo. Y a fe que  los integrantes de El Paso han conseguido lo primero. Lograron darle un toque contemporáneo  a   la obra del poeta inglés, sorteando el riesgo de caer en la caricatura o en la banalización. Primer punto a favor. Pero el segundo es todavía  más importante: con su puesta en escena consiguieron atraer la atención sobre la  obra de un artista que, como corresponde a todos aquellos  cobijados bajo la etiqueta de clásicos, son más  citados que leídos. En este caso, volver a Shakespeare  es regresar  al nudo mismo de la condición humana. No existe una sola faceta de la existencia que haya escapado a su agudo y mordaz escrutinio. El mito amoroso enfrentado a las contradicciones de clase en Romeo y Julieta.  La fuerza  creadora y destructora de  los instintos en  Otelo. La pregunta por el sin sentido de todo en Hamlet. La codicia sin límites en El  mercader de Venecia. Los malentendidos y juegos de intereses que  gravitan sobre la institución familiar En El rey  Lear y, por supuesto, la que nos ocupa hoy, que nos invita a seguir el errático y tortuoso camino de  Richard Gloster, atrapado en esa forma suprema de locura que es la búsqueda, conquista y defensa del poder en   todas sus manifestaciones. Búsqueda  que, en el últimas,  se resume en una frase  afortunada del poeta Darío Jaramillo Agudelo: “ El  poder es el poder de matar”.
 Revisitar a Shakespeare es desandar un camino que nos remite tanto a los relatos homéricos como a las tradiciones celtas, al ciclo de mitos artúricos, a  las leyendas  árabes y al romancero medieval.  Desde luego, también circula por sus versos la idea cristiana  de la culpa y el castigo.  Al fin  y al cabo,  fue en sus feudos donde se produjeron las disputas que al final dieron lugar a la reforma anglicana. Eso para no hablar de las revoluciones  que desencadenó su irrupción en el universo literario. No exagera el  crítico Harold Bloom cuando afirma que todos los caminos de la literatura conducen a Shakespeare. En esa medida, la vieja discusión acerca de  si  el fue realmente el autor de  sus obras   resulta tan banal como inútil .Qué  más da  si su copiosa producción está allí   para  ayudarnos en la  tarea de entender- si tiene alguno- el sentido de  nuestro tránsito por la tierra.  La  fuerza centrípeta de sus ideas es tal que, así como en música se habla de variaciones para referirse a la recreación emprendida por un compositor sobre la base de  una  partitura ajena, en el campo    que nos ocupa podríamos decir que la literatura moderna constituye en la práctica una infinita suma de  variaciones a la obra del poeta.
Tengo viva en la memoria la imagen alucinada de un Al Pacino entregado  en cuerpo y alma a revivir el espíritu de ese rey jorobado a quien sus contemporáneos describieron con aspecto de sapo. Algunos de ustedes  recordarán también la película. Se trata de En busca de Ricardo III. En ella , el actor que encarnó a otro obsesionado con el poder, Michael Corleone en la saga de El Padrino, más que a un recuento biográfico se dedicó a explorar las pulsiones más secretas  de ese hombre que no dudó en exterminar a buena parte de sus  familiares y allegados con tal de alcanzar sus propósitos. Por ese camino nos devolvió  a una de las certezas más recurrentes de los sabios antiguos: que la historia se repite, no por alguna  ley indescifrable del destino, si no porque está amasada con la materia misma de que estamos hechos los humanos. Es decir, una suma de anhelos, miedos  y ambiciones sin medida. Mientras  la volvemos a inventar no hacemos nada distinto a poner una vez más en escena la intuición del  genio de Strafford : que la vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furor.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Buenos muchachos


En  1969 pasaron más cosas  en el mundo de las que podía resistir un corazón solitario. Para empezar, tres astronautas  norteamericanos pusieron pie en la luna, poniendo el colofón a esa carrera espacial diseñada como  respuesta de los líderes políticos de su país al fracaso de la invasión a Cuba  y al malestar generado por las atrocidades cometidas en Vietnam. El festival de Woodstock supuso  el principio del fin de la sociedad prometida por los profetas de la era de acuario.  El submarino amarillo de  The Beatles   hacía agua por los cuatro costados. A pesar de las promesas de apertura, la segregación racial se hizo más brutal que nunca en distintos lugares de Estados Unidos y en el territorio entero de Sudáfrica. Para entonces el  rock and roll era al mismo tiempo  banda sonora y válvula de escape de las enormes  energías que se concentraban en distintos lugares del planeta. En medio del huracán estaban  The Rolling  Stones, un grupo de ingleses  dotados de enorme talento, que se apropiaron de los ritmos negros, de la poesía de Rimbaud y  Baudelaire, así como de las consignas  políticas  que desafiaban a la religión  basada en el consumo y el derroche. En  1962, haciendo honor a su nombre tomado de una vieja canción de folk blues, se pusieron en marcha sin otro propósito que pasarla bien y de paso  conmover a las buenas conciencias temerosas de perder la tradición, la familia , la propiedad y con ellas la virginidad indefendible de sus hijas. I can get no satisfaction, I can get no reaction... and   I try … and I try , era el grito de batalla que resumía el sentimiento de frustración experimentado por  una generación que atravesó la década alentada por las promesas de amor y fraternidad  consignadas en   las  canciones de The Beatles. Alguien tenía que ofrecerles  una respuesta a esos jóvenes que ya no lo eran tanto y que se enfrentaban a la vida adulta con  un vacío entre las manos como único legado  y con la certeza de un  colosal fraude instalada en el corazón.
El gran problema residía en que los Stones  tampoco la estaban pasando bien. El guitarrista Brian Jones,   uno de los fundadores de la banda, había muerto  ahogado en la piscina de su casa  después de una  temporada de conflictos con sus compañeros de aventura. Para  acabar de completar, durante el  festival de Altamont, organizado por Jagger y sus alegres pillastres, se produjo la muerte del joven negro Meredith Hunter, al parecer acuchillado por un integrante de los Hells Angels, los legendarios motociclistas  contratados para garantizar  la seguridad en el evento. Los forjadores de leyendas urbanas insisten todavía en que algo tuvo que ver con el hecho  el estado de ánimo  desatado por la interpretación de Simpathy for the  Devil, una de las mejor logradas en la historia del grupo.
Lo demás es leyenda blanca, negra o rosa, dependiendo de las circunstancias y del humor de los músicos, que  de allí en adelante serían poco menos que otra pieza en el engranaje  de la industria del espectáculo. Títulos como  Brown Sugar ( el nombre callejero de la  heroína), Love  in Vain,  Paint it Black o Gimme Shelter, al lado de las ya citadas  Simphaty for the Devil y ( I can get no ) Satisfaction  nos dicen bastante sobre el carácter  depresivo de unas canciones que retrataban  al dedillo el paisaje de   desastre  que sucede a toda utopía. El mundo de los setentas tomaría otros rumbos  y  el camino de regreso a  no se sabe donde estaría salpicado por las que el poeta Joaquín Sabina llama “cenizas de revoluciones”.  Desde entonces Mick  Jagger,   Keith  Richards, Charlie Watts, Bill Wyman y Ron Wood parecen más una sombra de si mismos dedicada a  engrosar sus cuentas bancarias  y a saciar el apetito voraz de los empresarios del disco que un grupo de creadores capaces de ponerle música de fondo a los anhelos y frustraciones de más de una generación.
El año 2012 llegó con el anuncio de una avalancha de  libros, biografías, recopilaciones, películas   y conciertos dirigidos a celebrar los 50 años de la banda que estremeció al mundo en 1962. Puros fuegos de artificio para ocultar lo esencial: que la llama de la pasión  se apagó   hace muchos años. Sin embargo, entre el rescoldo de antiguos  fuegos todavía es posible  recuperar unos cuantos versos y unos riffs de guitarra , suficientes en todo caso para plantar este tributo a  los que, a pesar de todo, siguen siendo unos buenos muchachos.

jueves, 15 de marzo de 2012

Mentiras a medias


 Las arbitrariedades cometidas contra la prensa por el presidente Correa de Ecuador, así como las acciones de su par Hugo Chávez en  Venezuela suscitaron enérgicas y justificadas protestas por parte de  editorialistas y columnistas de los medios de  comunicación en Colombia. Era lo menos que se debía hacer, pero ¿Qué hay  de la propia casa?  Porque  si bien en nuestro país  ni el ejecutivo ni el legislativo  han alcanzado,  al menos en tiempos recientes, los extremos de los mandatarios vecinos, otra cosa muy distinta   sucede con los poderes electorales y  económicos, diestros en estrangular periódicos y estaciones de radio a través  de la compra directa o del manido recurso de utilizar la pauta publicitaria para neutralizarlos cuando empiezan a volverse incómodos.
Empecemos por el poder económico del mismo Estado en el orden local, regional y nacional. Es bien  sabido que en institutos, corporaciones autónomas, alcaldías y gobernaciones los recursos de publicidad se asignan dependiendo del grado de  sumisión que medios y periodistas hayan  expresado durante las campañas electorales. Por ese camino estos últimos aprendieron   rápido que cuando el patio se calienta es mejor dirigir la mirada hacia otra parte, hincar la rodilla en tierra y esperar la bendición del soberano, que en este  caso llega en  forma de contratos de publicidad. Fue   así como nació  un engendro que gravita entre la genuflexión sin pudores y el periodismo  extorsivo. Si el gobernante  es pródigo será objeto de toda suerte de alabanzas y sus yerros serán considerados asuntos menores. En caso contrario se  dirigirá toda la artillería contra la más irrelevante de sus acciones. El resultado son esas publicaciones que pasan de la adulación suprema a la bilis sin medida, dependiendo del tamaño de los favores recibidos. Las primeras víctimas son, desde luego, el rigor, la autonomía y el sentido crítico  como  condiciones necesarias para conservar los límites mínimos de la decencia. Vista desde esa perspectiva, esa forma de  coartar la libertad de expresión es tan atroz  como la utilizada por  Correa, Chávez, Ortega, Castro y los regímenes totalitarios que les sirvieron  de modelo.
Puestos a competir, los capitales privados no se quedan atrás.  Es más: sus métodos superan con creces a los utilizados por  los gobernantes y legisladores. Después de todo, mantienen la chequera siempre a mano, sin necesidad de pasar por los formalismos propios del sector público. Todavía está fresco en la memoria lo sucedido con la revista  Cambio, cuyas denuncias tocaron de cerca la entraña de grupos económicos vinculados a  El  Tiempo. Suerte  parecida  corrió la  columnista Claudia López cuando sus dardos  rozaron intereses relacionados con los dueños de casa. Puestos  a revisar episodios  más  lejanos encontraremos que el drama de la familia Cano al frente de El Espectador empezó justo cuando su unidad investigativa se dio   a la tarea de hurgar en la olla podrida de los banqueros de  entonces que,  como los de ahora, constituían uno de los sectores más parasitarios  y rapaces de la sociedad. A propósito, el más conspicuo representante de estos últimos  en el país, Luis Carlos Sarmiento   Angulo, no cesa en su empeño  de hacerse con el control del periódico que un día perteneció a la familia presidencial. Quiero estar en primera fila para ver cómo abordan editorialistas y redactores  la información relacionada con el infinito tejido de intereses del banquero.  Habrá que ver la interpretación que se le da para entonces al asunto espinoso de la libertad de opinión.
“¿Por qué  llamarla crisis si es un robo monumental?” se  cuestiona el periodista  Matt Taibbi en su libro Cleptopía. Su pregunta alude al tratamiento dado por los medios de comunicación del mundo al colosal desfalco protagonizado por los sectores inmobiliario y financiero.  Desde la distancia, me atrevo a hilvanar  una respuesta: muchos de ellos  estaban vinculados de manera directa o indirecta con los implicados en   los delitos. De modo que, ante la obligación de informar, no encontraron una salida distinta a la de contar  verdades a medias.  Y  ese recurso resulta muchas veces más dañino que una mentira completa. Por eso, mientras Chávez y Correa  censuran a la prensa en sus países, los colombianos haríamos bien en recordar el sentido del viejo proverbio hebreo: “Cuando veas que están rasurando a tu vecino, pon tu barba en remojo”.

jueves, 8 de marzo de 2012

Desnudas y en lo oscuro



Mediados por la liturgia o el carnaval, los seres humanos  siempre hemos necesitado de fechas consagradas a celebrar momentos  esenciales de la existencia que pasan invariablemente por lo sagrado o lo profano.
En ese contexto, existen actos cuya intencionalidad es manifiestamente política, en tanto apuntan a recordar momentos claves para las  reivindicaciones o expectativas de  un determinado grupo social. Así sucedió hasta  hace pocos años con el   Día Internacional  de la Mujer, convertido  ahora en el mes de la mujer por obra  y gracia de los gremios  que agrupan a los comerciantes. La academia, los medios de comunicación, las organizaciones no gubernamentales y, por supuesto, las asociaciones de mujeres, destinaban ese día a recordar qué tiene de especial la fecha del 8 de  marzo en el contexto histórico y social de las reivindicaciones femeninas, así como a la revisión de las tareas por cumplir.
Pero de un tiempo para acá, a tono con una manera de ver el mundo que todo lo banaliza y lo convierte en mercancía, el día  de  las mujeres, al menos en el caso colombiano, empezó a parecerse   cada vez más a esas fechas en las que se nos recuerda  que todos tenemos madre, padre y además nos enamoramos de vez en cuando, condición  que debemos   demostrar  con un regalo cuyo precio será proporcional al tamaño de nuestros sentimientos. De  modo que todo cambió : los vendedores de flores y tarjetas de ocasión se tomaron  las calles- lo cual es apenas comprensible en una país donde cada vez más personas sobreviven del rebusque- las emisoras  se dedicaron a  propagar hasta el hartazgo la demagogia ginecofilica  de las canciones de Arjona y Alberto Plaza, los almacenes anunciaron promociones de tangas y, para no  quedarse atrás, los moteles y discotecas organizaron  paquetes de  dos por uno, “ porque ellas se lo merecen todo”, según rezaba  el anuncio publicado en un periódico.
Como si   fuera poco, los espacios de entretenimiento en los noticieros de televisión se abrieron “ para  que ellas expresen lo que sienten y piensan” animadas por las palabras  de una presentadora anoréxica. A su vez las  cadenas de radio pusieron a disposición del público sus páginas de Internet para que los oyentes  ejercitaran ese remedo de participación ciudadana que son las llamadas al aire o el intercambio de mensajes  a través de los medios electrónicos. Siguiendo el ejemplo del cantante  Juanes, elevado a la categoría  de “conciencia social del país” por los malabares de los grandes diarios, cientos de colombianos pusieron a prueba su  imaginación y creatividad repitiendo una y mil veces que nuestras mujeres son una chimba.
El resultado de toda esa puesta en escena  es que cada vez se habla más del lado glamoroso del universo femenino, incluidos los innegables atractivos de su desnudez , mientras se corre un velo sobre ese  territorio   oscuro donde son víctimas de la explotación sexual, de las inequidades en  materia laboral y salarial y de ese hogar dulce hogar donde sigue  siendo frecuente que se resuelva a punta de  insultos y golpes todo aquello que no nos gusta. Por eso, es bastante  probable que una vez curadas de la resaca de tantas celebraciones en las que abundan las serenatas de ranchenato, miles  de  nuestras   mujeres se  despierten  convertidas en símbolo viviente de la realidad colombiana de hoy , es decir, desnudas y en lo oscuro.

jueves, 1 de marzo de 2012

Ahí están pintados


En la sección ¿ Sabe la última? De El  Diario  del Otún, publicada el domingo 26 de febrero, puede leerse : “  A propósito de Adriana Vallejo, se dice en el tintiadero (sic)  del Bolívar Plaza que llegó a ocupar un cargo que no se justifica con su  perfil y que es poca cosa  para la preparación que tiene la ejecutiva. Lo extraño es que  a la alianza de María Isabel y Martha Elena Bedoya que le aportó al alcalde Váquez en la campaña solo le dan ese cargo, cuando se creia que el tema iba a ser de mayor alcance”.
Ustedes me perdonarán, amables lectores, las comillas tan extensas, pero la situación lo amerita. Resulta que, por primera vez en muchos años llega a la dirección del Instituto de Cultura de Pereira una persona con las competencias humanas y profesionales suficientes para darle un viraje al organismo rector de la cultura en la ciudad y el nombramiento   a duras penas  genera reacciones como la citada.  La verdad, no sé si las opiniones pertenecen  al autor de la nota  o a los invisibles contertulios del mencionado café. Para empezar,  voy a recordarles a unos y a otros que vivimos en un país cuya constitución política dice  que la cultura es la base de la nacionalidad y en esa medida les asigna al Estado y a los gobiernos locales y regionales obligaciones precisas al respecto. Sí. Ya sabemos que buena parte de los contenidos de las constituciones políticas son letra muerta. Pero  algo habrá que aprovechar de ellas  para  hacer menos tortuosa la vida
Para empezar, me gustaría  que el redactor del artículo o sus ignotas fuentes nos precisaran  qué quisieron decir con eso de que el cargo no  justifica su perfil ¿ De modo que la cultura no merece un ejecutivo de primer orden , capaz de devolverle el rol que   debe jugar en cualquier sociedad con  intenciones de  alcanzar alguna clase de  decencia ¿ Les parece que la gestión  cultural es un asunto de poca monta y en esa medida se tiene bien ganada la pobreza de miras y la falta de  creatividad  de quienes  han sido sus responsables en los últimos años?
Aunque mucho me temo que las cosas apuntan en  otra dirección. En Colombia, la  importancia de las entidades públicas no se mide por el impacto  de sus acciones en beneficio de la sociedad, sino en el  monto de sus presupuestos y en el tamaño de su planta  burocrática. Dicho de otra forma : Su valor depende de si constituyen  o no un buen botín. Visto desde esa perspectiva, el Instituto de Cultura de Pereira es un negocio de  proporciones menores.Mucho menores que, digamos, el aeropuerto Matecaña, la Empresa de Energía de Pereira, Aguas y Aguas o la ESE Salud Pereira, para mencionar   solo algunas de las más apetecidas. Debe ser esa visión del mundo la que mueve a los contertulios del tinteadero de marras  a  expresarse de  esa  manera, porque si tuvieran  una noción mínima del papel que juega la  cultura en  la definición de  un destino  individual  y colectivo, a lo mejor   se lo pensarían  varias veces antes de expresar opiniones temerarias.
Siguiendo esa línea de pensamiento nos dicen que la cultura  es un asunto de alcance menor. Claro : no podía ser de otra manera en un medio que reduce su papel al de un programador de  eventos folclóricos para amenizar las fiestas  patrias. Ni siquiera se les ocurre pensar, en su irremediable insularidad, que lo cultural puede ser un  viaje de ida y vuelta  para asomarnos a nuestra  fértil  diversidad. Basta con levantar la mirada y aguzar el  oido para descubrir que  no existe una sino decenas, cientos de músicas  colombianas que echan raíces en un diálogo milenario con el mundo. Mucho menos están en condiciones de entender que un solo verso de uno de nuestros grandes poetas nos dice mucho más acerca de la propia historia que los innumerables discursos pronunciados por sus caciques políticos de cabecera cada vez que  necesitan arrojar su red  pescadora de votos en las contiendas electorales.
La gran paradoja  de todo esto reside en que ninguno se ha detenido a pensar que  Adriana Vallejo , la profesional que ellos compadecen, no se cansa de expresar su complacencia por arribar a un cargo que constituye de entrada un desafío en todos los sentidos. Y de grandes  retos está hecha la vida de los profesionales de su talante. Como no lo quieren ver de esa manera,prefieren desviar su mirada en otra dirección. Ahí están pintados.