miércoles, 25 de mayo de 2022

Vanguardias, caudillos y redentores




“En la guerra política contemporánea, y no sólo en América Latina, la comunicación  es la nueva arma. Las estrategias de comunicación son fundamentales para desviar la atención del votante con problemas inventados o extemporáneos, o con versiones de los hechos amoldadas a la narrativa de quien gobierna. Si atraviesan crisis o se ven acorralados y necesitan movilizar debate social y que movilicen a la ciudadanía, lo hacen con  las cadenas  nacionales o con twitter, como el nuevo aprendiz de tirano, el salvadoreño Nayib Bukele”.

La lúcida  reflexión anterior, aparece en la página 5OO del libro Delirio Americano, del ensayista y pensador colombiano Carlos Granés, publicado en 2O21 por  la casa editorial Taurus.

Si usted quiere, dependiendo de su país de origen, puede remplazar el nombre de Bukele por el de López Obrador, Daniel Ortega, Iván Duque, Nicolás Maduro, Jair Bolsonaro, Pedro Castillo o Alberto  Fernández y el resultado será el mismo: una realidad paralela fabricada  con los mismos criterios utilizados para diseñar cualquier  producto, desde un champú hasta un automóvil de lujo,  pasando por la venta de paisajes en el sector turístico o de perfumes para estimular los impulsos sexuales.

No por casualidad existen agencias de publicidad y mercadeo político, cuya finalidad es fabricar candidatos y gobernantes a la medida de los miedos, ambiciones y expectativas de los potenciales electores. En esa búsqueda pueden fabricar la imagen de un ejecutivo triunfador como el  Primer Ministro  canadiense Justin Trudeau, de un hacendado entre paternalista y autoritario como Álvaro Uribe, de un camaján de barriada como Nicolás Maduro, de  un  trabajador rural  como Pedro Castillo o de un activo hijo de la galaxia digital como el ya citado Bukele.

Pero  el recurso de los medios de comunicación, por poderoso que sea no deja de ser un ropaje o, si se quiere, un disfraz. La esencia del asunto, es decir, la manipulación de la palabra, del mensaje redentor y de conceptos caros a  pulsiones colectivas como la patria y la nacionalidad es  tan antigua como la política en sus múltiples avatares,  para utilizar un concepto caro al mundo de internet.




Como cualquier investigación sobre tiranos, caudillos y redentores puede remontarse  hasta tiempos  lejanos en la historia de la humanidad, en su propósito de entender y ayudarnos a comprender esa variopinta abstracción llamada Latinoamérica , Carlos Granés fija límites de espacio y tiempo. Su recorrido empieza en 1898,  con la llamada Guerra de Cuba, cuyo resultado supuso la pérdida de la última de las colonias españolas en América y el comienzo de la hegemonía norteamericana a este lado del mundo, que décadas atrás llevó a Simón Bolívar a pronunciar su célebre  diatriba: “ Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar de miserias a América en nombre de la  libertad”.

Y la  lucha por la Libertad, otra abstracción mistificada por la Revolución Francesa al lado de Igualdad y Fraternidad, será el combustible de las   fanáticas y brutales contiendas que caracterizan la historia de nuestro continente , desde México y la pérdida de grandes extensiones de su territorio a manos de los norteamericanos, hasta los países del cono sur con sus dictadores letales.

Ese viaje emprendido en Cuba, uno de cuyos protagonistas fue el poeta y  prócer nacional José Martí, concluye para Granés el 25 de noviembre de  2O16,  fecha de   de la muerte de Fidel Castro en la misma isla, sobreviviente  de su propia utopía después de haberse convertido en  modelo  de muchas revoluciones en el mundo, tras la caída  del dictador Fulgencio Batista- otro  tirano sanguinario y corrupto- el  1º de enero de 1959.


                                                                 José Martí

En ese intermedio se produjo el desfile de dictadores y populistas que todos conocemos, sumado a la consiguiente irrupción de las guerrillas rurales y urbanas, hasta desembocar en  otra dictadura: el reinado de las víctimas y su concreción cultural más elocuente: el lenguaje elusivo   e hipócrita de la corrección  política, empeñado en tender un velo de palabras sobre los aspectos más infames de nuestras sociedades.


Un libro agita las aguas.


Toda comunidad tiene  sus libros fundacionales, sean sagrados o profanos. Para los propósitos del autor de Delirio Americano, uno de esos textos  es  Ariel, el ensayo del escritor  uruguayo José Enrique Rodó ( 1871-1917). En su obra, Rodó toma tres personajes del universo de Shakespeare: Próspero , Calibán y Ariel, para formular los prototipos de lo  que  podría ser el rumbo de nuestro continente. De entrada , enfrentamos  una simplificación: en un momento  u otro  hemos de tomar partido: Calibán o Ariel. Los latinoamericanos leímos temprano y mal- durante el bachillerato- el libro de Rodó. Con su proverbial capacidad  para el esquematismo , el autor  definía fronteras: Próspero tiene dos sirvientes. Calibán es el salvaje primitivo,  materialista movido por sus instintos. Ariel  es el hombre animado por la fuerza elevada y espiritual. Como su nombre lo sugiere, Próspero es el amo o, para  hablar  en términos políticos, la encarnación del poder imperial.

En esa aparente encrucijada, renunciamos desde un comienzo a la opción del camino del medio. De ahí en adelante , esa fue  una de las constantes de nuestro quehacer político, civilista o armado. Para nosotros El siglo XX fue el escenario de la materialización , casi siempre violenta  y a menudo corrupta de ese maniqueísmo : buenos o malos, indigenistas o latinistas, liberales o conservadores, comunistas o fascistas.  Sólo una cosa nos unía: el odio al imperialismo norteamericano por parte de uno y otro bando,  posición que empezaría a cambiar con la llegada y entronización de Hitler  en el poder como amenaza  mundial. Esa nueva baraja geopolítica motivó  un rápido consenso que aglutinó a sectores  hasta entonces antagónicos en la defensa contra  el peligro nazi.




Y aquí aparece el otro elemento esencial para las tesis  formuladas en Delirio Americano: el rol de las vanguardias  artísticas y literarias , como espejo o negación de las ideas políticas en juego. Poetas, escultores, músicos y pintores expresarían desde entonces la voluntad de dar cabida a  una de esas tendencias o a todas de manera simultánea o sucesiva. Después de un trabajo de investigación que le tomó más de una década, Carlos Granés elige un primer ejemplo: la Revolución Mexicana, cuya fecha oficial de inicio se sitúa el 2O de noviembre de 191O, aunque sus orígenes se remiten a la lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz, que abarcó de 1877 a 188O  y luego de 1884 a 1911.

La revuelta en México fue, si se quiere, una amalgama de credos políticos y religiosos, de prejuicios sociales y raciales, de atavismos culturales y de abismos económicos que, salvadas particularidades locales, puede  servir para acercarse mejor a la realidad histórica de los países que abarcan del Río Grande a la Tierra del Fuego. Una vez llegados al poder, los revolucionarios traicionaron- como todos- los principios que animaron la lucha en un comienzo para enfrascarse en  feroces disputas por el control , que no tardarían en convertir la mexicana en la primera revolución institucionalizada y burocrática del continente.

Décadas después, con sus propias variaciones, los caudillos y tiranos del resto del continente, con el respaldo de Estados Unidos, devenido aliado imprescindible, replicarían la fórmula para perpetuarse en el poder. Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, la familia Somoza en Nicaragua, Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Velasco Alvarado en Perú, los Stroessner en Paraguay, Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina, son apenas algunos de esos nombres. Entrado el siglo XXI, el colombiano Álvaro Uribe replicaría la fórmula, con el célebre " articulito" de reforma a la constitución par  hacerse reelegir, aunque la trampa no le alcanzó para un tercer periodo.


Las vanguardias saltan al escenario.




El poder político, sobre todo el de inspiración populista, siempre ha sabido que, para mantener su dominio necesita  apoyarse en tradiciones culturales reales  o inventadas. Más que de teorías económicas o  preceptos ideológicos, precisa de un sistema de símbolos que  movilicen y congreguen a su alrededor a una masa creciente de adeptos. El mito de Juan Domingo Perón y su esposa Evita en Argentina es uno de los más claros ejemplos.

No por casualidad, Carlos Granés elige el caso de México para sustentar su hipótesis: los entresijos de las relaciones entre el poder político- económico y los movimientos culturales nos dan la pauta para seguirle el rastro  a lo sucedido en el resto de los países latinoamericanos. Volviendo a la influencia de Ariel, los  primeros muralistas serían la expresión de lo  telúrico, de lo autóctono frente al latinismo y la reivindicación  del legado español y grecorromano   en nuestros países. A su vez, Ariel ilustraba- nunca más preciso el sentido de esta palabra- lo mejor de este último espíritu. Alentado por esta  convicción, el educador José Vasconcelos asumió la tarea de   hacer de la revolución  burocratizada la mejor herramienta para  descubrir y reivindicar la “ verdadera” identidad mexicana. Su influencia no tardó en repercutir en el resto del continente.

Políticos liberales y conservadores,  inspirados por el fascismo o el socialismo, alimentaron sus delirios populistas en esas fuentes nutricias. Lo “propio” y lo “ajeno”, irreconciliables según los teóricos, fueron las  abstracciones encargadas de guiar los movimientos de una brújula que, a juzgar por los resultados, nunca apuntó en la dirección más acertada. El autor de Delirio Americano lo sintetiza de esta manera:

“ El paso del populismo ha dejado sociedades divididas en bloques antitéticos, pueblo y antipueblo, buenos patriotas y malos patriotas, convirtiendo la democracia  en un nuevo campo de batalla. Patria o  muerte, viva la coca, mueran los yanquis, Muerte al somocismo (veinte años después de muerto el último Somoza): son gritos que llaman a la movilización fervorosa y perfomántica, a veces acompañada de expresiones de violencia. Sus objetivos siempre son los mismos: tomar el espacio público y conquistarlo para apabullar al enemigo y hacer ver la propia como la única opción legítima, la única acorde con los fundamentos de la patria, las esencias del pueblo, el bien, la dignidad o la moral”.

                                 Evita y Perón

Esta certera reflexión vale para nuestros países hace cien años o para nuestra realidad de hoy: así de errático ha sido el camino de  Colombia y de América Latina.

A diferencia de los movimientos políticos, inamovibles en su estéril  dicotomía, las vanguardias artísticas y culturales  se postularon siempre como puente, como agente capaz de dialogar con  el patrimonio espiritual del mundo y de sintetizar lo mejor de aquí y de allá. Los primeros artistas mexicanos en rebelarse contra el muralismo abrieron las  puertas para que entraran las corrientes saludables que renovaban  la vieja Europa. A eso contribuyeron mucho las políticas estatales de brindar asilo a quienes escapan de la Guerra Civil en España, de los nazis en Alemania y sus aliados en el mundo, del estalinismo y su sus Gulags en la Unión Soviética. Por eso, la acogida brindada a  Trotsky y su posterior  asesinato en su refugio de Coyoacán se convirtieron en símbolo  de ese concepto de cosmopolitismo, tan necesario para  neutralizar toda forma de cerrazón mental.

                                  Caetano Veloso


Situado en el brasil de Getulio  Vargas y a propósito de la conmoción experimentada por el poeta y músico Caetano Veloso luego de ver la película  Tierra en Trance, de su compatriota Glauber Rocha, Carlos Granero nos dice acerca de las vanguardias:

“ La película de Rocha deslegitimaba todos esos clichés del arte izquierdista, y eso, se dio cuenta Veloso, liberaba de la demagogia y el victimismo y permitía abordar aspectos  culturales, míticos, místicos, morales, antropológicos, formales; se abrían nuevos campos para explorar, nuevas formas de rebelión. Esa sensación la volvió a tener al poco tiempo, al ir al Teatro Oficina, el proyecto del dramaturgo experimental José Celso, a ver Roda Viva, una obra de Chico Buarque, la cabeza más visible de la música popular brasileña. La obra lo sorprendió por su radicalismo expresivo y por su osadía. Era iconoclasta - se burlaba de la Virgen-, erótica- los actores se desnudaban- y sobre todo antropofágica. En la última escena el protagonista, un cantante famoso, acaba devorado por sus seguidores. Literalmente se lo comían, y para dar realismo usaban  el hígado de un animal que acababa salpicando  de sangre a los espectadores de la primera fila”. ( Delirio Americano, página 379).

Como podemos leer, a diferencia de las doctrinas políticas, que fosilizan y destruyen, las vanguardias artísticas insuflan vida, integran lo  en apariencia  irreconciliable. Propician el diálogo entre mundos disímiles. Y esa diferencia no es un dato menor : cuando señala el común origen religioso de dos guerras, la civil española y la violencia  de liberales y conservadores en Colombia, el autor nos revela que, lejos de ser un filo nazi y fascista como sus copartidarios del grupo Los Leopardos, Alzate Avendaño entre ellos,  lo que motivaba el odio del caudillo  conservador Laureano Gómez contra los liberales echaba en realidad raíces en su catolicismo ultramontano. Tendrían que llegar desde la cultura los nadaistas, una vanguardia local heredada de los poetas norteamericanos, para hacer respirable ese aire enrarecido  por odios seculares.

En su recorrido por un mapa que es físico y mental a la vez,  Carlos Granés no ahorra esfuerzos  ni detalles:  país  por país, con paciencia de orfebre,  ausculta los latidos más profundos de su naturaleza, sus atavismos, sus violencias, sus artistas, sus ideólogos, sus errores repetidos y su eterna reiteración del populismo de izquierda y derecha como inútiles  fórmulas redentoras.

Todo el tiempo fluye a nuestro lado la corriente espiritual expresada en nombres como los de López Velarde, Miguel Ángel Asturias, Caetano Veloso, Rómulo Gallegos, Xul Solar, Vicente Huidobro, César Vallejo, Germán Arciniegas, Tarsila do Amaral, Jorge Icaza, Oswaldo Guayasamín, Jorge Luis Borges, Alejandro Obregón, Alejandra Pizarnik, Augusto Roa Bastos, Pablo Neruda, Jorge Amado, Elena Poniatowska,  Rufino Tamayo, Oscar Niemeyer… y hasta la banda peruana Los Saicos, posible pionera de los  anarquistas acordes del punk a este lado del mundo.

Al final, como siempre, queda la certeza de que sólo en la cultura encuentran los pueblos y los individuos alguna clase de asidero. Una forma de ponerse a salvo de los delirios  políticos.   Poetas, músicos, novelistas, pintores, ensayistas, realizadores de cine, actores y cultivadores   de la tradición oral nos enseñan todo el tiempo que soñar con mundos mejores no es una utopía, aunque el canto de sirenas de los demagogos haya seducido a  muchos artistas en  algún tramo del camino.


PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=haVaaDLwWvI


 



miércoles, 18 de mayo de 2022

El bibliófilo y el rey

                 Para  mi hermano Juan Carlos Pérez, mi dealer personal de libros



En 1992 el escritor español Arturo Pérez- Reverte era corresponsal de guerra en los Balcanes. Entre  otros muchos horrores, le  tocó ver y reportar la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo, un centro cultural que hasta ese momento había sido punto de encuentro para la multiplicidad de pueblos y lenguas que componen el mapa de  la región: árabes, turcos, gitanos, eslavos, latinos y africanos del norte enriquecieron durante siglos el patrimonio de la humanidad con sus relatos, sus cantos, sus poemas , sus ritos, su arquitectura y sus plegarias.

De repente, la vieja y conocida irracionalidad humana se abatió sobre la biblioteca y la redujo a escombros. Abatido él también, Pérez – Reverte escribió :

“Cuando un libro arde, cuando un libro es destruido, cuando un libro muere, hay algo de nosotros mismos que se mutila irremediablemente. Cuando un libro arde, mueren todas las vidas que lo hicieron posible, todas  las vidas en él contenidas y todas las vidas a las que ese libro hubiera podido dar, en el futuro, calor y conocimientos, inteligencia, goce y esperanza. Destruir un libro es, literalmente, asesinar el alma del hombre”.

Idéntico sentimiento de indignación y dolor debieron sentir los hombres y mujeres que, en distintos momentos  de la historia, vieron desaparecer, a manos de otros hombres, libros, pinturas, esculturas, partituras y  museos. Desde la  antigua Babilonia hasta la  Guerra de Irak , el enorme edificio que llamamos civilización ha sido blanco predilecto de quienes quisieran  borrar de la tierra todo rastro de humanidad que los ponga en evidencia.


Por fortuna siempre quedan huellas. La literatura está hecha de huellas. El escritor es alguien que va en busca de los rastros físicos y  espirituales que todos dejamos en nuestro paso por el mundo. Por eso, el conocido tópico nos muestra a Scherlock Holmes embozado en la niebla londinense y armado de una enorme lupa, siempre siguiendo alguna pista real o inventada.

La imagen vale para todos los autores, no sólo para los de historias de suspenso. Aunque… la vida toda es la mejor entre las novelas de suspenso.

Sin esos seres laboriosos y pacientes, los actos humanos grandes y pequeños serían borrados por el tiempo y la muerte que, al fin  y al cabo, son la misma cosa. Los escritores pues, y antes de ellos los aedos y rapsodas, son los guardianes del conjuro-el único- que nos depara la ilusión de permanencia frente a la irremediable disolución:  las palabras,  esos sonidos que, según lo consignado en las religiones más disímiles, fundan  el mundo.

En un principio, esa memoria se conservó y transmitió a través de la oralidad: todos guardamos como un tesoro la imagen de los viejos contando historias a la luz de una vela o de una lámpara. Eran los encargados de cuidar la historia de la familia, de la comunidad, del pueblo, del mundo en suma. Casi siempre lo hacían en versos, que es la forma más fácil de memorizar. Pero no se conformaban con recitar  lo aprendido: un día si y otro también, añadían algo de su propia cosecha hasta convertir el relato en un coro de voces que ampliaba los límites del universo.

A su modo, los viejos hacían suyo el ritual de los seres anónimos que grababan con fuego en su mente las epopeyas  forjadas- eso nos dicen- por alguien a quien llamamos Homero. Poco importa en realidad si existió  o no un autor con ese nombre: siglo tras siglo, los personajes de La Ilíada y La Odisea siguen acompañándonos como un eco de la voz de los dioses que, con sus palabras, animaron el inerte universo.

Que otros discutan la autoría de esas obras. La obsesión por la propiedad intelectual es, después de  todo, un invento moderno.



La escritora española Irene Vallejo (Zaragoza,1979) decidió  rendir  tributo a la prehistoria personal suya y la de sus lectores, cuando las letras eran una incógnita y la lectura un imposible. En los días de infancia eran casi siempre las madres quienes les leían a sus hijos esas historias llenas de fantasías y horrores, de prodigios y misterios, responsables de las dichas y desvelos de millones de niños de sucesivas generaciones en todos los rincones de la tierra.

Cuando su madre se marchaba y la niña se quedaba sola en su  habitación sentía- como todos- que  en su mente se abrían  puertas y ventanas por las que ingresaban  criaturas procedentes de  dimensiones ignoradas. Algún día tendría que encontrar la manera de descifrar las claves del misterio.

Para  cumplir su propósito, Irene Vallejo emprendió la escritura de un libro cuyo título es en sí mismo  un poema: El infinito en un junco, publicado bajo el sello editorial Siruela en junio de 2O21


Érase una vez junto al Nilo

Hablar de la  historia de la escritura significa, claro, remitirse a viejos jeroglíficos  grabados   en tabletas de arcilla, originadas  al parecer en los fértiles  valles del Tigris y el Éufrates. Y es aquí  donde el libro de la escritora aragonesa se revela como un feliz encuentro entre el relato y el ensayo. Sin darnos cuenta, transitamos por arenas ardientes intentando descifrar con ella esos  curiosos signos parecidos a patitas de insectos que precedieron a la invención del alfabeto como lo conocemos hoy.

Siguiendo esos rastros, aprendemos que los hombres  de esa época escribían y leían en tabletas de  barro, igual que los hijos del siglo XXI   leen y digitan en sus tabletas electrónicas.  Pronto  descubrieron que los materiales eran tan frágiles como los humanos que los fabricaban: después de todo, ambos estamos hechos de tierra.



Se necesitaba , pues, un material menos tosco, más flexible y manejable. Y entonces se dio el milagro: en las orillas del río Nilo crecían unas plantas  de cuyos tallos, después de un cuidadoso tratamiento, se extraía un material que, al secarse, cumplía una mejor función que las rígidas y quebradizas tablillas. Los humanos habían descubierto el papiro, el predecesor ilustre del papel que los fenicios, tal como hicieron con tantos otros prodigios- se encargaron de comercializar y difundir por el mundo conocido.

A partir de ese momento, la humanidad ya tenía donde fijar y acumular sus leyendas, su historia, sus descubrimientos técnicos y científicos, así como las palabras reveladas por sus dioses.

¿ Están seguros de que tenía donde guardarlos?

Vamos  con calma. El asunto no es tan sencillo. Lo que desde el presente vemos  como grandes saltos a los  hombres de su tiempo les tomó siglos. El nuevo material era flexible y de más ágil manipulación, si. Pero  su origen vegetal lo hacía fácil presa de insectos, hongos y de un enemigo todavía  más letal: el fuego, ese poder tan apetecido por toda suerte de sátrapas , desde emperadores chinos hasta  individuos como Hitler, Stalin y los fundamentalistas  islámicos, pasando por el Tribunal de la Inquisición y toda una estela de incineradores de ideas.

Quemar libros- y a veces a sus autores- sigue siendo uno de los pasatiempos favoritos de los detentadores del poder. Para que no lo olvidemos, Ray Bradbury escribió esa terrible parábola titulada Farenheit 451. En ese mundo distópico emparentado con el 1984  de Orwell opera un cuerpo de bomberos al revés , cuya tarea es perseguir y destruir todos los libros existentes. Sólo puede sobrevivir uno: el manual para  ubicar y desaparecer todos los demás.


Puesto en marcha el milagro de los libros, estos se encargaron de crear su propia necesidad: la biblioteca, ese hogar de la sabiduría , como lo llamaban los antiguos. Y otra  vez hemos de volver al Medio Oriente, a la Biblioteca de Babilonia. Cuentan que fue  la primera merecedora de ese nombre… aunque en Alejandría siempre pensaron otra cosa. Lo cierto es que, según los  cronistas, la biblioteca no  tardó –es un decir- en trascender la condición de caótico lugar de almacenamiento para ofrecer al mundo un primer modelo de orden y  método para llegar a las fuentes del conocimiento.

La Biblioteca de Alejandría –, sí. La biblioteca de  Alejandro, el discípulo de Aristóteles, primer coleccionista de libros que se recuerda- se encargaría de perfeccionar esos métodos y , por ese camino, de forjar su propia  leyenda de esplendor y destrucción.

Después de ese rodeo, guiados siempre por la voz de Irene Vallejo, estamos de vuelta en Egipto. Historiadores y cronistas nos dicen que fue Ptolomeo, uno de los generales de Alejandro, heredero de  esa parte del reino después de la temprana muerte del macedonio, quien  tuvo la idea de crear una gran biblioteca en la  ciudad fundada por su líder. El propósito era digno de  Jorge Luis Borges: reunir  todos los libros del mundo, de todos los autores  y en todas las lenguas. Ciencia, poesía, leyenda, mito, filosofía, religión, culinaria. Todos los campos del saber humano tendrían cabida allí. 

En suma, la biblioteca sería la expresión espiritual del sueño político y militar  de Alejandro : conquistar y llevar el helenismo a todo el mundo conocido. Es decir, lo mismo que hacen hoy los norteamericanos, pero sin  tradición cultural.

Ptolomeo se consagró a su empresa con el ahínco de  un obseso incurable. Copió, intercambió, robó y confiscó libros de todas las procedencias. En su delirio ignoró un detalle: un día los aniquiladores del espíritu habrían de reducir   su sueño a cenizas. Por desgracia, la pesadilla presenciada por Pérez – Reverte en Sarajevo tuvo sus antecedentes  veinticuatro  siglos atrás.

Para que no olvidemos, Irene Vallejo nos instala en Alejandría y nos invita de paso a un recorrido de incesantes descubrimientos que llega hasta nuestros días.  A su lado, exploramos los pasadizos de la la biblioteca de Oxford, ese santuario contemporáneo de la palabra escrita. Vale decir, del espíritu de todos los hombres de todos los tiempos. 

Apenas eso.

Entre esos descubrimientos, encontramos maravillas como la siguiente, detallada en la página 164 de su libro:

“ La historia de nuestra literatura empieza de forma inesperada. El primer autor del mundo que firma un texto con su propio nombre es una mujer.

" Mil quinientos años antes de Homero, Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos cuyos ecos resuenan  todavía en los Salmos de la Biblia. Los rubricó con orgullo. Era hija del rey Sargón I de Acad, que unificó la Mesopotamia central y meridional en un gran imperio, y tía del futuro rey Naram-Sim. Cuando los estudiosos descifraron los fragmentos de sus versos, perdidos durante milenios y recuperados sólo en el siglo XX, la apodaron La Shakespeare de la literatura sumeria, impresionados por su escritura brillante y compleja”.

Enheduanna fue la ilustre predecesora de Safo y del grupo de poetas reunidas en Lesbos. Como lo fue de la rebelde Hipatia, de Emily Dickinson, de Selma Lagerloff, de Virginia Woolf, de Ana Ajmátova,  de Margueritte Yourcenar, de Elena Poniatowska, de Alex Munro y de todas las mujeres célebres o anónimas que han plantado y cosechado en el huerto del pensamiento y la imaginación.




Una palabra tuya bastará para sanarme

Esa tarea erudita no le impide a Irene Vallejo compartir anécdotas mundanas que ponen a salvo el libro de las tentaciones de la solemnidad. Para hablar de la pervivencia de Alejandro entre nosotros no  se remite a los textos canónicos.  En su lugar prefiere hablar de la letra de Alexander The Great, una de las canciones  insignia de la banda  británica de heavy metal Iron Maiden, así como de la película de Oliver Stone, un director bastante proclive a las teorías conspirativas.

Y nos deleita todavía más: durante su estancia en Oxford en 2O16, que precedió a la  escritura de El infinito en un junco, se enteró de la decisión  tomada por la academia sueca de otorgar el  Premio Nobel de Literatura al poeta, compositor y músico de folk-rock Bob Dylan. Mientras los académicos se alineaban en dos bandos  irreconciliables- similares a los apocalípticos e integrados de Umberto Eco-, los que celebraban la decisión y los que la concebían como el colmo de la frivolidad, la autora aragonesa lo vio todo con absoluta lucidez: en realidad, el jurado había dado vueltas durante varios milenios, y al final optó por volver a los orígenes de la literatura, otorgándole el premio a un  conservador de la tradición oral.

Esa es la esencia del viaje propuesto por  El infinito en un junco:  emprender una  aventura a través de la interminable y  milagrosa historia de las palabras habladas y escritas. De su condición de umbral que nos abre la mente a otras dimensiones del adentro y el afuera, de las metáforas y de los conceptos,  de la vigilia y el sueño, de la materia y el espíritu.

No importa cuántas veces regresen los quemadores de libros, los siniestros bomberos de Bradbury. La palabra se las arreglará una y otra vez para llegar hasta nosotros por otros caminos  a cumplir su eterna misión: curar las   viejas y nuevas heridas. Ya lo dijo el evangelista en uno de los  versos más bellos jamás pronunciados: “Una palabra tuya bastará para sanarme”.

Es probable- y posible- por ejemplo, que a la vuelta de la esquina un poema, una novela, un ensayo, un texto científico o un tratado filosófico estén contenidos en un haz de pulsaciones electrónicas que  conectarán  sin intermediaciones con el cerebro y éste se encargue de convertirlas en algo aprehensible para los lectores de ese futuro cercano. Será algo así como un papiro  invisible. Como para darle la razón a la escritora cuando decidió escoger ese título para su libro: El infinito en un junco.


PDT.  les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=6BH9HvZx3nI


viernes, 13 de mayo de 2022

Leda, el cisne y los buitres



Al ser en sí misma una forma de poder, la sexualidad de los poderosos ha estimulado siempre la imaginación de la gente y por ese camino la de artistas y creadores buenos, regulares, malos y geniales.

Todos ellos han forjado con su obra una mitología completa conformada, como todas, por seres  mitad humanos y mitad divinos, cuyo rastro podemos seguir en relatos, leyendas poemas, pinturas, canciones, cuentos y novelas.

Desde muy temprano, en las páginas coloreadas de alguna cartilla, nos familiarizamos con la historia de Leda y el cisne. Ustedes ya saben: Zeus bajando del Olimpo disfrazado de  ave para saciar sus deseos con una beldad terrestre. De modo que su aventura  puede ser la predecesora de esas revistas de chismes  sobre famosos, tan apetecidas por millones  de personas en el mundo. Eso para no hablar de las redes sociales y su incesante ronda de rumores que  crecen y se multiplican al ritmo de las emociones de cada quien.

Sospecho que , en nuestros días, la historia de Zeus y Leda batiría   todas las marcas de Megusta en las redes sociales. O mejor dicho: “ rompería el twitter”, como acostumbran  decir quienes se mueven en esos territorios.

De ahí en adelante,  imágenes y narraciones se acumulan : Adán y Lilith; Sansón y Dalila; el rey Salomón y la reina de Saba; Alejandro Magno y sus decenas de amantes de ambos sexos. Y la lista sigue: Claudio y Mesalina;  Lucrecia Borgia y su  hermano César; Cleopatra, Marco  Antonio y, según las malas  lenguas, unos cuantos más; Catalina la Grande y el chambelán Serguéi Saltikov; Madame de Pompadour y Luis XV… y mejor paremos aquí, porque el catálogo podría no tener fin.


Todavía hoy,  en el reino encantado de Netflix se hacen series inspiradas en parte o en su totalidad en las vidas reales   o inventadas de los famosos de la Historia. Dependiendo del grado de calidad, se ocupan de mostrar el entorno social, económico, cultural y político en que vivieron  esas personas. Otras- las más- dejan  muy en claro que sólo les interesan las escenas de cama, como si la gente, por voraz que sea, pudiera pasarse la vida entera en una cópula infinita.

Algunas- escasas más bien- se empeñan en explorar el alma de los protagonistas hasta llegar al núcleo de sus dramas, sus dichas, sus desvelos, sus motivaciones, sus miedos y sus pesadillas. Es decir, a la esencia de su humanidad. Pero para eso se precisa de poetas como Robert Graves o narradores del talante de D.H. Lawrence o Hermann Broch, para mencionar sólo unos nombres. Su capacidad de comprensión nos acerca a la fragilidad y grandeza del más anónimo de los mortales y nos ayuda a entender que,  en los momentos de mayor frenesí,  nuestros cuerpos son campos  de batalla en los que combaten fuerzas atávicas y por lo tanto ingobernables.



Conocemos de sobra  lo sucedido al interior de las instituciones y sociedades que han pretendido encorsetar los instintos : todos sus métodos conducen a la locura y a pasadizos no conocidos del infierno tan reales como los de las viejas parábolas.


Una escritora de tan fina sensibilidad como Mary Renault se acercó sigilosa a la tienda de campaña de Alejandro Magno para espiarlo y acaso comprenderlo en la noche de sus dudas,  con el cuerpo ya saciado y el alma   sedienta de conquistas en esa vida suya que hasta el último minuto de su breve existencia fue un eterno delirio de muerte y furor.  Su novela  El muchacho persa es una muestra  de la sutil diferencia entre una gran obra literaria y una de esas novedades fabricadas en serie para  satisfacer los gustos del público.

Ese tipo de escritores son los únicos capaces de revelar las dotes de Cleopatra, Catalina La Grande y Madame de Pompadour como estrategas políticas. Su habilidad para tejer y destejer la  madeja de la diplomacia. El resto es  morbo y nada más.

Pienso en esas cosas siguiendo el espectáculo de porno justicia montado alrededor  del juicio contra el actor Johnny Depp,  en un caso que al principio parecía un divorcio corriente. Uno más entre los cientos de miles que todos los días se entablan en el mundo.


Pero no fue así: era una presa demasiado suculenta para dejarla escapar. Día a día, lo que debería ser un asunto exclusivo de los tribunales se convirtió en un reality show por entregas en el que todos nos arrojamos con hambre caníbal sobre las miserias de dos personas- el actor y su ex mujer Amber Heard-  quemándose a fuego lento en una hoguera animada por un negocio que, como el del espectáculo, no duda en escudriñar y exhibir los resquicios más insospechados de  cuerpos y almas si eso contribuye a mantener cautivas las audiencias, incrementando así sus ganancias por publicidad.

Insisto: ese tipo de juicios son rutinarios en los tribunales. La diferencia en este caso reside  en que el viejo contubernio entre sexo y poder se despliega y regurgita ante la mirada de millones de consumidores de información congregados a la espera de la próxima ofrenda. Aparte de satisfacer nuestra fascinación por lo morboso, los primeros planos del rostro  doliente de la mujer, los  focos dirigidos a la mirada de bestia acorralada del hombre, son  aprovechados por parte de activistas de todo tipo. Puro alimento para esa masa devoradora de información que llamamos ciudadanía.

Cuando todo esto se agote como objeto de consumo los medios se dirigirán a otro lado: el público del circo sigue pidiendo sangre en la arena. Los detalles más escabrosos de la confrontación entre Depp y Amber Heard pasarán a otro plano y sólo quedarán sus despojos , a la espera de que uno de los alguacilillos de la plaza dé la orden de arrojarlos al  foso de la basura.

O quién sabe. A lo mejor en este momento un batallón de oportunistas está escribiendo novelas y guiones de películas que les llenen el bolsillo antes de que el olvido lo cubra todo.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=7HAnFzkGQSo