jueves, 30 de julio de 2015

El poeta en su hamaca




 Toda  la vida  envidió a su  amado Juan Carlos Onetti. Pero no a cualquier Onetti. Ni siquiera al de los infinitos diálogos silenciosos  con su compadre Juan Rulfo. Tampoco al creador de esos  fantasmas de carne y hueso que vagabundean  por las calles de Santa María.
No. Mi vecino, el poeta Aranguren, envidiaba al Onetti echado  en su cama de un apartamento  de  Madrid, negándose a levantarse porque ya lo había visto, contado y bebido todo. Para alcanzar ese estado de gracia, Aranguren  aspiraba  a una de estas tres cosas: ganarse la lotería,  rescatar un galeón  hundido en las aguas profundas de su Santa Marta natal o casarse con una criatura imposible: una viuda joven, bella, millonaria y diestra  en los  misterios del sexo. “Echhheeee, ñeeerdaaa. Ese día me acuesto en mi hamaca de siete colores y no me vuelvo a levantar”, me dijo  una tarde de diciembre, hace cosa de cinco años.
Ignoro con cuál de los  tres premios lo recompensaron sus dioses particulares,  amasados con una mezcla de diablos caribeños y divinidades de la Sierra  Nevada. Pero puedo dar fe  de que el hombre  consiguió instalarse en su trono tejido con hilos de mil colores por las manos virtuosas de las indias guajiras. Por lo pronto, la viuda perfecta no estaba. De modo que restaban las otras dos opciones.

                                                  Onetti en su cama

Allí lo encontré un domingo  por la tarde, atrincherado entre una  selección exquisita de poesía universal y una provisión de ron Tres Esquinas como para  saciar la sed de un regimiento entero. Resulta increíble la cantidad de cosas que puede hacer un hombre echado en una hamaca. Aranguren escribe   extensísimos versos endecasílabos con los que espera completar un volumen de poesía hermética titulado El multiforme heraldo de las Cícladas.  Una vez pulidos, los traduce al inglés y al francés  y los remite por Internet a ignotos corresponsables residenciados en Quebec y Sydney.
Mientras apura largos tragos de su licor favorito aromatizados con yerbabuena, recorre un universo musical que se antoja infinito: Bach, Gardel, Chucho Avellanet, Bob Dylan, Juan Pardo, Gaetano Veloso, Joe Arroyo, Janis Joplin, Sibelius. Al mismo tiempo les recita a su perro Teo y a sus siete gatos, bautizados con los nombres de los planetas, fragmentos enteros de Cien años de soledad que se sabe de memoria desde los días de su adolescencia. No contento con eso, escucha en  el computador los partidos  de su  adorado Unión Magdalena, un equipo coleccionista de fracasos y extraviado para siempre en los meandros de la segunda división.


En la alta noche apaga la luz, enciende un tabaco remitido desde La Habana  por un amigo diplomático y piensa en las suaves curvas de su viudita imaginada. Entonces… bueno… ustedes ya  saben lo que  hace un hombre imaginativo y solitario en esos casos.
De las glorias mundanas prefirió apartarse desde que empezó a ver por ahí a tanto energúmeno gritando a todo pulmón: ¿Acaso usted no sabe quién soy yo? De  las devastaciones del amor le queda un rescoldo del que no quiere ocuparse. Por lo pronto se levanta con el primer canto del gallo y prepara una enorme olla de café que reparte en generosas dosis entre los vecinos que se acercan a saludarlo.
A las cinco de la tarde me despido y lo dejo allí, con la sangre hirviendo  y el pecho sobresaltado por tanto ron con yerbabuena. Mientras camino de regreso a casa- una hora por una carretera polvorienta- pienso que he empezado a envidiar con ahínco  a este hombre enamorado de las montañas del Quindío y nostálgico de su mar Caribe, instalado en una hamaca como en un paraíso recobrado. Después de todo, en estos tiempos fraudulentos el único sitio digno de peregrinación es la morada de un poeta.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=uohmHDmCZLo

martes, 21 de julio de 2015

Senderos de agua y fuego




 Dos imágenes convocan la atención del viajero que va de Medellín a Sonsón, un municipio levantado al pie del cerro El Capiro y visitado en las noches por el viento helado que  baja del Páramo de la Paloma: familias enteras de campesinos ordeñando sus vacas  pintadas de blanco y negro y cientos de quebradas  que serpentean en busca de los cauces  de los ríos Arma y Aures. Esas  quebradas ostentan nombres caros a la imaginería católica reinante en estas tierras: Las ánimas, Las brujas, La Virgen, San Gregorio, San Martín. De hecho, Sonsón  parece una isla en tierra firme, rodeada de agua por todas partes.

                                               Gregorio Gutiérrez González

Gobernado  a lo largo de sus doscientos   años de historia por la vieja y conocida dupla de  iglesia y Partido Conservador, el pueblo cantado por Gregorio Gutiérrez González y  moldeado en barro por el ceramista Pablo Jaramillo,  fue en principio el punto de partida  de los colonizadores que fundaron el rosario de poblaciones que se extienden desde  Aguadas  hasta Santa Rosa de Cabal.  Bendecido por  una envidiable  variedad de pisos térmicos- su territorio se extiende desde  los fríos límites con La Unión, Rionegro y  La Ceja, hasta la tierra  caliente del Magdalena Medio- Sonsón pudo brindarles a sus habitantes unas condiciones de vida  signadas por la prosperidad : la ganadería, así como los cultivos de papa, higos, zanahorias, café y caña de azúcar, generaron un dinamismo económico en el área urbana que permitía  hacerse a una vivienda,  educar a la familia y, de vez en cuando , darse una vuelta por algún lugar turístico. Nada   hacía   presagiar entonces que  al llegar a su segundo centenario en 1998, esos caminos de agua se convertirían en senderos de fuego transitados por la muerte y el miedo.

                                        Marcha de familiares de las víctimas.

Seducidos por tanta riqueza junta, a mediados  de  la última década del siglo pasado empezaron a llegar los  ejércitos  que marcaron con sangre la historia reciente de Colombia :  los reductos del Epl después de  su desmovilización en Urabá,  el frente  47  de las  Farc, en cuyas filas llegó Karina, una mujer que se encargó , no de sembrar la vida sino el horror en estos parajes que supieron de sus degollinas, masacres, secuestros, desapariciones. También arribaron, cómo no, el Eln, las Autodefensas de Córdoba y Urabá, creadas por los hermanos Castaño, así como las Autodefensas del Magdalena Medio, afincadas en los corregimientos de  La Danta y San Miguel, comandadas   por Ramón Isaza, el mismo hombre que perdió la memoria de sus crímenes, y por su tristemente célebre yerno, conocido   bajo el alias de  McGiver.
Hace poco menos de un mes visité Sonsón y pude hablar con una decena de víctimas de la  barbarie. Escuché a quienes tuvieron que abandonar sus fincas.  A quienes perdieron a sus padres, hijos, esposos, hermanos, vecinos. En la  sede de la Casa de la Cultura vi los retratos de muchachos-  casi niños- torturados, despedazados y desaparecidos. Contemplé  las elementales obras de arte, tejidas con hilo y cabuya o con pequeños pedazos de tela al modo de las viejas colchas de retazos.  A través de ellas los sobrevivientes consiguieron restañar sus propias heridas como condición indispensable para seguir  adelante. En ese tejido se  lee el relato de comunidades que, como  las de  los municipios vecinos de Argelia y Nariño, clamaban por hostias y sal que les permitieran  sobrevivir  en medio del asedio de la guerrilla.

                                            Casa de la Cultura

De labios del alcalde Dioselio me enteré de su secuestro y de los atentados de que fue víctima, así como tantos habitantes de su pueblo. Después de escuchar todas esas cosas, todavía me pregunto de qué están hechas las entrañas de quienes claman por más guerra en Colombia. Claro: del horror solo se enteran por la televisión, como si fuera otro reality más y luego pasan a otra cosa. Bien atrincherados en sus centros comerciales y en  sus conjuntos cerrados pocas opciones tienen de enterarse de los avatares de este país hecho de senderos de sangre y fuego por los que les resultaría saludable darse una buena pasada de vez en cuando.

  

martes, 14 de julio de 2015

Viva y deje morir




                                                    Ovidio en su paraíso

Calmadas las aguas luego del despliegue mediático concitado por la negación y posterior aprobación y práctica de la eutanasia  al ciudadano Ovidio González, zapatero,  bohemio,  genio espontáneo del humor negro y otras hierbas, resulta saludable plantear algunas reflexiones.
La más obvia consiste en preguntar qué hubiera sucedido  si en lugar de ser el padre del celebérrimo caricaturista Matador,  Ovidio fuera un zapatero más de los que hicieron  de  Pereira un gran centro de producción de calzado en los años sesentas y setentas del siglo anterior. De hecho, el viejo regentó durante varias décadas su taller y almacén de calzado Bianchi, hasta que la apertura económica arrasó con él.
Resulta claro que el frenesí mediático no lo desató el drama de Ovidio y su familia, que lo arropó con un cariño y una solidaridad  ejemplares. Fue la fama de  Matador, no el dolor de Julio César González- así se llama el pobre tipo- de su madre y sus hermanos lo que concentró cámaras, plumas y micrófonos. Tanto, que en medio de tanta entrevista en la que le tocó responder pendejadas, tuvo un rapto de lucidez: “Resulta paradójico que mi padre, que no tiene cara porque la devoró el cáncer, se haya convertido ahora en el rostro de los cientos de invisibles que afrontan un drama similar”.
Ahí está el detalle: de los olvidados, de  los sin voz, de los hombres invisibles nadie se ocupa: sus tribulaciones no venden ni concentran sintonía. Ahora  que el caso de Ovidio González sentó jurisprudencia en Colombia, se hace más necesaria que nunca la creación de  Veedurías que acompañen  el proceder del negocio de la salud, que como bien lo señaló  Matador en una de sus caricaturas, no tiene pacientes si no clientes. Por eso al final resultan más importantes las encuestas de satisfacción que  la vida misma de las personas.


En  fin que todo esto fue como si Matador- no Julio César, insisto- se hubiera plantado en pelotas frente al sistema de  salud entero y le hubiera gritado en la cara : ¿ Ustedes no saben quién soy yo ? Cuando lo descubrieron salieron prestos a  cumplir lo que debieron haber hecho desde el primer día.  Por eso el viejo Ovidio, que ya descansa en olor de santidad, le respondió a un médico que lo llamó  durante esas horas de alboroto: “Si ustedes me hubieran hecho la eutanasia  desde el primer día yo ya estaría callado”.
La segunda  pregunta gravita sobre los derechos del constituyente primario y su obligatorio cumplimiento.  El caso de  Ovidio González demostró una vez más, que en últimas los políticos, los medios, los gremios y los grupos de poder están casi siempre  por encima del ciudadano. De ahí que columnistas como Fernando Londoño Hoyos se hayan convertido en voceros de toda una cruzada contra   la tutela, el instrumento creado por la Constitución del 91 para defender a la gente. ¿Qué sería hoy de las miles de personas inermes frente al todopoderoso sistema de salud sin esa herramienta? Salvo si son hijos, hermanos, padres o amantes  de algún poderoso, pocas oportunidades tendrían de  replicar.


Por supuesto esa discusión  demanda también  aclarar los componentes del contexto jurídico en el que médicos y organismos prestadores de servicios de salud deben cumplir con la disposición constitucional que protege el  derecho de todo individuo a  decidir una muerte digna en caso de enfermedad terminal. ¿Quién define este último concepto? ¿Con qué parámetros lo mide?  No puede ser por porcentajes: “el célebre índice Karnofsky”, por ejemplo, afirmó un médico en  medio del debate sobre el caso de don  Ovidio. De la  claridad alcanzada en esas  discusiones dependerá que cada una de las partes involucradas (enfermos, familiares, médicos, instituciones) pueda obrar en derecho y sin  perjuicio de nadie.


Coda: resulta una muestra de la inaudita estupidez humana que  una persona luche hasta el final por su derecho a la eutanasia, y luego una panda de aduladores pague avisos de prensa lamentando su “ sensible fallecimiento”.
PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta  entrada.