jueves, 29 de diciembre de 2016

La víspera de año nuevo





La semana del 25 al 31 de diciembre el tiempo entra en una suerte de suspensión. En una tierra de nadie.
El frenesí navideño de compras, agasajos y derroche alcanzó el clímax. Ahora viene la caída: la tristeza post coitum que tanto inquietara a san Agustín.
Son siete días en los que una niebla lánguida lo cubre todo: el  hálito de la incertidumbre  vuelve por sus feudos. Resaca, llaman a eso en algunos lugares del mundo. Guayabo, le decimos por estos lados. Es algo así como una desilusión que  no se resuelve del todo a aceptarse a sí misma.
Nada como esos días para sentarse a contemplar, libreta en  mano, el paso de la vieja y conocida locura humana, esa compañera de viaje que nos desnuda y nos deja expuestos en cualquier esquina con total impunidad.


Y entonces resulta inevitable constatar cómo una época del año, destinada  en principio a celebrar valores como  la austeridad, la solidaridad y la amistad se convirtió  a la vuelta de unas décadas en una comparsa histérica de compradores y vendedores.
Sentado a mi mesa del café vi pasar multitudes acarreando paquetes y canastas repletas de juguetes, ropa, aparatos electrónicos, comida, bebidas y una colección completa  de cachivaches inútiles que en un par de meses desbordarán los camiones de la basura. De repente, una señora entrada en años- y en carnes- se transforma en pulpo  ante  mis ojos: ni una decena de brazos le alcanza para abrazar tantas cosas.
Es la glorificación de la mercancía  convertida en fetiche supremo. La liturgia del capital llevada a su más alto grado de sofisticación. Estamos ante la epifanía del mercado como ser vivo y poseedor de una voluntad.
No de otra manera se explican titulares como estos en las páginas económicas de los periódicos: “Los mercados se excitan”. “Los mercados se conmueven”. “Los mercados se contraen”.
Leyéndolos, no sé por qué pienso en esas criaturas proteicas, omnívoras y malignas  creadas por el genio  de H.P Lovecraft.


Puestos a buscar explicaciones, lo más fácil sería decir que todo ese delirio es el resultado de la manipulación de publicistas y magos del mercadeo.
Pero sería asignarles  facultades y talentos que no poseen: en realidad su único papel consiste en pescar en el río revuelto- y a menudo turbio- de los anhelos, ansiedades, temores, deseos, frustraciones y apetitos humanos.  A lo sumo, hurgan como buscadores de perlas en las entrañas del desasosiego ajeno.
Esa es la otra parte de la historia. En diciembre, un sentimiento de culpa  se apodera del mundo  entero.
Es la culpa por las cosas no dichas, por los encuentros aplazados, por las citas incumplidas, por los besos negados. Y entonces  todos se arrojan- ebrios o sobrios- en brazos de todos, conscientes al fin de que la vida se agota y no da lugar a plazos.
“El resto del año uno carece de tiempo para esas cosas”, me dice, contrito, un compañero de trabajo mientras me entrega un paquete  adornado con  motivos navideños. Lo abro, y descubro un disco de Tom Waits, el santo patrono de los desesperados. Cuando  intento dar las gracias el hombre  está  unos treinta metros más adelante, repartiendo aguinaldos  a una velocidad de vértigo, como si en ello le fuera la vida.


Me prometo que el próximo año le regalaré alguna cosa. No sé. Una corbata. Un perfume. Algo así.
A medida que se acerca la víspera de año nuevo las cosas me resultan más claras. Como a lo largo de trecientos treinta y cinco días la gente no hace una pausa para tomarse un café a la lumbre de una charla desprevenida o para dedicarse a su pasatiempo  favorito en compañía de los viejos compinches, pretende recuperar todo lo perdido en treinta días, como  si esas cosas fueran acumulativas y uno las pudiera retirar del depósito cuando las necesita.
Por eso el desbordamiento de los últimos  treinta días. Regalos van y comidas vienen en una especie de ritual crispado, más parecido a una maratón de cumplidos que a un intercambio de afectos.
Personas que a lo largo del año a duras penas nos  saludan, de repente se nos arrojan al cuello y alcanzan  incluso a soltar unos cuantos lagrimones.  No contentas con eso insisten, con agobiante vehemencia,  en que es cuestión de vida o muerte reunirse  a cenar.
“Es el espíritu de la navidad”, recitan sin demasiado entusiasmo.
De momento, prefiero dejarlo pasar.
Ya vendrán los tediosos días de enero a poner las cosas en su sitio.

PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada











miércoles, 21 de diciembre de 2016

Cualquier parecido...




En un intento por comprender la delirante realidad colombiana me di a la lectura del libro Discursos sobre la primera década de Tito Livio, de Nicolás Maquiavelo, una obra injustamente  opacada por el prestigio de El príncipe. En ella, el autor florentino despliega todo su conocimiento de  los entresijos del poder para mostrarnos la trama de violencia, intrigas y corrupción que lo rodean.
Pero decir que el libro nos muestra la corriente subterránea de aguas nauseabundas por las que transitan los poderosos sería una redundancia inútil, pues a menudo olvidamos un detalle: contra el deseo enunciado por Platón en La República, la política está hecha menos de grandes ideales que de pasiones y apetitos rastreros.  Por eso, como lo da a entender Maquiavelo en el capítulo XXXIX: “En pueblos distintos a menudo se observan las mismas circunstancias”. Acto seguido nos dice que: “Y, quien examine las cosas presentes y las antiguas, verá fácilmente que, en todas las ciudades y en todos los pueblos, aparecen los mismos deseos y los mismos humores, y que ellos existieron siempre”.


Revisar el pasado nos da así algunas claves  para afrontar el presente. Y es aquí donde uno encuentra elementos para descifrar pasajes enteros de la actual encrucijada nacional: Uno  de los grandes impedimentos para encontrar la paz ha estado en el fracaso de los intentos de reforma agraria, al punto de que los expertos  extranjeros siempre se asombren de encontrar un país anclado en un  conflicto que otros resolvieron  hace siglos: el de la propiedad de la tierra.
A propósito, en los Discursos sobre la  primera década de Tito Livio, capítulo  XXXVII se advierte: “ Qué escándalos provocó en Roma la ley agraria, y cómo hacer una ley  en una república que sea retroactiva y esté contra una costumbre antigua  de la ciudad, provocando desórdenes”.
Si señores: una ley agraria. La misma que hoy está en discusión  en Colombia como condición para llevar a buen término los acuerdos firmados con las Farc- Ep. Ese es el punto clave de la violencia guerrillera y paramilitar en nuestro país . Por  eso sus opositores exigieron revisarlo, conocidos los resultados del plebiscito del 2 de octubre.
Maquiavelo lo  expresa con precisión: “Esta ley tenía dos puntos principales: por uno se disponía que ningún ciudadano podía poseer más que una cantidad de yugadas de tierras y, por el otro, que los campos quitados a los enemigos se dividieran entre el pueblo romano. Entonces, venía a atacar de dos modos a los nobles porque, quienes poseían más bienes de los permitidos por la ley-de hecho, la mayor parte de los nobles-serían despojados de ellos. Y, al repartirse entre la plebe los bienes de los enemigos, se quitaba a los nobles la posibilidad de enriquecerse”.


¿Les suena conocido? Bueno, cualquier parecido no es mera coincidencia. Y es aquí donde  en Colombia las cosas  cambian de color pues, según algunos estimativos modestos, al menos  la tercera parte de los latifundios  existentes en el territorio colombiano tienen origen criminal. Ya se trate de las guerras de independencia en el siglo XIX, de la violencia liberal conservadora o de acciones de los  paramilitares, las guerrillas o el narcotráfico, la   gran propiedad ha sido el resultado de alguna forma de  despojo.
Si damos un gran salto en el tiempo, comprendemos parte de nuestra tragedia nacional, expresada, según algunos, en una forma extrema de esquizofrenia colectiva: medio país, es decir, los habitantes de las ciudades, está anclado en el ciclo XXI, con sus  prodigios tecnológicos y su acceso al consumo desenfrenado. No por casualidad su gran metáfora son los centros comerciales. La otra mitad, en cambio, padece turbulencias propias de hace 2000  años, centradas en pugnas por la tierra y por eso su gran símbolo son los machetes, las motosierras y la sangre derramada ¿ puede alguien imaginarse una tragedia peor?  Esos dos países salieron a votar en el plebiscito, con los resultados conocidos.
A menudo    hacemos caso omiso de un pequeño detalle: cuando los políticos hablan de “Los grandes intereses de la patria” se refieren en realidad a sus intereses más mezquinos y a los de  los grupos de poder que representan. Por eso, si se animan, los invito a revisitar a Maquiavelo, ahora  que navegamos en  mares de  confusión.

PDT . les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

Discursos sobre  la primera década de Tito Livio
Nicolás Maquiavelo
Editorial Losada
Biblioteca de Obras Maestras del  Pensamiento
2004
455 páginas.

martes, 13 de diciembre de 2016

Suceso en primera plana










El tiro de gracia se lo dieron
Antes de nacer
Para que no tuviera ocasión alguna
De escapar a su destino.

-Así le dicen en estas tierras al crimen a secas-

Y allí estaba:
Tendido sobre el asfalto
Con una rosa de sangre
Abierta en mitad del pecho.

El dedo índice algo deformado
De tanto apretar el gatillo:
Como Billy the Kid
Aprendió las cifras de la muerte
A muy temprana edad.

-Catorce años, tal vez-

El rigor informativo del fotógrafo
Se ensañó en el primer plano de un tatuaje
Un nombre escrito en el antebrazo:
Leyla
Una joven madre, quizás

-O  una amante niña-

Tempranamente envejecida
De tanto escapar a medianoche
A través de calles habitadas por el espanto.

Con el nombre de El Remanso
-Refinada forma de la ironía-
Bautizaron a este barrio
Habitado por hombres
Exiliados en  su propio miedo.

A lo lejos, los ladridos de  los perros
Y el graznido de las ambulancias
Confirman lo inefable:

Es una madrugada más en esta calle
En este barrio
En esta ciudad

En este agujero negro que nos legaron
A  modo de país.


Tribunas ( Pereira)
Diciembre   12 de 20016 


PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada