jueves, 27 de agosto de 2020

La mirada detectivesca



 En su libro de memorias titulado Contra toda esperanza, la escritora rusa Nadiezhda Maldenstam ( Sarátov,1890- Moscú,1980) habla de la mirada detectivesca para referirse a esa condición de los habitantes  de la Unión Soviética convertidos por el régimen estalinista en vigilantes y delatores de sus vecinos, de sus amigos, de sus familiares y hasta de si mismos.

 

Con un agravante: los delataban aunque no hubieran cometido ningún delito: los organismos del Estado ya se encargarían de inventar los cargos y los testigos.

 

Desde el  comienzo de los tiempos esa ha sido la gran tentación de los regímenes totalitarios, independiente de su filiación ideológica: encontrar culpables para destinar al destierro o al paredón de fusilamiento.

 

Cuanto más inocentes sean los condenados, mucho mejor.  Así quedará demostrada la condición todopoderosa del régimen. ¿A cuento de qué preocuparse entonces por investigar, procesar y castigar un culpable , si tiene millones de inocentes a su disposición?

 

Pienso en  esas cosas, porque algo muy peligroso acecha a la humanidad desde el comienzo de la cuarentena, y no es propiamente la Covid-19. Después de todo, convivimos con microbios desde mucho antes de convertirnos en humanos.

 

Y es seguro que esas criaturas impredecibles nos sucederán cuando termine nuestro tiempo sobre la tierra.

 

Aquí se trata de otra cosa: es la tentación de los totalitarismos, embozados detrás de las medidas de excepción tomadas  por los gobiernos  locales, regionales y  nacionales para enfrentar la emergencia planteada por el coronavirus.




 

Hasta ahí todo es comprensible. Pero ahí es donde empiezan los riesgos, porque muchas de ellas se quedarán cuando, una vez superada la emergencia, los aspirantes a reyezuelos se convenzan de su eficacia.

 

Cuando uno les hace seguimiento las declaraciones de los mandatarios, pronto descubre que las palabras y las frases utilizadas se repiten con inusual frecuencia: ordené, decreté, mandé, decidí, convoqué, promulgué, solicité, establecí. Todo en primera persona del singular. La fascinación de convertirse en el Yo, el supremo de la novela de Augusto Roa Bastos salta a la vista.

 

Por lo visto, conceptos como democracia y participación se desvanecieron con la escalada de la pandemia.

 

Si a eso le sumamos los interrogatorios  a los que nos vemos sometidos los ciudadanos cuando intentamos adelantar  gestiones que apenas cinco meses atrás eran rutinarias, existen motivos de sobra para inquietarse. Esos formularios en los que un funcionario aterrorizado por la eventualidad del contagio anota nuestros datos personales, se parece bastante a los utilizados por las burocracias nazi, fascista, estalinista o macartista en  sus peores tiempos.

 

Por ahora esa información se utiliza para preservar nuestra salud, y eso en sí es bueno. ¿ Pero qué pasará con toda esa masa de datos? ¿ en manos de quién quedará?

 

Creo que cuando las personas dejen de ser sospechosas de  estar contagiadas, lo serán de  cualquier otra cosa: de ser disidentes, terroristas, enemigas del orden social.

 

Porque la pandemia ha entronizado un concepto caro a las mentes totalitarias: el de la “disciplina social”. Por estos días, un  indisciplinado resulta   más peligroso que el virus mismo.  Tanto, que los  castigos bíblicos establecidos para los hijos desobedientes se quedan cortos ante las penas pensadas para estos réprobos.




 

¿Y cuáles son sus delitos? Por lo que leo y escucho, el más reiterado es el de la asistencia a fiestas.

 

En Pereira, una ciudad que se define a sí misma como trasnochadora,  los trasnochadores se volvieron sospechosos, al punto  de que el vecindario les dedica esa “ mirada detectivesca” tan temida  en distintos momentos de la historia

 

Admirados y envidiados durante décadas, los rumberos tienen ahora el aura del  apestado.

 

Desafiando las normas,  en realidad no piden nada del otro mundo. Un poco de sexo por aquí, unas copas por allá, una comilona más acá. Lo  indispensable para seguir viviendo.

 

Porque eso es lo incontestable: la vida no se detiene ni en las peores circunstancias.

 

Si les echamos un vistazo a los libros de Historia  no tardaremos en descubrir  que  mientras las guerras y pestes diezmaban a la población, grupos enteros  organizaban orgías par celebrar la vida, conjurar la muerte y, de paso, garantizar la reproducción de la especie, que , como ustedes bien saben, es uno de los efectos colaterales del sexo.

 

De modo que no asistimos a nada nuevo.




 

Insisto en que, de entrada , las medidas tomadas para enfrentar la pandemia no sólo son comprensibles sino necesarias.

 

Lo grave es  la mirada detectivesca que alienta detrás y todavía no hemos notado.

 

O peor aún: no queremos notar, porque lo consideramos bueno para  “ la disciplina social”.



PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=n-a2U6nTnU8

miércoles, 19 de agosto de 2020

Del tiempo





DEL TIEMPO

 

 

En la hendidura del alba

 

un manojo de luz

 

atravesado por una lanza herida:

 

La mañana.

 

 

Llama

 

leño que arde en el corazón

 

del  pájaro:

 

La tarde.

 

 

Breve ensayo de la muerte

 

agazapada detrás de los párpados:

 

La noche.

 

 

Y otra vez el día

 

atado a su noria

 

escoltado por una procesión

 

interminable de minutos.

 

 

Pereira,  agosto de 2020, Año de la peste.



PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=t894eGoymio

jueves, 13 de agosto de 2020

Las batallas perdidas de Colombia


 

 

No voy a discutir aquí lo evidente: que toda sociedad precisa de símbolos para sostenerse en el siempre incierto devenir de su historia. Como que cada 7 de agosto se recuerde a un niño de 12 años llamado Pedro Pascasio Martinez  en tanto supuesta figura clave en la independencia de  lo  que hoy es Colombia frente al dominio del  imperio español. O que la Batalla de Boyacá haya sido escogida  a modo  de punto de quiebre en las luchas por la liberación.

 

En realidad, lo que sigue en discusión es el concepto mismo de  independencia. Un repaso por las promesas, implícitas o no,  en  esas pugnas sangrientas,  deja como saldo una serie de cuentas pendientes, de las que voy a relacionar  sólo algunas.

 

I

 

 La democracia

 

Lo que los hombres de la Grecia clásica   entendían por democracia poca  o ninguna relación tiene con las modernas prácticas , derivadas  en buena medida del modelo inglés o norteamericano.

 

En  estos últimos  casos el concepto  está relacionado de forma intrínseca con la propiedad privada, no sólo en el sentido de que, en principio, sólo los propietarios podían elegir o ser elegidos sino  en una perspectiva más amplia: aquella en la que los derechos políticos están soportados sobre una base económica real.

 

Dicho de otra manera, los principios democráticos funcionan solo cuando los ciudadanos tienen acceso al bienestar y la riqueza producidos por el cuerpo social en su conjunto.

 

De ese modo, se  entiende que , luego de exterminar o confinar a los pueblos indígenas en reservas, los  primeros colonos británicos en América se convirtieran en pequeños, medianos o grandes propietarios.  A la medida de sus esfuerzos- o de su codicia- cada uno de esos pioneros participó desde el comienzo en las riquezas de las tierras recién descubiertas.

 

Esa fue la clave de la constitución política diseñada por los padres fundadores y replicada  con distinto nivel de fortuna en tantos lugares de la tierra. De ahí la solidez que, con todas sus deficiencias, sigue caracterizando el modelo inicial  diseñado en los Estados Unidos de América.

 

No fue ese el caso de los países  nacidos después de las guerras de independencia. Lo que surgió al sur del Río Grande fue un fragmentado territorio liderado  por caudillos que a la vez eran grandes terratenientes al frente de  una masa de peones y esclavos desposeídos de cualquier bien material.


Cuando se empezaron a implantar los primeros modelos “ democráticos” en sentido moderno, se apeló a esa masa en condición de electorado ciego y sumiso, sin capacidad alguna de discernimiento, toda vez que estaba sumida en el analfabetismo. Para esas  sociedades cobra plena validez la  idea del antropólogo Claude Lévi- Strauss cuando advirtió que, en principio, la escritura fue inventada para que unos hombres esclavizaran a otros.



 

Con innegables conquistas en algunos frentes, en lo básico, América Latina sigue usando la misma fórmula : una élite dueña del poder político y económico, controlando a su antojo a unos electores alienados por el discurso oficial y por los medios de comunicación.

 

El ejercicio de  la ciudadanía- tan caro a la escuela norteamericana y europea- se reduce entre  nosotros a un trueque : el elector deposita su voto y recibe a cambio una recompensa expresada en subsidios, contratos y cargos públicos.

 

De paso,  legitima  con su elección todas las arbitrariedades ejercitadas por quienes controlan el poder.

 

La nuestra entonces es un intento fallido, cuando no una caricatura de democracia.

 

II

 

Las banderas del hambre



 

Transcurridas apenas unas semanas desde el comienzo de la emergencia desatada por  la propagación de la Covid-19, empezaron a multiplicarse  en  Colombia  miles de trapos rojos colgados en las fachadas de las casas en  áreas urbanas sitiadas por lo pobreza  y la miseria.

 

Eran algo así como las banderas del hambre.

 

¿Qué piden quienes exhiben esas banderas como botellas echadas al mar? :  Comida.

 

Algo tan simple como eso.

 

Porque la pandemia vino a desnudar en nuestros países la vergüenza que significa no tener pan en  la mesa en un continente  desbordante de riquezas por todas partes.

 

Son millones los hambrientos a este lado del mundo. Solo que  se las han arreglado para malvivir en las calles practicando esa cotidiana forma del  milagro conocida con el nombre de rebusque y rebautizada por los tecnócratas con un eufemismo: “ economía informal”.

 

Pero el virus los sacó de las calles y los gobiernos se vieron obligados a contarlos  en su afán de buscar recursos para  enfrentar el desastre. Resultaron ser millones, cada uno expresando su  particular desesperación.

 

El concepto de “ Países en vías de desarrollo” quedó así en entredicho.  Incluso las clases medias, cuyo crecimiento era tan celebrado en los foros internacionales, empezaron a sentir que el mundo crujía bajo sus pies.

 

A su vez, los más ricos clamaron por ayuda del Estado, revalidando  su vieja filosofía de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. En tiempos de bonanza practican la  religión del  mercado. Pero cuando asoman las crisis apelan  al patrimonio de toda la sociedad.

 

Al final resultó que seguimos siendo repúblicas bananeras , exportadoras de materias primas y controladas por castas corruptas y violentas.

 

Bastó un virus letal  para dejar al descubierto las miserias del modelo ultraliberal en su versión latinoamericana.

 

III

 

Todas las sangres



 

Las  cifras lo  expresan con   precisión: según datos de la organización Indepaz , desde la firma de los acuerdos de paz en  2016   hasta el 15 de julio de 2020, en Colombia han sido asesinados 971 líderes sociales y defensores  de derechos humanos en todo el territorio nacional.

 

Sólo en 2020 se cuentan 152 muertos,  82 de ellos durante el confinamiento decretado a  resultas de la pandemia de la Covid-19.

 

Pero lo realmente terrible acecha detrás de esos números:  el propósito aniquilador de un sector de la sociedad colombiana que, en defensa de sus exclusivos intereses, se niega a cualquier transformación social o económica que beneficie al grueso de una sociedad excluido del acceso  a  las mínimas  formas de  bienestar material.

 

Ni la necesaria redistribución de la riqueza  mediante el pago de más impuestos, ni la devolución de tierras  arrebatadas a sus dueños durante sucesivas generaciones caben en la visión del  mundo de un puñado de poderosos que han hecho  del nuestro uno de los países más desiguales de la tierra.

 

Para esas personas la palabra justicia es sinónimo de comunismo o- peor aún- de “terrorismo”- bestia negra a la que invocan cuando se trata de señalar y convertir en criminales a los opositores, incluso cuando  se expresan dentro de las reglas de juego trazadas por el sistema  político vigente.

 

Eso explica los ríos de sangre que no cesan de  regar  los caminos de pueblos y veredas de Colombia, tanto como las calles de las ciudades.

 

La de la convivencia pacífica ha sido,  hasta ahora, otra esperanza extraviada.

 

Dos siglos de espera

 

Desde luego, transcurridos 201 años desde ese 7 de agosto de 1819 son muchas las conquistas que hablan de  grandes  mejoras en la vida de los individuos y la sociedad. Aspectos tan esenciales como la salud, la educación, la vivienda, la alimentación y la infraestructura ofrecen hoy un panorama distinto que nadie en sus cabales puede  negar.

 

Pero reconocerlo no implica dar la espalda a todos esos territorios donde se siguen librando las batallas perdidas de Colombia.



PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=XHed62umnvE

jueves, 6 de agosto de 2020

Comunista por un tranvía


 

El protagonista de esta historia amaba el riesgo. Por eso  piloteaba él mismo su avioneta personal y le gustaba moverse en motocicleta a altas velocidades. De hecho, su vida terminó después de estrellarse contra un camión  cerca de Zarzal, Valle del Cauca, un  primero  de agosto de 1982.

 

Esa inclinación hacia el riesgo lo llevó a vivir en contravía de su clase social, destinando su talento y su fortuna al servicio de los marginados, de los que el sociólogo Franz Fanon  denominó “ Los condenados de la tierra”.

 

Además, fue lo que en otras épocas llamaban  “ Un humanista”. Vale decir ,  alguien  movido por una cosmovisión que logró el milagro de conjugar lo mejor de la ciencia, la política y la poesía para  mejorar las condiciones de vida de la gente aquí  y ahora.

 

Dicho de otra forma, lo contrario de una utopía.

 

Hablamos de Santiago Londoño Londoño, médico oncólogo, líder político, militante comunista y hombre cívico que dejó su impronta en la historia de Pereira, al punto de que fue admirado y respetado a partes iguales por simpatizantes y contradictores.

 

Para muestra, unos versos escritos en su honor por Luis Carlos González, el poeta oficial de la ciudad:

 

Como todos los dignos, en su genio sereno

 

tiene recio refugio un principio atrevido,

 

muchas veces el cielo muy cercano ha tenido

 

por amor a las alas y desprecio del cieno.

 

 

 

Parte de su vida y obra la podemos descubrir-  o redescubrir- en el breve y bien documentado libro Santiago Londoño Londoño, el hombre y la leyenda, del  investigador y  escritor pereirano Javier Amaya, quien fue testigo cercano de una parte del periplo vital de Londoño Londoño.

 

Remitiéndose siempre a testigos y a fuentes escritas de toda confianza, el autor de esta biografía nos ofrece  , en  poco menos de cien páginas, una mirada en perspectiva de este hombre fiel a sus convicciones hasta el último de sus días.

 

Porque hay quienes  bajan la bandera a mitad de camino y reducen sus  ideales a mera retórica : la cáscara hueca de lo que nunca fue.

 

Otros en cambio, poseídos por una tenacidad sin límites, hacen de su vida una revolución permanente que  parece alimentarse tanto de los logros como de las derrotas.

 

Dotado de un fino humor que lo ponía a salvo de cualquier  forma de soberbia o patetismo, confesó una vez que se había vuelto  comunista por un tranvía. Así se lo declaró a la periodista Marta González Villegas en entrevista publicada   en el periódico La Tarde el 20 de abril de 1976, y  reproducida por Amaya en su libro.

 


“Yo era estudiante avanzado de medicina, y al regreso una tarde de la escuela fuimos interrumpidos- cuando viajábamos en el tranvía- por una manifestación de una gente que gritaba cosas y nos impidió seguir el camino. Llegué tarde y cansado al apartamento, porque me tocó caminar bastante. Me encontré allá con un amigo y le dije: llegué tarde a la cita que tenía contigo, porque había una manifestación de unos desarrapados gritando horrores y no pude llegar a tiempo. ¿Qué es lo que pasa?. Él, estudiante avanzado  de derecho, me dijo: mira, esa gente reclama tales y tales cosas”.


                                                              

En  distintos momentos de su vida Santiago Londoño Londoño volvería a  esa imagen y la evocaría como su primera  toma de conciencia política  contra  un sistema del que su propia familia formaba parte.

 

De hecho, su madre María Edma( Emma) pertenecía a una de las familias  más adineradas de la ciudad.

 

Desde ese día, el joven estudiante de medicina se hizo comunista, de aquellos para quienes la teoría y la práctica constituyen una sola materia indisoluble. Un artífice de esa Revolución Permanente que soñara Lev Trotsky , y que lo  llevara a la muerte a manos de un  asesino que lo  atacó en su refugio de Coyoacán, México.

 


Para probarlo están sus obras  sociales y culturales , que abarcan un amplio catálogo del que   Javier  Amaya señala algunos aspectos : donación de los primeros equipos de radioterapia del Hospital San Jorge de Pereira,  según lo registra  el periódico El Tiempo en su edición del 26 de junio de 1964;  donación de los terrenos donde hoy funciona el teatro municipal que lleva su nombre; auspicio a la Sociedad de Amigos del Arte; cesión de un edificio de su propiedad en Bogotá para el funcionamiento del periódico Voz, órgano del Partido Comunista ; aportes para el traslado e instalación del Bolívar Desnudo en la plaza principal de Pereira y creación de la Casa de la  Amistad con los Pueblos, como agente de paz  y respeto  a las diferencias.


Esta última es otra de  las facetas de su personalidad destacada por Javier Amaya en el texto : lejos de  las ortodoxias tan caras a las militancias extremas, Santiago Londoño era un convencido del carácter imprescindible de la paz para emprender cualquier mejora en las condiciones de vida de la sociedad.

 

Amaya lo presenta de esta manera en la página 64 del libro:

 

“La otra característica que lo destacaba era que a Santiago no le interesaba el poder y tampoco ejercerlo, a diferencia de otras personas en su mismo círculo inmediato. Nunca quiso ser cacique político de nadie. Si hubo alguien ajeno a la práctica del estalinismo, que se puede definir como la antidemocracia, el hambre de poder y la eliminación de la crítica dentro de los partidos revolucionarios, ese fue Santiago. Cuando de necesidades económicas se trataba, para adelantar el trabajo político, siempre proponía soluciones y terminaba asumiendo la carga más pesada, una y otra vez”.

 

Y bien sabemos que desde el comienzo de los tiempos los apetitos de poder son los grandes enemigos de la paz.

 

Como todos los hombres que se destacan sobre la medianía, Santiago Londoño Londoño padeció toda suerte de ataques rastreros por parte de sus detractores. Desde quienes señalaban su homosexualidad siempre asumida, hasta  publicaciones  en los medios nacionales donde se le acusaba- sin que jamás  presentaran prueba alguna- de traficar con armas y de promover el reclutamientos de jóvenes colombianos para convertirlos en milicianos en Cuba, país donde  estudió y ejerció la medicina.


Desde luego, no es la intención  del autor del libro  presentar un personaje  sin  los claroscuros propios de la condición humana. De  hecho, en la vida de su biografiado, como en la de todos, abundaron las contradicciones.

 

Es más, no faltaron las inconsecuencias. Pero  al final de su aventura el fiel de la balanza se inclinó  del lado de la coherencia. De esa correspondencia entre el discurso y la práctica tan difícil de alcanzar.  A lo mejor sin saberlo,   el humanista Santiago Londoño Londoño materializó con su ejemplo aquella vieja aspiración: “Uno debe vivir como piensa o no pensar en absoluto”.



PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada

https://www.youtube.com/watch?v=dT0P3xXRFv8.