jueves, 27 de julio de 2017

Sombras chinas





 La historia proyecta sus juegos de sombras chinas  en el tiempo y los humanos las atrapamos al vuelo, en un intento por descifrar  algunas claves del presente.

El pasado habita entre nosotros diciéndonos cosas.

Solo que las estridencias del ahora nos impiden escucharlas.

Los más  escépticos  aseguran que siempre ha sido así y, por lo tanto, nada ni nadie va a cambiar las cosas.

Otros van más allá  y citan el proverbio bíblico: “Nada nuevo  hay bajo el sol”.

Unas cuantas voces, sobre todo entre los más jóvenes, dicen que es hora de cambiar el curso de la rueda.

Entonces se echan a la calle y, sobre todo, se sumergen en las redes sociales en busca de interlocutores y respuestas.



Lo que  encuentran no es muy alentador: un intercambio incesante  de insultos, calumnias, amenazas, infundios y descalificaciones  enhebrados en un lenguaje cada vez más envilecido.

Con un agravante: esa hoguera es alimentada por  columnistas, caricaturistas, presentadores de noticias, analistas   y otras variantes de lo que ha dado en  denominarse Líderes de opinión.

Influenciadores, los llaman también.

Algunos entre estos últimos suelen ser perversos hasta la insania.

En ese bosque escasea el pensamiento y abundan las pasiones.

Los consumidores de información beben esa pócima  nauseabunda y la regurgitan convertida en odio, en  prejuicio, en descalificación  visceral  de los otros.

Como en un  mortífero  bumerán, éstos devuelven la ofensa, multiplicada.

Razones de sobra para preocuparse por partida doble.

En ese momento, uno decide visitar las sombras chinas de otras épocas en busca de cordura.



Entonces se encuentra  con la gran Hipatia de Alejandría, que  le devuelve el aliento  desde el siglo IV d.c con esta dosis de lucidez:

“Conserva  celosamente tu derecho a reflexionar, porque incluso el hecho de pensar erróneamente es mejor que no pensar  en absoluto”.

Qué falta nos hace hoy esa sensatez frente a las bombas arrojadas a los cuatro vientos en ciento cuarenta caracteres.

Más adelante, entrado el siglo XVI, el viajero asiste a la controversia epistolar entre Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero.

El primero era un pensador entre los  más grandes y el segundo un activista ferviente cuyas tesis provocaron un sismo  al interior de la Iglesia católica y en la estructura política de Europa.



Y  ninguno de los dos perdió el respeto por el decir y el sentir del interlocutor, como lo revelan algunos fragmentos de  sus cartas. Por ejemplo, este de  Lutero a Spalatino:

“(…) Jesús. Salud. Hasta ahora me has preguntado cosas, óptimo Spalatino, cuya respuesta dependía de mi capacidad o de mi temeridad. Ahora, al rogarme que te oriente en lo que concierne al conocimiento de la Sagrada Escritura, me planteas un problema que excede en mucho todas mis fuerzas. Y es que ni yo mismo  puedo  encontrar quien me guie en asunto de tanta trascendencia. Cada uno, incluso los más eruditos y mejor dotados de ingenio, opina a su aire. Ahí tienes a Erasmo: afirma  públicamente que san Jerónimo es un teólogo de categoría tal, que a seguir su gusto debería ser el único que se tomase en consideración (…)”.

A su vez, el genio de Erasmo no se hace rogar:

“(…) Con vehemencia disiento de quienes se oponen  a que los laicos puedan leer las Santas Escrituras traducidas a las lenguas vulgares, como si Cristo hubiera enseñado cosas tan intrincadas que escasamente pudieran ser comprendidas por unos pocos teólogos y como si la difusión de la  religión  cristiana dependiera del desconocimiento de ella. Tal vez pueda ser conveniente que los reyes oculten  sus secretos, pero Cristo quiere divulgar al máximo sus misterios (…).”

Es decir, que Erasmo  valora y acoge  el razonamiento de su contradictor allí donde encuentra puntos de coincidencia

Desde luego,  hablamos de dos mentes poderosísimas, cada una con un enfoque distinto de su tiempo.

No de la olla de grillos que es, en últimas, la vida pública colombiana.

Pero por algo se empieza- supongo-.

De modo que los invito a continuar el recorrido.



Escuchemos a  sor Juana Inés de la Cruz, que escribió un siglo más tarde para el mundo desde México, el reino de lo mero  macho entonces  y ahora:

“¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo, y siente que no esté claro?”

O esta  otra reflexión de la monja indómita:

“Y aunque es la virtud tan fuerte, temo que tal vez la venzan. Que es muy grande la costumbre y está  la virtud muy tierna.”

Y  sí, tenía razón sor Juana: es tan grande la costumbre que nos habituamos a la sordidez.

Peor aún : a las muchas formas de la estupidez.

Pero después de visitarla allí donde habita junto a su hermana Hipatia y  sus contertulios Erasmo y Lutero, bien vale la pena jugársela por la virtud, por tierna que sea.

PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada




martes, 18 de julio de 2017

Shakespeare en el bus








Sabemos por sus biógrafos que Shakespeare frecuentaba los arrabales como fuente de información para sus obras.

Cuatro siglos después otro William, Faulkner, dijo que el mejor lugar de trabajo para un escritor es un burdel: de noche está lleno de acción y de día otorga tiempo, espacio y silencio para la escritura.

No sé Faulkner, pero Shakespeare no conoció unos vehículos incomparables para sumergirse en los meandros de la condición humana: los buses de servicio  urbano.

Como en Colombia los conductores someten   a los pasajeros a sus gustos musicales con el amplificador a todo tren, la gente tiene que hablar a los gritos.

Además, el teléfono móvil anuló el concepto de privacidad y las personas van soltando retahílas enteras sobre su vida particular. En  ese ejercicio hacen públicas minucias que las hubiesen hecho sonrojar apenas dos décadas atrás.



Soy usuario del transporte público.  Además, tengo oído de fanático del rock. De modo que a lo largo de los años he recopilado un montón de frases, algunas ingeniosas, otras procaces y muchas brutales, que en la práctica funcionan a modo de termómetro y sismógrafo de nuestro tiempo… Y de todos los tiempos.

Aquí va una antología inicial, que espero enriquecer con ayuda de ustedes:
     
 Popeye El sicario no era malo: el gobierno se puso a perseguirlo y lo volvió así.
    
 El mafioso Pablo Escobar tenía a su familia y a su hogar por los más grandes tesoros. Por eso,  como le gustaban las niñas de catorce años, cuando alguna “se dejaba embarazar”, ordenaba su asesinato para no mancillar su hogar con un hijo expósito.

Tan bueno que era el ex presidente Uribe. Durante su gobierno la gente pudo volver a pasear  a su finca.

Y eso, en un vehículo usado  en su mayor parte por personas que no tienen finca.



Qué maravilla: Cristiano Ronaldo puede darse el lujo de escoger el color de  los ojos, la piel y el pelo de sus futuros hijos.

A lo mismo  aspiraban los científicos nazis.

El mejor remedio para reavivar una pasión moribunda es poner un buen par de cuernos en la frente del consorte.

Me expulsaron del trabajo o del colegio porque me tienen ojeriza.

Y esta joya poética: Ese jugador no le hace un gol al arco iris.

Que Donald Trump haga lo que le dé la gana: para eso es el presidente de Estados Unidos.

Si la selección de fútbol gana es mérito de los jugadores. Sobre todo de James, Ospina y Cuadrado. Si pierde es culpa de José Pékerman.

La basura hay que arrojarla  a la calle. Así los recolectores tienen trabajo.

Yo  en mi casa hago lo que me dé la puta gana. Por eso los vecinos no deben quejarse si les pongo mi música a todo volumen.



Una metafísica: Este clima no lo entiende nadie.

Una teológica: El Deportivo Pereira no puede ascender porque Chila murió en pecado mortal.

Una mujer: a los hombres hay que darles en la cabeza para tenerlos contentos.

Un hombre: a  las mujeres hay que darles en la cabeza para tenerlas contentas.

Si lo mataron es porque algo debía.

Si no roba es por pendejo.

Un diálogo entre profesores lúbricos:

¡Qué dicha pal que picha!

 Pichar, según un diccionario italiano apócrifo: de picciare, sinónimo de follar,coger, holgar, culiar, yacer, conocer, copular, tirar, fornicar o tupirle al miriñaque.

Los más pudorosos utilizan un eufemismo a modo de sinónimo: Hacer el amor.

 Sí, hacer el  amor. Como  si ese sentimiento se produjera en una fábrica o en un estudio de  diseño.

Ahí los dejo. Hilvanen – si quieren- las cuentas de su propio rosario.

Ah… Una recomendación final: si no lo han hecho, súbanse a un  bus.

Vale la pena: es barato y uno no tiene que ocuparse en conducirlo.


PDT : les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada


jueves, 13 de julio de 2017

Injertos





 Leí en  la sección Hacienda del diario económico La República el siguiente titular: Economía Naranja mueve hasta $ 18 billones anuales.

Esa es una cifra considerable.

Solo que  debe ser desglosada,  con el fin de comprender su impacto en un sector específico: el del arte y la cultura.

Porque nos han vendido la idea de que el concepto de economía naranja se refiere solo a estos últimos.

Y eso crea de entrada una confusión estadística y de conceptos.

Para empezar, todavía no tenemos claro  el significado de esa etiqueta, promovida a nivel global desde hace más de diez años.



En el Tercer Mundo somos proclives a imitar conductas y programas diseñados desde los grandes centros de poder político, social, económico cultural o académico.

Por eso, a menudo nos comportamos al modo de los cardúmenes que siguen – en masa y a ciegas- a un líder  o gurú, sin tener idea de su lugar de destino.

Esa misma fe ciega nos impide someter los discursos y teorías a cuestionamientos que permitan identificar su validez en un contexto y en un tiempo determinado.

Igual que si se tratara de una nueva moda de vestidos, consumimos y desechamos ideas sin que nos dejen provecho alguno. En el campo de la administración  pública y privada se despilfarran millones en la contratación de expertos y en el pago de propiedad  intelectual por fórmulas que en muchos casos no funcionaron  ni  siquiera en sus sitios de origen.

Sucedió con la Revolución Francesa, que en nuestro continente adquirió muchas veces tintes de esperpento.

Pasó con el intento de trasplantar el modelo norteamericano de democracia, concebido como escenario de participación política a partir de igualdad de oportunidades económicas.

Solo que nosotros omitimos este último detalle y ya vemos como nos va.

Podríamos seguir enumerando y siempre llegaremos a la misma conclusión: nos volvimos expertos en injertar  tejidos ajenos en nuestro cuerpo, sin fijarnos en su capacidad de asimilación.



Y todo con la excusa de que la globalización es ineludible.

Esto es cierto, pero  su buena aplicación debe estar precedida por la pregunta acerca de su pertinencia y sus beneficios.

De lo contrario, los efectos no solo son impredecibles: pueden llegar a ser devastadores.

Eso es lo que sucede hoy en Colombia con la  Economía Naranja, que ya tiene visos de fiebre.

La expresión visible de esta  última son las Industrias Culturales.

“¡El Muro de Berlín  cayó en 1989! El socialismo es cosa de mamertos! ¡Es la hora del mercado y de las Industrias Culturales! Le escuché decir a un exaltado director  de teatro.

Por lo visto, al hombre no le interesaba fijarse en su propia contradicción: Dedica  buena parte de su tiempo a gestionar recursos del Estado, según lo establecido en la Constitución de  1991, que define a la cultura como la base de la nacionalidad.

Como llevo oyendo distintas versiones de esa idea desde que el profesor Fukuyama proclamó su célebre evangelio de El Fin de la Historia, me  concentré en  seguir  algunas pistas, escudriñando por igual en fuentes documentales y testimoniales.

Los resultados no fueron muy alentadores.

Por ejemplo, la noción de Economía Naranja no solo alude a la cultura y el arte,  sino a la infinita gama del entretenimiento en general.



Así, en una misma bolsa mezclan un festival de teatro, el menú de un restaurante, un canal de televisión y un poderoso equipo de fútbol como el Atlético Nacional.

Un detalle: Este club factura más que todas las actividades artísticas y culturales juntas.

Por eso es mejor andarse  con ojo de águila.

Y esto implica  no desconectar lo cultural del ámbito político.

En Europa, donde  muchas políticas culturales siguen forjándose al amparo de la socialdemocracia, estados como el francés subsidian a los artistas o agrupaciones locales y extranjeras que acrediten un mínimo de treinta y dos presentaciones públicas al año.



Los  Estados Unidos en cambio, fieles a su política del dejar hacer, lo ponen todo en manos del mercado y sus inciertas leyes.

Siguiendo lo trazado en la constitución, en Colombia se le asignan responsabilidades al Estado y a los gobiernos en el orden local, regional y nacional.

Y en este punto afloran grandes contradicciones y riesgos.

El supuesto florecimiento de las Industrias Culturales  en Colombia puede darles argumentos a los técnicos  para recortar recursos,  amparándose en pretextos como la crisis y la austeridad.

Eso dejaría sin aire a un amplio sector de la cultura.

Para ilustrarlo va un dato: En Pereira producir una obra teatral de calidad demanda- como mínimo- unos cien millones de pesos- (USD$ 33.300)   de inversión inicial.

A escala internacional esa cifra puede parecer exigua. Pero para muchas agrupaciones recuperar esa suma puede representar un calvario, cuando no un imposible.



Es en ese momento cuando cobran importancia las políticas y los recursos del Estado.

Es decir, la otra cara de la Economía Naranja.

 El lenguaje nunca es inocente ni gratuito.

Por eso, resulta necesario revisar- y repensar- esos modelos antes de injertarlos en nuestra vida cotidiana.

No vaya  a ser que el organismo produzca sus propios anticuerpos y – revalidando el viejo refrán-   corramos el riesgo de  hacer del remedio algo peor que la enfermedad.

PDT .  les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada