martes, 28 de septiembre de 2021

Karl Kraus, demoledor de mundos



                                            “ Un agitador toma la palabra,

                                               al artista le toma la palabra”.


                                              “ El progreso fabrica portamonedas

                                               con piel humana”.


                                               “ Lo que vive del tema muere con él.

                                              “ Lo que vive en el lenguaje, vive con él”.


                          

                                                        Karl Kraus ( 1874-1936)

                                                         Aforismos

                                            

                                                                  


                              

Una antorcha puede iluminar el camino  o reducir a cenizas   todo lo que se pone a su alcance. O ambas cosas a la vez: alumbra y calcina.

Si asumimos que el escritor austriaco Karl Kraus, autor de ensayos breves, aforismos y poemas, hizo de la antorcha metáfora de su propia vida al bautizar con ese nombre ( Die Feckel) la revista que fundó en 1899, entenderemos mejor su rol en esa época que marcó el principio   del fin del Imperio Austrohúngaro,  es decir, el tránsito del siglo XIX al XX. El ocaso del feudalismo y la entronización del espíritu burgués, ambos con sus propias instituciones políticas y sus prácticas sociales.

Cuando fundó la revista lo hizo, en principio, porque ningún medio publicaba sus escritos. Era comprensible: en todos ellos apuntaba su artillería intelectual contra diarios y periodistas por igual. “ La prensa convierte en instituciones las mentiras” y “ Por eso la prensa es el arquetipo de la ruina espiritual de una cultura” son dos expresiones precisas de su manera de ver el mundo de los medios y la publicidad.

“ La sátira se encuentra impotente ante  la realidad”, nos dice José Luis Arántegui , traductor y comentarista del libro titulado Escritos. Sin embargo, el satírico persiste. Es su única manera de no sucumbir al sinsentido de una vida en la que “ una rebelión de trogloditas hace una broma del sacrificio de diez millones de personas en una guerra mundial”. Después de todo, “en el más pequeño de los cerdos está inscrito el fin del mundo”, según anota Kraus en uno de sus aforismos. Quizás por eso mismo, Shakespeare es una figura omnipresente en cada uno de sus pensamientos. Ninguno como él supo hurgar tan hondo en los abismos de la condición  humana  abocada al ejercicio  o al sometimiento del poder.

Hijo de un próspero industrial del sector papelero, de origen judío como tantos capitanes de  empresa austríacos y alemanes, pronto supo que su vida sería una lucha sin tregua contra todos los poderes de este mundo y del otro. Por eso renunció a la educación formal: los claustros académicos y sus profesores acartonados lo asfixiaban. Casi por la misma época abandonó la comunidad israelita.

                                         Karl Kraus

Para él, la universidad era poco menos que una colmena de gramáticos más preocupados por el uso del subjuntivo que por los daños causados por un cabrón con poder. Su amor por el lenguaje fue la causa de esa temprana  aversión a las aulas y sus frecuentadores. “  Yo domino tan sólo la lengua de los demás. La mía hace de mi lo que quiere”, era la base de su declaración de principios. Por eso mismo pensaba que “ hallarse ocupado espiritualmente es algo que la lengua   garantiza mejor que todas las ciencias que de ella se sirven. Es hacer de la vida pesadumbre que alivia de otras cargas”.

Atrincherado en Die Feckel, fustigó, una a una, todas las formas de poder y  sus representantes. Cuantos más aires se dieran mucho mejor: su plumaje colorido era un blanco perfecto para las flechas de Kraus. Gran panclasta como era, reivindicó a las putas, a los homosexuales, a las esposas adúlteras y a toda la innúmera tribu de los marginales que en el mundo han sido. A modo de ilustración, escribió cosas como estas: “ Hay que celebrar el deseo en una época  que exige componer odas al tornillo”. El hedonismo del sibarita  frente al frío cálculo de la técnica encontró en Kraus uno de sus más irreductibles defensores. Esa defensa de la vida, junto a su aversión  hacia los políticos y hacia toda superchería disfrazada de ciencia atraviesan las más  de novecientas ediciones que marcaron la ruta de la revista. Era su manera de oponerse a un mundo fosilizado por los burócratas. “ Los ministros  quebrantan todas las leyes, menos una : la de la inercia” escribió y condensó de paso una de las características de quienes detentan alguna forma de poder: su pretensión de inamovilidad, causa final de su propia ruina.


Fue esa misma voluntad la que lo condujo  a emprender la defensa de la princesa Luisa de Coburg, de la familia imperial, cuando “ la internaron en un manicomio por preferir un oficial de baja graduación  a su marido el Archiduque”. “ Nada es más insondable que la superficialidad de una mujer”, escribió, pensando tal vez en la decisión de la princesa.

En la Viena de Karl Kraus era imposible no tener que habérselas com Sigmund Freud y sus prosélitos. El mundo se resquebrajaba y la gente se daba prisa por  obtener cita en los consultorios donde exorcistas laicos trataban de expulsar las  legiones de demonios agazapados en el inconsciente, esa especie de palabra mágica capaz de explicar los más retorcidos acertijos de la mente.

En principio, Kraus respetó al maestro. Pero fue tanto el fastidio que sus discípulos le produjeron, que en una de sus célebres andanadas expresó:

“ En los psiquiatras, en quienes en su mayor parte no reconozco la capacidad de tener conciencia de sus actos, ni la inteligencia suficiente  para embaucar, observo unas perturbaciones mentales cuya relación con la locura pasiva yo designaría como la diferencia entre locura cóncava y locura convexa”.

Era su  manera de ajustar cuentas  con una escuela que nos legó conceptos en si mismos tan perturbadores para la cultura como pulsión, trauma y  sublimación, al punto de que ellos mismos se convirtieron en obsesiones.

Poseído por la lucidez, vio, entre el optimismo desatado por los adelantos de la técnica, los primeros  trazos del infierno que se  avecinaba en forma de dos guerras mundiales y sus correspondientes modelos de totalitarismo simétrico. Para Kraus, Nazis y comunistas eran apenas agentes de un mal que se remonta a los orígenes del mundo: la voluntad de apagar las fuerzas de la vida, si ello garantiza la perpetuidad del dominio terrenal.



Mientras ciudadanos extasiados miraban al cielo y apuntaban con el dedo al primer dirigible puesto en su circulación, el pensador presagió su utilización como arma mortífera. Los imaginó arrojando dinamita desde lo alto sobre poblaciones indefensas y prefiguró sin saberlo la pesadilla de Hiroshima y Nagasaki…sólo que sin saber todavía nada de la energía atómica.

En esa misma tónica, tuvo la clarividencia suficiente para presentir un mundo donde un general enloquecido por su sed de poder, podía destruir ciudades enteras  sólo con pulsar un botón desde su despacho.

Detrás de esos horrores siempre alentaron los políticos y la codicia de los negociantes. Los mismos que traficaban con alimentos  presentados    ante las  aduanas como equipos militares  transportados en trenes de guerra.

“Es como en Timón El griego en la versión de Shakespeare”, decían sus adversarios. “Timón está loco, un día tira diamantes, el otro piedras”. En este caso los diamantes eran  poemas y las piedras cobraban la forma de sus acerados aforismos y sus ácidos ensayos. De Timón es también la conocida sentencia: “ Todo marcha a base de retorcimientos. En esta maldita creación, nada más recto que  una puñalada trapera manifiesta”.

Con ese panorama, era de esperar que reivindicara a los ciudadanos de la calle, “los únicos confiables en un país que no  necesita juez alguno, porque todo se prostituye por si mismo”. “ A diferencia del imperio de Carlos V, donde  nunca se ponía el sol, en el reino de los Habsburgo el sol nunca sale”, añadió.

En su obra de teatro Los últimos días de la humanidad, la fuerza satírica de Kraus dejó al desnudo  los entresijos de una guerra de la que fue testigo y víctima, como  millones de contemporáneos: la Primera  Guerra Mundial, también conocida como La Gran Guerra. Los juegos diplomáticos, las artimañas de  los políticos, los intereses de los industriales y la obediencia ciega de los soldados que fueron al matadero convencidos de que luchaban por valores supremos. Esas y muchas cosas más se condensaron en una obra que prefiguró, sino el fin de los hombres como hecho biológico, si la extinción de lo humano como aquello invaluable que nos diferencia de las bestias.

En muchos sentidos, Los últimos días de la humanidad potenció  y llevó a otra dimensión lo planteado en obras como  Apocalipsis, Aforismos y Contra los periodistas y otros contras, apenas tres entre sus más de treinta títulos.

Kraus murió en  1936. Así que no alcanzó a contemplar el segundo acto de ese teatro  de la muerte. Pero ya lo había anticipado a lo largo de toda su obra: el advenimiento de la insensatez como colofón al errático destino de una especie que una vez se creyó hija de los dioses.


PDT. Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=tBlScab_rrI



lunes, 20 de septiembre de 2021

Teatro Comfamiliar, medio siglo entre historias

Atahualpa Yupanqui


Todo hombre es una historia

“… Porque no engraso los ejes / me llaman abandonao/ si a mi me gusta que suenen/ pa qué los quiero engrasaos”. Cuando el viejo juglar Atahualpa Yupanqui punteó su guitarra y empezó a desgranar los versos  de una de sus más celebradas canciones, el tiempo entró en suspensión para los asistentes al Teatro Comfamiliar esa noche del 29 de noviembre de 1983.

Los ejes de mi carreta  era algo así como un himno para la generación heredera de las ilusiones de la Revolución cubana, del sacrificio de Ernesto Che Guevara en las selvas bolivianas y de las luchas sociales que agitaron el continente entero, desde el sur de California hasta el extremo meridional de Argentina y Chile.

El público estaba conformado por estudiantes, maestros, oficinistas y profesionales jóvenes que no habían cerrado del todo las puertas de la utopía y se entregaron durante un par de horas a la poesía elemental y a la voz dolida de ese hombre andariego y trovador  habituado a tocar en grandes escenarios y en improvisadas reuniones de obreros y campesinos.

Yupanqui fue uno entre grandes creadores de distintos géneros que pasaron por el Teatro Comfamiliar, durante muchos años la única sala con enfoque cultural en una ciudad donde los grandes teatros de la época- Caldas, Capri, Consota- se dedicaban a la proyección de exitosas  producciones cinematográficas, con algún alto en el camino para albergar festivales de tango y bolero, así como temporadas de zarzuela que contaban con un público ansioso de  espectáculos que lo hicieran sentirse en sintonía con un mundo en expansión.

Rafael Urraza


Después de todo, ubicada en un cruce de caminos y a unas pocas horas del puerto de Buenaventura, Pereira supo de la temprana llegada de innovaciones tecnológicas como el fonógrafo, el teléfono, el cine y el ferrocarril, cuando era todavía una pequeña aldea en un país de regiones desconocidas entre si.

Fundado en 1971, el Teatro Comfamiliar concitó de entrada el interés de un público formado en la apreciación de expresiones artísticas y culturales a través de entidades de temprana aparición en la ciudad como  el Centro de Arte Actual, Librería Quimbaya, la Sociedad de Amigos del Arte, el Centro Colombo Americano y la Alianza Francesa.

A lo largo de cinco décadas, el teatro ha sido anfitrión de los ritmos andinos de Los Viajeros de la música y el grupo Suramérica, de la cadencia del cantautor Rafael Urraza,  de las manos prodigiosas del clavecinista Rafael Puyana, de las puestas en escena del Teatro Matacandelas  y- cómo no- de la siempre irreverente maestra Antonieta Mercuri con su teatro combativo, adscrito a la corriente de claro contenido político dominante en las tablas por esos días.

El ingeniero Maurier Valencia  Hernández, hijo de músico y melómano él mismo, es hoy  el Director Administrativo de Comfamiliar. Vinculado a la  Caja desde hace más de cuatro décadas, en los inicios tuvo su oficina en la sede del centro en un espacio contiguo al teatro, lo que le permitió un contacto directo con los artistas,  que debían pasar frente a su escritorio cuando se dirigían a los camerinos.

Memorias de una vieja canción.
 
“ Antes de construirse nuestro teatro, los grandes eventos artísticos llegaban, sobre todo, a la sala del Teatro Caldas, con capacidad cercana al millar de personas entre   luneta y palco o “ gallinero” como le decían los parroquianos.  Allí disfruté, entre otros, del espectáculo incomparable de Juan Legido, “ El gitano señorón”, con esa voz y ese estilo suyo tan particulares. Eran los días de la bohemia en El Páramo, en El Tricolor o en El  Sestiadero, auténticos hitos en la noche pereirana. A esos sitios iban a parar al final de la jornada los asistentes a los espectáculos del Caldas en rondas que duraban hasta  la madrugada, a ritmo de tangos, boleros, rancheras, bambucos, pasillos y mucho, mucho Aguardiente de Caldas”.

Una historia en Technicolor




A sus más de sesenta años Fernayn Hernández es algo así como el último mohicano, el  sobreviviente y heredero de  viejos proyeccionistas de cine en 35 milímetros como don Efraín o don José Suárez. Eran hombres curtidos en jornadas de cine continuo  que  empezaban a las 11 de la mañana y solían terminar a la una de la madrugada del día siguiente. Esos horarios los convertían en criaturas de la noche, proclives a las tentaciones de la carne  y el ron Viejo de Caldas. Por eso, las cabinas de proyección operaban a modo de sucursales de bares y tabernas, con su provisión de muchachas incluida.

“Entre todos los teatros que me permitieron trabajar, empezando por el de Anserma, mi pueblo natal, el de Comfamiliar es algo así como mi segunda casa. Puedo decir que tengo el honor de haber proyectado en su pantalla las más grandes películas de la historia del cine. Las trajeron el Cine Club Universitario,  el Cine Club Vamos Juntos, el Cine Club Borges y, desde luego, el Cine Club Comfamiliar, inaugurado en 1992 con la proyección de la película El señor de las moscas, en reemplazo de Pasión bajo el cielo, cancelada por  un incumplimiento de última hora por parte de la empresa distribuidora.

“En esta sala se han proyectado desde las tradicionales películas bíblicas como Los diez mandamientos, Benhur y El mártir del calvario, hasta obras tan importantes como El árbol de los zuecos, de Ermano Olmi, Novescento, de Bernardo Bertolucci, La Naranja Mecánica, de Stanley Kubrick, El Padrino, de Francis Ford Coppola y  El séptimo sello, de Ingmar Bergman. En esos tiempos los públicos tenían otra formación; por eso permanecían hasta cuatro horas o más disfrutando de obras que exigían toda  su atención. Eso si era paciencia de los asistentes y genialidad de los directores”.

La hora del titán

Kraken


Finalizaba la última década del siglo XX.  La banda de hard rock Kraken era ya un mito viviente en la escena musical  colombiana. Liderada por su vocalista Elkin Ramírez,  se dio a conocer a mediados de los ochenta con canciones tan vigorosas como Soy real, Muere libre y Todo hombre es una historia. Contra toda advertencia de que Kraken precisaba de una sala  con capacidad para más público, el vocalista se empeñó en que tenía una deuda pendiente con el Teatro Comfamiliar, pues éste le había abierto las puertas cuando el grupo era desconocido fuera de Medellín.

Y los temores se confirmaron: dos horas antes de lo previsto para el inicio del concierto, la sala estaba llena mientras afuera se aglomeraban – y se amotinaban- unas quinientas personas que amenazaban con echar por tierra las puertas del teatro.

Con tono conciliador, Elkin salió a la calle y calmó a sus seguidores con la promesa de brindar dos conciertos el día siguiente si regresaban tranquilos a sus casas. Por supuesto, una vez terminado el espectáculo, la banda partió hacia otra ciudad donde debía cumplir compromisos, dejando a los responsables del teatro con el tremendo lío de apaciguar por segunda vez a los  ya energúmenos  fanáticos.

Gajes del oficio, le dicen a eso.


Son muchas las historias por contar en cincuenta años. Como aquél Domingo de Ramos en que el párroco de la catedral “ Nuestra Señora de la pobreza” conminó desde el púlpito a sus feligreses para que se abstuvieran de asistir a la proyección de la película “La última  tentación de Cristo”, programada por el Cine Club Comfamiliar para el Sábado santo siguiente, por considerarla lesiva para la fe y la ortodoxia.

Como era de esperarse, picados por la curiosidad, los creyentes abarrotaron la sala durante las dos proyecciones, estableciendo un registro de asistentes no superado hasta ahora.

Amparo Grisales


O aquella vez – el Director  lo cuenta como quien evoca un milagro- en que toda posible dicha terrenal se materializó en su oficina: acosada por el  pánico escénico, la actriz Amparo Grisales en persona y en tanguita- eran sus días de gloria- irrumpió implorando por un trago doble de brandy para calmar los nervios.

Sospecho que, al final, el pobre hombre tuvo que apurar el resto de la botella para conjurar el incontrolable temblor que lo recorría de pies a cabeza.

Lo sospecho, apenas: prodigios como ese y muchos más han acontecido en esta sala que ha sido también mi casa durante más de la mitad de  su medio siglo de existencia.


PDT. les comparto enlaces a las dos bandas sonoras de esta entrada:
https://www.youtube.com/watch?v=w9g9jvZ4yJ0
https://www.youtube.com/watch?v=j3SPu7Ubbkc

domingo, 12 de septiembre de 2021

Antonio Caballero: luto en los tendidos

 


Con la luz apagada

“ Con el pucho de la vida apretao entre los labios”. Está casi acostado en  un confortable sillón y se ha quitado los zapatos. La mirada reconcentrada y melancólica de los que no se cansan de escrutar el mundo. Esa es la imagen que conservo de Antonio Caballero. Fue  durante una entrevista concedida a una reportera de acento  caribeño, en una Feria del Libro de Bogotá hace muchos años.

Las frases fluían lentas. El hombre se tomaba su tiempo para responder, como  corresponde a quienes tratan de decir algo sensato en medio de una tormenta de preguntas que pretender ser ingeniosas. En algún momento el escritor comentó, a propósito del racionamiento de energía eléctrica que padecía el país por esos días: “ El gobierno de César Gaviria constituye en sí mismo un apagón”.

Fue la única ocasión en poco más de dos horas en que se permitió algo parecido a una sonrisa. De ese tamaño era  la melancolía que emanaba de su rostro, enmarcado por una espesa barba que siempre conservó.

Siempre se asumió como un hombre de izquierda y  mantuvo hasta su muerte esa posición, lo que ya es  un mérito en un mundo tan pendular como el de las ideas políticas. Lo mismo sucedió con su pasión por la tauromaquia : la defendió a  rajatabla en una época en que la sacralización de los animales nos devolvió de golpe a los tiempos del más puro paganismo.

Igual cosa puede decirse de su defensa pública del derecho a las drogas como parte del ejercicio del libre albedrío de los individuos.

Esa firmeza fue  la característica central de su personalidad, admirada y respetada hasta por sus más  intransigentes contradictores.

Pluma y espada

Se hizo mayor en tiempos de la Guerra Fría, leyendo por igual a los clásicos del marxismo y  a la gran poesía universal. Eso lo dotó a partes iguales de un agudo sentido crítico y de un estilo depurado que hicieron de sus textos fuente de  reflexión  y de goce estético. Si a eso le sumamos su condición de caricaturista, tenemos en él al perfecto satírico, al pensador decidido a no tomarse en serio a nada ni a nadie.




En las páginas de la revista Alternativa- para muchos la mejor publicación de izquierda en la historia de Colombia-, afinó y afiló su pluma y su espada. Al lado de Gabriel García Márquez, Enrique Santos Calderón, Álvaro Tirado, Daniel Samper Pizano y Orlando Fals Borda, Caballero compartió la aventura única de esa revista capaz de batallar durante varios años en un medio conservador y clerical en  el que hasta los veteranos liberales (los del viejo partido “ al que le gritaban vivas los borrachos”) habían dado un giro a la derecha, temerosos del fantasma del comunismo que no sólo recorría Europa si no que había cruzado el mar para encarnarse en los barbudos que bajaron de la Sierra Maestra a iniciar el experimento de la Revolución Cubana.

Como les sucedió a tantos intelectuales, su afición a los toros tenía menos que ver con el frenesí de la fiesta en los tendidos  que con el profundo simbolismo de ese ritual en el que  hombres de pies ligeros y pocos kilos de peso se enfrentan a  animales que los pueden aniquilar de una sola embestida. A  juzgar por los escritos de Antonio Caballero, la persistencia de lo humano en su  inútil combate con la muerte era lo que lo atraía hacia los ruedos. Vistas así, su vida y su obra fueron las de un torero enfrentado a fuerzas poderosas: a las oligarquías de las que su propia familia formaba parte. A la casta militar proclive a desencadenar horrores como los del Estatuto de Seguridad de Turbay, la Seguridad democrática de Álvaro Uribe o la sangrienta retoma del Palacio de Justicia  durante el gobierno de Belisario Betancur.

Formado en una familia de intelectuales, su vida transcurrió en esa curva que va de la Segunda Guerra Mundial con su apocalíptico epílogo nuclear, hasta la caída del Muro de Berlín y sus secuelas en el mundo.




Las otras utopías

A contracorriente de la idea de El fin de la Historia, entendió que había en el mundo pueblos para los que la historia ni siquiera había comenzado.  África, América Latina y buena parte de Asia intentaban hacerse a un destino en medio de la devastación patrocinada por los poderosos y dejaban así su huella en la política, la economía, la literatura, el arte y la música.

A su manera, esos pueblos viven todavía en los tiempos de la utopía, aunque no sea la misma que sacudió el planeta en las décadas posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial.

En sus libros, sus  artículos de opinión y sus caricaturas, Caballero se aproxima a esas realidades con la fina ironía que sólo puede prodigar  la lucidez. Nada fue ajeno a su mirada : ni las nuevas formas de la violencia colombiana, relacionadas con el control de la tierra y la irrupción del narcotráfico, ni el progresivo monopolio de la riqueza por parte  de corporaciones que al crecer concentraron la riqueza y ahondaron aún más el abismo de las desigualdades.

Tampoco fue indiferente a la escalada de la corrupción heredada de las burocracias imperiales, que hizo de la política un jugoso negocio donde los especuladores invierten sumas millonarias en las campañas, seguros de obtener grandes ganancias cuando sus protegidos lleguen al poder.

En un mundo socavado por el lenguaje aséptico y mentiroso de la corrección política, el escritor se empecinó en llamar las cosas por el nombre, única manera de no perderse en el laberinto de los eufemismos. En su visión del mundo un “ falso positivo” fue siempre un asesinato perpetrado por quienes tienen la obligación de velar por la vida de los ciudadanos. Siguiendo al narrador  de Cien años de soledad, en el universo de  Antonio Caballero no había lugar para  “ los que confunden el culo con las témporas”.

Al lado de escritores como Germán Castro Caycedo y Alfredo Molano, contemporáneos suyos, sus artículos y libros son esenciales para comprender el errático  rumbo de un país en el que la democracia es apenas un asunto de formas y la libertad una manera de disimular la servidumbre. Su condición de trotamundos- vivió en Londres, en Madrid, en Italia, en París y en Grecia- le dio la mirada en perspectiva y en profundidad indispensable para todo distanciamiento crítico. De ahí lo sólido de sus argumentos y el talante provocador de sus ideas.




Como si no bastara con eso, publicó libros de historia, de arte,  de toros , de viñetas y una novela, Sin remedio, ácida y pesimista recreación de una ciudad que, como todas, es en el fondo una gran metáfora de las grandezas y miserias humanas en toda época y lugar. Además de la revista Alternativa,  sus textos y caricaturas fueron publicados en Cromos, Arcadia, Semana y varios medios internacionales, entre ellos BBC Mundo.

Fiel a sus raíces anarquistas, decidió morirse el viernes  10 de septiembre de 2021, un día antes de que el mundo recordara la fecha del golpe militar en Chile en 1973 y el ataque a las Torres Gemelas en 2001.

Las páginas no escritas de la historia

En su  primera juventud ensayó una Historia de Colombia en viñetas. Esa temprana inquietud  lo  llevó a convertirse en historiador y a escribir obras como Historia de Colombia y sus oligarquías, ilustrada con sus célebres monos.

Su abierta posición de izquierda nunca estuvo por encima de su condición de librepensador. Eso lo puso a salvo de las tentaciones de la militancia en alguna de las muchas capillas ortodoxas de la siempre fragmentada izquierda colombiana, distancia que le permitió fustigar su estrechez de miras, su intolerancia y su incapacidad de mirar  la realidad del país con un lente distinto al de las líneas trazadas por los poderes de Moscú, Pekín y La Habana.




Sus amigos lo evocan escribiendo a mano y con su eterno cigarrillo Pielroja apretado entre los labios. Sus lectores ya empezamos a extrañar sus frases corrosivas y su  lenguaje pulido en la lectura de los poetas del Siglo de Oro Español, tanto como su empeño en aportar claves  que nos ayudaran a desvelar los inescrutables rostros del planeta  en que nos correspondió en suerte nacer y morir.  Los taurinos a su vez han  decidido colgar un clavel en la desolada puerta de su plaza de toros más cercana, porque con la muerte de Caballero también hay luto en los tendidos.

PDT: les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=DlP15po1QZ0

martes, 7 de septiembre de 2021

Cosas de La Divina Providencia





La geometría de la dicha

“La ruta era así: Yo vivía en la carrera segunda entre calles dieciocho y diecinueve. Durante las temporadas de sol, con o sin permiso de mis padres, agarraba la pantaloneta y subía la falda hasta la Plaza de Bolívar. De allí bajaba hasta  el Parque Olaya Herrera. En ese lugar me distraía un rato viendo  la gente que esperaba el tren en la estación. Luego caminaba hasta la calle  veintiuno donde me encontraba con los compañeros de paseo: Pedro Carvajal, Luis González, Rodrigo García y Julián López. Juntos atravesábamos los potreros que conducían al  colegio Deogracias Cardona, porque la urbanización Lorena no existía. De hecho, el barrio Providencia era algo así como un pueblo aparte de la ciudad. A media cuadra de la iglesia vivía mi primo Evelio, que completaba el grupo. Entonces tomábamos  varios atajos, hasta pasar por  un costado de lo que hoy es El  Poblado y bordeábamos el río Consota en busca de El vergel, un charco enorme  al que llegaban  otros bañistas por el camino de El  Rocío. A nosotros nos gustaba ir en semana, porque teníamos el charco para nosotros solos. Dicen  que  el domingo era otra cosa. Hasta quinientas personas se reunían allí con sus sancochos y sus fiambres. Para esa época las aguas del Consota eran limpias. Faltaban años para que se convirtieran  en un botadero de basuras. Yo tenía once años y para mí el  charco era la vida”.



La memoria de José  Roberto  Fernández, profesor de geometría y matemáticas, funciona así: sin  tregua y sin tomar aliento. Si hasta jadea evocando la jornada de regreso. A eso de las cuatro de la tarde desandaban el camino con el sol ardiendo en la nuca y hacían un alto para tomar limonada en la casa de Evelio.

Para ellos, el barrio Providencia significaba eso: un alto  en el camino. Hoy lo recuerdan como un sitio remoto, instalado en un lugar fuera del tiempo en el que a veces irrumpen los recuerdos.

El hacedor

Una imagen adusta contempla el trasegar de los vecinos en el parque del barrio La Divina Providencia: las comadres  enlutadas que van a misa. Los niños que corren hacia las escuelas del sector. Los parroquianos que abren sus negocios y los oficinistas que se dirigen  al centro de la ciudad.

Se trata del busto levantado en memoria de Rafael León Agudelo Correa, uno de los fundadores del barrio en 1946, cuando la violencia entre liberales y conservadores  devastaba los campos de la región.

Él fue uno de los líderes de la avanzada de obreros, maestros y empleados públicos, aglutinados alrededor de la Cooperativa de Habitaciones Obreras Económicas del Barrio La  Providencia de Pereira, una de esas organizaciones surgidas a la luz del espíritu ecuménico y solidario  propio de la Iglesia Católica en esos días.

Rafael León era un ingeniero civil nacido en Ciudad Bolívar, Antioquia, que formó parte del equipo encargado de abrir  la carretera a Santa Helena, en Medellín. Una vez instalado en Pereira participó en la construcción del edificio para el colegio La Enseñanza.
Aparte de eso fungió como escritor y poeta. Su obra  Gajo de poesías, publicada por Editorial Heraldo de Pereira, está dedicada a los obreros del barrio La  Providencia.
En reconocimiento a esos esfuerzos el escultor Jorge Hincapié forjó el busto que hoy es testigo de los cambios sufridos por el barrio en setenta años de vida.





In  a  Gadda-da-vida

Junto a  ese busto se reunían  tres muchachos  ataviados con la inconfundible vestimenta de la sicodelia: camisas estampadas con motivos de flores, soles y atardeceres. Pantalones de bota ancha y botas vaqueras. Corría el año de 1970 y en el aire todavía estaba fresca la conmoción provocada en el mundo por el Festival de  Woodstock. Los muchachos se llamaban  Benjamín Aldana,  Carlos Ariel  Bermúdez y Jaime Obando. En su orden, tocaban la guitarra, el bajo y la batería y siempre se alternaban para hacer las voces. Todos nacieron en Providencia y cuando todavía no habían alcanzado la mayoría de edad fundaron una banda de rock llamada Mandarina. Componían canciones inspirados por Pink Floyd, The Beatles y Iron Butterfly. Cuentan que Benjamín se hizo  marinero y le dio varias veces la vuelta al mundo, antes de echar anclas en un diminuto pueblo de la costa africana, seducido por los encantos de una belleza negra. Carlos Ariel murió de una sobredosis de hongos en un potrero de Salento. Y Jaime… bueno, Jaime se desvaneció en el aire como se desvanece tanta gente sin que  se vuelva a saber de ella.
En un viejo baúl, en un armario oloroso a alcanforina o  en  un cuarto de trastos viejos debe dormitar un insepulto casete con el puñado de canciones que estos chicos compusieron.

El último romántico

En la taberna Atahualpa nadie supo de la existencia del grupo Mandarina y mucho menos daban razón sobre el  paradero de sus integrantes. Pero el sitio fue   testigo del nacimiento pasión y muerte de cientos de romances alimentados con  las canciones de Roberto Carlos, Camilo Sesto, Leonardo Favio, Claudia de  Colombia, Yury, Martinha y cientos de intérpretes de esa forma del amor cantado y contado conocida con el nombre de balada. Anclada en el corazón del barrio, la taberna formó parte de una imaginería forjada por los devotos del mito amoroso. Era algo así como una peregrinación a Santiago de Compostela conformada por corazones rotos.  Adán y  Eva, Fuente Azul, Emmanuel y Daytona eran  algunos de esos sitios frecuentados por los últimos románticos en un viaje sin regreso que, después de la media noche, desembocaba en Atahualpa.

Héctor Escobar Gutiérrez


El diablo y la divina providencia

Calle 21  Nº 21-28

Pudo ser una dirección más en la nomenclatura de Pereira, pero se convirtió en el epicentro de una leyenda urbana. En esa casa vivió hasta el momento de su muerte el poeta Héctor Escobar Gutiérrez, él mismo un personaje salido de  la literatura. De su propia literatura.
Al despuntar la década del setenta, Héctor Escobar se ganaba la vida a salto de mata, desempeñando  toda suerte de oficios, entre  ellos   el de profesor de religión católica en una escuela  veredal.
Hasta que supo de la existencia de Anton Szandor LaVey, el hombre que  había fundado la Iglesia Satánica Universal en  la  legendaria California.
El Papa negro.
 Para la época el único contacto de Héctor  con esos mundos eran los poemas de Baudelaire y alguna que otra referencia bibliográfica.
Entonces se dedicó a leer  sobre satanismo, hasta  devenir una clase muy particular de iniciado.
No tardó  en convertirse en centro de atención de algunos hijos de las élites locales, atraídos por el poder de sugestión del nigromante y por la inmemorial fascinación que los poderosos sienten  hacia los mundos oscuros.
Había nacido el papa negro pereirano. Según la leyenda, en su casa reposaba el esqueleto del diablo, junto a todo un instrumental heredado de antiguos sabios. Como si fuera poco, en los anaqueles de su  biblioteca conservaba un ejemplar de  El Necronomicón, el temible libro forjado  por la imaginación del escritor H.P Lovecraft.

Todo ello a dos cuadras de la iglesia del Parque  Providencia y a cincuenta metros de un altar  de la virgen levantado por los vecinos, tal vez a modo de conjuro.
El aura oscura nunca dejó de crecer, al punto de que las beatas se santiguaban y  cambiaban de acera al pasar frente a ese número  21-28 que se les antojaba fatídico.
Lo que no les impedía  a otros, habitados por una clase distinta de superstición, jugar a la lotería cada  semana con ese número.




En el cruce de caminos

El barrio La Providencia ya  no está alejado del centro. Es lugar de  paso hacia la  Terminal de Transportes  y ruta alternativa hacia Armenia, Ibagué y Bogotá.  A siete  décadas de su fundación, está rodeado de conjuntos residenciales cuyos habitantes lo han convertido en una zona rosa en miniatura. Bares, restaurantes, cafeterías y sitios de comidas rápidas le dan un dinamismo que no  cesa hasta la alta noche. Los viejos potreros  surcados por aventureros que caminaban hacia el río albergan ahora bloques de apartamentos habitados por los hijos del nuevo siglo. Conectados  a sus aparatos digitales, no tienen tiempo para enterarse de que una vez hubo muchachos muy parecidos a ellos para quienes el charco era la vida.

Solo el busto de Rafael León Agudelo sigue impasible en su reino del parque.

Como si la cosa no fuera con él.


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.
https://www.youtube.com/watch?v=ZCkHanF4v1w