jueves, 29 de septiembre de 2011

Hipócritas que somos


Como dijo una vez don  Perogrullo, empecemos por el principio. El hombre no asesinó a nadie, no perpetró ninguna masacre, no dinamitó oleoductos, no se robó una porción del patrimonio público, ni, que sepamos, violó a un menor de edad. Sin embargo, todos a una, empezando por algunos voceros de esa entidad gaseosa denominada “opinión pública”, le cayeron con el látigo sin darle tiempo a la legítima defensa, suponiendo que haya cometido algún delito.
¿El crimen? Pues fumarse un bareto, en un país donde el negocio de las drogas ha enriquecido a más de uno de los que fungen como prohombres y ciudadanos beneméritos en las páginas sociales de periódicos y revistas.  Me refiero, claro, al futbolista Wilder Medina, un muchacho surgido en las barriadas de Medellín, que se abrió paso por la vida a gambeta limpia hasta que una sociedad  carcomida en las entrañas por el virus de la doble moral decidió cobrarle una pena máxima. Las razones, según el lenguaje sensiblero de una sicóloga  que dio declaraciones ante las cámaras, obedecen  a que el goleador del Deportes Tolima “tiene un problemita”.
En este punto tenemos que empezar a  andar despacio, porque  a todas luces los portadores del problema son quienes lo juzgan: hasta ahora el futbolista se  ha limitado a fumarse un porro, a divertirse y cumplir con su deber que es, suponemos, jugar bien y hacer goles. Además para eso le pagan.
Lo deprimente de todo este espectáculo es que casi nadie se ocupó del único detalle importante: el  Tetrahidrocanabinol-  el  agente químicamente activo de la marihuana- está incluido en la lista de sustancias prohibidas por los tribunales médicos del deporte.  Allí debería  terminar la discusión y con ella las sanciones   a que el caso dé lugar. Pero  no sucedió así, porque no se podía  desaprovechar la ocasión para sacar a relucir la al parecer inagotable dosis de hipocresía que nos  hace tan, pero tan encantadores. Existen antecedentes de  eso. Si  ejercitamos un poco la memoria, encontraremos que al amado y odiado Diego Maradona lo expulsaron del mundial de fútbol de Estados Unidos en 1994, no por consumir cocaína, pues eso ya lo sabía todo el mundo, empezando por sus entrenadores, sino por denunciar las prácticas mafiosas de la Fifa, que obligaba a los futbolistas a jugar al mediodía en el mes de julio para no perder el negocio de la televisión. Y eso en estados como Texas y California, que hierven en medio del verano gringo. ¿Rigor disciplinario? Nada de eso. Pura y rampante hipocresía.
De  modo que es tiempo de formular preguntas incómodas: ¿Cuántos de los inquisidores no se meten una raya de cocaína antes de ingresar a la reunión de junta directiva de su empresa? ¿Cuántos  no sobrefacturan las cuentas de los contratos y organizan licitaciones amañadas? ¿Cuántos de ellos no acosan a la secretaria cada vez que decide subirle un par de centímetros a la minifalda?  Porque en últimas  la esencia del asunto reside allí: señalar el rabo de paja del prójimo para que nadie se fije en el tamaño del nuestro. De otra manera no tiene sentido alguno que nos salgan con el cuento ese de  que “un  deportista debe dar ejemplo” ¿ Alguien le consultó a Wilder Medina  antes de asignarle esa tarea ?  Además ejemplo de qué se pregunta uno, si hasta ahora   no se ha demostrado  que el jugador le haya hecho mal a nadie bajo los efectos de la  marihuana o lo que utilice en sus ratos libres. Si no me equivoco, es allí adonde apunta la constitución política cuando consagra el derecho al libre desarrollo de la personalidad: a la posibilidad de formar   individuos autónomos, con la potestad de hacer con su vida lo que les plazca y por eso mismo responsables de  sus  actos.
Así que haríamos muy bien en no sacar las cosas del contexto : el jugador transgredió una norma   acatada- aunque violada una y mil veces- en el mundo del deporte. Suponemos  que él es el primer interesado en asumir  la responsabilidad y en tomar las decisiones que le correspondan. Lo demás es puro aprovechamiento de una situación privada para sacar a  pasear nuestra colección  de máscaras de buenos  muchachos. Hipócritas que somos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Tan pero tan correctos


En su novela  La mancha humana, un  feroz alegato contra  la  tendencia hacia la corrección política, el escritor norteamericano Philip Roth nos cuenta la historia de un  profesor universitario que ve de repente como su  vida en el campus se convierte en un infierno. Su delito consistió en responder que una estudiante  “Se había vuelto humo” cuando los alumnos le preguntaron por el paradero de una muchacha negra que casi nunca asistía a clases. De ahí en adelante, la hipocresía  rampante   determina que  tras esa  frase del profesor se  esconde una conspiración racista dirigida a impedir que las minorías ocupen el lugar que les corresponde en el  mundo. Resumiendo, las ideas políticas al   uso deciden no que la estudiante es una mediocre , si no que es discriminada por su condición racial.  El curso de la historia es fácil de predecir: el maestro  tendrá que pagar lo suyo por semejante dosis de arbitrariedad.
Así se han puesto las cosas en el mundo desde que los poderes decidieron que las persecuciones a las minorías resultaban tan costosas como inútiles y que por lo tanto era más rentable   confinarlas en una suerte de ghetto  al revés, dándole  carta de ciudadanía a una paradoja tan curiosa como efectiva : Ya  no se trataba de negarlas como pertenecientes a un  universo oscuro, marginal y potencialmente subversivo, si no de validar todas sus expresiones como dotadas de un valor  en sí mismas, sin  necesidad de confrontarlas con los grandes logros de la humanidad en su conjunto. De allí en adelante su arte, su música, su literatura, su religión sus costumbres y sus ideas políticas  no tendrían valor  por sus alcances y aportes sino por su condición de pertenecer a una minoría. Semejante  capacidad de neutralización no se le había ocurrido ni al más imaginativo de los inquisidores.
Entonces empezamos a  oír hablar de  literatura  afro, de  pintura india, de música gay, de películas hechas por mujeres y de esculturas elaboradas por discapacitados . El resultado salta a la vista : no se puede entablar ninguna discusión sobre los valores estéticos o prácticos de  lo que se  ofrece, sin que se levante una voz protestando porque el  abordaje crítico puede ser el preludio de una  forma de discriminación. Para redondear el asunto se  crearon  festivales y premios en los que esas minorías, en lugar de dialogar con el mundo, como correspondería a una  auténtica emancipación, se  sumergen en  un soliloquio que solo les devuelve su propia imagen ampliada en el espejo.   Tan  lejos han llegado las cosas que nos resultaría insólita una convocatoria a  un concurso de novelas escritas por  heterosexuales y sin embargo nos parece normal    que aparezcan  otros dirigidos a enanos, a lesbianas,a indígenas o a chicanos  .
Por esas razones , y gracias a una sutil campaña de manipulación ideológica , todos nos volvimos tan   pero tan políticamente correctos, lo cual era ni más ni menos que el propósito de los poderes  que gobiernan al mundo : no se trata de comprender y aceptar al otro,  si no de  no ofenderlo, desterrándolo de  paso a lo más hondo de su singularidad. De ahí el valor vindicativo de la novela de Roth: si la muchacha negra de la historia y sus hipócritas defensores hubieran admitido desde el comienzo que las críticas  iban dirigidas a su mal desempeño como estudiante y no a su condición racial ,  aparte de ahorrarse un mal rato, se lo habrían tomado como  lo que realmente era:  una oportunidad que la vida les presentaba en el camino para emprender una  auténtica  tarea de liberación.                              

viernes, 16 de septiembre de 2011

Autogoles


Creí que estaba curado de espantos desde que sucesivos gobiernos en Colombia decidieron   imponerles más impuestos a los ciudadanos, dizque “para aliviar las cargas del sector  financiero” que es , por definición, el más   parasitario de la economía. En  su momento nos dijeron que esos tributos eran provisionales. “Son necesarios para mantener en marcha   la economía”  dijo ante los periodistas  un ministro de cuyo nombre no quiero acordarme. Los  impuestos nunca se desmontaron , a pesar de que los bancos reportan cada año ganancias que se cuentan en billones de  pesos  mientras los usuarios del  sistema no pueden realizar operación   alguna, así sea la rutinaria de consultar el saldo, sin que les cobren por ello. Una vez mas se puso en acción el viejo y letal  truco de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.
Años después, y siguiendo la  misma línea, nos vienen con el cuento de que la sociedad tiene que salvar de la bancarrota a los equipos del fútbol profesional colombiano. El argumento  no podía ser  más espurio. Según nos dicen,  los clubes son patrimonio de las  ciudades y los departamentos, de modo que su quiebra  no solo derivaría en perjuicio de  un bien público, sino que privaría  a la sociedad de una  de sus más socorridas fuentes de recreación y de  uso del tiempo libre.  Para ser justos, esta última parte no admite discusión.
En el caso del  fútbol, el mecanismo sería el préstamo de recursos, que  en primera instancia ascenderían  a cincuenta mil millones de pesos ( si señores, cincuenta mil millones de pesos en un país  asolado por los efectos del último invierno y con el sistema de salud pública siempre el borde del colapso), aparte de inversiones publicitarias por parte de las empresas del  Estado, empezando por Ecopetrol.
Dejemos a un lado la  nada desdeñable pregunta sobre quien y como garantizará  que los clubes  van a saldar la deuda  o si no invocarán  en el futuro nuevas quiebras para eludir sus compromisos. Porque  lo que sucede en realidad es que  desde hace mucho tiempo  los clubes de fútbol  son lucrativas empresas en manos de particulares que los aprovechan como  vitrinas para foguear  y  mostrar jugadores que son transferidos  preferiblemente  a equipos  del exterior. En el campo regional son bien conocidos los casos del Deportes Quindío y el Deportivo  Pereira. Los negocios con futbolistas como Rodallega , Toloza, Mosquera, Santoya, Cárdenas , Uribe   y Arias  para citar solo algunos, les han reportado pingues ganancias a quienes trafican con deportistas, mientras  sus equipos de origen siguen en la inopia.
Justo en ese escenario aparecen los directivos a llorar ante los micrófonos y los  periodistas deportivos a hacerles el juego llamando  a los hinchas, así como a los alcaldes y gobernadores a defender “el patrimonio de la ciudad” según reza la conocida salmodia. En momentos como esos, y ante el temor de que nos quedemos sin circo, el Estado , tal como aconteció con los banqueros, en lugar de defender  el bien común , se ocupa de salvaguardar los apetitos de unos cuantos, recurriendo en este  caso  a créditos de improbable recuperación o destinando recursos públicos para resolver mediante  inversión  publicitaria  las secuelas del caos y la irresponsabilidad generados por ambiciones particulares, en una muestra más de nuestra proverbial capacidad  para  hacernos autogoles.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Apenas la risa

A la memoria de Jaime Garzón

 Con la gente  que no tiene sentido del humor no se puede hablar en serio. Esta frase que parece  un juego de palabras, es en realidad la continuación  de  un viejo diálogo iniciado  hace muchos años entre sorbos de whiskey de centeno con el caricaturista Matador sobre las tortuosas y muchas veces nefastas relaciones entre  la risa  y el poder. Independiente de su naturaleza, sea esta política, económica, sexual, religiosa, académica, laboral o familiar, el poder solo resiste el humor si es inocuo. Es decir  si acontece en los  territorios  preestablecidos para ello como  recurso para  neutralizar sus efectos.  Ya  se trate de las fiestas familiares, las integraciones empresariales, los carnavales o las caricaturas de los periódicos, los poderosos siempre  trazarán un círculo a su alrededor, más acá de del cual no están  autorizadas ciertas licencias... como  reírse en serio de sus abusos, por ejemplo. El  irreverente que se atreve a cruzar esa línea   tan invisible como certera la paga.  Para muestra,  citemos algunos casos.
En el centro del mito amoroso occidental alienta una relación de poder: la  ejercida, muchas veces de  manera despótica, por el  amado sobre el amante. Este último llega incluso  a enajenar su voluntad en un grado que es directamente proporcional a la soberbia de su contraparte. Enamoramiento llamaban a eso los místicos, los trovadores provenzales y esos equivalentes modernos que son los compositores de boleros, tangos y baladas. Encoñamiento severo, le dicen los  más prosaicos  integrantes de  la cofradía de los que no creen en  nada ni en nadie. En ese estado de alienación, a  nadie se le ocurriría reírse de las  debilidades y carencias de su objeto de adoración, entre otras cosas porque no las  ve. En caso de permitirse algún arrebato,  corre el riesgo de ser desterrado   al círculo del infierno del Dante donde deambulan los  que renegaron de la divinidad. Por eso resultan tan extraños  y refrescantes los versos de una canción inolvidable de la banda rockera Aterciopelados: “ Te dije no más... y te cagaste de risa”.
Pasados a otro plano, la ausencia absoluta de humor en el mundo religioso ha sido documentada con profusión de detalles como para detenernos allí. Además podríamos ser señalados por el dedo flamígero de Dios y convertidos en estatua de sal. Y ya sabemos que las estatuas no ríen o cuando lo hacen nadie les cree. Para acabar de completar está demasiado fresco  el recuerdo del caricaturista danés perseguido por los fundamentalistas  musulmanes  como para aventurarnos en esas arenas movedizas.
Así que mejor sigamos transitando en tierra firme. A ningún gerente con aspiraciones de continuar ascendiendo se le pasaría por la cabeza   tolerar que sus subordinados - “colaboradores” les dicen en  el lenguaje aséptico de las técnicas modernas de  administración- insinuaran  aunque sea a través de una sonrisa que el  entramado de convencionalismos y códigos  con los que está confeccionado su traje puede desbaratarse ante el menor asomo de ironía. Se quedaría desnudo, y  es bien conocido que el homo sapiens sin ropa se acerca bastante al ridículo absoluto... sobre todo cuando está a puertas del coito, cópula, ayuntamiento o acto del amor, que llaman.
 De  manera que el poder es cosa seria y por lo tanto terrible. Lo  sufrió en sus propios huesos el caricaturista sirio Alí Ferzad, molido a palos por los sicarios del régimen de su país. Y nadie como  Jaime Garzón y quienes lo quisieron  o admiraron ha  experimentado en la reciente historia  de   Colombia las consecuencias de atravesar esa línea invisible trazada  desde el comienzo de los tiempos por los detentadores del poder. Los señores de la guerra y los capos de los carteles legales   o ilegales que controlan el mundo saben que, a pesar de su ilimitada capacidad para hacer daño, nunca podrán sentirse seguros si a su alrededor revolotea como un  moscardón ese incómodo especímen que no tiene nada que perder excepto, a duras penas, la risa.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Cuentos chinos



Su nombre  ya no es  Wang, sino  Pedro. Trabaja en una  finca dedicada a   la producción de cebolla en   las afueras de Pereira,  a miles de kilómetros de sus arrozales de las antípodas. Es  uno de los cientos de ciudadanos chinos abandonados en el puerto colombiano de Buenaventura por las mafias dedicadas al tráfico de personas, que un día les prometieron  llevarlos  desde el puerto de Shangai  hasta los Estados Unidos de América, la tierra donde todo es posible. Atrás  no dejó nada. Ni padres, ni mujer, ni hijos: ni  siquiera las ilusiones, porque las lleva en un raído morral con el logo de la multinacional Nike, como un símbolo de  lo que la globalización ha hecho con millones de seres humanos: convertirlos  en ciudadanos  de ninguna  parte, que van de un lugar a otro de la tierra, empujados por los imperativos del mercado. ¿Qué hace un chino en Pereira,  una ciudad con unos índices de desempleo que superan el  dieciseis por ciento, sin contar a quienes se rebuscan la vida en las calles, y de donde han salido en los últimos años miles de personas hacia España y  Estados Unidos en busca de  las oportunidades que no encontraron en su lugar de origen?
Pues, paradójicamente, escapar de “ el milagro chino”, como se conoce a  la avanzada  publicitaria convertida en religión, que utilizó unos juegos  olímpicos para presentarse en sociedad como la potencia del siglo XXI ante la cual los  poderes de todo tipo inclinan la cerviz ; desde las multinacionales  norteamericanas y europeas   hasta las frágiles economías latinoamericanas, todos a una, pasando por encima de viejas y archivadas  rencillas ideológicas, miran al imperio del dragón como el modelo a seguir :  aprovechamiento de la tecnología  para  producir en masa y a bajo precio toda  clase de bienes de consumo, sobre  la base de  unos bajos salarios garantizados por  millones de  brazos desempleados y la  ausencia de cualquier marco legal  que se parezca a un sistema de seguridad social.
Así de simple  y de terrible. Buena parte de la pujanza de  la nueva potencia mundial  está edificada  sobre  la  miseria de millones de campesinos como Wang… o mejor dicho,  como Pedro, expulsados  de sus tierras y conducidos a trabajar  en factorías  en unas condiciones que hacen parecer a la Inglaterra del siglo XIX , contada por Dickens  y pensada por Marx,  como un paraíso de los trabajadores.  Sin salarios y por lo tanto sin  algún tipo de prestación,  muchos de  ellos  son niños y reciben como única remuneración  una magra ración de comida que no alcanza ni para  recuperar las calorías gastadas en jornadas de trabajo que alcanzan hasta catorce horas. Entre tanto, una excitada corresponsal  de  CNN  nos muestra   los maravillosos  hijos engendrados por ese extraño matrimonio entre el comunismo y el capitalismo, señalando  a un joven ejecutivo chino que  posa en su  Mercedes  Benz  para el   publireportaje de una revista de  finanzas, en cuyos    análisis  macro económicos  no hay lugar  para la historia de seres como  Pedro… o Wang, según como se le mire , que padecen   en el propio  pellejo la versión moderna y en lenguaje  tecnolátrico  de los viejos y mil veces narrados cuentos chinos.