jueves, 22 de febrero de 2018

El caudal silencioso








                                                              …Aguanta, corazón,
                                                              Que cosa aún más perra
                                                               Antaño soportaste…
                                                                      (Ulises, Odisea)

A veces- algunas veces- no queda una salida distinta a la de plantarle  cara al lugar común. Negarse a él sería  abrirle la puerta al artificio. Por eso, frente a la poesía  de Hernando López Yepes  resulta ineludible hablar de un hombre  que habita en el silencio y es habitado por él: toda forma de ruido lo amenaza, lo hiere.

Refugiado en un rumor de  palabras   asidas en pleno vuelo, don  Hernando ha  cincelado sus poemas  a lo largo  de los años, atendiendo a la recomendación aquella: sin prisa pero sin  pausa. Sabe que la única recompensa es un verso  capaz de conmover  la inteligencia y el corazón del lector y por eso se consagra a su oficio con  la devoción que otros le dedican a amasar una fortuna.




“A mi manera voy/ por camino azaroso/ que no es mía la senda/ de los muertos en vida”, escribe  en una suerte de declaración de principios: es el camino azaroso  y no el trillado el que le prodiga  al poeta sus mejores recompensas. 

Por esa razón elige la cornisa, el  río embravecido, el destino de los réprobos. Sabedor de que el lenguaje  es un bosque en el que resulta fácil perderse, desde muy temprano se dio a la tarea de afinar sus sentidos para  identificar en el temblor del aire el irrepetible aleteo de la palabra  precisa, la que desnuda lo más sublime y lo más terrible de nosotros.

Alérgico a las cofradías donde los egos se rinden culto y se premian unos a otros, el poeta Hernando López se atrincheró en La Virginia, ese pueblo de tierra caliente  donde  Eros y Marte van por las calles encarnados en la  piel firme de las mulatas y en  la puntería certera de los pistoleros. El sexo y la violencia son    viejos compañeros de viaje. El poeta  lo sabe y por eso los conjura desde la palabra.

Para la vida tengo/ la mano abierta/ y la mirada firme/ el corazón altivo/y noble/y fiero/que en la vida yo estoy/ y a la vida me entrego”, se lee en un poema titulado así: A la vida me entrego. Como  Holderlin, López Yepes sabe que  el  poeta asume su destino entregando el corazón “a la tierra grave y doliente”



En tiempos de penuria, como todos, los versos de este hombre se antojan rocas, cayados en los que apoyarse en un  mundo  cuya única divinidad  es el mercado. Quizá por eso deposita toda la confianza en la sabiduría  del reino animal, como lo expresa en una elegía a la muerte de su lora: “Mi lora ha muerto / y me he quedado solo/el mundo que me imponen/ clava en mí su lanza/un  poco más arriba del costado.”

Quién sabe. A lo mejor frente a la verborrea impuesta por el mercado de la literatura,  nos toque buscar  la dosis necesaria de lucidez en la  voz primigenia de las aves. Seguir la ruta de Tiresias, el  viejo adivino que  hablaba  la lengua de los pájaros,  resulta un buen consejo.

Desconfiado , como todo hombre lúcido, Hernando López Yepes nos reta en cada uno de sus poemas:

En cuanto a mí /también fui peregrino/adoré pergaminos polvorientos/entre sus páginas/extravié el poema /en los cenáculos de la poesía/escuché voces indigestas de erudición/postrado ante el altar/recibí “el maná de la poética”/después de un tiempo/ y ya curado/ me pregunto: ¿por qué arrancar la pluma/ al  Ave del Paraíso/ para escribir con ella?”.



Bendecir al Ave del Paraíso, aprender de su silenciosa sabiduría  es el propósito último de  estos poemas agrupados más por el empuje de su ritmo que por una intención temática. A través de su lectura recuperamos, acaso  sin que el autor se lo proponga, la esencia de  aquella máxima del budismo zen:  “No es la flecha la que debe buscar el blanco:  es éste  último el que debe partir en busca del destino incierto de la flecha”.

PDT . Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

jueves, 15 de febrero de 2018

Humanizar a las bestias





  
Entre los campesinos todavía es corriente el uso de   la palabra bestia  para  referirse a los animales en general y a los caballares en particular, como una manera de trazar fronteras naturales: los humanos aquí, las bestias  allá y todos tan contentos.

Así que no se asusten por el título. Sobre todo el cada vez más numeroso  grupo de personas que consideran despectiva  la palabra mascota y por eso utilizan  la   expresión  “Animales de compañía”.

Créanme: me suena  tan artificiosa, tan  demagógica esta última   frase que cuando la escuché por primera vez en boca de una mujer creí que se refería a sus amantes de ocasión.

Pero ya tendremos tiempo para hablar de eso. El cuento es que soy proclive a la lectura de periódicos viejos: el  paso del tiempo tiene la particularidad de revestirlos de un interés distinto al del mero consumo de información. Así que en  la edición de abril de 2017 de la separata Agronegocios, publicada en el diario económico  La República, encontré una pregunta: “¿Cuánto cuesta mantener a su mascota cada mes?”



Inquieto como vivo por las variadas manifestaciones de la locura humana- empezando por la mía- me hundí en la lectura  y volví a la superficie quince minutos más tarde, con estar perlas:

Certificado de vacunación para  el ingreso al colegio: Valoración veterinaria, entre $80.000 (U$ 30) y $150.000 ((U$45) por consulta.
Plan completo de alimentación: Desde  $120.000 (U$ 38) dependiendo del tipo de concentrado.
Deportes caninos: Desde $600.000 (U$ 180) (agility, obediencia competitiva o flyball).
Colegio semanal con ruta diaria: de $450.000 (U$ 45) a  $650.000 (U$190)

 ¡Ah carajo, me equivoqué de página!  Exclamé, pensando que hablaban de algún ambicioso  programa enfocado a la  buena educación de los niños. Eso, a pesar de las palabras veterinario y canino: el candor siempre le juega a uno malas pasadas.

Así que continué:

Hotel cinco estrellas,  guardería, colegio, internado…

 ¡Y pensar que habitamos un planeta donde la comida se pudre en un hemisferio y la gente se muere de hambre en el otro! Le espeté al cartel de Jim  Morrison colgado frente  a mi silla de lectura.

El mutismo del cantante me obligó  a  interrumpir la  sesión  televisiva de las tres damas con las que comparto mi vida: mi mujer, mi hija  y mi gata. La mirada de estupor  de esta última me indicó que era inútil buscar comprensión ¿Y por qué a mí me das comida barata y nunca  me llevas al spa?  Reclamaban sus ojos azules.

 Llegados a este punto hice lo que siempre hago cuando no hay remedio: enciendo el computador y me siento a conversar con ustedes.

Parafraseando a Alfonsina Storni, es mi manera de no morir.

Recordé que una pariente lejana tiene un perro adicto a las pastillas. Se las suministra cada día para conjurar las ansiedades que ella misma le contagió.



Creo que por ahí va el asunto :  cada vez más alienados de nuestra condición  humana por un modelo de sociedad donde el consumo , el derroche y la competencia  feroz son el único asidero, invadimos  el reino animal- el de las bestias- sin darnos cuenta y por eso mismo sin respeto alguno por su condición. Muchos de esos que los quieren tanto no solo  los obligan a llevar vestidos  y arandelas, sino que,  dependiendo de la raza, les cortan las orejas y la cola, “para que se vean más lindos” según le escuché decir a una chica de lo más cool.

Esa forma de comportamiento quizá sea otro síntoma de nuestro desamparo, al lado de la proliferación de sectas y   santones, de la indiferencia por lo público y del autismo cada vez más notorio del homo digital.

Pero esto no es una acusación. Todo lo contrario. Es un reconocimiento al tesón de la criatura humana. Milenio tras milenio ha hecho todo lo posible para mejorar las cosas. Los avances  de la ciencia y  la tecnología dan  fe de ello.

Es más,  antes de que el último hombre se extinga en el polvo infinito, podemos dejar  a modo de epitafio colectivo un aviso tallado en alguna montaña rocosa: Hicimos lo que pudimos.



Solo  que los problemas empiezan cuerpo adentro. Allí donde dicen que alienta el alma. Es entonces cuando descubrimos que habitamos en lo oscuro y salimos a pedir ayuda: fracasados en nuestro intento de humanizarnos, optamos por humanizar a las bestias, a ver si  la cosa sale mejor.

Ignoro lo que piensen los animales sobre todo esto. Trato de preguntárselo a mi gata, pero ustedes ya conocen  el insondable mutismo y la indiferencia de estos animales ante los asuntos humanos.

Qué le hacemos,  si somos apenas sus alimentadores y  entretenedores.

PDT : Les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada


jueves, 8 de febrero de 2018

Cuesta abajo






Todo empezó con los noticieros de televisión.  De a poco, los presentadores, los narradores de historias  y los analistas fueron remplazados por muchachas sacadas del mundo del modelaje  y los reinados de belleza. Poco importa si, para guardar las formas, unas cuantas fueron a una facultad de periodismo.

Si ustedes se fijan bien, algunas de ellas incluso posan cuando presentan las noticias, sean estas amables o terribles. Como en tantas otras facetas de la vida, la esencia fue suplantada por la apariencia. Muy rápido, la cosmética se apoderó  de la información.

A resultas de eso, en lugar de comprender el mundo y tratar de intervenir en él, nos acostumbramos al maquillaje,  al lenguaje elusivo; a la hipocresía de la corrección política. Todo es tan  lindo, tan cool en el fondo.



Casi de manera simultánea pasaba lo mismo en el terreno de los actores  y directores de televisión.

Desde su introducción  en Colombia en 1954, los dramatizados   y telenovelas  fueron el terreno perfecto  para quienes  se formaron en las grandes escuelas de actuación y habían puesto a prueba su talento en las exitosas radionovelas de los años cincuenta.

 Hombres y mujeres como Gaspar Ospina, Pepe Sánchez, Kepa Amuchástegui, Franky Linero,Carlos  Muñoz,Dora Cadavid, Teresa Gutiérrez, María Eugenia Dávila y Vicky  Hernández , para mencionar solo algunos nombres, dejaron su impronta en producciones recordadas tanto por la calidad de su ejecución como por la brillantez de las actuaciones.  Vendaval, La Vorágine, María  o Caballo Viejo son los títulos de algunas telenovelas que hoy forman parte del patrimonio de la cultura popular colombiana.





Pues  bien, obsesionados con las encuestas de audiencias, los dueños del negocio optaron por el camino más corto: producciones con mucha tecnología y poco talento, adelantadas en tiempos muy breves y a costos bajos empezaron a ser la constante. Siguiendo un tanto la ruta de los noticieros, reemplazaron  el talento y la disciplina por rostros bonitos y cuerpos sugestivos.

Como el desnudo innecesario de una joven desconocida vende más que  la actuación magistral  de una actriz que se deja el pellejo en la escena, no  se ahorraron a la hora de condenar al olvido y al desempleo a muchos profesionales portadores de un legado con mucho  que ofrecerles a quienes  empiezan a incursionar en esas arenas movedizas.

Quizá el caso más patético sea el de María Eugenia Dávila, la  protagonista de películas tan memorables  como María Cano, considerada una de las grandes obras del cine colombiano. Desterrada al ostracismo cuando  se encontraba en la plenitud de  sus facultades, acabó por sucumbir al alcohol y las drogas  en una caída sin retorno. 



Pero son muchos los  creadores anclados en idéntica situación. Sin contratos de trabajo, sin pensión ni servicios médicos, malviven en unas circunstancias que reflejan  no solo la indolencia del Estado, sino de la sociedad que un día los idolatró.

Pero hay todavía más: muchos músicos corren igual infortunio. En un santiamén pasamos de unos tiempos en que los  intérpretes y compositores, o se formaban en las escuelas y conservatorios, o cultivaban su talento natural en festivales, parrandas, encuentros y en cuanto escenario surgía para dar a  conocer los ritmos y expresiones de un país en el que las músicas parecen brotar de la tierra misma.

Hoy, siguiendo las mismas lógicas, los músicos  son seleccionados  en los realities, unos espectáculos en los que, en teoría, el público califica y elige a sus favoritos. Como, a su vez, son los realities los  que condicionan al público, tenemos un círculo  perfecto encaminado a  glorificar la medianía  y la banalidad. El talento, la imaginación, la inventiva, todas esas cosas inherentes al acto creador, pasan así a un segundo plano. Esas virtudes no facturan mucho por estos días.



 Aunque muchos no  lo crean, ser una estrella no equivale a ser un buen periodista, un buen actor o un buen músico. Esos conceptos suelen transitar por senderos distintos. Solo que  al perder el criterio, todos nos hemos sumido en la confusión y ya no sabemos diferenciar lo que es bueno y perdura de lo
deleznable y efímero.

Así nos  van las cosas.

PDT . Les comparto enlace  a la banda sonora de esta entrada