lunes, 22 de mayo de 2023

El caos según Tristram Shandy





Caballería andante

Hacer que el infinito universo quepa en las páginas de un libro no es una pretensión nueva. Todas las literaturas en algún momento del camino se han fijado ese propósito, destinado al fracaso, desde luego: las coordenadas de espacio- tiempo jamás coincidirán con el ritmo de escritura del autor. Por más vertiginoso que sea ese ritmo, la última palabra siempre estará una millonésima de segundo más acá de los acontecimientos, que sólo en apariencia se le antojan contemporáneos al narrador.

“La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy”, la novela del clérigo y escritor  irlándés Laurence Sterne (1713-1768), publicada en diez volúmenes a lo largo de ocho años a partir de 1759, es una de las pruebas más plausibles de esa forma de desmesura. Tanto, que la mitad de ella se ocupa del tiempo transcurrido desde el momento de la concepción de Tristram hasta el instante de su alumbramiento.  De modo que el protagonista aún no ha nacido y ya vamos por la mitad del libro. No es difícil deducir que el narrador tendrá que acelerar la marcha si pretende llegar con sus lectores a algún lado.

Claro que los más avezados de éstos no tardan mucho en comprender que se enfrentan al desafío de una obra genial sin pies ni cabeza. Así que poco importa el lugar adonde los lleve.

De principio a fin- suponiendo que existan tales dimensiones en la novela- todo es errático aquí. La noche de su concepción, cuando el padre está consagrado de lleno a su faena reproductiva, a la futura madre no se le ocurre nada distinto a preguntarle a su marido si no olvidó darle cuerda al reloj.

Esta hilarante bofetada a cualquier posible romanticismo es poca cosa  comparada con lo que aguarda a personajes y lectores nueve meses después. El pater familias es uno de esos hombres que hacen de la superstición una forma de razonamiento. Entre sus creencias hay dos que se revelan caras al devenir de esta historia. El señor Shandy está convencido de que la forma y el tamaño de la nariz constituyen una suerte de heráldica. Además, piensa que en el nombre de pila elegido para un recién nacido alienta un designio que habrá de guiar sus pasos hasta la hora de la muerte.

De niño, Tristram estaba  orinando por la ventana de su habitación cuando le cayó de golpe la guillotina de esa ventana, circuncidándolo sin fórmula de juicio. Razón de sobra para que el padre empezara confirmar sus premoniciones. Pero vamos despacio, que el  pequeño todavía no ha nacido.

Cartografía de la superstición




Para esa visión de las cosas una buena nariz y un nombre atinado serían en sí mismos garantía de una vida afortunada.

Y en este punto empiezan los desastres, porque justo en el momento del parto, el médico encargado de atender a la madre hace un uso desmedido del fórceps y estropea la nariz de la apenas naciente criatura de una vez y para siempre. Como si no bastara con esto, por un error de pronunciación o de comprensión el nombre inicial elegido, Trismegisto, es reemplazado por el de Tristram. Mientras el tío Toby, figura clave en la novela si las hay, lo ve como una seguidilla de pintorescas coincidencias, para el padre es el anuncio de días tormentosos por venir.

El contrapunto entre la cosmovisión de los dos hombres, padre y tío, será fundamental en la formación del carácter de Tristram. En medio de todos ellos circula una procesión de sirvientes y colaboradores, cuyos nombres le servirán de santo y seña al niño en su recorrido: Susannah, Yorick,Obadiah.

El tío Toby fue herido en la ingle en el campo de batalla. Desde entonces, lo único digno de su interés es todo lo relacionado con torres, muros, fortificaciones, fosos, cañones, sitios, asedios, arietes y ballestas. Todo lo demás es apenas el decorado de fondo, la anécdota interminable de lo humano. Su sobrino Tristram fue herido en su orgullo al momento de nacer.  Esas cosas los hacen cómplices irremediables.

Para defenderse del mundo, Tristram se ejercitará en una afilada ironía que arroja sobre la humanidad con la misma vehemencia utilizada por su tío contra las fortalezas de los castillos. Es por eso que, en un momento temprano de la novela, le rinde el siguiente tributo:

“Aquí –(aunque por qué aquí- más que en ninguna otra parte de mi historia- es algo que no soy capaz de explicar; -pero es aquí)- el corazón me ordena detenerme para rendirte de una vez por todas a ti, querido tío Toby, el tributo que te debo por tu infinita bondad.- Permíteme que aquí aparte la silla de un empellón y me ponga de rodillas en el suelo para verter los más cálidos sentimientos de amor por ti y de veneración por las excelencias de tu carácter que jamás hayan encendido la  virtud y la naturaleza en el pecho de un sobrino.- ¡La paz y el solaz descansen eternamente sobre tu cabeza!- Nunca envidiaste el bienestar de nadie,-de nadie atacaste las opiniones.- Nunca oscureciste la reputación de nadie,- a nadie quitaste el pan. Nuevamente, al paso, con el fiel Trim detrás de ti, cabalgaste alrededor del pequeño círculo de tus placeres, sin a nadie atropellar en tu marcha;- siempre tuviste una lágrima para las desgracias de los demás,- siempre tuviste un chelín para las necesidades de los demás.”

En contravía del sencillo talante de su hermano, el padre de Tristram siempre anda a la caza de alguna teoría para explicarse el mundo y explicárselo a los demás.  Así, en el caso de las citadas alusiones a la nariz- expresión por lo demás plagada de connotaciones sexuales- apela al cuasi cómico tratado de un tal Slawkenbergius, que en uno de sus apartes (en realidad es un cuento) dice así:

“-¡Válgame Dios!- ¡Qué nariz! Es tan larga, dijo la mujer del trompetista, como una trompeta. La abadesa, la priora y la deana, con la imaginación y el cuerpo excitados por las detalladas descripciones sobre la nariz del extranjero que pasó por Estrasburgo rumbo a Franckfurt tejerían su propia  urdimbre de pensamientos.”




La estirpe de las parcas

Es la misma urdimbre de sensaciones y pensamientos que asaltan al narrador a cada paso. La imagen mítica de las mujeres que tejen y destejen el destino de los humanos puede ser la que más se aproxima a la esencia del libro de Sterne. Si tuviéramos que condensarlo en una frase podríamos decir que el Tristram Shandy es un intento afortunado de aprehender el caos, entendido como la sustancia proteica con la que se amasa todo lo humano. De ahí sus permanentes saltos en el espacio y en el tiempo. Para ilustración,  en la página 633  nos encontramos con esta advertencia:

“ Una vaca penetró ( mañana por la mañana) en las fortificaciones de mi tío Toby y se comió dos raciones y media de hierba seca, y, al hacerlo, arrancó el césped que cubría su hornabeque y su camino cubierto”.

¿Penetró mañana por la mañana? ¿Habrase visto tamaño irrespeto por la sintaxis y el ordenamiento lógico de la temporalidad?.Cuentan algunos biógrafos de Sterne que los críticos “ serios”  tronaron de indignación cuando leyeron la frase y unos cuantos centenares de índole parecida, que se les antojaban un atropello a las buenas maneras literarias. Eso para no hablar de su guiños irónicos a Descartes, a Lutero, a Locke y a su admirado Erasmus. Si eso hacía con grandes espíritus, ya podrán imaginar ustedes la suerte que corría en su pluma toda una legión de juristas, doctos, letrados, obispos y críticos.

Estos últimos le merecen una descarga especial de acidez. Va una muestra:

“Todos ellos van tan peripuestos, tan emperifollados y tan enfetichados con los abalorios y chucherías de la crítica.- o ( para dejarnos de metáforas, lo cual, por cierto, es una lástima- habida cuenta de que esta mía la conseguí nada menos que en las costas de Guinea- digamos que tienen la cabeza tan infestada de reglas y compases, y que está tan obstinada y perpetuamente dispuestos a aplicarlos en todas las ocasiones, que a una obra genial más le valdría irse al diablo de una vez por todas que tratar de mantener valerosamente el tipo hasta que ellos, a fuerza de pinchazos y demás tormentos, le dieran muerte”.

En efecto, eso hizo un sector de la crítica con la novela de Laurence Sterne: someterla a tormentos y pinchazos antes de darle muerte… sin leerla. Esa es una de sus prácticas más socorridas. A modo de antídoto, como todos los genios del humor, Tristram   Shandy- y Sterne con él- se burla de sí mismo: de su nariz aplastada, de su nombre y de la suma de calamidades que su padre  creía encontrar a cada paso.

Mientras sus detractores señalaban las para ellos abrumadoras digresiones,  las citas de eruditos  reales y apócrifos, salpicadas de caprichosos guiones intercalados aquí  y allá, la novela  se internaba en una especie  de saludable olvido que se convirtió en garante de su perdurabilidad. Cuando algunos lo daban por muerto y pasaron a ocuparse de asuntos que consideraban más sustanciosos, Tristram Shandy volvió al camino con la tenacidad de un caballero andante- no por casualidad la novela abunda en citas al Quijote cervantino- con su armadura de humor negro que lo acerca a Rabelais, a Swift y al mejor Moliere.




Las formas del juego

Al igual que el Quijote, Tristram Shandy es una  novela de encrucijadas que a menudo rondan el disparate, pero un disparate  pleno de sentidos, como esos caminos que se  bifurcan en otros caminos que a su vez se bifurcan y así hasta lo infinito, en uno de esos juegos que tanto le gustaban a Borges.

A menudo, la expresión “juego de palabras” se utiliza con un tono descalificador. Como si fuera fácil jugar con las palabras, desvelar su multiplicidad de sentidos que se abren al mundo, al tiempo que vuelven sobre si mismos en forma de revelación, de conocimiento, de comprensión del universo.

En ese juego reside la fascinación que producen en los lectores las grandes obras una y otra vez. Porque si toda palabra es metáfora, una obra literaria lo es en grado sumo. Cada vez que volvemos a ella descubrimos otras cosas. El tiempo y el espacio se despliegan ante nosotros con todos sus misterios. En poesía, ni el tiempo es lineal ni el espacio tiene sólo tres dimensiones. Eso explica que, ante el señalamiento de que es objeto un muchacho por parte de su padre, quien lo acusa de tener sexo con su abuela, éste pueda responder sin titubeos:

“- Vos, señor- le dijo el muchacho, os acostasteis con mi madre- ¿Por qué no habría yo  de hacer lo propio con  la vuestra?”

Como ven, igual que el espacio y el tiempo, la literatura tiene muchas aristas, a veces ocultas y en otras visibles. Esas múltiples dimensiones le permiten al narrador hablar de “un enano que consigo llevaba una regla para medirse a sí mismo” o aventurar un tratado sobre los ojales y las doncellas, para finalmente gritarnos en la cara:

“¡Qué bien argumentamos sobre los hechos erróneos!”




Tratado de los tratados

En su sentido más amplio, un tratado tiene la intención, manifiesta o velada, de abarcarlo todo. O al menos todo lo concerniente a una determinada disciplina.  A su modo, el narrador de Tristram Shandy se plantea el propósito de ofrecernos un tratado, una summa sobre lo divino y lo humano. Para conseguirlo a veces se aproxima a Montaigne, otras a Cervantes y, la mayor de las veces al habla de la gente de la calle, que ha sido siempre la gran fuente de sabiduría, como lo supieron desde el principio los grandes poetas de Homero a Shakespeare. Por eso a través de sus páginas podemos pasar de hilarantes situaciones que desnudan el talante absurdo de toda vida a hondas reflexiones como las que invaden al señor Shandy tras la muerte de su hijo Bobby:

“¿Qué es la vida humana? ¿No es acaso un continuo vaivén de un lado a otro? ¿De un pesar a otro? - ¿No consiste acaso en ir clausurando dolores- Para inaugurar otros al siguiente instante?”

Estamos aquí ante el Sterne poeta que vierte lágrimas ante el infortunio de uno de sus personajes. En esa reflexión, que es un tópico de la poesía y la filosofía de todos los tiempos, alienta el tono de los grandes trágicos griegos y latinos, al lado de las meditaciones de san Agustín, y sus especiales formas de piadosa ironía: “Señor, concédeme castidad, continencia, pero no lo hagas todavía”, implora el de Hipona, pidiendo en realidad licencia para seguir pecando. Algo de esa peculiar forma de la piedad atraviesa de principio a fin las páginas de Tristram  Shandy, en una particular manera de ver el mundo que el narrador califica como “ estar tristramizado”. Están tristramizados, por ejemplo, los protagonistas de la contienda entre naricistas y antinaricistas desatada en el mencionado capítulo sobre el tamaño de la nariz y que lleva a  un testigo a exclamar: “¡- No es esta la primera- me temo y tampoco será la última fortaleza que se gana o se pierde por una cuestión de NARICES!”. Y está tristramizado, desde luego, su propio padre, cuando emprende la  escritura de una obra magna titulada Tristra-paedia, destinada a orientar cada uno de los pasos en la vida de su hijo, trastocada de entrada por el designio de las estrellas.

A esta altura del camino está claro para todos que la palabra nariz alude en realidad al órgano sexual masculino y la fortaleza que cae es la castidad femenina, tan promocionada por los varones. Estar tristramizados equivale entonces a habitar la paradoja, la contradicción y, sobre todo, la lucidez que nos arroja desnudos ante un cúmulo de certezas sin apelación, como ésta relacionada con el sueño:

“El sueño es el refugio de los desventurados, - la liberación del preso,- el mullido  regazo del desesperado, del que está cansado de vivir y del que tiene el corazón destrozado”.

Por eso, piensa el lector, para el que no puede dormir se abren de par en par las puertas  del infierno ¿O acaso no es lo mismo que afirman los teólogos sobre el infierno como la incapacidad de amar o de ver a Dios?

Como estamos ante un libro cuyo objetivo es abarcar el mundo y más allá, no todo aquí es cuestión de ojales y narices. Con motivo de la disputa oratoria suscitada por la muerte de Bobby, el hermano de Tristram , surge esta parábola construida a partir de la caída del sombrero de Trim, ayudante del tío Toby:

“ Bien.-Diez mil, y también diez mil veces diez mil maneras ( pues la materia y el movimiento son infinitos) hay de dejar caer un sombrero al suelo sin que el hecho produzca el menor efecto.-Si Trim lo hubiera tirado, o arrojado, o lanzado, o hecho volar, o jeringado o dejado resbalar o deslizarse en cualquier posible dirección de las que existen bajo la faz del cielo,-o con la mejor dirección que pudiera haber dado,- si lo hubiera dejado caer como un ganso,-o como un pavo real,- o como un burro,- o si mientras lo hacía ( o incluso después de haberlo hecho) hubiera parecido un idiota,-o un zote,-o un pedante,- o un mentecato,-el gesto habría fracasado y el efecto producido en los corazones de los presentes se habría perdido”.

Bueno, no sobra advertir que, según el narrador, el ayudante del tío Toby acostumbraba pensar más con el sombrero que con la cabeza.




A propósito de esto último, uno de los críticos fustigados por Tristram Shandy, sentenció alguna vez que la novela era un enorme disparate, un malentendido dirigido a despilfarrar papel. Otro, escribió que se trataba de una historia absurda que a la primera página se perdía en el caos.

 

Creían ser peyorativos, aunque de otra manera habían dado en el blanco: igual que la vida, Tristram Shandy es un disparate genial, un colosal malentendido y una forma de narrar el caos de la existencia que sólo pueden lograr los grandes espìritus.  De otra manera, y sin proponérselo, los detractores de la novela favorita del escritor español Javier Marías( traductor de la edición que citamos), esta vez  tenían la razón.

Pero hablamos de un caos ordenado, eso sí. Tan ordenado, que ante la belleza perfecta de una muchacha perfilada con el pasaje de fondo, Tristram no puede menos que exclamar, en un tono que le sirve de colofón a su historia:

“-¡Justo dueño de nuestras penas y alegrías!, grité, ¿por qué razón no puede uno tomar asiento aquí, en el regazo de la dicha,- y bailar, y cantar, y rezar sus oraciones, e ir al cielo en compañía de esta doncella avellanada?”


PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada.

https://www.youtube.com/watch?v=YkQzq5fOEK4

 

 

 

 

 

 

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martes, 9 de mayo de 2023

Al filo de los ismos





En una animada conversación con regusto a café amargo, surgió de nuevo la inquietud por los riesgos que implica el activismo en los medios de comunicación en tiempos de corrección política,  glorificación de las víctimas, cacería de brujas y cruzadas  de todo tipo a favor o en contra de algo.

En suma, concluimos que un periodista activista no  sólo  tiene aire a cacofonía sino que, a menudo, es un peligro público.

Y es que desde hace rato vivimos, como quien dice, al filo de los ismos. Desde que las grandes ideologías pasaron a mejor vida y las religiones trascendentes fueron reducidas a la condición de manuales de autoayuda, no han cesado de multiplicarse por todo el planeta pequeñas sectas impulsadas por la defensa de una causa, noble o no.

Animalistas, ambientalistas, proabortistas o anti abortistas, feministas, neocomunistas, neofascistas, toda una legión de activistas recorre las calles en una y otra dirección con sus carteles y consignas a menudo gastadas o incomprensibles.

Todos ellos están hermanados por un factor común: el fundamentalismo. Es decir, el ismo supremo, la ortodoxia en estado puro; la convicción de que se es poseedor, no de una verdad sino de La Verdad, así con mayúsculas.  Y bien sabemos que quien se cree poseedor de La Verdad vive siempre a punto de emprender una cruzada cuyo único propósito es mandar a la hoguera a herejes y apóstatas. El problema reside en que, cada vez con mayor frecuencia, las hogueras y los patíbulos se trasladan de las plazas públicas a las redes sociales, con su conocida capacidad de multiplicación.




Si bien en todo medio de comunicación subyace una declaración de principios sustentada en un conjunto de concepciones del mundo, salvo extremos como el comunismo, el fascismo o el nazismo, su accionar se soporta en el respeto por la pluralidad de opiniones y la diversidad de maneras  de ser y obrar.

Pero de un tiempo para acá el panorama empezó a oscurecerse. En un intento de limpiar el alma  colectiva de las viejas culpas coloniales, con su  saga de atrocidades ancladas en el racismo y la expoliación, las democracias occidentales engendraron el lenguaje hipócrita de la corrección política para hacerse a la idea de que los males del mundo habían desaparecido por obra y gracia de la pirotécnica verbal.

Fue así como un día las putas desaparecieron de las calles para ser reemplazadas por las” Trabajadoras sexuales”, los indigentes se convirtieron en “habitantes de calle” sin que cambiara un ápice  su situación; los negros dejaron de serlo y fueron confinados en una tierra de nadie donde reina el prefijo “afro” ;los viejos rejuvenecieron y fueron despachados a una suerte de País del Nunca Jamás donde se utilizan expresiones tan patéticas como “Edad Dorada” para referirse  a quienes, sin estridencias,  ya emprendimos el tránsito hacia el ineludible reino de la muerte.

Ese fue el germen de la asepsia del lenguaje que anidó en los medios de comunicación y muy pronto se trasladó al lenguaje político, dando paso a todo un diccionario de eufemismos donde tienen cabida absurdos como ese de llamar “falso positivo" a un asesinato o “retención “ a un secuestro a secas.

Desde luego, los consumidores de información no tardaron en hacer suya esa forma de velar la realidad y despojarla por lo tanto de toda su sustancia. Sustancia: la esencia de los seres y las cosas.

En esas aguas navegan los activismos habidos y por haber, estimulados por editorialistas, columnistas de opinión, reporteros, presentadores, cronistas y dueños de medios de comunicación. Hace poco hablé con un muchacho convencido hasta los tuétanos de que un “ habitante de calle” no es un ser humano arrinconado por la miseria, las heridas que propina  la vida y por el asedio de sus propios demonios, sino una suerte de excéntrico que un día decidió irse a vivir bajo las estrellas en comunión con los elementos.




Con seguridad, ustedes ya se fijaron en un detalle: desde hace al menos una década los premios artísticos y culturales, creados en principio para reconocer y estimular el talento, son otorgados a películas, libros, documentales, canciones y relatos que se ocupan de las causas consideradas “ nobles”. Es decir, la creación pasó a un segundo plano: ahora se reconocen las buenas intenciones y ya sabemos que con ellas está empedrado el camino a los infiernos.

Al caer la tarde, un profesor de sociología, atraído por el aroma del café, solicitó licencia para unirse a la conversación. No tardó en montar en cólera cuando se enteró acerca de qué versaba el asunto. ¿Acaso no entienden que esos activismos son el síntoma de la buena salud de una democracia? Exclamó mientras arrojaba en todas direcciones el aliento de muchos cigarrillos ¿ Quién reivindicaría entonces los derechos de los excluidos? Continuó en un tono que empezó a parecerme leninista, no sé bien.

Y si: en principio pudo ser así. Pero la mayoría de esos discursos no tardó en adquirir un tono agresivo y descalificador. Se percibe en la retórica de los feminismos de línea dura que claman por llevar a los patriarcas al paredón sin fórmula de juicio, tanto como en la actitud de esos muchachos de mirada alucinada que, apostados a la salida de las plazas de toros, amenazan con cortarles los cojones a los toreros y dar con ellos la vuelta al ruedo.

Viéndolos, uno no puede menos de pensar que así empezaron muchas formas de exterminio, real o simbólico: con la redacción de un catecismo  biempensante  en las páginas de un periódico o en la sección editorial de un noticiero. Por ese camino, de a poco, nos descubrimos un día arrinconados al filo de los ismos.



PDT. les comparto enlace a la banda sonora de esta entrada:

https://www.youtube.com/watch?v=u1ZoHfJZACA