El relato clásico nos cuenta que
Heracles, hijo de Zeus y Alcmane, en un rapto de locura provocado por la diosa
Hera mató a su mujer, sus hijos y dos de
sus sobrinos. A modo de expiación debió someterse a doce trabajos impuestos por
Euristeo, usurpador de su legítimo derecho al trono.
Entre esos trabajos se encontraban: matar al León de Nemea; liquidar
a la Hidra de Lerna; robar las yeguas de Diomedes; capturar a Cerbero y sacarlo de los infiernos y robar
las manzanas del Jardín de las Hespérides. Como pueden ver, no era un asunto
de poca monta.
Pero el periplo del héroe no
obedecía solo al acatamiento de un
castigo: era ante todo un viaje iniciático cuya recompensa era el conocimiento
de sí mismo y de los misterios del
mundo. Desde entonces el concepto de aventura estuvo ligado al
descubrimiento del universo y sus leyes secretas.
Huérfano de cualquier
aliento heroico, nuestro tiempo no tiene una salida distinta al remedo,
la caricatura. Con su capacidad de reducirlo todo, desde lo más terrible a lo
más sublime, a mero espectáculo, inventó los reality shows, una manera patética de remedar valentía ante millones de espectadores
hastiados pero a la vez incapaces de
despegar su mirada de la pantalla: si apagaran el aparato , todo consuelo se
desvanecería en el acto. No importa si saben que los figurantes- algunos
famosos y otros anónimos- van sobre
seguro, como esos turistas que viajan
hacia tierras lejanas tratando de
parecerse a viejos exploradores, pero
amparados por toda clase de pólizas.
Pero a veces la seguridad tiene que fallar para abrirle paso a la incertidumbre. De lo
contrario, la vida superaría los límites de lo insoportable. Y entonces suceden
cosas como las acaecidas en La Rioja, Argentina, el nueve de marzo de 2015.
Como olvidamos rápido, recordemos
lo esencial: durante la filmación de un episodio del reality Dropped, dos helicópteros colisionaron , causando la
muerte, entre otras personas, de la ex navegadora Florence Arthaud, la
nadadora Camille Muffat, medalla de oro en los juegos
olímpicos de Londres 2012 y el boxeador Alexis Vastine, bronce en los olímpicos
de Pekín 2008. Todos de nacionalidad francesa.
Se trata de un programa de televisión el que los integrantes de dos equipos son arrojados
en paracaídas sobre algunos terrenos inhóspitos, donde tienen la obligación de “Luchar por la
supervivencia”, según reza el mensaje publicitario del programa.
La tragedia irrumpió , pues, en
el corazón mismo de la banalidad ¿O qué
son, si no, esos tributos al vacío en los que se invierten millones para poner
en escena heroísmos en los que nada ,
salvo la propia estulticia, se pone en juego? Solo que la vida suele sacarse su
dosis de humor negro y de vez en
cuando gusta de jugar al azar. Vi la
perplejidad pintada en el rostro de unos vecinos adictos a ese tipo de
programas. Por lo visto y escuchado, no
discernían muy bien si el desastre era
real o formaba parte del espectáculo ¿Acaso no se llaman esos programas reality
shows? Al menor descuido, el lenguaje se vuelve problemático.
Alienados hasta
el tuétano por la publicidad, el mercadeo y el consumo compulsivo, los
habitantes del siglo XXI parecen
necesitar cada vez más de dosis mayores de adrenalina para sentirse vivos. De
ahí lo atractivos que
resultan los llamados deportes
extremos, tanto para quienes los practican como para quienes los ven
arrojarse al vacío o estrellarse en una motocicleta, sentados
frente a la pantalla del televisor con una bebida energizante en la mano.
Según el mito, a su regreso Hercacles- o Hércules- debía traer las pruebas de sus hazañas. La
piel del León de Nemea fue una de ellas. En su
defecto, las víctimas del accidente en
La Rioja dejaron la propia piel
en una puesta en escena inútil, sin sentido, como tantas de las cosas que
caracterizan a un mundo asaltado por el
hartazgo y abandonado por la poesía.