jueves, 24 de febrero de 2011

El oficio de contar



Cada vez que un periodista se niega a menear la cola a cambio de un puesto  o de un tajada publicitaria, los “distinguidos ciudadanos” que se arrogan el derecho a  asignar los roles en una sociedad no reparan en gastos a la hora de ofrecerle  una de tres opciones : el silencio, la marginalidad o la muerte. Aunque en algunas ocasiones se pasan de generosos y deciden incluir los tres servicios en un solo paquete. Esa es  una de las caras de este oficio que el maestro Tomás Eloy  Martínez definiera como  “El sismógrafo de una sociedad”. Se trata del periodista incómodo y preguntón que no se conforma con  la carga  publicitaria de los comunicados de prensa y trata de  asomarse  a  la naturaleza de los hechos por caminos distintos a los asignados por la retórica oficial
 Otra cara es la de las  palmaditas en el hombro. A lo largo del mes de Febrero abundan las ceremonias  de celebración del Día de los Periodistas, en las que en medio de discursos floridos se  reconoce “El invaluable  aporte de estos profesionales  al fortalecimiento de las  instituciones democráticas” según rezan las declaraciones protocolares consignadas  en las tarjetas que circulan  con profusión por estas fechas. Estamos aquí ante  el periodista amanuense  o notario que se niega a profundizar en los acontecimientos para recrearlos  en su complejidad o a abordarlos con un espíritu crítico que contribuya a su comprensión
En mi caso prefiero quedarme con la percepción del autor de Santa Evita, La Novela de Perón y de esa obra maestra del periodismo narrativo que es el libro de  crónicas y reportajes Lugar Común la Muerte. Porque, en últimas, atendiendo a la etimología latina del vocablo inglés  Journalist, un periodista es en esencia un contador de historias. Es decir  alguien que se asoma a los pliegues de la realidad para auscultar  sus más secretas  pulsaciones. En ese riesgoso tránsito descubre que nada es lo que parece y que en la biografía de todos los prohombres del mundo hay siempre un detalle del que quisieran olvidarse. Es por eso que el pensador Karl Popper define  la historia universal como “El relato de la delincuencia internacional”.
En  tiempos recientes, los periodistas colombianos que eligen la segunda opción  son a menudo llevados a juicio o al exilio cuando son los suficientemente conocidos y respetados como  para  correr el riesgo  de eliminarlos a pistoletazo limpio.  Son bien sabidos y documentados los casos  de Daniel Coronel, Alfredo  Molano, Fernando Garavito y el episodio más reciente de la periodista Claudia López, demandada por el ex presidente  Samper por el delito de revelarnos lo evidente. Detrás de las amenazas han estado siempre los voceros de esas castas  que llevan varios siglos manejando un  país como si fuera su finca particular en la que nadie puede alzar la voz para denunciar lacras y atropellos sin poner en riesgo su pellejo.
“El que busca encuentra” dice el  refranero popular.  Y  claro, cuando uno se da a la tarea de escudriñar en la trastienda no tarda en descubrir que la realidad es mucho más diversa y  compleja de lo  que quisieran los notarios del poder. En ese entramado las cosas no siempre huelen muy bien. Es más: a menudo sus aromas rondan lo nauseabundo.  Y si nos da por   remover la inmundicia  el resultado  puede ser bastante desagradable para  el fino olfato de  las buenas conciencias. A partir de ese momento serán más escasas  las tarjetas de felicitación y por eso mismo  resultará más gratificante el haber optado en un recodo del camino por este impagable oficio de contar historias.

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