viernes, 15 de abril de 2011

Terra nostra


Durante el mes de marzo se  originaron en Risaralda  tres noticias en apariencia aisladas, pero que al ser  observadas  con atención revelan un entramado que  permite al menos entender parte del  drama   derivado de unas violencias que a los colombianos se nos volvieron seña de identidad. Aunque pretendamos eludirla amparados en  esa retórica dulzona  basada en la idea de que “los buenos somos mayoría” omitiendo de paso que  también – y sobre todo- se es malo por omisión.
Hagamos memoria  entonces.  Primero fue el Incoder anunciando que se recuperarían las treinta y ocho mil hectáreas de tierra entregadas de manera irregular en el Vichada al ex senador Habib Merheg y  sus amigos en Pereira. Unos días después, y sin conexión de causalidad con lo anterior, fueron asesinados en zona rural del municipio de Pueblo Rico los integrantes de una familia de desplazados -  “ emigrantes” diría el sofista  José Obdulio Gaviria- que había llegado a la zona  alentando la esperanza de que las cosas podían empezar de  nuevo y de  mejor forma. A la semana siguiente  desembarcó en    la región el ex presidente  Ernesto  Samper Pizano  con el fin de  exponer   lo que, en lugar de una tesis parece un juego de pirotecnia verbal: “El  manejo  del conflicto dentro del posconflicto”. O al revés. Da igual.
Allí están dibujadas  con  claridad- para utilizar  una  palabra cara al lenguaje militar- las coordenadas de esta nueva  avanzada de   una guerra que no cesa  aunque,  los agentes  cambien de nombre a cada momento. Paramilitares,  guerrilleros, bandas emergentes, Bacrim… para el caso da lo mismo, porque el despojo y los muertos son reales, tan reales que tienen biografía y nombre propio. En el caso de Pueblo Rico, tres de las víctimas  se llamaban José Laureano, María Fabiola y Andrés. En primer lugar,  como si no acabáramos de salir del feudalismo aunque utilicemos el ropaje  tecnológico de la modernidad, la apropiación de la tierra  ya sea mediante métodos violentos  o a través de recursos en apariencia legales, sigue siendo una constante. Y no es para  menos: aquí ya no se  trata de la tierra como medio para sembrar alimentos. A lo que asistimos  es  a la disputa por la tierra como un fin, pues está llena de agua y minerales, bienes bastante codiciados y  ya sabemos que cuando la codicia está de por medio la gente se vuelve muy, pero muy mala. En el caso colombiano entonces la ecuación violencia- tierra sigue siendo la misma que en los tiempos de la colonia, de la Guerra de los Mil  Días y de la disputa entre  liberales y conservadores, aunque eso sí, con métodos más brutales.
Para cerrar el cuadro, viene entonces ese truco perverso de no llamar a las cosas por su nombre, haciéndole de paso el juego a quienes saben muy bien  que las palabras pueden   tanto aclarar la realidad como oscurecerla. Por eso hablamos de falsos positivos en lugar  de crímenes y convertimos a los desplazados en emigrantes. Ahora entonces se nos volvió moda decir  que estamos en una  situación de  “ posconflicto” El resultado  es que empezamos a  creernos el cuento de que lo peor  ya pasó, cuando en realidad los agentes  de la guerra andan plantando las semillas por todas partes. Solo que  ahora despojan en el campo y habitan en las ciudades, generando estragos en los dos frentes, como si fueran los emisarios de una plaga encargada de arrasar esta terra nostra que un día se  nos antojó tierra de promisión.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. es difícil entender, que con el paso del tiempo la situación en Colombia sea mas atroz, hasta el punto de llegar a jugar con la integridad moral de una persona después de muerta, y luego echarle la culpa a los grupos emergente que aunque en parte tiene culpa por los despojos de tierras, la mayor parte de la culpa la tienen los de corbata que por beneficiarse hacen cosas perversas y maquiavélicas para después esconder la realidad.. hasta que punto podrá llegar esta sociedad modernista que en vez de avanzar cada ves retrocede un paso.

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