viernes, 7 de octubre de 2011

Adictos a la hipérbole


Políticamente correcto y cuidadoso de no ofender a nadie, el columnista Edison Marulanda  Peña  dio sin embargo en el clavo de la   que parece ser nuestra más certera seña de  identidad colectiva :  una   irreprimible inclinación a hinchar la realidad, valiéndonos de un arsenal de adjetivos y adverbios que acaban por imposibilitar cualquier comprensión de los hechos  y sus  protagonistas.
Hablo de la columna publicada por Edison en el periódico La Tarde de Pereira el domingo 31 de julio  bajo el título de “¿ Feria del Libro?”. En su texto el autor dirige una serie de interrogantes a los responsables del Instituto de Cultura de Pereira en general y a los encargados de la biblioteca pública  en particular, en relación con un evento presentado  bajo un concepto que, como el de feria, efectivamente lleva a pensar  en  una diversidad  de actividades conectadas alrededor del libro como objeto de goce y conocimiento.
De manera que el lunes    agosto me di  un paseo por los alrededores del Centro Cultural “Lucy Tejada”, sede de la mencionada  “ Feria” y lamento decirles que me  encontré con un mercado de  las pulgas no muy bien surtido que digamos. Es más : pude ver los mismos títulos que las librerías de viejo sacan   a la venta  cada año con la esperanza de  que   aparezca por fin  un comprador que salve al autor de ser vendido por kilos de papel, como es de  uso corriente en ese negocio.
Tengo que confesar que por convicción vital y política soy cliente  asiduo de esos mercados: allí uno siempre puede adquirir  a buen precio lo que necesita en la misma medida que otros lo desprecian y derrochan. Pero  este ni siquiera ofrecía esa posibilidad. Así que  le di la razón al columnista ¿Por qué llamar feria del libro a un evento que  carecía de las mínimas condiciones  para  serlo?
 Se me ocurre que la explicación reside  en lo que un crítico literario definió de manera bastante atinada como grecoquimbayismo , es decir  la creencia de que a punta de pirotecnia verbal podemos lograr por arte de magia lo que no  alcanzamos frente a los desafíos de la realidad. Basta con echarle un vistazo a nuestro himno  local para entender la naturaleza de esa suerte de adicción a la sonoridad antes que al sentido de las palabras: allí se  habla con profusión de héroes, titanes y gestas en las que se compara el hoy antiecológico acto de descuajar montañas con las proezas  de las divinidades griegas y romanas. Por eso tuvo que pasar más de  un siglo para que un historiador como Víctor Zuluaga nos revelara, documentos en mano, que nuestro mito fundacional, como todos los relatos de esa especie, tiene mucho de fraudulento. Al final supimos que detrás del lenguaje florido alentaban los terrestres intereses de siempre: un puñado de ambiciosos trataban de hacer  historia con los recursos que  encontraban a la mano.
El  del  mercado de libros no es, por supuesto, el único caso reciente. Con motivo del  Mundial de Fútbol  Sub 20  hemos tenido que soportar una sarta de adjetivos como monumental, magnífico, majestuoso   para referirse a un estadio de fútbol, muy bonito si, pero que es apenas eso: un escenario deportivo bien logrado.  Y eso para no  recordar que, apropósito de cualquier nimiedad nos da por concebirnos como una raza  portadora de un destino manifiesto. Cómo será el asunto, que el poeta Luis Carlos González, nada sospechoso de ser apátrida- como califican por  estos pagos a todo aquél que se atreva asumir una postura disidente- se burló  en varias ocasiones de esa manía de sus coterráneos de esconderse  entre manojos de palabras. “¿Raza? ¿Raza de qué?” , se preguntaba el autor de La Ruana , ofuscado  por los aspavientos de sus compañeros de tertulia, una colección de zambos, mulatos y mestizos como somos casi todos en estas tierras, que por alguna  ignota  razón se sentían descendientes de una estirpe incontaminada  “ ¿Raza de qué?” , les repetía alzando su infaltable trago de  aguardiente y cerraba la discusión con unos versos que eran en realidad  un epitafio para tantas veleidades  : “ Si solo nos queda puro el hijueputa/ y lo estamos negando todavía”

6 comentarios:

  1. Qué triste es nuestro destino común amigo Gustavo. La hiperbolizante levedad e inmediatez de la vida ya no se toma ni siquiera el esfuerzo de rebuscar esas palabras que nombra. Ahora todo lo resumimos al uso cotidiano de la palabra "super" o "chévere" como sinonimo de grandilocuente o fenomenal como el "bárbaro" en Argentina. No se lamente tanto hombre, ustedes por lo menos tienen esa feria de libros donde se puede rescatar algun ejemplar valioso. Acá si tenemos alguna feria, sólo nos topamos con "manuales de la felicidad", Coelho, Isabel Allende y claro, a precio regalado. Me intriga ese poeta Gonzalez que cita, no lo conozco. ¿Por casualidad no pertenece a la misma raza de Pessoa?, ya sabe por la aficion a la cachaça del poeta luso.

    ResponderBorrar
  2. Mi querido estafilococo, en estos momentos me vienen a la mente las palabras de aquel viejo sabio Obi-Wan Kenobi "que la fuerza de acompañe" o en inglés del instituto Meyer "May the Force be with you"

    Un abrazote desde el lado oscuro de la fuerza
    matador

    ResponderBorrar
  3. Hombre, José. Luis Carlos González fue un cronista y compositor de bambucos bastante prolífico , que se definió a si mismo - con exceso de modestia, diría yo- como un "versificador"-. la verdad es que tiene un puñado de hermosos poemas y crónicas en los que da cuenta de nuestro siempre trunco tránsito hacia la modernización, ya que no a la modernidad.

    ResponderBorrar
  4. A mi hermano Matador- ahora convertido en predicador, le agradezco sus palabras mientras intento descifrar su críptico mensaje.

    ResponderBorrar
  5. Raza es uno de los espantajos del buen juicio, es cierto, y yo agregaría a la belleza femenina, la belleza como tema, aclaro, no como característica personal. Siempre recuerdo una de las frases más agudas que Arsène Wenger dirigió a su gran rival Alex Ferguson, cuanto éste dijo que el juego del Manchester United era superior al del Arsenal: “Todos creemos tener la mujer más hermosa en casa”. La belleza de las mujeres venezolanas, por ejemplo, es justamente celebrada (después de todo han ganado muchos premios internacionales) pero se me ocurre que las mujeres de otros países, cualquier país, no pueden ni deben ser menos o más hermosas que ellas. Un intelectual chileno, Benjamín Subercaseux (autor de “Chile, una loca geografía”), a quien admirábamos en Mendoza, tal vez porque tenía parientes en la provincia, se rebeló un día ante la adoración nacional por la belleza de las mujeres criollas y dijo algo así como que no podía ser la más hermosa de todas una mujer que debía fregar todo el día y que tenía los dientes cariados por la falta de atención odontológica (era una época en que no se conocía, supongo, lo del flúor en el agua). Por supuesto que Subercaseux no quiso ofender a la mujer chilena, sino burlarse de un tic de ciertos varones, pero creo recordar que la observación le costó varios disgustos y acusaciones de elitismo.

    ResponderBorrar
  6. Hola, don Lalo. El chovinismo siempre acarreará el riesgo de considerarse parte de una estirpe elegida. Ya se hable de raza, clase, casta u origen nacional en sus raíces subyace una suerte de pulsión que busca suplir en improbables méritos colectivos las carencias individuales.

    ResponderBorrar

Ingrese aqui su comentario, de forma respetuosa y argumentada: