Iniciados y
legos coinciden en algo : El Quijote es
una obra clásica no solo por el dominio
del lenguaje y la capacidad de crear personajes complejos demostrada por
su autor. Lo es, ante todo, por su manera de mostrarnos las múltiples manifestaciones de la locura del hombre de
todos los días: no el confinado en los sanatorios si no el honrado y puntilloso
ciudadano, buen hijo, mejor padre de familia, juicioso elector de sus gobernantes, fiel a los dioses y cumplidor de sus obligaciones.
Vivir enloquece.
Eso de inventarse una
personalidad o asumir la impuesta por los códigos sociales y culturales no es tarea de poca monta.
Más o menos a la mitad del camino de la existencia empiezan a aparecer
los primeros síntomas de desvarío. Una copa
de más basta para dar salida a los demonios controlados día
tras día a costa de mucho esfuerzo. No es casual que los abstemios sean al mismo tiempo las
personas más aconductadas: le profesan
un pavor reverencial al vino, esa llave
forjada para abrir la puerta de las
habitaciones donde guardamos los secretos
más reprimidos. Para salir del paso los mortales nos refugiamos en alguna clase de adicción. Puede ser a la
oración, a los juegos electrónicos, a las apuestas o los
vicios solitarios. Da lo mismo si nos permite eludir por un
instante el estupor producido por la visión de la nada reflejada en el espejo.
Para que todos
podamos llegar a la hora de la muerte
sin acabar aullando desnudos en la plaza pública fueron
inventados el arte y sus múltiples sucedáneos. Solo en las novelas, en las pinturas, en las
películas o en las canciones les es
permitido a los protagonistas ser ellos mismos sin temor a una
sanción impuesta por el soberano, el pater familias o la divinidad. No estoy hablando, desde luego, del arte cuyo objetivo es trasmitir una moraleja
o un mensaje edificante. Esa vertiente está dirigida de hecho a legitimar el
poder, no a controvertirlo.
Quizás por eso
es posible identificar líneas comunes en
la ficción de los distintos continentes.
Los grandes escritores europeos, herederos directos de la
fusión entre el helenismo y las tradiciones judeo cristianas, se han
ocupado en detalle de la culpa, es
decir, de la locura metafísica. Desde los griegos hasta creadores como Robert Musil o Mijaíl Bulgakov, alienta esa marca, una
suerte de rastro de babosa o caracol impregnando
cada una de las acciones humanas.
A su vez, los
escritores norteamericanos han
convertido el absurdo en la impronta misma de una improbable identidad colectiva. La locura del norteamericano
blanco protestante del sur es la de la de la insensatez de quien se impone el
destino de gobernar el mundo. El resultado
es la alienación sin remedio de los personajes que pueblan las novelas de William Faulkner,
Thomas Pynchon o Jhon Fante. Basta con
leer La hermandad de la uva, de este último autor, para entender las dimensiones alcanzadas por la locura
individual y colectiva en ese país. Al lado de ellos los asesinos seriales son
unos aprendices.
Por su lado, los
escritores asiáticos nos dejan entrever los pliegues de esa forma de locura
anclada en la búsqueda de una mítica
armonía perdida tras el encuentro con Occidente. A esa aventura consagraron todas sus energías
las criaturas engendradas por Yukio Mishima y Yashunari Kawabata, dos de los autores japoneses más conocidos a este lado del mundo.
En América
Latina y África, pueblos marginales y marginados durante siglos por los poderes
geopolíticos, la seña de identidad es la desmesura. Nacidos en pueblos obligados a reinventarse todo el
tiempo, los mejores autores
latinoamericanos, herederos del esperpento peninsular y de la imaginación
desbordada de la tradición árabe, hicieron de la hipérbole su manera de
insertarse en la tradición. Los
personajes de Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier o
Guimaraes Rosa son creíbles solo porque
siempre están un paso atrás de la locura de
los seres de carne y hueso que los inspiraron. Los caudillos
mesiánicos y las matronas de vientre prolífico son parte de nuestra forma
particular de expresar la insania , precoz o senil.
Más allá de la
siempre renovada discusión sobre los bajos niveles de lectura, los libros están
allí dispuestos como ventanas para quienes
deseen asumir el desafío de
arrojarse a las siempre riesgosas
aguas que conducen al conocimiento de su propia, ineludible y demencial
condición.
Hablando de la desmesura, amigo Gustavo, no recuerdo haber oído de ninguna “antología universal del esperpento”, hay tantos ejemplos alrededor del mundo, como el elefantiásico templo católico (hasta hace poco el más grande del mundo) de Costa de Marfil, pasando por el Cristo gigantesco mandado a erigir por un político en Perú y ni qué decir de Bolivia, donde vivimos atrapados en una suerte de mundo mágico (“el país donde lo fantástico es real” dice un lema de turismo), gobernados por un personaje de lo más caricaturesco, torpe y con ínfulas de mesías, creyéndose predestinado por la Madre Tierra y empeñado en pasar a la historia como un icono sagrado y cuyos actos de gobierno rayan en el absurdo y la sinrazón. ¿Qué hacemos cuando la locura se asume como realidad, como cosa normal, obligándonos a asumir una nueva moral y, cuya desfachatez, exige el reconocimiento del resto del mundo?... nos miramos el ombligo o habrá que reinventarse, como usted propone. Y antes que me olvide; que tenga un año venturoso y reciba un abrazo fraterno desde esta tierra hermana del absurdo.
ResponderBorrarQue sus buenos deseos se le devuelvan multiplicados, apreciado José... aunque sea en medio de esta realidad nuestra, tan delirante que sobrepasa con creces la estética misma del esperpento.
ResponderBorrarLa locura es liberadora, especialmente en la literatura pero también en la vida real, según me dice un amigo psicoanalista, quien dio como ejemplo al marqués de Sade. Lo vemos con más claridad, o por lo menos eso pienso, en el Caballero de la Triste Figura, en el idiota de Dostoievski… Mi amigo me recordó una cita antigua, al parecer muy popular en su oficio, según la cual el mundo es un loquero en el que los que están más locos encierran a los que están menos locos. No hay error en la cita: los más locos encierran a los menos locos. Felicidades!!!
ResponderBorrarEsa es la función del carnaval y de las Fiestas de locos , mi querido don Lalo : liberar la bestia acorralada por siglos de represión y buenos modales.
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